Filosofía de la muerte: (I) La cara de la muerte


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

Quizá sepamos de memoria que la muerte es la separación del alma y del cuerpo. Con frecuencia el cine escenifica al instante de la muerte con el espíritu se levanta sobre el cadáver que yace sobre el pavimento. El espíritu se va a otro lado y el cuerpo a la tumba. Pero ¿cómo puede suceder esto, si el espíritu no tiene espacio? (no está dentro, ni fuera del espacio, simplemente es inmaterial). Para contestar esta y otras preguntas, vale la pena profundizar en qué es entitativamente la muerte y cuáles son sus características.

En esta Tierra tenemos los días contados. Con una bella expresión, Serrat se preguntaba «¿quién pondrá fin a mi diario / al caer / la última hoja en mi calendario?» (Si la muerte pisa mi huerto, 1970). Salimos del barro, vimos la luz del día, quizás hemos vivido como si esto no acabara, pero acabará. Polvo somos y al polvo volveremos. «De ti nací y a ti vuelvo / arcilla vaso de barro» se canta en los Andes (poetas ecuatorianos, Vasija de barro, 1950).

La muerte es el tema más dramático de nuestra historia[1], el que produce la crisis más seria y profunda, la mayor “transformación” del personaje principal (justamente esta es la primera ley del drama)[2]. Ante la muerte nadie queda indiferente. Ella guarda celosa su misterio: ¿todo acaba aquí? Si no fuera así, ¿qué nos espera más allá? ¿Vida eterna o muerte sin fin? Y, sin ir tan lejos, ¿cómo será nuestra muerte? ¿Debo prepararme? ¿Debo preparar la muerte de mis seres queridos? Los vivos han dedicado muchas canciones a los muertos. Ellas muestran en su crudeza el misterio que se nos avecina y descubren muchos aspectos atisbados por las mentes de los más preclaros mortales. En este capítulo abordaremos las interrogantes planteadas, escuchando lo que tienen para contarnos los artistas y los hombres de ciencia.

Noción de muerte

Los cantantes no dan una definición técnica y precisa de muerte, ni analizan en qué consiste. Ninguno de ellos, por ejemplo, confronta el antiguo criterio cardio-respiratorio con la moderna prueba neurológica[3]. La música simplemente describe lo que los sentidos palpan: el dolor, la sangre corriendo, la respiración, la mirada… «Te ruego que respires todavía», canta Sui Generis (Rasguña las piedras, 1973). «Como quisiera, ay / que tú vivieras / que tus ojitos jamás se hubieran / cerrado nunca y estar mirándolos», recita Juan Gabriel (Amor eterno, 1990). En todo caso, estas letras parten de la premisa filosófica de que la muerte es la privación de la vida[4]. Si la vida es el principio vital que unifica, coordina e integra los diferentes elementos y órganos humanos en un dinamismo funcional, la muerte es la pérdida irreversible de ese principio unificador que imprime dinamismo al cuerpo: por eso, apenas muere alguien sus órganos comienzan a desintegrarse. Ya no hay unidad funcional.

Es paradójico que la muerte sea tan simple y tan misteriosa a la vez. Todos conocen qué es morir: lo han visto y lo temen. «Es tan simple y no se puede explicar, / es tan común que la gente muera; / no hay mirada que, pueda penetrar / en el milagro de la existencia» (Gustavo Cordera, Acerca de la muerte, 2010). La muerte se asume como algo natural y necesario. ¡Ya nos llegará! «Sunrise doesn’t last all morning. (…) All things must pass, / all things must pass away» (George Harrison, All things must pass, 1970)[5]. Es claro y distinto que en la res extensa cartesiana este cuerpo de lodo y agua se vaya deshaciendo con las olas de los años.

Vida y muerte, muerte y vida. Dos misterios que van de la mano. Por un lado, la muerte es la misma negación de la vida, y, por otro, ella es la misma vida “en pasado”[6]. Estamos ante algo más que una relación de opuestos. Como René Molina observa, «mucho nos preguntamos a que venimos a esta vida, pero solo se sabrá hasta que hayamos muerto». ¿Qué hay tras el negro velo de la muerte? ¿Oscuridad o luz? ¿Más muerte o más vida? Quizás haya que indagarlo entre los muertos: «there’ll come a time when all your hopes are fading, / when things that seemed so very plain, / become an awful pain / searching for the truth among the lying / and answered when you’ve learned the art of dying» (George Harrison, The art of dying, 1970)[7].

Hemos distinguido ya dos tipos de vida (la del cuerpo y la del alma), cada una con su propio principio vital y con su propia muerte. Mientras en la muerte corporal se desintegran los órganos corporales, en la muerte espiritual se desintegra la persona: la inteligencia deja de conocer, la voluntad de amar, la contemplación se torna imposible, la sonrisa se borra de la cara y, en definitiva, se pierde el principio vital que da unidad y dinamismo al espíritu. También dijimos que ambas vidas están relacionadas y cómo el amor puede perpetuar a la persona. Solo así se entiende cómo “la muerte es vida”, y cómo un escritor sueco pudo escribir: «muerte, domadora de la vida, destructora de la vida, principio y fin»[8].

¿Memoria eterna, paz eterna, muerte eterna o vida eterna?

Se hace de todo para sobrevivir. Un famoso escritor anónimo, quizá un desconocido de nombre popular (“Juan”, podría ser su nombre, o “Pedro” también) cierta vez escribió en algún lugar: «todos los hombres humanos racionales le temen a la muerte. Si no, ¿cómo explican que sigan alimentándose cada día, sigan caminando por la vereda en vez de la carretera, sigan pisando tierra, en vez de lanzarse por un abismo?». Cada uno hace lo que puede por evitar la muerte. Los romanos, que veían en el león el símbolo de la muerte, podían matar hasta quinientos leones al día para vencerla. Los médicos inventan medicinas y vacunas, los legisladores redactan leyes para mejorar la seguridad vial, los ingenieros diseñan las casas de tal manera que no se caigan, los filósofos argumentan que el alma seguirá viviendo, en tanto que los poetas y los artistas perpetúan la existencia de la persona en el amor. Por eso Rubén Blades canta «no te alegres muerte, hoy con tu victoria, / pues mi madre vive toda en mi memoria». Aun así, Blades no puede evitar que el último verso de la canción diga: «deja un vacío, imposible de llenar / por toda la eternidad / huérfano es el amor mío» (Canto a la muerte, 1992).

La poesía habla de una “subsistencia” en la memoria. La idea no es nueva. Ya Cicerón decía en el siglo I a.C. que «la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos». Es cierto que las personas subsisten en el pensamiento y en el corazón de sus seres queridos. Ello es casi inevitable. Juan Gabriel también lo canta, justamente en Amor eterno (1990): «obligo a que te olvide el pensamiento / pues, siempre estoy pensando en el ayer. / Prefiero estar dormido que despierto / de tanto que me duele que no estés». Sin embargo, usualmente no es esa la vida que la gente aspira tener en la tumba. ¿Qué gana el muerto con que lo recuerden dos generaciones? ¿Qué gana con ver su nombre escrito en el registro de fallecidos durante cientos de años? No mucho.

Más comúnmente se habla de la paz eterna. Los cementerios están llenos de deseos pacíficos: RIP (requiescant in pace, «rest in peace») se lee en sus lápidas. En efecto, «la muerte es el remedio de todos los males; pero no debemos echar mano de éste hasta última hora», según decía Molière con cierta picardía. Quizá habría que precisar: más qué remedio de todos los males, es punto final de lo pasajero de este mundo. Varias canciones recogen la idea del descanso eterno. Una de ellas es la Canción de la muerte (2002) de Paco Ibáñez, en la que se oye: «en mi seno encuentra el hombre / un término a su pesar. / Yo, compasiva, le ofrezco / lejos del mundo un asilo / donde a mi sombra, tranquilo / para siempre duerma en paz». Pero sin vida eterna ese sueño es un sueño incoloro, insonoro e insípido. Si en este mundo las alegrías siempre vienen mezcladas con las penas, la muerte de la que habla Ibáñez liquida todo: «no doy placer ni alegría, / mas es eterno mi amor» (Canción de la muerte, 2002).

Es evidente que apenas muramos el cuerpo se desintegrará. La vida eterna de este efímero cuerpo es un sinsentido: ¿a quién le gustaría envejecer y acumular achaques por años sin fin? Tampoco tiene sentido hablar de una eterna muerte corporal, porque la muerte es un hecho que se da instantáneamente[9]. En realidad, solo se puede hablar de vida o de muerte eterna, si se acepta que el ser humano tiene una vida más rica que la meramente corporal. Antes hemos visto que las canciones distinguen la vida corporal de la vida personal, aquella vida del alma que es vida de amor. Solo quien tiene un corazón grande puede creer y esperar amar eternamente. En propiedad, solo quien ama puede cantar: «yo ya tengo novia / la encontré mi amor (…). Enamorado de la muerte / su belleza me atrapo» (RIP, Enamorado de la muerte, 1987). Varios santos desean pervivir en el amor y, por eso, añoran la muerte del cuerpo. Recuérdense, por ejemplo, los versos de Teresa de Jesús: «sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo el vivir me asegura mi esperanza; muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero»[10].

Hay quienes no creen en nada de nada. Una canción de Los Auténticos Decadentes, curiosamente titulada Viviré por siempre (2003), habla de la vida futura como si fuera pura fantasía. Otros solo plantean la duda. «Será un nuevo carnaval / o un lugar sin dirección, / simplemente una extinción / o un silencio de corazón» (Gustavo Cordera, Acerca de la muerte, 2010). Estadísticamente son pocos los que piensan de forma tan triste. Casi todos los pueblos y religiones creen que la vida se prolonga después de fallecer[11]. En las catacumbas italianas, por ejemplo, se constata que los paganos no incluían la fecha de su muerte en la tumba, ni siquiera en la de los grandes ciudadanos como Valerino. Pensaban que la vida seguía, que este solo era el comienzo. Los romanos cuidaban mucho a los difuntos (limpiaban sus tumbas, les dejaban comida, los visitaban) para evitar que se revelaran contra los vivos. La expresión de Séneca es muy elocuente al respecto: «aquel que tú crees que ha muerto, no ha hecho más que adelantarse en el camino». Esta forma de entender la muerte ha dejado una honda huella en el lenguaje. En francés, por ejemplo, se llama trespass a los muertos (es decir, que han pasado a la otra vida), lo que revela una creencia muy fuerte en la vida del más allá[12]. «Beyond the door / there’s peace, I’m sure / and I know there’ll be no more / tears in heaven» (Eric Clapton, Tears in heaven, 1992)[13].

Para quien cree en el más allá, la muerte pierde buena parte de su aguijón. Cesáreo Gabaráin habla de esos momentos «cuando la pena nos alcanza / por un hermano perdido / cuando el adiós dolorido / busca en la fe su esperanza», en su canción La muerte no es el final (1991). Para el alma no es el fin, sino el comienzo. ¿Comienzo de qué? De una vida eterna si el alma está viva, o de una muerte sin fin si está muerta. Ya hemos visto que el principio vital que dinamiza el alma puede apagarse. El rock satánico gime por ir al infierno. Otras canciones esperan algo más. «Más allá del mar habrá un lugar / donde el Sol cada mañana brille más» (Nino Bravo, Un beso y una flor, 1972). ¿Qué nos espera? Es un misterio. En estas líneas hemos intentado asomarnos a él, y aunque quizá alguna luz se haya filtrado, el misterio permanece.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «La conciencia de la propia muerte convierte la propia vida en un drama real y no fingido» (J. Vicente, 2006, p. 20).

[2] Aristóteles escribió en La Poética, que la primera regla de un buen drama es que haya una profunda transformación del personaje.

[3] El electrocardiograma plano que muestra la muerte encefálica se considera hoy el estándar más apropiado para señalar cuál es el momento de la muerte.

[4] Mors est privatio vitae (Tomás de Aquino, De anima, 1. 1, art. 10). Líneas atrás nos hemos referido al concepto de vida, a sus características y géneros; a ellos nos remitimos.

[5] «El amanecer no dura toda la mañana. (…) Todo debe pasar, / todo debe pasar».

[6] Parafraseamos aquí a Jorge Luis Borges, para quien «la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene».

[7] «Llegará un momento en que todas tus esperanzas se desvanecerán, / cuando cosas que parecían tan sencillas, / se transforman en un dolor espantoso / buscando la verdad entre los yacentes [o los mentirosos] / y contestadas cuando has aprendido el arte de morir».

[8] Munthe, 2011, final del cap. VIII.

[9] El principio vital que integra los órganos del cuerpo simplemente deja de integrarlos. Técnicamente, se trata de un cambio sustancial que, como todo cambio sustancial, es instantáneo.

[10] Teresa de Jesús, Aspiraciones de vida eterna, s. XVI.

[11] «El hombre es un ser finito que tiende al ser infinito.» «El hombre tiene un alma inmortal, la cual supera el abismo que separa al mundo material del espiritual, y, separándose del cuerpo, vuela para posarse en las orillas de la eternidad, ante la mirada y el juicio de Dios» (Pío XII, 1953, Con singolare, 25-26).

[12] Además, tanto en francés como en español existe la palabra «ante-pasados».

[13] «Más allá de la puerta / hay paz, estoy seguro / y sé que no habrá más / lágrimas en el cielo».

Filosofía de la vida: (III) Preparar la partida


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Los seres que pululan sobre la faz de la Tierra nacen, crecen, se reproducen y mueren. Ya hemos hablado de las primeras fases, analicemos ahora los últimos momentos de la existencia. Algún día tendremos que poner punto final a la biografía que escribimos en los anales de la historia. ¿Estaremos orgullosos de lo que hemos escrito? ¿Cómo preparar un final magistral? Sobre estos y otros temas trataremos en las siguientes líneas.

Esta vida es un juego contra el reloj que hay que saber jugar. ¿Cómo se lo juega? Eso hay que preguntárselo a nuestra familia y a quienes nos quieren. En todo caso, Kenny Rogers nos da algunos tips: «every gambler knows / that the secret to survivin’ / is knowin’ what to throw away / and knowin’ what to keep» (Kenny Rogers, The gambler, 1978)[1]. Hemos de conservar lo bueno y despojarnos de lo malo. Hay que saber escupir las pepas amargas de la vida para no agriar el alma. Saber jugar la vida es reconocer que toda circunstancia es buena para vivir; no importa como vengan las cartas, la astucia podrá más. «‘Cause every hand’s a winner / and every hand’s a loser»[2]. Finalmente, también hay que saber retirarse. «You’ve got to know when to hold ‘em, / know when to fold ‘em; / know when to walk away / and know when to run» (Kenny Rogers, The gambler, 1978)[3].

Nadie nace sabiendo cómo retirarse de esta vida. Por suerte se tiene toda una vida para aprender[4]. Aun así, hay a quienes no les basta una vida. «Living through a million years of crying / until you’ve realized the art of dying» (George Harrison, The art of dying, 1970)[5]. Veamos, pues, en qué consiste el arte de morir.

El arte de vivir y el arte de morir

La vida está estrechísimamente relacionada con la muerte; tal relación dura, literalmente, hasta la muerte. Una máxima de Confucio muestra lo que ello significa: «aprende a vivir y sabrás morir bien» (Analecta, s. VI a.C.). Después de Confucio la idea ha sido repetida innumerables veces, con variados matices. Leonardo Da Vinci, por ejemplo, comparó la vida buena con una productiva jornada de trabajo: «así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte»[6]. Y José Martí, fijándose más en el legado que el difunto deja a la posteridad, afirmó que «la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida».

Y, sin embargo, “se muere”. Uno se muere. Leonardo Polo observó que «hay dos maneras de morir. La primera es morir porque uno es mortal, o sea, porque el tiempo humano termina. Normalmente uno se muere, a no ser que antes se acabe la historia. Pero también se puede morir como un imbécil. El que ha procurado ejercer éticamente su existir, no se puede decir que muera como un imbécil. Su muerte tiene sentido. O, como dice San Pablo, “cursum consumavi”, he terminado mi carrera (lo dice meses antes de que lo degollaran en Roma). He terminado, es decir, no he perdido el tiempo, lo he completado»[7]. En esta carrera contra el reloj se puede avanzar mucho, poco, o nada, y hasta hay torpes que se salen de la pista, que frenan a los demás y van en retroceso. Pierden el tiempo y lo hacen perder; pierden su vida y la de los demás. Desde luego, morirán sin llegar a la meta; es decir, morirán dos veces y morirán matando.

Hace algunos años Laura Pausini dedicó una bella canción a la muerte de su abuelita. La letra describe en tonos dramáticos cuán breve es el tiempo para amar. «Y no tiene sentido, ahora que no estás / ahora, ¿dónde estás? (…) no, hoy no hay tiempo de explicarte / ni preguntar si te amé lo suficiente» (Laura Pausini, En cambio no, 2008). Tempus breve est, el tiempo durante el cual brilla la luz en nuestra mirada es breve. Con frecuencia en los entierros se oyen frases como esta: «yo he sufrido mucho por tu ausencia, / desde ese día hasta hoy, no soy feliz, / y aunque tengo tranquila mi conciencia / yo sé que pude haber yo hecho más por ti» (Juan Gabriel, Amor eterno, 1990). Es mejor manifestar el cariño a quienes queremos mientras están en vida. En vida se ayuda, en vida se aconseja, en vida se hacen las paces, en vida se demuestra el amor. Calzan aquí al milímetro los versos de Ana María Rabatté y Cervi, llenos de sabiduría y consejo:

Si quieres hacer feliz,

a alguien que quieres mucho,

dícelo hoy, sé muy bueno …

en vida, hermano, en vida.

Si deseas dar una flor

no esperes a que se mueran,

mándala hoy con amor …

en vida, hermano, en vida.

Si deseas decir: “Te quiero”

a la gente de tu casa,

al amigo cerca o lejos …

en vida, hermano, en vida. (…)

Decirlo es muy fácil, hacerlo no tanto. Ya nos consta que en el camino hay obstáculos, que incluso queriendo hacer bien las cosas las hacemos mal, y que en ocasiones queriendo acariciar aruñamos. Al menos esta es mi experiencia, y quizá también la sea de otros. En fin, es claro que hay obstáculos en el camino. ¿Qué razón de ser tienen? ¿Acaso se deben a un fallo o a una imposibilidad divina de crear un mundo más perfecto? Esa era la tesis de Leibniz, para quien Dios era un ser “optimizador”: este mundo que tenemos, decía, es el mejor de los mundos posibles[8]. Muchos filósofos se burlarán luego de tal ingenuidad. Sea como fuere, sí que se acepta que del mal se puede sacar bien. «Forjarán mi destino / las piedras del camino», canta Nino Bravo (Un beso y una flor, 1972). Hay piedras en el camino. Ellas existen para saltárselas, para ejercitar nuestros músculos y para desarrollar nuestras habilidades. Nos crecemos ante las dificultades. Es justamente en las grandes crisis cuando maduramos más. Nino Bravo dice que las piedras «forjan» nuestro destino, y ello es muy profundo: hay piedras en el camino porque hay destino. No hay meta sin carretera, ni cumbre sin ladera que subir.

Pensar en la muerte

Hoy se evita pensar en la muerte. En algunas ciudades europeas incluso se han prohibido las procesiones y los cantos funerarios en el espacio público, no vaya a ser que recordemos lo evidente. En esta loca sociedad se prefiere vivir como si la muerte no existiese. Tal disparate se ha prestado a muchas bromas, como la de Federico García Lorca: «como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir». También un grupo cómico argentino, Les Luthiers, le sacó punta al absurdo: «no te tomes la vida tan en serio, a fin de cuentas, no saldrás vivo de ella».

Vivir una vida efímera como si no hubiera muerte es un absurdo con todas sus letras. Ningún maratonista se sienta a descansar sin pensar en el tiempo, ni corre por donde sea sin pensar en llegar a la meta. Pues bien, esta vida también tiene su tiempo y su meta. Quien vive como si fuera eterno al final ha de decir: «too late, my time has come. (…) Goodbye, everybody, I’ve got to go. / Gotta leave you all behind and face the truth» (Queen, Bohemian rhapsody, 1975)[9].

En el Alcázar de Segovia cuelga un viejo cuadro donde aparece un grupete de gente dándose la buena vida. Festejan en un jardín comiendo y bailando. Al bajar la mirada se descubre que ese jardín es la copa de un inmenso árbol que está a punto de caer. La muerte lo está talando. Aparecen también allí dos figuras más, un buena y otra mala: un pequeño diablillo que tira de una soga amarrada a lo alto del árbol, para acelerar su caída, y un santo que martillea una campana tratando de dar aviso. Tal aviso aparece escrito en la esquina: «Miraqve teasdmorir / miraqve no sabesqvando / mira qvete mira Dios / miraqvete esta mirando». Es la misma campana que suena en los entierros. En 1663 Francisco Santos explicaba que «cuando tocan la campana al muerto, no es por el muerto sino porque estés despierto, que será por ti mañana»[10].

En el último día seremos juzgados: por la sociedad, por nosotros mismos y por quien nos ve en lo alto. Los leñadores suelen decir que el árbol se mide mejor cuando ha caído, pues ya no se esconden sus ramas en el cielo. ¿Cuánto vale nuestra vida? Pensemos por unos instantes en el día de nuestro entierro. ¿Cuánta gente vendrá a velarnos? ¿Cuántas flores posarán sobre nuestro ataúd? ¿Cuántas lágrimas caerán? ¿Cuántos y qué recuerdos dejaremos? Ojalá no seamos aquel de quien se canta: «era del barrio tumba sin flores, / un pobre diablo con dientes de oro» (Fabulosos Cadillacs, El muerto, 1997). ¿De qué sirve el oro en la tumba? De nada. En nuestro entierro se manifestará cuánto valemos. «Poco vales si tu muerte no es deseada por muchas personas», escribió Santiago Ramón y Cajal[11]; una enigmática frase a la que cabe dar muchas lecturas.

«La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella», decía François Fenelón. ¿Cuándo hemos de comenzar a pensarla? ¡Cuánto antes! Si no se ha comenzado, en este preciso segundo. Muchos solo piensan en ella al recibir el diagnóstico de una enfermedad mortal. «Too late!», cantaremos con Queen. ¡Muy tarde! ¡Peor si de improviso nos visita la muerte repentina! El pensamiento de la muerte nos lleva a prepararla.

Preparar la despedida a corto y mediano plazo

Hay una extraña enfermedad psicológica relacionada con la hipocondría, denominada “síndrome de Cotard”. Quienes lo padecen están convencidos de que son inmortales, o que ya han muerto, o ambas cosas a la vez. Nosotros sabemos que algún día nos tocará cantar el tango argentino: «adiós muchachos, compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos. / Me toca a mí hoy emprender la retirada, / debo alejarme de mi buena muchachada» (Carlos Gardel, Adiós muchachos, 1927). No somos inmortales.

Mientras estamos “vivitos y coleando” lo más conveniente es pensar a mediano plazo. Los adolescentes saben que «a largo plazo todos estaremos muertos»[12], en un futuro que lo perciben tan remoto, que pocas veces se lo toman en serio. La cosa cambia radicalmente cuando el doctor nos informa que nos quedan dos o tres años de vida. ¡Entonces sí que las neuronas y los músculos se ponen a trabajar! No hay tiempo que perder. «Gonna live while I’m alive / I’ll sleep when I’m dead» (Bon Jovi, I´ll sleep when I´m dead, 1992)[13].

A mediano plazo se piensa un poco más en lo que dejaremos en esta tierra de polvo y ceniza, y un poco menos en el más allá. ¿Qué familia y amores dejamos? ¿Qué cabe hacer por ellos? ¡Al menos un par de lágrimas y un bonito recuerdo hemos de dejarles! «Dos lágrimas sinceras derramo en mi partida / por la barra querida que nunca me olvidó, / y al dar a mis amigos mi adiós postrero / les doy con toda mi alma, mi bendición» (Carlos Gardel, Adiós muchachos, 1927). «Al partir un beso y una flor / un te quiero una caricia y un adiós» (Nino Bravo, Un beso y una flor, 1972).

Por otro lado, ¿cómo pagaremos tanto que hemos recibido? Todo ser humano ha recibido de Dios, de su familia y de su patria más de lo que da. Con ellos tiene una deuda impagable. ¿Qué es lo más grande que dejamos? Wilkie Collins (1824-1889) pidió que se grabara en su lápida de mármol blanco el siguiente epitafio: «Wilkie Collins, the author of The Woman in White». “La dama de blanco” era su tercera novela, aparecida en forma de serial durante el año 1850. De las treinta novelas que escribió, aquella era la que más le enorgullecía. San Josemaría Escrivá de Balaguer también escribió muchos libros; al recordarlo decía con gracia que debía hacer honor a su nombre. Sin embargo, eso no le llenaba de orgullo, era como un deber. Otra cosa le llenaba de contento y, como Wilkie Collins, él también pidió que quedara escrito en su tumba: Genuit filios et filias. Ese era su principal gozo: haber engendrado en la vida espiritual a muchos hijos e hijas. Leyendo estos y otros epitafios podemos preguntarnos: ¿de qué cosa estamos orgullosos en nuestra vida? O, más importante aún, ¿qué legado queremos dejar?

Centrémonos ahora en la preparación próxima de nuestra despedida. A corto plazo las inquietudes humanas suelen ser distintas: ¿dónde descansarán nuestros huesos? ¿cómo será el entierro? y, sobre todo, ¿qué aparecerá al descorrer el velo de la muerte? Es edificador observar la naturaleza: cuando las abejas presienten que les llegó la hora, salen de la colmena a fin de no obstruir sus pasadizos y buscan un lugar externo para morir. Como ellas, también nosotros podemos dejar la casa organizada y ver el lugar donde descansaremos. Un par de canciones populares recogen este tipo de planes. «Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados: / en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro», dice un clásico de la música ecuatoriana (Vasija de barro, 1950). De una forma más lírica Óscar Chávez pide «que entierren mi cuerpo / junto a la ventana / que mi novia tiene / mirando hacia fuera. (…) Plante allá mismito / junto a esa ventana / unas rosas húmedas / y una enredadera. / Para cuando muera / quiero que mi tumba, / que mi tumba huela, / hay, huela a primavera» (Para cuando muera, 1986).

¿Qué habrá después de la muerte?, se pregunta tanto del agonizante fervoroso, como el ateo, y la curiosidad crece paulatinamente conforme se avecina el fin. ¿Qué hay más allá? ¿Nos espera alguien? ¿Quién? «Ya voy a ir, voy a subir / cuando me toque a mí. / Mientras, te canto esta canción / en tu voz, en tu honor, o en la voz / de los que estén durmiendo allí» (Vicentico y Los Fabulosos Cadillacs, Basta de llamarme así, 1986). Pero solo para el creyente la muerte es luz, solo él puede cantar: «voy a seguir una luz en lo alto, / voy a oír una voz que me llama, / voy a subir la montaña y estar / aún más cerca de Dios y rezar» (Roberto Carlos Braga, La montaña, 1988).

El último día de nuestra vida puede ser tan simple como el de la canción de Nino Bravo. «Al partir un beso y una flor, / un te quiero una caricia y un adiós / es ligero equipaje / para un tan largo viaje. / Las penas pesan en el corazón» (Nino Bravo, Un Beso y Una Flor, 1972). A la vez, es el más importante. En algunos casos incluso puede llegar a ser el día con más consecuencias o frutos de toda la existencia. Recuérdese la muerte de Sansón o la del ladrón arrepentido que acompañó a Cristo en el Calvario. Conviene no olvidarlo.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «Todo jugador sabe / que el secreto para sobrevivir / es saber qué tirar / y saber qué guardar».

[2] «Porque cada mano es ganadora y cada mano es perdedora».

[3] «Tienes que saber cuándo retenerlos, / saber cuándo doblarlos; / saber cuándo alejarme / y saber cuándo correr».

[4] «Es que la muerte está tan segura de vencer, que nos da toda una vida de ventaja» (La Renga).

[5] «Vivir un millón de años llorando / hasta que te des cuenta del arte de morir».

[6] Leonardo Da Vinci, 1965, aforismo 65.

[7] Polo, 1991, p. 111.

[8] Leibniz, 2004.

[9] «Demasiado tarde, ha llegado mi hora. (…) Adiós a todos, me tengo que ir. / Tengo que dejarlos a todos atrás y enfrentar la verdad».

[10] Francisco Santos, Día y noche de Madrid, discursos de lo más notable que en él pasa (1663).

[11] Ramón y Cajal, 2016, cap. IV.

[12] Frase del gran economista John Maynard Keynes.

[13] «Viviré mientras esté vivo / dormiré cuando esté muerto».

Filosofía de la vida: (II) Aprender a vivir


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Una interesante cuestión que hemos de abordar en la vida, es si se vive “sin más” o si se aprender a vivir. Si basta el «carpe diem», vivir el momento, vivir la vida loca como nos nazca del alma, o si conviene salir del momento y hurgar qué hay más allá. Aquí explicamos cómo aprendiendo a vivir la vida aprendemos a vivir el momento.

Aprender a vivir

Otra interesante cuestión por abordar es si se vive “sin más” o si se aprender a vivir. Desde luego, la vida de los músculos lisos no requiere aprendizaje consciente; nadie estudia antes de nacer cómo hacer que su corazón lata, o que el páncreas libere hormonas, o que circule la sangre. La dinámica corporal la hemos recibido y, en general, funciona de manera inconsciente. «Sé bien que es vivir», canta Rozalén con Estopa (Vivir, 2018). Sin embargo, la misma canción habla de un aprendizaje: «pero sabes, he aprendido tanto, tanto; / esta vida me ofreció una nueva oportunidad. / Y ahora sabes el bien que es vivir. / No hay tiempo para odiar a nadie / ahora sé reír» (Vivir, 2018). Como se ve, aquí no se está hablando de la vida corporal, sino de la vida del alma. Reír es manifestación de vida espiritual: solo quien entiende algo, puede contemplar la belleza de lo armónico y mofarse de lo disparatado. Saber vivir es saber reír. A la vez, quien odia mata y se mata. Se le seca la sonrisa. Amar es vivir, odiar morir.

Decíamos que en lo referente al espíritu, vida, dar y crecer se identifican. Si es así, quien enseña a amar, enseña a vivir y a crecer. La idea resuena en el repertorio de Juan Gabriel: «poco a poco, lentamente, me enseñaste a querer; / poco a poco, lentamente, yo de ti me enamoré; / poco a poco, lentamente, me enseñaste a vivir» (Juan Gabriel, Ya no vivo por vivir, 2015).

Según un axioma de la filosofía poliana, entre dos cosas reales distintas siempre hay jerarquía y en ella lo superior es razón de ser de lo inferior (o, dicho al revés, lo inferior existe en función de lo superior). Si existen dos tipos de vida, la corporal y la espiritual, entonces debe darse algún género de jerarquía entre ellas. Sellés escribió que la vida no es «“democrática” sino netamente jerárquica. La vida es real, y lo real se distingue entre sí en que una realidad vital es superior a otra. Negar la jerarquía en este ámbito es, como advertía Shakespeare, síntoma de decadencia»[1]. La tesis es igual de clara para los artistas: la vida corporal existe en función de la vida espiritual. El amor es la “razón de vivir”. Así lo cantan Mercedes Sosa y Víctor Heredia: «para decidir si sigo poniendo / esta sangre en tierra, / este corazón que bate su parche / Sol y tinieblas… / Para continuar caminando al Sol / por estos desiertos (…) solo me hace falta que estés aquí / con tus ojos claros. / Ay, fogata de amor y guía / Razón de vivir mi vida» (Razón de vivir, 1985). Con distintas palabras Juan Gabriel lo repite: «yo de ti me enamoré (…). Ya puedo decir que por fin, / ya no vivo por vivir, ya no vivo» (Juan Gabriel, Ya no vivo por vivir, 2015). Aunque se puede estar sentado en este mundo viviendo “por vivir”, el amor (vida del alma) da sentido a todo género de vida. El amor es, sin duda, razón suficiente y sobreabundante para vivir.

A la vez, también es cierto que la vida corporal condiciona la vida espiritual. Como decíamos, ambas vidas son interdependientes. Sin concepción corporal no hay alma, ni individuo de la especie humana. Es necesario que haya una base material con una identidad específica, capaz de automoverse (de crecer, madurar, desarrollarse) para que exista un ser humano. Basta un mínimo de vida corporal para que el alma pueda desplegarse. «It sounds simple, that’s what you’re thinkin’ / but love can walk through fire without blinkin’ / It doesn’t take much when you get enough. / Livin’ on love» (Alan Jackson, Livin’ on love, 1994)[2].

Vivir el momento

Un famoso poeta romano solía repetir la frase “carpe diem”, que significa “aprovecha el día”. Con estas palabras Horacio urgía a centrarse en el presente, a vivir el momento, a darse cuenta de que solo hay una vida. Veintiocho siglos han pasado desde entonces y el dicho sigue repitiéndose de diversas formas y con múltiples significados. Solo se vive una vez (1993) es el nombre de una canción de Azúcar Moreno. Allí, lo efímero de la vida viene a ser argumento suficiente para tomarse ciertas licencias: «si no quieres aguantar / y te quieres liberar, / una frase te diré: / sólo se vive una vez. (…) Si te importa “el qué dirán” / y te quieren enrollar, / recuérdalo bien: / sólo se vive una vez». Del pasado no hay que preocuparse —lo pasado, pasado está—; y del futuro, ¿quién sabe qué nos llegará? Lo importante es el presente, disfrutar hoy, Livin’ la vida loca (Ricky Martin, 2004), vivir intensamente y al límite, Livin’ on the edge (Aerosmith, 1993).

Pero, ¿a dónde conduce ese estilo de vida? ¿A dónde lleva este olvidarse del pasado y poner entre paréntesis el futuro, para dar rienda suelta a las pasiones hoy presentes? En realidad ello no puede llamarse vida personal. Si la vida es un principio interno de automovimiento que unifica la existencia del individuo (unificando presente, pasado y futuro, en un ciclo armónico de desarrollo), tal principio no se da en la versión superficial del carpe diem. Allí no hay unidad, no hay reclamo a la configuración inicial de la vida (el código secuencial), solo hay pasiones desperdigadas y desesperadas cada una por saciar su voraz apetito. “La vida loca” corre ciega en busca de la muerte: «que la vida me mate, no la muerte», pide explícitamente Leticia Herrero. Cualquier droga se puede consumir, aunque deje daños irreparables en el cerebro. El futuro poco importa, hay que “vivir el momento”. En “la vida loca” no hay unidad en la persona, ni proyecto personal, menos interpersonal. Freddie Mercury es muy agudo cuando explica lo que sucede con el Living on my own (1985): «dee do de de, dee do de de. / Sometimes I feel I’m gonna break down and cry (so lonely). / Nowhere to go, nothing to do with my time / I get lonely, so lonely, living on my own»[3]. Uno tiene tiempo de sobra, pero para nada. La nada es la gran compañera de la vida loca: todo avoca al hastío y a la soledad. Ricky Martin no es tan claro como Queen. Él solo intuye lo que puede suceder: «I feel a premonition / that girl’s gonna make me fall (…) She’s livin’ la vida loca / she’ll push and pull you down» (Ricky Martin, Livin’ La Vida Loca, 2004)[4]. Y la misma duda se cierne en la cancion Livin’ on the edge (1993) de Aerosmith: «there’s something wrong with the world today / I don’t know what it is»[5].

Desde luego, para quien no ha aprendido a amar —amar o vivir, que es lo mismo—, para quien no ha volado alto con el espíritu, todo es oscuro y caduco. «El amor tiende al fracaso, / el sol al ocaso / y los sueños a nada», canta desencantadamente Ricardo Arjona. Su ideal existencial es bastante modesto y triste: «vamos viviendo la vida (ah-ah-ah) / bailemos hasta morir (ah-ah-ah). / Dime por qué se te olvida (ah) / que es batalla perdida» (Morir por vivir, 2020). Si no se cree en el amor, todo pierde sentido. ¿Para qué ser bueno? ¿Para qué buscar metas nobles? ¡Basta de pensar en el futuro! ¡Hay que pasarlo bien! Yo me voy a emborrachar… Total, «la vida es solo una y me toca vivir (Uooh). (…) / Quiero beber y salir con mis amistades (Amistades) que la nota suba y no se acabe (Acabe). (…) / Hoy me toca vivir / al amor le cerré las puertas / toy’ puesto pa’ hacer maldades» (Jay Wheeler–DJ Nelson, Vivir, 2020). ¿Cuánto pueden durar los efectos del alcohol? La misma canción lo dice: «hasta que se vayan las estrellas / yo no me voy de aquí» (ibid.).

Esta versión desencantada del carpe diem carece de fe en el futuro y de esperanza en el más allá. Si no tenemos más que la vida animal del cuerpo, pues comamos y bebamos, que mañana moriremos[6]. «Aquí estoy para morir cuando me llegue» (Juanito Makandé, Viviré, 2014). ¡Vaya futuro, funesto como él solo! En tal escenario de rayos y tinieblas, alguno incluso ha llegado a adivinar lo que le espera: «for some reason I can’t explain / I know Saint Peter won’t call my name» (Coldplay, Viva la vida, 2008)[7].

Con todo, el carpe diem horaciano también ofrece una segunda lectura más positiva: hay que centrarse en el presente, para asegurar el futuro. Debemos aprovechar el tiempo. Es poco el tiempo que tenemos para amar. «Mira el mañana ahora, y no al ayer (…). Vive ya / atrévete a vivir a fondo», cantan a dúo Andrea Bocelli y Laura Pausini (Vive ya, 2013). Vivir a fondo no es regalarse a los placeres de la vida; es dedicar todo nuestro esfuerzo a darnos sin reservas a los demás: «buscando el amor verdadero / la vida es esta noche. (…) La vida es ahora» (Andrea Bocelli & Laura Pausini, Vive ya, 2013). Solo así se encuentra la eternidad, según lo atisbaron Los Auténticos Decadentes: «es evidente que el paso del tiempo es irreversible / y si vivís cada segundo a pleno, serás el dueño de la eternidad» (Viviré por siempre, 2003).

Apuntar al infinito

¿Se vive para siempre o todo termina aquí? Mucho se ha discutido en la materia. Más allá de las razones que los filósofos hayan dado a favor del más allá o en su contra, lo cierto es que en la música hay como una especie de convicción de que el amor nos hará eternos. «Mientras me queden besos en los labios / yo viviré», canta Yahir (Viviré, 2009). Incluso, aunque no se esté convencido de la subsistencia del alma, ni de que existan cielos e infiernos, el pensamiento de que el amor nos eterniza sigue presente. Los Auténticos Decadentes, por ejemplo, afirman entre notas no muy esperanzadas que «es imposible saber lo que pasa después de la vida. / Si se supiera igual sería muy difícil de explicar» (Viviré por siempre, 2003). No saben qué hacer con ese deseo de eternidad que todos llevamos enclavado en lo profundo del pecho. Quieren subsistir y no saben cómo. La solución que terminan dando es la de acudir a la metáfora. «Empezó la cuenta regresiva, no se puede detener / no se puede detener. / Cuando me llegue la muerte viviré por siempre en tu corazón. / Cuando me busques en tus pensamientos me darás tu aliento y así volveré» (Viviré por siempre, 2003).

Tal solución puede ser bella y poética, pero no real. Algún día también la mujer que recuerda al difunto morirá y, en todo caso, revivir el recuerdo nunca es lo mismo que revivir el cuerpo. El recuerdo no se puede tocar con nuestras manos, ni nos puede prestar ayuda para lavar los platos, tender la cama o empujar el carro varado. La solución de Los Auténticos Decadentes no es auténtica. Para que la afirmación «viviré por siempre en tu corazón» sea verdadera en todos sus extremos, haría falta que el amante sea Dios. Solo el corazón de un Dios capaz de dar la vida puede volver a darla a los muertos, y solo un Amor infinito puede conferir infinitud a la vida amante. Aquí es Phil Wickham quien da en el clavo cuando canta: «in desperation, I turned to heaven (…) Hallelujah, death has lost its grip on me, / you have broken every chain / there’s salvation in your name / Jesus Christ, my living hope» (Living hope, 2018)[8]. Hablando serio y sin metáforas hemos de concluir que quien no muere en el amor divino, quien no alcanza el cielo (el cielo es el corazón de Dios), no alcanza ninguna vida eterna; a lo mucho se hará acreedor de una muerte sin término.

Hoy es muy difícil asistir al entierro de un rey. Antes era más común. En esos dramáticos momentos las multitudes solían repetir una curiosa frase que aparece en la canción más exitosa de Coldplay según la Billboard Magazine: «listen as the crowd would sing: “Now the old king is dead! Long live the king!”» (Viva la vida, 2008)[9]. “¡Larga vida al rey!” se proclama en su funeral. ¿Cómo puede ser esto? ¿No es acaso una contradicción? Lo que suceda después de la muerte sigue siendo un misterio en el que muchos naufragan. ¿Cómo dilucidarlo? Rozalén con Estopa lo sugiere: «si miro a todo como un niño / los colores son intensos / yo saldré de aquí, si lo creo así. (…) Ahora soy feliz / porque sé bien que es vivir» (Vivir, 2018). Mirar como niño es mirar con confianza a quien nos quiere, a quien siempre tiene más para darnos. Y una vez más aquí Mercedes Sosa y Víctor Heredia tienen algo que decir: «para descartar esta sensación / de perderlo todo, / para analizar por donde seguir / y elegir el modo (…) solo me hace falta que estés aquí / con tus ojos claros (…) ¡ay, fogata de amor y guía!» (Mercedes Sosa [Víctor Heredia escritor], Razón de vivir, 1985). El misterio de la vida y de la muerte se esclarece en el misterio del amor.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] Sellés, 2011.

[2] «Suena simple, eso es lo que estás pensando / pero el amor puede caminar a través del fuego sin parpadear. / No se necesita mucho cuando tienes suficiente. / Vivir enamorado».

[3] «Dee do de de, dee do de de. / A veces siento que me voy a romper y llorar (estoy tan solo). / NO hay lugar adonde ir, nada que ver con mi tiempo. / Me siento solo, tan solo, viviendo solo».

[4] «Siento una premonición / esa chica me va a hacer caer. (…) Ella está viviendo la vida loca / te empujará y tirará hacia abajo».

[5] «Algo anda mal en el mundo de hoy / no sé qué es».

[6] La alusión consta en Isaías 22, 13. San Pablo la completa: «Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos» (1 Cor 15, 32).

[7] «Por alguna razón no puedo explicarlo / sé que San Pedro no me llamará por mi nombre».

[8] «Desesperado, me volví al cielo (…) Aleluya, la muerte me ha perdido, / has roto todas las cadenas / hay salvación en tu nombre / Jesucristo, mi esperanza viva».

[9] «Escuchen como la multitud cantaba: “¡Ahora el viejo rey ha muerto! ¡Larga vida al rey!”».

Filosofía de la vida: (I) Noción de vida


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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Todos nos habremos preguntado alguna vez acerca de los temas existenciales. ¿Qué es la vida? ¿Para qué se vive? ¿Será posible vivir para siempre? ¿Cómo hay que vivir? Son cuestiones difíciles que no se resuelven en una sentada. También los filósofos y los cantantes se las han planteado. Recojo aquí algunas de sus respuestas, porque creo que arrojan un poco de luz en nuestro camino.

¿Qué es vivir?

Desde luego las canciones no dan ninguna noción técnica de vida, ni siquiera la más básica de “automovimiento”. Según Aristóteles, un ser vivo es aquel que tiene dentro de sí el principio interno de su propio movimiento[1]. Tal automovimiento aparece en el guepardo que corre detrás de la presa y en el águila que vuela al nido. Muchas cosas pueden influir y mover a las plantas y a los animales (el ambiente, el río, un terremoto, etc.), pero quien está vivo posee un movimiento específico propio no debido a causas externas, sino a su forma de ser, a su DNA o configuración interna. Ese movimiento se realiza cíclica y armónicamente dejando sus efectos dentro del sujeto: por eso, la vida termina desarrollando el organismo del individuo y dando vida a otros nuevos seres[2]. La vida tiene bastante de “potencia”, de capacidad de ser: denle tiempo a una semilla y será un bosque.

Las letras de las canciones no contienen ningún tratado sobre la vida, ni sobre sus características esenciales. Sin embargo, sí que describen de forma muy humana sus rasgos más profundos: por ejemplo, la unidad (sin ella no sería posible el “auto”-movimiento), el dinamismo, el principio interno de movimiento propio, la capacidad de producir más vida, entre otras. A continuación las examinaremos.

Comencemos hablando de cómo aparece la vida en esta tierra: la individualidad y la vida se reciben. ¿Desde cuándo se puede hablar que existe un ser humano distinto a los demás? Justamente desde que existe un individuo concebido vivo, desde que todo el principio vital se encuentra activo en la primera célula. Allí ya hay unidad y vida propia, con una serie de movimientos actuales distintos a los de la madre, y con muchos otros movimientos en potencia que luego se verificarán en el tiempo. Quien ve esa primera célula ya sabe que ese ser no ladrará, ni correrá en cuatro patas para cazar la presa. Repárese que esa configuración inicial y esa la puesta en movimiento se reciben. Nadie se da la vida a sí mismo. «Vive ya, no se puede vivir sin un pasado», cantan Andrea Bocelli y Laura Pausini (Vive ya, 2013). Es importante volver a los orígenes para entender qué somos y cómo hemos de comportarnos. «La vida gira, gira cual remolino / y aunque hay paradas antes de mi destino / mi rumbo es claro y el viento es firme / y no me olvido de mis raíces» (Pablo Alborán, Vivir, 2017). Nadie de nosotros elaboró la más mínima secuencia de su código genético antes de nacer; simplemente lo recibimos en el primer momento de la concepción. Luego recibimos alimento de nuestra madre, y luego alimento del trabajo de nuestro padre, y la familia nos siguió formando, y la sociedad también. Ellos son nuestro pasado. «No se puede vivir sin un pasado».

Recibimos la vida y nos pusimos a andar. Varias canciones que llegaron lejos en la Billboard Magazine enfatizan que la vida es para vivirla. Recuérdese a Livin’ la vida loca (2004) de Ricky Martin o a Vivir mi vida (2013) de Marc Anthony: «si así es la vida, hay que vivirla la la le». Parecería una redundancia, pero no lo es. Vivir es lo propio de la vida: acción, dinamismo, movimiento. «Voy a reír, voy a bailar / vivir mi vida la la la la» (Vivir mi vida, 2013). «Viviré mientras el alma me suene» (Juanito Makandé, Viviré, 2014). Lo quieto carece de vida, está muerto. «Life’s for the living so live it / or you’re better off dead» (Passenger, Life’s for the living, 2012)[3].

Este dinamismo vital del que venimos hablando no es un movimiento loco, descontrolado, explosivo e instantáneo, como el de un taco de dinamita que estalla en la mina. La vida guarda dentro de sí su propio código o DNA que determina cómo actuar, crecer y reproducirse. A esto se llama “principio vital” del automovimiento. Uno ha recibido de sus padres la hoja de ruta. «God sent an angel to help you out. / He gave you direction, / showed you how to read a map / with a long journey ahead (…) Life is worth living, so live another day», canta Justin Bieber (Life is worth living, 2015)[4].

Las formas más básicas de vida tienen cuatro etapas: nacen, crecen, se reproducen y mueren. La vida produce vida. No sé qué fue primero, si el huevo o la gallina, pero sea lo que fuere, si alguno de ellos está vivo, está destinado a producir más vida. Aunque los cementerios registren miles de muertos, la vida subsiste si los seres comparten su principio vital. «Don’t you cry for the lost: / smile for the living / get what you need and give what you’re given» (Passenger, Life’s for the living, 2012)[5]. Lo más vivo, más vida puede compartir. ¿Qué es lo más vivo? Veámoslo ahora.

Dos tipos de vida

La vida corporal es lo más evidente a los ojos humanos. El perro se mueve como perro y el topo como topo. Al gato no se le ocurre ladrar, ni al elefante cavar y vivir bajo la tierra. Cada uno posee su naturaleza y su principio vital: el burro no vuela, ni la ballena trepa montañas. Podemos violar la ley de tránsito, pero no la ley de la gravedad, ni las demás leyes de la naturaleza. Según los griegos, el ser humano es un animal racional. Por tanto, en lo que se refiere a la parte animal también estamos sometidos forzosamente a esas leyes del universo. Desde este punto de vista, cabe decir con Pablo Alborán que «solo hay que vivir» y que «la vida sigue sin mi permiso» (Vivir, 2017). Julio Iglesias también lo canta: «unos que nacen otros morirán, / unos que ríen otros llorarán; / aguas sin cauces ríos sin mar, / penas y glorias guerras y paz (…) Al final (…) La vida sigue igual» (La vida sigue igual, 1969).

La vida del cuerpo es sumamente limitada. «Este bicho es un abismo. / Se me cansa el cuerpo, / se me parte el alma y a llorar» (Rozalén con Estopa, Vivir, 2018). El cuerpo se gasta, es efímero. Los elefantes y los tiburones tienen contados sus días en sus propias mandíbulas. El día que pierdan la última fila de molares no tendrán como nutrirse y morirán. Las energías musculares son limitadas y los órganos internos también cumplen su ciclo. Yahir bien puede cantar «viviré hasta agotar el instinto, / viviré hasta quedarme vacío» (Viviré, 2009).

A diferencia de los animales, la persona no está absolutamente arrastrada por sus instintos. Nuestra vida es más rica. «Soy timonel de mi propio barco, solo hay que vivir» (Pablo Alborán, Vivir, 2017). Nosotros podemos disponer de nuestra existencia, de lo que hacemos y de nuestro tiempo. «Mi corazón nunca estará en el calendario» (Pablo Alborán, Vivir, 2017). Hay algo en nosotros que no está sometido a la normativa cósmica.

La vida del espíritu es mucho más profunda, rica y duradera. Homero murió en el siglo VIII a.C. pero sus poemas épicos (la Ilíada y la Odisea) subsisten hasta nuestros días. Esta vida es libre y creadora, innovación constante que supera con mucho la cadente repetitividad del ciclo cósmico. La persona no se satisface con moldes prefabricados para ella. Por eso resulta legítima la queja: «déjame vivir libre como las palomas (…). Déjame vivir / libre pero a mi manera / y volver a respirar / de ese aire que me vuelve a la vida» (Jarabe De Palo, Déjame vivir, 2008). Esta vida no se deja arrasar por las pasiones, sino que es capaz de soñar y de ir tras el amor por una decisión libre y consciente. «Waking up knowing there’s a reason / all my dreams come alive. / Life is for living with You. / I’ve made my decision» (Hillsong Young & Free, This is living, 2015)[6].

Entre las palabras que más repetidas en las canciones sobre la vida aparecen tres entre los primeros puestos: “love”, “querer” y “amor”. Y esto es algo muy característico de la vida humana. La vida espiritual sobre todo consiste en amar. Aquí el cantante más explícito sobre esta relación de igualdad entre vida y amor es Ed Sheeran: «I hope that I see the world as you did ‘cause I know / a life with love is a life that’s been lived» (Ed Sheeran, Supermarket flowers, 2017)[7]. ¡Siempre se puede crecer en el amor! El espíritu siempre puede dar más, es una cantera inagotable. De hecho, quien da más, crece más. Ese es el truco del crecimiento espiritual: darse. «I’m living, I’m living / I’m giving, whoa whoa oh whoa oh ay ay (…) I’m living, for the sick and the poor, / the hungry and the shelterless, sleeping on the floor. / I’m giving, all I’ve got and more» (Sizzla, I’m living, 2015)[8]. Al final del camino vida, donación y crecimiento convergen en la persona[9].

En el arte, la literatura y la música aparece claro que se puede estar vivo de cuerpo y muerto de alma. Por eso a veces es necesario «recalcar que estoy vivo / en medio de tantos muertos» (Mercedes Sosa–Víctor Heredia escritor, Razón de vivir, 1985). Pero, ¿cómo se muere espiritualmente? ¿Cómo podría darse eso si el alma subsiste después de fallecido el cuerpo? En rigor, el alma no puede morir: es subsistente. Nuestras manos solo pueden destrozar cosas materiales, no las inmateriales[10]. El alma no puede morir, pero sí puede perder el dinamismo propio de su vida. Ella queda herida de muerte cuando deja de realizar sus operaciones: cuando deja de entender, de contemplar o de querer. «Sin amor no soy feliz», canta Yahir en su canción sobre la vida (Viviré, 2009). Muchísimas otras canciones repiten la frase «baby, I love you, can’t live without you» (v.gr., Dierks Bentley, Living, 2018)[11]. No se puede vivir sin amor. Y como esta vida enriquecida es lo que realmente importa, los cantantes bien pueden afirmar que al perder el amor, se pierde todo. «Cuando te fuiste de aquí / todo perdí», dice Carlos Rivera para luego suplicar: «vuelve ya por mí / que no sé vivir / sin ti» (No sé vivir, 2013).

Estamos ante dos vidas distintas, en cierta medida autónomas (cada una con su propio principio vital), pero no independientes. Ello por dos razones: porque la disposición del cuerpo hace que el alma funcione adecuadamente y porque el alma es el principio vital del cuerpo[12]. Si el cuerpo muere, el ser humano queda incompleto, “funcionando a medias”. Si muere el alma, la persona vive como un zombi, como una fiera en el cuerpo de quien tuvo inteligencia y que ahora solo desea satisfacer sus instintos. Si el principio vital del cuerpo está herido, el cuerpo camina medio muerto: «la vida debe continuar / pero sin ti / todo se quedó por la mitad, / a medio vivir / a medio sentir», se oye en una canción de tristes notas (Ricky Martin, A medio vivir, 1995).

¿Qué hacer cuando se apaga la vida del alma? Primero, intentar sobrevivir. I will survive (1978) grita Gloria Gaynor, llena de coraje y esperanza. Se puede aprender de los errores. «At first I was afraid, I was petrified, / kept thinking I could never live without you by my side. / But then I spent so many nights thinking how you did me wrong / and I grew strong, / and I learned how to get along» (I will survive, 1978)[13]. Pero los deseos no bastan, hay que hacer algo más. Quizás haya que mendigar un poco de amor, como lo hacen muchos. En realidad, lo que más conviene hacer es dar amor (recuérdese: vida, dar y crecer se identifican en la persona). La muerte del alma es falta de dinamismo, falta de autodonación (recuérdese también que esta vida es inagotable: el espíritu es un pozo del que siempre se puede sacar agua). Una vez más la preclara Gloria Gaynor nos muestra la salida: «Oh no, not I. I will survive! / Oh, as long as I know how to love, I know I’ll stay alive. / I’ve got all my life to live» (Gloria Gaynor, I will survive, 1978)[14]. Quien pone amor, cosecha amor. Solo el amor hace renacer y nos fortalece. Esto no aparece solo en los libros sagrados, sino hasta en Madonna: «first you love me and I let you in, / made me feel like I was born again / you empowered me, you made me strong» (Madonna, Living for love, 2015)[15].

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] Aristóteles, De anima, 413a 25.

[2] Sobre las características de la vida, cfr. Yepes & Aranguren 2001, p. 21.

[3] «La vida es para los vivos, así que vívela / o estás mejor muerto».

[4] «Dios envió un ángel para ayudarte. / Te dio la dirección, / te enseñó a leer un mapa / con un largo viaje por delante (…) Vale la pena vivir la vida, así que vive otro día».

[5] «No llores por los perdidos: / sonríe por los vivos / obtén lo que necesitas y da lo que te dan».

[6] «Despertar sabiendo que hay una razón / todos mis sueños se hacen realidad. / La vida es para vivirla contigo. / He tomado una decisión».

[7] «Espero ver el mundo como tú lo hiciste porque sé que / una vida con amor es una vida que se ha vivido».

[8] «Estoy viviendo, estoy viviendo / estoy dando, whoa whoa oh whoa oh ay ay ay. (…) Estoy viviendo, para los enfermos y los pobres, / los hambrientos y los desamparados, durmiendo en el suelo. / Estoy dando, todo lo que tengo y más».

[9] La frase desarrolla los radicales polianos (los “trascendentales” de la persona desarrollados por Leonardo Polo).

[10] Para que el alma muera debería darse un aniquilamiento de su existir, cosa que —según la filosofía clásica— solo puede hacerlo Dios, quien sustenta el existir de todo ser material e inmaterial.

[11] «Cariño, te amo, no puedo vivir sin ti».

[12] La fórmula aristotélica clásica dice que el alma es “la forma” del cuerpo, lo que lo informa y da vida. La muerte justamente es la pérdida de este principio vital.

[13] «Al principio tenía miedo, estaba petrificado, / seguía pensando que nunca podría vivir sin ti a mi lado. / Pero luego pasé tantas noches pensando en cómo me hiciste mal / y me hice fuerte, / y aprendí a llevarme bien».

[14] «Oh no, yo no. ¡Sobreviviré! / Oh, mientras sepa amar, sé que seguiré vivo. / Tengo toda mi vida para vivir».

[15] «Primero me amas y te dejé entrar, / me hiciste sentir como si hubiera nacido de nuevo / me empoderaste, me hiciste fuerte».

Filosofía de la naturaleza: (III) Deberes ecológicos


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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Muchas canciones se han compuesto en las últimas décadas para protestar contra los desastres ambientales. En ellas hay una cosmovisión y una filosofía moral de fondo que vale la pena analizar despacio, según lo hacemos en este capítulo..

Deberes relacionados con la naturaleza

En la música pop se detecta una especial sensibilidad por los deberes religiosos, éticos y jurídicos que los seres humanos tenemos frente a la naturaleza. Intentaré describirlos a continuación.

Al menos en la música, la naturaleza se recibe como algo superior e inmerecido. Ya hemos hablado de la superioridad de la naturaleza. Es un don demasiado grande como para ser merecido. Calle 13 lo deja muy claro: «tú no puedes comprar al viento, / tú no puedes comprar al sol, / tú no puedes comprar la lluvia, / tú no puedes comprar el calor, / tú no puedes comprar las nubes, / tú no puedes comprar los colores» (Calle 13, Latinoamérica, 2010). ¡Si estamos aquí es por gracia divina! Cada uno puede decir, junto a Jorge Drexler, que simplemente «me han dado alojamiento / en el más antiguo de los viveros» (Tres mil millones de latidos, 2010). La pregunta aquí es ¿quién nos ha dado alojamiento? Tres respuestas pueden darse: la madre naturaleza, su Creador o ambos. En todo caso, la respuesta reclama el infinito y la divinidad. O la naturaleza es infinita —y, por tanto, tiene rasgos divinos— según creen ciertas tribus y científicos, o el Creador de la naturaleza es infinito y divino[1]. En uno y otro caso, quien recibe un regalo contrae un deber de gratitud para con el donante. Este deber de gratitud incluye muchas cosas: primero la responsabilidad de cuidar lo regalado, luego un cierto deber de reciprocidad, y, sobre todo un deber de aprecio al donante o un deber de “amor”. Tales deberes están presentes en la canción que dice: «la tierra tiene fiebre necesita medicina / y poquito de amor que le cure la penita que tiene. / Aah-aah» (Bebe, Ska de la Tierra, 2004). El peor pecado aquí es destrozar el regalo frente a quien nos lo dio: «Death of Mother Earth, / never a rebirth. / Evolution’s end, / never will it mend, / never» (Metálica, Blackened, 1988)[2]. Además vale considerar que mayor deber de gratitud tiene quien ha merecido recibido regalos más valiosos. Si lo recibido es superior a lo humano (superior al menos en términos corpóreos), a Dios y a la naturaleza se le debe todo (al menos en lo que se refiere al cuerpo). Así, pues, los deberes ecológicos son primera y fundamentalmente de orden religioso, aunque después presenten una dimensión ética y jurídica.

Hablemos ahora de los deberes éticos. Concebimos aquí la ética en términos aristotélicos, como la ciencia de la vida feliz. Desde esta perspectiva las normas éticas no son una imposición social, ni divina; cada postulado ético solo encuentra su razón de ser si procura una mayor felicidad o una “vida realizada”. Los deberes ecológicos han de fundamentarse en esta búsqueda de la felicidad. Y es aquí Michael Jackson quien da en el clavo cuando pide: «heal the world, / make it a better place / for you and for me, and the entire human race. / There are people dying. / If you care enough for the living… / Make a better place for you and for me» (Heal the world, 1991)[3]. Hay que hacer de este planeta un mejor lugar «para ti y para mí, y para la entera raza humana». Creo yo que esta es la frase que mejor compendia la ética ambientalista. Michael Jackson es simplemente extraordinario. Quizá solo quepa matizar que los deberes éticos vienen después de los deberes religiosos, por los que primero hay que honrar al Ser superior y respetar lo que nos ha regalado.

Demos otra vuelta más a la tuerca. La ética necesita unos sujetos que sean inteligentes y libres. Quien actúa por fuerzas ciegas, por “presión irresistible” en términos leguleyos, o con desconocimiento total de las consecuencias, no es responsable éticamente. Lo mismo aplica al derecho. Pues bien, el sujeto de la ética ecológica no es —no puede ser— la naturaleza. 50.000 personas mueren al año por picadura de serpiente, 25.000 por la mordida de perros rabiosos, 10.000 por el mal de chagas, 1000 en las mandíbulas de los cocodrilos y 500 son descuartizados por las muelas de los hipopótamos. Nadie en su sano juicio podría condenar a estos animales por las muertes que han ocasionado de una forma bastante cruel. Nadie censura al león por matar con premeditación y alevosía a la gacela, o al búfalo que vio el asesinato y no hizo nada. En la selva las bestias matan cuando les viene en gana y todos sobreviven a costa del más débil; nadie busca el bien de los demás. Ello no es reprochable en el mundo animal, ni en quienes carecen de inteligencia y libertad. ¿Quién puede tachar de injusto al volcán que sumerge inmisericordiosamente a sus pobladores en un mar de lava? ¡Nadie! Ellos no son sujetos éticos, ellos no tienen una “aproximación personal” hacia lo que les rodea.

En cambio, el ser humano sí que tiene una “aproximación personal” al mundo en el que habita: es capaz de amar, de cuidar a otros por algo más que interés o instinto, y de tener responsabilidades éticas. La responsabilidad ambiental está de nuestro lado, no del lado de la naturaleza. Nosotros sí que podemos —y debemos— reconocer cuánto hemos recibido de la naturaleza, que vivimos en ella y que debemos cuidarla. Por eso Macaco bien puede cantar: «si la miras como a tu mamá / quizás nos cambie la mirada / y actuemos como el que defiende a los tuyos» (Mama Tierra, 2006). Los deberes éticos son fundamentalmente con nosotros mismos que buscamos una vida feliz, y con quienes convivimos. Con nosotros mismos porque, como decía Queen, «oh, oh, people of the Earth / listen to the warning, —the prophet he said—: / for soon the cold of night will fall / summoned by your own hand”» (Queen, The prophets song, 1975)[4]. Y con los demás: en el fondo estamos ante un deber de amor al prójimo. «Then it feels that always / love’s enough for us growing. / Make a better world» (Michael Jackson, Heal the World, 1991)[5].

Al último están los deberes jurídicos, aquellos que se pueden exigir a otro ser libre en sociedad. Aquí encontramos una prohibición y un deber de colaboración. Respecto a la prohibición, en la música pop aparece claro que nadie puede reclamar la naturaleza con exclusividad. «El agua es de todos, no del mejor postor» (Aterciopelados, Agua, 2010). «Sólo quiero que tú comprendas que no somos dueños de la mar ni del planeta» (Carmen Doora, Eco, 2016). «No puedes comprar el sol, / no puedes comprar la lluvia (…). No puedes comprar mi vida (vamos caminando). / La tierra no se vende» (Calle 13, Latinoamérica, 2010). Por eso no se ahorran críticas a quienes buscan apoderarse del medio ambiente o lo usan con exclusividad para sus propios intereses, sin importarles los demás. «Te crees señor de todo territorio / la tierra solo quieres poseer», critica Pocahontas al invasor (Alan Menken, Colores en el viento, 1995). También se reprocha a los «hunters of land, hunters of sea / exploit anything for money» (Pearl Jam, Whale Song, 2003)[6]. Los artistas ven muy mal a quien daña la naturaleza por acumular unas cuantas monedas. Joaquín Sabina, por ejemplo canta: «y, en el coro de Babel / desafina un español; / no hay más ley que la ley del tesoro / en las minas del rey Salomón (…) ¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?» (Peces de ciudad, 2002).

En materia ecológica hoy existen toneladas de leyes que regulan con minucia lo que cada uno debe hacer en los más variados temas ambientales. Todos tenemos un deber de colaborar en mantener saludable la naturaleza porque todos compartimos el mismo espacio vital. «Cabalgo con mis hermanos, / nos guía el valor, / en una manada infinita / juntos al universo aullar, / al universo aullar» (Nunatak, Susurro en el viento, 2018). Dañar este espacio vital es dañar la unidad ecológica y humana, lo que al final del camino representa un atentado contra todo género de vida, incluida la humana. «Hermanos son el río y la lluvia, / amigos somos todos como ves; / vivimos muy felices tan unidos / en un ciclo fraternal que eterno es» (Alan Menken, “Pocahontas”, Colores en el viento, 1995).

Estamos de paso

Es evidente que aquí estamos de paso. «Estoy aquí de paso, / yo soy un pasajero, / no quiero llevarme nada, / ni usar el mundo de cenicero», dice Jorge Drexler (Tres mil millones de latidos, 2010). Tenemos ojos para ver a nuestros hijos y tenemos inteligencia para saber que después vendrán muchos más. Hay que mirar hacia adelante. «Think about um, the generations / and ah, say we want to make it a better place for our children» (Michael Jackson, Heal the world, 1991)[7]. Debemos dejar una buena herencia, un hogar saludable a los que vengan. Otra cosa nos avergonzaría. «Con alma y vida yo defiendo tú jardín… / Te agradezco, / aunque me voy / avergonzado por ser parte de la especie» (Bersuit, Madre hay una sola, 2005).

Una vez más quiero volver a la canción de Jorge Drexler, una de mis favoritas en este tema. En un momento dado en ella se escucha que «estoy aquí sin nombre / y sin saber mi paradero» (Tres mil millones de latidos, 2010). Ello es muy profundo y tiene ecos apocalípticos. En efecto, nos esperan en otro hogar que no conocemos, en unos “nuevos cielos” y una “nueva tierra” donde recibiremos nuestro verdadero nombre en una piedrecita blanca, según lo ofrece el autor del libro de las revelaciones[8]. Pero eso será… ¡al final de los tiempos! Tiempo y espacio se entrelazan, naturaleza y vida también. Esta bella Tierra pasará. «Si quisiera regresar / ya no sabría hacia dónde. / Pregunto al jardinero y el jardinero / no me responde» (ibid.). Hay que mirar hacia adelante, pues «yo estoy aquí de paso» (ibid.).

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] La respuesta de un origen alienígena es solo patear la pregunta más atrás: ¿quién creó a los seres alienígenas?

[2] «Muerte de la Madre Tierra, / nunca habrá renacimiento. / El fin de la evolución, / nunca se arreglará, / nunca».

[3] «Sana el mundo, / hazlo un lugar mejor / para ti y para mí, y para toda la raza humana. / Hay gente muriendo. / Si te preocupas lo suficiente por los vivos… / Haz un lugar mejor para ti y para mí».

[4] «Oh, oh, gente de la tierra / escuchen la advertencia, —dijo el profeta—: / porque pronto caerá el frío de la noche / convocado por tu propia mano».

[5] «Entonces siente que siempre / el amor es suficiente para que crezcamos. / Hacer un mundo mejor».

[6] «Cazadores de tierra, cazadores de mar / explotan cualquier cosa por dinero».

[7] «Piensa en ellos, en las generaciones / y ah, digamos que queremos que sea un lugar mejor para nuestros hijos».

[8] “A los que salgan vencedores les daré a comer del maná que está escondido; y les daré también una piedra blanca, en la que está escrito un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe” (Ap II, 17).

Filosofía de la naturaleza: (II) La madre tierra


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

Para referirse a la naturaleza los mayas utilizaron el término “Akna” que significa “nuestra madre”, de modo semejante a cómo los nativos de Hawai la llamaban “Papa”, los Huicholes (o Wixarika) de México “Tatéi Yurianaka”, y las culturas autóctonas andinas “Pacha mama”. Al otro lado del mundo, los indígenas de Sikkim (India) también han adorado a “Nozyongnyu”, la madre creadora, y para los maorís de Nueva Zelanda el vientre materno y el vientre de la tierra son considerados “casa de la humanidad”. Tal como esos pueblos, muchos filósofos, científicos y artistas han teorizado sobre ella, según veremos aquí.

La madre tierra

Sin duda hay algo divino en la naturaleza. Es demasiado grande, demasiado bella; tiene un poder trillones de veces superior al poder físico humano; la naturaleza siempre nos puede enseñar más, aún hay demasiadas cosas desconocidas en ella; tiene una organización tan extremadamente cuidada, tanto en los astros del espacio sideral como en los más diminutos elementos microscópicos, con una novedad tan extraordinaria que causa siempre la fascinación de sus espectadores. Demos al menos un dato del macrocosmos para mostrar de qué estamos hablando. El universo tiene unas big strings, las grandes constantes cósmicas, que son exactamente las necesarias para que pueda existir la vida. Todo indica que alguien diseñó todo para que en algún momento ella pudiera existir. Si en un inicio hubiera habido solo un poco más de energía o de materia en el universo, de la explosión del Big Bang hubiera resultado un confeti cósmico de energía que continuamente se expandiría sin fuerza para formar estrellas, planetas o astros. Por el contrario, si hubiera habido solo un poco menos de energía o de materia, la gravedad enseguida hubiera causado un massive crunch. El físico Michael Turner observó que el grado de precisión que existió en un primer momento para que luego pudiera existir nuestro planeta, es el necesario para «lanzar un dardo a través de todo el universo y dar en el otro lado a una diana de un milímetro de diámetro»[1]. Tal parece que no todo es casualidad o golpe de suerte. Diseñar algo así requiere la intervención de una inteligencia sobrehumana.

Por otro lado, es simplemente imposible que exista la naturaleza sin el infinito. Muchos han intentado explicar el origen de la naturaleza y de la vida. Quienes niegan la existencia de Dios dicen que el cosmos es infinito. Al hacerlo, no se percatan que aquí abajo «todo pasa y todo queda», según canta Juan Manuel Serrat (Cantares, 1996). «Todo pasa», porque el movimiento de este universo es continuo y el conjunto de sus cambios exige una primera causa que no sea cambio, ese “primer motor inmóvil” del que hablaba Aristóteles. En estricto sentido, nada es causa del propio existir. A la vez, «todo queda»: que el cosmos exista y se mantenga existiendo, que la masa y las big strings del universo se mantengan en el ser, exige un sustentador del ser, aquel al que todos llaman “Creador”.

Diversos pueblos indígenas del norte y del sur, del este y del oeste, del presente y del pasado, llaman a la naturaleza “Madre tierra”, y con frecuencia la deifican rindiéndole culto. Los museos conservan muchas estatuas del mundo antiguo dedicadas a la diosa de la fertilidad. Para referirse a la naturaleza los mayas utilizaron el término “Akna” que significa “nuestra madre”, de modo semejante a cómo los nativos de Hawai la llamaban “Papa”, los Huicholes (o Wixarika) de México “Tatéi Yurianaka”, y las culturas autóctonas andinas “Pacha mama”. Al otro lado del mundo, los indígenas de Sikkim (India) también han adorado a “Nozyongnyu”, la madre creadora, y para los maorís de Nueva Zelanda el vientre materno y el vientre de la tierra son considerados “casa de la humanidad”. Al parecer, todos se han percatado de que la naturaleza muestra poderes sobrehumanos, de que nos supera en muchos sentidos y “está viva”. «Toda roca, planta o criatura / viva está, / tiene alma / es un ser», canta Pocahontas (Alan Menken, Colores en el viento, 1995). Por estos poderes sobrehumanos resultó fácil a muchos pueblos endiosarla, tal como hoy algunos científicos ateos lo hacen creyéndola infinita.

En general, hoy se ha dejado de considerar a la naturaleza como un ser divino o absolutamente infinito. Los físicos han calculado el espacio, la masa y las medidas del universo, el tiempo que tiene de vida y el posible año de su extinción. La Tierra tiene sus días contados. Hoy lo más común es que se considere a la naturaleza como algo creado. Puesto en términos aristotélicos, ella sería fruto de un primer motor que mueve sin ser movido, de una energía infinita estable, de un ser Omnipotente inmutable capaz de darle el ser y de sustentarlo: solo un dios podría conferir esos poderes y esa belleza exuberante que la naturaleza posee de forma magnánima y dinámica.

A la naturaleza suele vérsela como algo sagrado. Al menos yo no guardo dudas de ello. «Yo te agradezco / porque aquí estoy; / vos sos mi única madre / con alma y vida hoy venero tu jardín…», canta Bersuit a la naturaleza (Madre hay una sola, 2005). Ella merece un gran respeto. Como vimos, muchas tribus la han endiosado, y alguna verdad se puede extraer de ello, no porque la naturaleza sea increada o infinita, sino que es sagrada por su origen y destinación. “Sagrado” es aquello que guarda alguna relación íntima con Dios o está destinado a Él. Así, por ejemplo, se dice que un templo, un sacerdote o un sacrificio son sagrados porque ellos están destinados al servicio divino. De igual modo, la naturaleza es sagrada porque es regalo divino, altar y ofrenda grata. Ella es el primer gran regalo que toda criatura terrenal ha recibido del Creador. Ella es el altar que tenemos para ofrecer nuestro sacrificio a Dios. Y ella misma es ofrenda agradable al Altísimo cuando le ofrecemos a él todo lo que somos y poseemos, toda vida, todo fruto, todo cuanto pulula sobre la faz de la tierra.

Somos cosmos, estamos en el cosmos y somos libres en él

Somos cosmos. En uno de los escritos más antiguos de la Tierra se lee: «con el sudor de tu rostro comerás pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3, 19). La sabiduría bíblica es muy profunda. Venimos del polvo, vivimos en el polvo, y al polvo volveremos. Carl Sagan decía que somos «polvo de estrellas». Cada una de nuestras células contiene una minúscula parte de esas grandiosas estrellas que se han enfriado durante billones de años. Y hoy «soy un pedazo de tierra que vale la pena», según canta Calle 13 (Latinoamérica, 2010).

Somos cosmos y estamos inmersos en él. «El mar me contiene, la espuma me besa» (Aterciopelados, Agua, 2010). El sol nos baña, el viento nos refresca, y nuestra sombra nos persigue. Aunque lo quisiéramos, no podríamos deshacernos de ella. «Cando penso que te fuches / negra sombra que me asombras / ó pé dos meus cabezales / tornas facéndome mofa», escribía Rosalía de Castro en gallego a finales del siglo XIX (Negra Sombra, entre 1890 y 1892, interpretado por Luz Casal y Carlos Núñez, Negra sombra, 1996)[2]. El poema termina con estas palabras: «en todo estás e ti es todo/ para min i en min mesma moras / nin me deixarás ti nunca»[3]. Así como la sombra nos sigue dondequiera que vayamos, también la naturaleza está presente en cada paso que damos en esta tierra. Ella es la «que nos aguanta y nos vio crecer» (Macaco, Mama Tierra, 2006). Ella acompaña cada evento de nuestra vida, sea triste o alegre. «And the songbirds are singing, / like they know the score, / and I love you, I love you, I love you / like never before» (Fleetwood Mac, Songbird, 1977)[4].

Pero el gran Dios ha soplado sobre nosotros y nos ha dado su aliento. Nuestros primeros padres bien pudieron cantar: «lleno mi pecho por primera vez con libertad, / hoy formo parte de algo más, vuelvo a mi hogar» (Nunatak, Susurro en el viento, 2018). Creados a imagen divina, tenemos razón y libertad, podemos comprender dónde estamos y atisbar el sentido de nuestro existir. Ya hablaremos más adelante de la diferencia entre casa y hogar. Aquí solo adelantaré la tesis poliana de que los seres humanos no solo “están” en un lugar, sino que “lo habitan” con su libertad, transformándolo, volviéndolo suyo, acomodándolo a sus necesidades, gustos estéticos y caprichos. Todo el sistema solar es “nuestro hogar”, y lo es en un sentido mucho más profundo que el de un nido, madriguera, hormiguero, hoyo, o casa de cualquier animal. El ser humano le dota de un sentido personal al lugar donde mora. La canción de Nacho Vegas es testimonio de ello: «mientras en el norte te encuentres tú / y al oeste nos quede Nueva York. / Mientras se pueda tejer y tejer / o se pueda llorar en un solo rincón. (…) no, no, yo no me voy a Marte / mientras quede amor en la Tierra» (No me voy a Marte, 2020).

Estamos en el cosmos y aquí somos libres, aquí es donde podemos ejercer nuestra libertad. Si esto es posible y cierto, entonces ha de entenderse al cosmos como un espacio de libertad. Digo “un espacio” porque podría haber varios. A la vez, es evidente que el cosmos nos impone sus límites. «We move like caged tigers. / Oh, we couldn’t get closer than this» (The Cure, The Lovecats, 1983)[5]. Podemos saltarnos las leyes de tránsito, pero no la ley de la gravedad. «You can try / but it is useless to ask why/ cannot control her own. She goes her own way. She rules until the end of time» (Within Temptation, Mother Earth, 2000)[6]. La cuestión tiene un segundo ángulo muy interesante. La naturaleza nos impone sus límites porque ella misma es limitada. ¡Es evidente que no es infinita! Cada vida, cada ecosistema y cada astro tienen unas dimensiones determinadas y un tiempo limitado. La libertad terrestre está limitada. Ella solo puede crecer indefinidamente a la sombra de un Ser infinito.

La pérdida de lo bello

La pérdida de lo bello, de lo propio y de lo querido siempre causa pena en quien la padece. Quejidos como el de Simón Díaz son frecuentes en la música: «Se me aprieta el corazón… / no ver más… tu amanecer… / ni al cimarrón, ni la mata, / ni la garza que levanta…» (Simón Díaz, Sabana, 1974). Estas quejas por el deterioro ambiental no son para nada nuevas. Los anales de la historia recogen numerosas prohibiciones impuestas siglos atrás para evitarlo. Recuérdense, por ejemplo, las normas del siglo XVII que castigaban a quienes talaban el manglar guayaquileño con cincuenta azotes que debían darse en medio de la plaza mayor, para, entre otras cosas, aleccionar al pueblo sobre la maldad de tales actos. Daños ambientales han existido siempre y protestas también. Lo nuevo hoy es que tales daños han adquirido dimensiones globales.

Existen muchas canciones que lamentan la destrucción de las especies. La muerte de algún gran héroe de la vida es una espléndida ocasión para componerlas. Una de ellas es Mi amigo felix (1980). La escuché cientos de veces durante mi niñez porque fue incluida en la película “Las aventuras de Enrique y Ana” (1981) y a mis padres les gustaba mucho. Se compuso en homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente, quien dedicó su vida a luchar por la fauna del planeta. La sencilla letra comienza con el dato de que «esta mañana está más triste el sol»; la noticia corre de boca en boca, de un animal a otro, para finalizar con la inocente petición: «amigo Félix / cuando llegues al cielo, / amigo Félix, hazme solo un favor: / quiero ir contigo / a jugar un ratito / con el osito / de la Osa Mayor». Otro ejemplo es Cuando los ángeles lloran de Maná (Fher OIvera, 1995), un homenaje musical a Cico Mendes, quien después de dedicar sus mejores años a evitar la extracción masiva de madera y la destrucción de la selva amazónica para la expansión de pastizales, fue nefastamente asesinado en la puerta de su casa en 1988. «A Chico Mendes lo mataron. / Era un defensor y un ángel / de toda la Amazonía. / Él murió a sangre fría. / Lo sabía Collor de Melo / y también la policía (…). Un ángel cayó, / un ángel murió, / un ángel se fue / y no volverá», dice la canción.

A veces la ocasión de la queja es alguna catástrofe. Mago de Oz compuso La costa del silencio (Txus di Fellatio, 2004) para protestar contra el naufragio del buque petrolero Prestige, cargado con unas 80.000 toneladas de crudo, que se derramaron ocasionado la muerte de más de 230.000 aves[7], y de innumerables mamíferos y peces marinos. El evento, que pudo evitarse, sucedió el 19 de noviembre de 2002 frente a las costas de Galicia. «El mar escupía un lamento / tan tenue que nadie lo oyó. / Era un dolor de tan adentro / que toda la costa murió (…). Y una gaviota cuentan que decidió / en acto suicida inmolarse en el sol». Lo triste es que «(…) la ambición y el poder (…) germina en la tierra / que agoniza por interés».

Otras veces los compositores prefieren centrarse en una temática determinada. Es el caso de la canción de Julián Hernández y Javier Soto (banda Siniestro Total), Alégrame el día (1988), alineada con el movimiento antitaurino. La letra festeja la muerte del torero. «Si las vacas enviudan a las cinco / tú morirás a media tarde / te vestiré de sangre y oro / sin rabo y sin orejas arderás / en la plaza que arde». Es obvio que por salvar al toro no cabe matar al torero. Aunque ambas son vidas, la humana lo es por doble título (vida corporal y vida espiritual). El texto de la letra ha de tomarse como un “grito de guerra” proferido en lenguaje de protesta, más que como una incitación a delinquir.

Sin embargo, lo más común en la música ecológica es escuchar quejas genéricas contra el daño ambiental. Desde los setenta ha ido tomando cuerpo este nuevo género musical. De esos años tenemos, por ejemplo, la canción de Joni Mitchell, que acusa a los poderosos porque «they paved paradise and put up a parking lot» (Big yellow taxi, 1970)[8], o la del cantautor brasileño Roberto Carlos, que dice: «yo quisiera no ver tantas nubes oscuras arriba. / Navegar sin hallar tantas manchas de aceite en los mares / y ballenas desapareciendo por falta de escrúpulos comerciales (…). Yo quisiera no ver tanto verde en la tierra muriendo / y en las aguas del río los peces desapareciendo» (El progreso, 1977). A inicios de los ochenta tenemos la canción Earth song (1982), donde Michael Jackson se cuestiona: «What about sunrise? / What about rain? (…) What about flowering fields? / Is there a time? (…) Did you ever stop to notice / this crying Earth, these weeping shores?»[9]. La protesta genérica no ha cesado en el siglo XXI. En la primera década, por ejemplo, sonó en la radio: «y es que no hay respeto por el aire limpio; / y es que no hay respeto por los pajarillos; / y es que no hay respeto por la tierra que pisamos; / y es que no hay respeto ni por los hermanos» (Bebe, Ska de la Tierra, 2004), así como la denuncia de Bersuit: «se ven las marcas de la muerte / por las ventanas del avión / el progreso fue un fracaso / fue un suicidio» (Bersuit, Madre hay una sola, 2005).

Para expresar su pena por el daño ambiental, los autores suelen recurrir a la retórica de la contradicción y de la comparación. Joaquín Sabina es un experto de la contradicción. Después de presentar un collage de ideas apenas esbozadas, sin conclusión alguna, recita: «las sirenas de los petroleros / no dejan reír ni volar», «desafiando el oleaje sin timón ni timonel», y habla de una lamentable «playa sin mar» en Peces de ciudad (2002). Vicentico, en cambio, compara el presente con el pasado —recurso clásico en la poesía ecológica— cuando canta: «en otro tiempo / y en este mismo lugar / había un río de verdad (…). Tenía piedras / tantos colores que mirar (…) ¿Dónde fue el río aquel / que hoy no puedo encontrar?» (La deuda, 2006). La técnica de la comparación surte bien sus efectos dramáticos, atizando la nostalgia de unos años dorados que ya no volverán. También Maná la usa en una de sus canciones: «cuenta el abuelo que de niño él jugó / entre árboles y risas, y alcatraces de color; / recuerda un río transparente y sin olor / donde abundaban peces, no sufrían ni un dolor». A continuación la canción pone el contraste: «se está pudriendo el mundo (…) la tierra está a punto de partirse en dos / el cielo ya se ha roto, ya se ha roto el llanto gris», para finalmente preguntarse: «¿Dónde diablos jugarán / los pobres niños? / ¡Ay ay ay! / ¿En dónde jugarán?» (Dónde jugarán los niños, 1992).

“Todo pasado fue mejor”, recita un dicho popular. Aunque objetivamente esto no siempre sea cierto, subjetivamente podría serlo: las penas pasadas ya no se viven a flor de piel, pues lo pasado pasado está. En la memoria las penas son más sufribles que sobre la piel; con el paso del tiempo la razón suele encontrar más explicaciones, más datos o más sentido a lo vivido, muchos detalles se olvidan y todo suele estar cubierto con un cierto sabor a melancolía. En temas ambientales el dicho popular tampoco resulta apodíctico. Nadie desearía volver al Cretáceo, a aquel momento en se extinguieron más de la mitad de las especies del planeta, incluidos los dinosaurios. Según la tesis más plausible, tal desaparición se debió a un enorme asteroide de unos 11 kilómetros de diámetro que impactó en la península de Yucatán hace 66 millones de años, creando una explosión semejante a la de mil millones de bombas atómicas. Poco tiempo después de ese catastrófico evento floreció de nuevo la vida y aparecieron entonces nada menos que los mamíferos; y tras un largo período de evolución, hoy contamos con más especies que nunca en el planeta. ¿Volver atrás? No lo sé, no sé a qué fecha. Lo que es cierto es que hemos de procurar proteger y, si es posible, rescatar todo lo bueno que alguna vez existió en la vida vegetal, en la vida animal, y en nuestra propia vida. Esta es la aspiración de muchos cantantes. «Ven, quiero oír tu voz, / y, si aún nos queda amor, / impidamos que esto muera. / Ven, pues en tu interior / está la solución, / de salvar lo bello que queda» (Txus di Fellatio, La costa del silencio, 2004).

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] En Schroeder, 1997, p. 5.

[2] «Cuando creo que te has ido / sombra negra que me asombra / al pie de mi cabeza / vuelve burlándome de mí».

[3] «En todo eres y eres todo / para mí y en mí moras / ni me dejarás jamás».

[4] «Y los pájaros cantores están cantando, / como si supieran la partitura, / y te amo, te amo, te amo / como nunca antes».

[5] «Nos movemos como tigres enjaulados. / Oh, no podríamos acercarnos más que esto».

[6] «Puedes intentarlo / pero es inútil preguntar por qué / no puedo controlar el suyo. Ella sigue su propio camino. Ella gobierna hasta el fin de los tiempos».

[7] SEO/Birdlife estima que en ese accidente pudieron morir, de forma directa, unas 230.000 aves, cifra que la Fundación Barrié de la Maza elevó hasta las 300.000.

[8] «Pavimentaron el paraíso y pusieron un estacionamiento».

[9] «¿Y el amanecer? / ¿Qué pasa con la lluvia? (…) ¿Y los campos de flores? / ¿Hay acaso un tiempo? (…) ¿Alguna vez te has parado a contemplar / esta Tierra que llora, estas costas que lloran?».

Filosofía de la naturaleza: (I) Fuente de inspiración


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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Es un hecho que toda la poesía se escribe mirando la naturaleza. Se menciona la Luna y el Sol, el mar y las estrellas, los animales del campo y los atardeceres… ¿Cómo se inspira el hombre en ella? Una simple pregunta a la que nos dedicamos en este capítulo, atendiendo a lo que dice la música y la filosofía.

Es un hecho que toda la poesía se escribe mirando a la naturaleza. Basta acudir, como muestra de botón, a la letra de La Luna y el toro de Joselito (1970) para percatarse de esta verdad: «la luna se está peinando, en los espejos del río / y un toro la está mirando, entre la jara escondido. (…) Y ese toro enamorado de la Luna / que abandona por las noches la manaaa (…). Los romeros de los montes le besan la frente, / las estrellas y luceros, lo bañan de plata». El mar y los ríos, la Luna, el Sol y las estrellas, la noche y el día, las nubes y el viento, la flora y la fauna son los normales motivos de los poemas. Su sola mención ya nos alegra la vida. «El Sol va saliendo, la Luna durmiendo, / los pájaros cantan, y la gente, se levanta, / recibo al astro sol, feliz de estar con vida» (Aterciopelados, Agua, 2010). La naturaleza es ciertamente fuente de luz y regocijo.

Hemos de preguntarnos, sin embargo, ¿por qué es musa inspiradora? ¿por qué es cantera de belleza? La solución puede asemejarse al agua de las cascadas que cae dando tumbos entre las rocas. Así como un abismo conduce a otro abismo, mucho más lo bello debe conducir hacia lo más bello, y lo alto hacia lo más alto. Que la naturaleza es bella, es evidente. «Ay Pachamamita, eres la cosa más bonita» cantan Aterciopelados (Agua, 2010). Es bello ver cómo el águila vuela y cómo las ballenas bucean lentas en el azul marino. «They swim, it’s really free. / It’s a beautiful thing to see, / they sing» (Pearl Jam, Whale Song, 2003)[1]. La poesía confronta y compara estos elementos bellos unos con otros. Véase, por ejemplo, cómo se asocian los elementos en esta estrofa: «cuando los ángeles lloran / es por cada árbol que muere, / cada estrella que se apaga» (Fher OIvera, Cuando los ángeles lloran, 1995).

Solo después de captar la belleza, de confrontarla y compararla, ella puede expresarse artísticamente: mirando paisajes se puede pintar el espacio natural, y viendo cómo se mueven los cuerpos celestes se pueden describir los movimientos del alma enamorada. Así Aterciopelados puede pasar fácilmente de la limpieza corporal a la limpieza anímica en su canción: «agüita dulce, agua sala’, / límpiame las penas, lava la maldad, / agua si te bebo, me limpias por dentro, / agua si me baño en ti, brillo como un rubí» (Agua, 2010). Y de la misma manera, de la libertad con que vuelan las aves se pasa a la libertad de espíritu. Estamos, entonces, ante la metáfora inglesa del «free as a bird» que aparece en un buen número de canciones. «I’m as free as a bird now» (Lynyrd Skynyrd, Free Bird, 1973)[2]. «Like a bird on the wire, / like a drunk in some old midnight choir / I have tried in my way to be free» (Leonard Cohen, Bird on the Wire, 1979)[3]. Sobre todo recuérdese aquella melancólica letra de Los Beatles que nos habla de libertad: «Blackbird singing in the dead of night / take these broken wings and learn to fly (…). All your life / you were only waiting for this moment to be free. / Blackbird fly, blackbird fly / into the light of a dark black night» (Paul McCartney–The Beatles, Blackbird, 1968)[4]. En conclusión, captando, contemplando, confrontando, comparando y expresando lo bello, la belleza crea más belleza.

A la vez, y en línea con lo anterior, la contemplación de algo bello permite alcanzar lo más bello. Las cosas más bellas sugieren la belleza infinita. La naturaleza nos invita a alzar la mirada. «Sabana…, sabana… / con tu brisa de mastranto, / tus espejos de laguna… / Centinela de palmeras / que se asoman con la luna…», canta Simón Díaz (Sabana, 1974). El bello follaje natural refleja el recóndito mundo del espíritu. Mirando a la naturaleza se pueden ver «colores en el viento descubrir», como lo dice un conocido musical de Pocahontas (Alan Menken, Colores en el viento, 1995). ¿Qué colores son estos, sino los colores del Espíritu Creador? Las mejores obras de arte delatan ellas mismas cuánto amor, tiempo y dedicación puso el autor en producirlas. Lo mismo hemos de aplicar a esta bella naturaleza creada, que expresa maravillosamente el amor del Creador por la criatura. Los teólogos afirman que Dios escribió dos libros para que le conociéramos: el libro sagrado, escrito con la tinta negra del hagiógrafo, y, el libro de la naturaleza, escrito con la tinta luminosa de la vida. Pero a la Biblia solo se puede acceder si se tiene fe; en cambio, no hace falta creer para descubrir el amor eterno reflejado en la naturaleza. «Sembla mentida / que en el seu ventre / es fes la vida», canta Joan Manuel Serrat (Plany al mar (Llanto al mar), 2004)[5].

Con lo dicho, ya se puede intuir cómo la naturaleza puede ser fuente de poesía. La respuesta ahora es sencilla: susurrando al oído, asombrando. «Hay un susurro en el viento / y una estrella me muestra el lugar», se oye en la canción de Nunatak (Susurro en el viento, 2018). La naturaleza despierta nuestros sentidos para asombrarnos con su belleza. Con su susurro nos detiene y exige que la contemplemos: «yo estoy aquí, perplejo, / no soy más que todo oídos», expresa Jorge Drexler (Tres mil millones de latidos, 2010). Insignes filósofos como Aristóteles, Heidegger y Polo han señalado que el primer paso para conocer algo en profundidad es la admiración, el asombro. Una manzana en la cabeza de Newton permitió conocer la aceleración gravitacional. Los científicos que se admiraron con los puntos negros del Sol pudieron descubrir la discontinua liberación de energía del astro y la variación térmica que periódicamente se verifica en el sistema solar. También impresiona conocer cómo millares de especies, entre las que se cuentan los búhos, los cuervos, los cisnes, las águilas calvas, los pingüinos, los lobos, el gibón y los castores, son monógamas. Casi diez mil especies son monógamas. Ello normalmente suscita admiración. Y quien se admira de la monogamia animal puede cantar con Roberto Carlos, «yo quisiera ser civilizado como los animales» (El progreso, 1977). A nadie asombra que la naturaleza cause asombro. «Sombra que sempre me asombras» escribía Rosalía de Castro en su famoso poema Negra sombra (escrito entre 1890 y 1892, interpretado por Luz Casal y Carlos Núñez en 1996). Ciertamente el susurro de la naturaleza nos permite descubrirla, el descubrimiento nos causa asombro, el asombro exige la contemplación, la contemplación madura paulatinamente, y en algún momento se cifra en poesía y se expresa en el arte. Es por este proceso intelectual que la naturaleza puede ser fuente de poesía.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «Nadan, sin obstáculos. / Es algo hermoso de ver / que cantan».

[2] «Soy tan libre como un pájaro ahora».

[3] «Como un pájaro en el alambre, / como un borracho en un viejo coro de medianoche / he intentado a mi manera ser libre».

[4] «Un mirlo cantando en la oscuridad de la noche / coge esas alas rotas y aprende a volar (…). Toda tu vida / solo estabas esperando este momento para ser libre. / Mirlo vuela, mirlo vuela / a la luz de una noche oscura y negra».

[5] «Está más allá de creer / que en el fondo [del mar] / se creó la vida».

Filosofía del amor: (V) 19 efectos últimos del amor


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Extracto del artículo El amor y sus efectos en la música pop y en la filosofía clásica

Colloquia Revista de Pensamiento y cultura, v. 7 (2020), pp. 209-245

Terminamos la filosofía del amor comentando 19 «efectos últimos» que produce amar, 19 efectos de los que habla la música pop y la Pneumatología: sabiduría, entendimiento y ciencia; consejo, fortaleza, piedad y temor; amor y fe, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad y mansedumbre, modestia, continencia y castidad. Los filósofos en este punto se han quedado un poco a la zaga de lo que los artistas han hallado. En este escrito quedarán en berlina.


En el estudio que hice de las cien canciones de amor observé que en ellas se mencionaban muchos efectos del amor que no podían encuadrarse en los efectos próximos y mediatos mencionados por el Aquinate. A decir verdad, esto en un primer momento me dejó un poco perplejo, porque parecía un tremendo descuido de la filosofía clásica. La perplejidad me duró varios días, sin encontrar respuesta válida. Después de darle muchas vueltas al asunto, y de intentar juntar cientos de fichas en varios grupos según sus coincidencias, he llegado a la conclusión que los efectos que a continuación mencionaré son “efectos de los efectos”. Así, por ejemplo, solo quien ha contemplado y ha padecido por amor, obtiene ciencia, fortaleza, paz, fe y alegría, entre otras cosas.

La tesis afirmada, por lo demás, no deja de tener profundas raíces clásicas. Desde antiguo se sostiene, tanto en la filosofía, como en la teología y en la literatura, que las virtudes de la voluntad están encadenadas unas a otras. Esto es así porque, según Juan Fernando Sellés, «la voluntad sólo tiene un único fin último, y en la medida en que se acerca a él se activa más la voluntad. Unas virtudes serán superiores a otras en la medida en que adapten más la voluntad al fin». Así, el crecimiento de la virtud del amor generará muchas otras virtudes en el alma. «Our name is our virtue», canta Jason Mraz (I’m Yours, 2008).

Tomás de Aquino extrae de ello una consecuencia sobrenatural que resulta muy atinente a este trabajo: «así como las virtudes morales conectan entre sí en la prudencia, así los dones del Espíritu Santo conectan entre sí en la caridad» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 68, artículo 5). Recuérdese que en la teología trinitaria el Espíritu Santo es el Amor: su venida al alma ocasiona lo que ocasiona el amor. Con lo cual, vivir bien la caridad deja al menos siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios), y probablemente dejará también los doce frutos del Espíritu Santo (más amor, alegría, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad). Como veremos, las letras de las cien canciones revisadas hablan de todos y cada uno de estos dones y frutos.

a) Don de sabiduría, entendimiento y ciencia

Como se sabe, estos dones que vienen de lo Alto se relacionan con lo Alto: con el amor, con Dios y con las personas. Su objeto principal son las personas. El “don de ciencia” dado por del Espíritu de Amor es distinto de la ciencia de las matemáticas o de la física. Más tiene que ver con esa otra ciencia de la que habla Coldplay en una canción titulada The Scientist (2002), que dice: «I had to find you, / tell you I need you, / tell you I set you apart; / tell me your secrets / and ask me your questions (…) I was just guessing at numbers and figures, / pulling your puzzles apart. / Questions of science, science and progress / do not speak as loud as my heart». Mientras el don de la sabiduría se enfoca más en los secretos de la persona, el don de ciencia y entendimiento se posan más sobre esos rompecabezas que se tejen en las relaciones interpersonales. La canción habla de todos estos tópicos.

La ciencia se diferencia del entendimiento, en que ella es creativa, es capaz de construir conocimiento. Y esto también aparece en las canciones de amor. «Mojare tus labios de agua apasionada / para que tejamos sueños de la nada» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009).

b) Don de consejo

Ya hemos visto que una característica del amor es su luminosidad. Quien ama tiene una nueva fuente de conocimiento y de inspiración: You’re the Inspiration (Chicago, 1984). Pues bien, como es del todo necesario que quien enseñe o aconseje, primero sepa —un ciego no puede guiar a otro ciego—, luego quien ha de aconsejar y guiar, primero debe haber amado, contemplado y aprendido.

Quien ama puede decir «eres la respuesta que no encontraba entre mi silencio» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). Y quien tiene respuestas, puede darlas. Por ejemplo, quien ha amado puede aconsejar: «listen to your heart before you tell him goodbye» (Roxette, Listen To Your Heart, 1981) o «don’t let your life pass you by / weep not for the memories» (Sarah McLachlan, I will remember you, 1993).

c) Don de fortaleza

La idea está muy difundida y es tan antigua como Grecia. En el Simposium de Platón aparece el mito de Aristófanes, en el que se habla de aquel hombre andrógeneo (asexuado) que Zeus dividió en dos partes porque temía su gran poder. Al dividirlo en dos, dividió sus fuerzas, y así nació la necesidad de los sexos de unirse y reconstituirse en la naturaleza originaria. “La unión hace la fuerza”, dice un dicho actual. Y una canción de amor lo repite: «eres mi razón, mi mitad, mi fuerza, mi complemento» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). Obsérvese que en todos estos casos, para que nazca la “fuerza originaria” —la expresión es de Von Baltazar— es preciso primero haber amado y haberse unido. Por eso, la fortaleza es efecto de los efectos del amor.

La idea está muy diseminada en la música. «Me siento débil cuando estoy sin ti / y me hago fuerte cuando estás aquí» (Juanes, Nada valgo sin tu amor, 2004). «You were my strength when I was weak, / you were my voice when I couldn’t speak» (Céline Dion, Because You Loved Me, 1998). Cuando se ama profundamente, se adquieren fuerzas sobrehumanas. San Agustín decía que el amor hace fáciles y casi triviales todas las cosas más difíciles y duras. Con palabras semejantes se ha cantado: «vivo por ella que me da toda mi fuerza de verdad, / vivo por ella y no me pesa. (…) Vivo por ella que me da fuerza, / valor y realidad para sentirme un poco vivo…» (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997).

¿Qué hay que hacer si a uno le faltan las fuerzas, si a uno le dan esas fiebres existenciales? Un buen consejo nos lo da Juan Luis Guerra: amar y ser amado. «Oye, me dio una fiebre el otro día / por causa de tu amor, cristiana (…) inyéctame tu amor como insulina / y dame vitamina de cariño, eh, / que me ha subido la bilirrubina» (La bilirrubina, 1990c).

d) Don de piedad y temor

La piedad es la virtud que inspira «por el amor al prójimo, actos de amor y compasión» (según la definición que nos da la Real Academia Española). La escenificación mejor lograda de esta virtud consta a la entrada de la Basílica de San Pedro: es la Piedad de Miguel Ángel, una espectacular talla echa sobre mármol de carrara en la que aparece la doncella dolorata compadeciendo al Hijo inocente, a quien acaban de matar como a un villano. Tal com-pasión —padecer-con— de las penas y de las alegrías también se refleja en la música: «yo te quiero porque tu dolor es mi dolor» (Juanes, Para tu amor, 2004). «Tengo un amor, luz y calor dentro del alma. / Por esta alegría, tan mía, / querría por fin mi dolor» (Gabriel Ruiz, Tengo un amor, 1941).

San Josemaría precisaba bien lo que es el temor de Dios: más que temor a que el Gran Juez nos envíe al infierno, se trata del temor de dañar, ofender o perder a la persona amada. Y esto sí que lo encontramos en una célebre canción canadiense que se canta en muchas despedidas: «So afraid to love you / but more afraid to lose» (Sarah McLachlan, I will remember you, 1993).

e) Frutos de alegría y paz

Manzanero es muy insistente en este punto en Contigo aprendí (1993): «aprendí (…) a hacer mayores mis contadas alegrías / y a ser dichoso yo contigo lo aprendí. / Contigo aprendí / a ver la luz del otro lado de la Luna».

Quien ama lo superior puede decir: «eres mi ternura, mi paz, mi tiempo, mi amor, mi dueño» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). El amor ama en la paz. «Con la paz de las montañas te amaré / con locura y equilibrio te amaré (…) En silencio y en secreto te amaré» (Miguel Bosé, Te amaré, 1978). El amor trae la paz. «There’s a calm surrender (…) It’s enough for this restless warrior / just to be with you» (Elton John, Can You Feel the Love Tonight, 1994). El amor termina siendo paz.

f) Fruto del amor y de la fe

Que el amor superior genera más amor es evidente por muchos capítulos. Primero porque, como se dijo, «nada hay que provoque tanto el amor como saberse amado» (Tomás de Aquino, De rationibus fidei, cap. 5). Luego, porque el verdadero amor es total, creciente y eterno: si las personas crecen, cada vez tendrán más que entregar al amado. Pero sobre todo porque el Amor siempre puede dar más y la persona siempre necesita recibir más. «I’ll be giving it my best-est / and nothing’s going to stop me but divine intervention (…) Look into your heart and you’ll find love love love love» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008).

También hay una estrecha relación entre la fe y el amor. Ratzinguer ha observado que, en último término, creemos a quien nos ama. Quien quiere nuestro mal, no merece que le demos crédito. El pop italiano incluso lo ha puesto como obligación: «Non ci credere a niente che non sia amore» (Jovanotti, Chissà se stai dormendo, 1992).

Por ser luz el amor, puede iluminar, borrar sombras y dudas, disminuir los miedos de pisar mal en el camino. «En pleno desierto (en pleno desierto) / mojaste de fe mi corazón / ahogaste mis miedos» (Reyli Barba, Amor del bueno, 2004). «So I won’t hesitate no more, no more / It cannot wait I’m sure» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008). Y si se pierde el efecto de la fe, solo el amor la recupera. «I lost my faith, you gave it back to me; / you said no star was out of reach; / you stood by me and I stood tall» (Celine Dion, Because You Loved Me, 1998).

g) Fruto de paciencia

El amor tiene sus tiempos. Nunca se puede ir tan rápido como uno quiere. «Sometimes I get so tense but I can’t speed up the time». Para amar «all we need is just a little patience» (Guns N’Roses, Patience, 1989). Desde luego si la novia está lejos, habrá que decirle «woman take it slow, and it’ll work itself out fine» (ibid.). Pero la paciencia también ha de estar presente en todo gran amor, porque el amor está llamado a crecer sin término durante la eternidad.

La paciencia está estrechamente relacionada con la longanimidad, porque la longanimidad es «grandeza y constancia de ánimo en las adversidades», según la primera definición que nos da la Real Academia Española. Es decir, los “largos ánimos” de la longanimidad requieren una paciencia grande.

h) Fruto de longanimidad

La longanimidad también ha sido entendida por la Real Academia Española como «benignidad, clemencia, generosidad». La palabra viene del latín longus (largo) y animus (alma), y alude a la grandeza de espíritu, a la amplitud de ánimo, de ideas o de conducta, a la generosidad, y, en último término, a un espíritu libre, libre para conocer y para amar.

Con frecuencia se relaciona el amor con el cielo y con el vuelo. «You gave me wings and made me fly / You touched my hand, I could touch the sky» (Celine Dion, Because You Loved Me, 1998). El cielo representa el longus y el vuelo el animus (o el espíritu libre). El cielo es lo más extenso que la vista puede alcanzar, la lontananza del horizonte, y esto pertenece al espíritu grande. «Well open up your mind and see like me, / open up your plans and damn you’re free, / look into your heart and you’ll find the sky is yours» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008). Ahora hablemos del vuelo. Free as a bird (1977), titula una canción de la Antología (1995) de los Beatles, que luego se pregunta justamente por la libertad: «Can we really live without each other?». La persona libre vuela, vuela con amor, vuela por amor, vuela hasta el amor. «Vivo por ella que me da noches de amor y libertad» (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997). «Por ti volaré / por cielos y mares / hasta tu amor» (Andrea Bocelli, Por ti volare, 1995).

El amor disuelve lo pesado de la obligación, creando así la virtud de la longanimidad que permite darse uno mismo de manera gustosa. «Ama y haz lo que quieras», decía San Agustín (In Epistolam Ioannis ad Parthos, 7,8). Y mucho de esto se repite en la música. «Me enseñaste a ser pareja en libertad / me enseñaste que el amor no es una reja (…). Me enseñaste entre otras cosas a vivir» (Ricardo Arjona, Me enseñaste, 1996).

i) Frutos de bondad

El amor nos hace ser buenos (obviamente, me refiero aquí al amor por aquello que merece ser amado). Esto en la creatura humana es una dádiva que especialmente recae sobre nuestras torpezas, defectos y pecados. Aquellas cosas difícilmente pueden ser amadas por el amor concupiscible; en cambio, es propio de un amor más alto perdonar, compadecer, curar, reparar, transformar todo lo malo que hay en el amado. Así el amor re-crea el bien, nos devuelve la bondad originaria, para luego seguir creciendo en bondad.

Lo primero es curar, curar el cuerpo y el alma, las emociones, las oscuridades y vacíos, la mala vida y toda falta. «Ay amor, apareciste en mi vida / y me curaste las heridas. / Ay amor, eres mi luna, eres mi sol / eres mi pan de cada día», canta Maná (Eres mi religión, 2002). «You picked me up when I was down, said» (K-Ci & JoJo, All My Life). «Ella a mi lado siempre está / para apagar mi soledad» (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997). «Tus besos que me arrullan, me dan la ilusión / bálsamo y perfume para mi corazón» (Juan Luis Guerra, Tus besos, 2014).

Quien ama siente deseos de pedir perdón y de reparar. Literalmente hay miles de canciones que con desgarradoras notas piden perdón por las faltas. ¡Imposible citarlas aquí a todas! Una de las más sinceras letras, que se condice con la naturaleza caída del ser humano, dice: «I’m sorry that I hurt you / It’s something I must live with everyday. / And all the pain I put you through / I wish that I could take it all away / and be the one who catches all your tears» (Hoobastank, The Reason, 2003).

A muchos nos sonarán estas palabras: «el amor es sufrido, es benigno; (…) no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad», se lee en la primera carta a los Corintios. Por eso, «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», y perdona. Perdonar es olvidar el pasado. «Si estás a mi lado / no importa el pasado», canta Reik (Un Amor de Verdad, 2016). En el fondo, el amor nos devuelve la dignidad. Se repite entones la historia de la princesa y el sapo, de la bella y la bestia, de la Cenicienta, y tantas historias de la literatura donde todas las fealdades se curan con un beso. Entonces, solo entonces, «you’ll be the prince and I’ll be the princess. / It’s a love story baby just say “Yes”» (Taylor Swift, Love Story, 2008).

Finalmente, la espiral del amor nos hace ser cada vez más buenos. Ni el amor, ni la persona, ni la realidad son estáticas. Quien dice basta en el camino del amor, está perdido. Siempre, en la tierra y en el cielo, se podrá decir «que estoy enamorada / y tu amor me hace grande, / que estoy enamorada / y que bien, que bien me hace amarte» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009).

j) Frutos de benignidad y mansedumbre

La benignidad tiene dos aspectos: el ser y el hacer. Primero tiene que ver con lo bueno, con el ser afable, benévolo, sosegado, templado, sereno, moderado, suave o apacible. Todo esto se relaciona con la mansedumbre. Alguien “pesado” no es benigno. En segundo lugar, está relacionada con la capacidad de hacer el bien (o al menos de no dañar). Así, los médicos hablan de tumores malignos y benignos. El realismo filosófico observa además que es propio de lo más perfecto tener una mayor potencialidad, una mayor capacidad de hacer el bien. Ambos aspectos de la benignidad aparecen en las canciones.

El amor nos hace mansos porque pule las aristas que todos llevamos dentro. Como el amor es «cierta coadaptación de la potencia apetitiva a un bien» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5), por el celo quien ama procura remover todo lo que enrarezca la relación con lo amado: por ejemplo, todas las asperezas de carácter o defectos en el trato. Por eso es común que los enamorados se pregunten con frecuencia si son gratos o agradables, para solucionar inmediatamente cualquier defecto. «And then she asks me, Do I look all right? And I say, “Yes, you look wonderful tonight» (Eric Clapton, Wonderful Tonight, 1977). «I know when I compliment her she won’t believe me (…) But every time she asks me “Do I look okay?”» (Bruno Mars, Just The Way You Are, 2010). Algún estudio sobre la conyugalidad ha demostrado cómo los hombres se vuelven más civilizados dentro del matrimonio.

El fruto que se obtiene es la naturalidad en el trato: entre los enamorados se crea un idioma y todo se recibe con una normalidad asombrosa, con la normalidad con que la lengua recibe el agua y la vista un rayo de luz, con la normalidad con que se reciben las cosas bellas —cosas perfectamente adaptadas a nuestras potencias. «Che bella cosa na jurnata ‘e sole / n’aria serena doppo na tempesta / pe’ ll’aria fresca pare gia’ na festa (…) ‘O sole, ‘o sole mio / sta ‘nfronte a te / sta ‘nfronte a te» (Giovanni Capurro, O sole mio, 1898).

Polo precisa que mientras el bien es difusivo —tiende a expandirse todo lo que puede—, el amor personal es efusivo, porque no se gasta, ni entra en pérdida. El amor produce frutos benignos: conocimientos profundos, acciones buenas, cosas. Nos hace dar lo mejor de nosotros mismos. «I’ll be giving it my best-est (…) to win some or learn some» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008). Damos lo mejor de nosotros para tener algo que ofrecer al amor. «And I’ll be makin’ history like I do. / You know it’s all because of you / we can do whatever we want to. / Hey there, Delilah, here’s to you / this one’s for you» (Plain White T’s, Hey There Delilah, 2004).

k) Fruto de modestia

Modesto es aquel que es «humilde o carente de vanidad», dice la Real Academia Española. «El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece» (1 Co 13, 4). Los grandes amores no caben en el estrecho corazón del soberbio, porque —en palabras de San Agustín— «la morada de la caridad es la humildad». Lo primero en el amor humano es reconocer «I’m not a perfect person / there’s many things I wish I didn’t do / but I continue learning» (Hoobastank, The Reason, 2003). Sin ese reconocimiento que hace al alma capaz de recibir luz y sufrir licuefacción, el amor no cuaja. A la vez, mientras más crece este convencimiento, más capacidad se adquiere de amar.

En este mundo pasajero que pronto se ha de acabar, quien ama a otro ser humano siempre se siente inferior, porque todos pueden mostrar algún aspecto superior o del que podemos aprender. Muchas canciones lo ponen de manifiesto. Suele hablarse de la desigualdad económica, pero también se abordan otros temas: «No tengo un Jet Privado / que compré con una Black Card, / pero tengo una gua-gua vieja / con la que siempre vamos a pasear. / No tengo ropa de Versace, / ni musculatura dura para enseñar, / pero tengo un par de brazos desnudos / que muy fuerte te van abrazar» (Sie7e, Tengo tu love, 2011).

Las letras que resaltan este género de comparaciones con frecuencia son muy graciosas. «Yo era de un barrio pobre / del centro de la ciudad / Ella de clase alta / pa’ decir verdad / montada en un mercedes / automático, dos puertas; / yo rodando en onatrate / con un pie adentro, otro afuera (…) Ella summa cum laude / yo “suma dificultad” (…) Esta historia se escribe / sin principio ni final: / ella estando en sus buenas / y yo siempre estando mal» (Juan Luis Guerra, Me enamoro de ella, 1987). Realmente la modestia resulta muy divertida: divierte al amante —que se vierte o centra su atención en las pocas bondades del defectuoso amado— y divierte al público de ver semejante pareja. «No estoy entre los más bellos / de People en español, / pero tu mirada me dice / que soy el Brad Pitt de tu corazón, ha!» (Sie7e, Tengo tu love, 2011).

Hace muchos siglos se suscitó la pregunta de si era posible el amor entre desiguales. ¿Cómo los dioses pueden amar lo que es inferior? La cuestión era difícil, y de hecho los antiguos se mostraron renuentes con la idea de una verdadera amistad entre hombres y dioses, porque según ellos la amistad precisaba de una cierta igualdad. La mejor solución del asunto la he encontrado en el doctor angélico: «la igualdad hace que el amor mutuo sea igual. Sin embargo, entre desiguales puede haber mayor amor que entre iguales, aunque no sea igual por ambas partes. Ejemplo: El padre ama naturalmente más al hijo que los hermanos entre sí, aunque el hijo no le corresponda con idéntico amor» (Suma Teológica I, cuestión 96, artículo 3). En este sentido, podríamos decir que la modestia y la humildad son propias de los inferiores, que conocen su inferioridad y pueden cantar: «todas mis fuerzas se me van si estás aquí / y mis poderes no son nada. / Me siento tan normal, / tan frágil tan real, / me elevas al espacio sideral» (Jesse & Joy, Espacio sideral, 2006). ¿Pero acaso también se exigen ambas virtudes a los superiores?

La respuesta a la última pregunta nuevamente la encontramos en la Suma Teológica: «los mejores, por serlo, son más dignos de amor. Mas porque en ellos es más perfecta la caridad, aman también más, si bien en proporción al objeto amado. En verdad, el que es mejor no ama a su inferior por debajo de lo que es digno de ser amado, mientras que el menos bueno no llega a amar al mejor cuanto merece» (Suma Teológica secunde secunde, cuestión 27, artículo 1). Por eso, cuando la modestia mira hacia afuera, ella descubre y ama lo que es bueno en el amado. «You were my eyes when I couldn’t see / you saw the best there was in me» (Celine Dion, Because You Loved Me, 1998). Y cuando la modestia mira hacia adentro de uno mismo, observa que no hay motivo para merecer el amor: «now I know I have met an angel in person / and she looks perfect / no, I don’t deserve this. / You look perfect tonight» (Ed Sheeran, Perfect, 2017).

l) Frutos de continencia y castidad

En honor a la verdad, no hemos encontrado muchas referencias a la continencia y a la castidad en la música pop. ¡Los cantantes también son hijos de su tiempo! Con todo, alguna referencia tangencial sí que ha aparecido: «No niegues en darme el sí / que yo te he ofrecido a ti / un matrimonio sagrado», canta Juan Luis Guerra (Como abeja al panal, 1990b).

Conclusiones

A lo largo de este escrito hemos intentado contestar a la inquietud de Foreigner: I Want To Know What Love Is (1984). La respuesta ha sido que el amor tiene seis características esenciales, sin las cuales no hay amor de ninguna clase: pluralidad, luz, recibir y dar, totalidad y eternidad. Además, tiene tres géneros de efectos (próximos, mediatos y remotos), que evidencian cuán desarrollado y qué tan ardiente es el amor.

Las letras de las canciones nos muestran que aunque cada uno se exprese en un lenguaje distinto, los buenos artistas conocen a través de la experiencia cosas semejantes a las que los más altos filósofos han llegado a través de la investigación. Los primeros van por el camino de la evidencia vivencial y hablan un lenguaje más plástico, mientras los segundos por el camino de la razón y hablan un lenguaje más técnico.

Dos cosas me han suscitado admiración al realizar este estudio. La primera, fue observar cómo las palabras más repetidas en las canciones románticas aludían justamente a las seis características esenciales del amor. En cambio, las palabras relacionadas con los diversos efectos del amor se repetían con muchísima menos frecuencia. Quizás esto sea una confirmación de cuáles cosas son realmente esenciales al amor.

La segunda fue observar que aquellos efectos del amor que en un primer momento me resultaron “inclasificables” (aquellos efectos que los cantantes aseguraban que el amor tenía, pero no podían ser clasificados dentro de los efectos próximos o mediatos enumerados en la Suma Teológica), todos ellos calzaban a la perfección en los llamados “dones” y “frutos” del Espíritu Santo. Hoy tiendo a creer que tales dones y frutos son realidades naturales del amor, que pueden ser elevados sobrenaturalmente por la gracia de aquel Espíritu que es Amor para que podamos alcanzar a Dios.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Mayo 2021

Filosofía del amor: (IV) Los efectos mediatos del amor


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Extracto del artículo El amor y sus efectos en la música pop y en la filosofía clásica

Colloquia Revista de Pensamiento y cultura, v. 7 (2020), pp. 209-245

La cuestión de los efectos mediatos del amor aparece en la Suma Teológica (I-II, q. 28), donde se estudian con detalle seis efectos del amor: la unión, la mutua inhesión, el éxtasis, el celo, la pasión y lo que llamaremos “la dotación de sentido de todo lo que se hace”. En este episodio analizamos los seis efectos mediatos del amor confrontando lo que dicen los filósofos con las mejores canciones de amor de la música pop.


La cuestión de los efectos mediatos del amor (los que vienen después de los efectos inmediatos) aparece en la Suma Teológica (prima secunde, cuestión 28). Allí se estudian con detalle seis efectos que el amor produce en los amantes: la unión, la mutua inhesión, el éxtasis, el celo, la pasión y lo que llamaremos “la dotación de sentido de todo lo que se hace”. Sigamos, pues, al hilo del espléndido discurso tomista, enlazándolo con las notas de la música pop.

a) La unión

El primer efecto del amor es la unión, afectiva y efectiva. Los afectos arrastran hacia la cercanía real del objeto amado, tanto como se pueda. Si no hubiera límites, cabría que los enamorados se dijeran con toda propiedad aquello que el poeta inglés Charles Williams ponía en sus labios: «¡Te amo? Yo “soy” tú». Estas cosas se pueden decir en la poesía porque las palabras no tienen límites. La idea también aparece dentro de la letra de algunas canciones, como la que expresa este deseo: «dentro de ti quedarme en cautiverio / para sumarme al aire que respiras / y en cada espacio unir mis ilusiones / junto con tu vida» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009). «Es poco decir, que eres mi luz mi cielo mi otra mitad» (Axel, Te voy a amar, 2011).

Sin embargo, el realismo amoroso se da cuenta de que la unidad tiene sus límites. Según Aristófanes, «los amantes desearían hacerse de los dos uno solo». Al respecto Tomás de Aquino precisa que, pese a tal deseo, la unión absoluta nunca es posible, porque de ella «resultaría la destrucción de ambos o de uno de ellos»; por eso, los amantes buscan aquella «unión que es conveniente y decorosa, esto es, de suerte que vivan juntos y conversen juntos y estén unidos en otras cosas similares» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 1). La música popular hace una larga lista de aspectos en los que cabe aquella unión “conveniente y decorosa”.

En primer lugar, se desea «ahí en el aire dibujar tu nombre / junto con el mío» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009). Los enamorados dibujan corazones con sus nombres en cualquier papel, libro o pared, los tatúan en la piel, y si pudieran escribirlos en el cielo, lo harían. Hoy también se ponen candados con ambos nombres en los puentes, que lamentablemente se oxidarán con el tiempo. Además ambos desean compartir las alegrías y las penas. «Déjame ser / ese pañuelo que seque tus lágrimas cuando estés triste / y compartir tu alegría y también tus momentos felices» (La Adictiva, El amor de mi vida, 2019). Pero entre todas las cosas, siempre resulta imperiosa la compañía física de la persona amada: «And I swear by the moon and the stars in the sky / I’ll be there / I swear like a shadow that’s by your side / I’ll be there» (All-4-One, I Swear, 1994). «I want to spend the rest of my life with you by my side / Forever and ever» (Lonestar, Amazed, 1999). «And I want you here with me / from tonight until the end of time» (Chicago, You’re the Inspiration, 1984). Finalmente, si es “decoroso y conveniente”, el amor busca tocar, abrazar y unirse para siempre. «Es la musa que te invita… / a tocarla suavecita…» dice un canto dedicado a la música (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997).

Como bien se sabe, la unión más íntima y profunda no es la física, sino la espiritual. Aquí es común hablar de «two hearts that beat as one» (Diana Ross and Lionel Richie, Endless Love, 1981). Ello genera compenetración de sentimientos y fines existenciales. «Yo te quiero porque tu dolor es mi dolor» (Juanes, Para tu amor, 2004). La unión física es extremadamente limitada, mientras la unión espiritual se presenta como una larga travesía que hay que recorrer, de la cual se desconoce el final. Algo de esto se menciona en aquella canción que comienza hablando del sentido de pertenencia: «You’re still the one I run to, / the one that I belong to. / You’re still the one I want for life», para luego observar con regocijo: «They said, I bet they’ll never make it / but just look at us holding on, / we’re still together, still going strong» (Shania Twain, You’re Still The One, 2014).

b) La mutua inhesión (luz)

Por la mutua inhesión el amado está en el amante, y «el amante está en el amado» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 2). Llevamos en el corazón, en el recuerdo, en la mente y hasta en la loca fantasía a la persona amada: ella mora en nosotros, hace de nosotros su patria, y nosotros moramos en ella. Moramos en ella, porque «el amante no se contenta con una superficial aprehensión del amado, sino que se esfuerza en escudriñar interiormente cada una de las cosas que pertenecen al amado, y así penetra en su intimidad». Cuando en el arte se habla de amor, suele hablarse de los ojos de la persona amada si está presente, o de los recuerdos que ella evoca si no lo está.

Comencemos con la mirada. El amor es siempre contemplativo. C. S. Lewis observaba que si a un enamorado se le pregunta qué quiere, «la verdadera respuesta a menudo será: “Seguir pensando en ella”». Y eso es exactamente lo que canta Aerosmith, aunque con un ritmo y una belleza mayor a la del literato inglés: «I could spend my life in this sweet surrender (…) I don’t want to close my eyes / I don’t want to fall asleep / ‘Cause I’d miss you, babe / And I don’t want to miss a thing (…) And I don’t want to miss one smile / I don’t want to miss one kiss» (Aerosmith, I Don’t Want to Miss a Thing, 1998). Realmente aquí habría que copiar toda la letra de la canción, porque toda ella nos habla de este efecto del amor.

Lo mejor se produce cuando las dos miradas se encuentran. Ese instante —que puede durar siglos, y sigue siendo un pequeño instante— se describe en muchas canciones: «And your eyes… / Your eyes, your eyes… / They tell me how much you care. / Ooh yes, you will always be / my endless love» (Diana Ross and Lionel Richie, Endless Love, 1981). «We felt this magical fantasy / now with passion in our eyes» (Bill Medley, Jennifer Warnes, Time of my life, 1987). «The love light in your eyes / and the wonder of it all» (Eric Clapton, Wonderful Tonight, 1977). C. S. Lewis anota aquí una observación tan curiosa, como cierta: «los enamorados están siempre hablándose de su amor; los amigos, casi nunca de su amistad. Normalmente los enamorados están frente a frente, absortos el uno en el otro; los amigos van el uno al lado del otro, absortos en algún interés común». Esto es justamente la mutua inhesión.

Además los ojos nos traen mucha información de la persona: si está feliz, triste, inquieta… qué pensamientos tiene, qué sueños sueña… «I get a notion from the look in your eyes, yeah: / you’ve built a love but that love falls apart» (Roxette, Listen To Your Heart, 1981). «I see the questions in your eyes, / I know what’s weighing on your mind» (All-4-One, I Swear, 1994). «I can hear your thoughts, I can see your dreams (…) I want to spend the whole night in your eyes» (Lonestar, Amazed, 1999). Bien se dice que “el rostro es el espejo del alma”.

En cualquier caso, la mirada persona amada es única, fascina, obnubila, no hay nada mejor que ella. «Oh, her eyes, her eyes make the stars look like / they’re not shinin’» (Bruno Mars, Just The Way You Are, 2010). De forma más clara lo expresa Sie7e: «Tu mirada vale más que el oro (…). Y aunque pueda tenerlo todo todo, / nunca hay nada si me faltas tú» (Tengo tu love, 2011). Esta es la razón por la que muchos expresan su amor besando los ojos, quizá de manera inconsciente. «Then I kiss your eyes / and thank God we’re together» (Aerosmith, I Don’t Want to Miss a Thing, 1998).

Si el amado está ausente, a veces también se escenifica la mutua inhesión con la misma técnica mencionada. «¡Qué no daría yo por tener tu mirada!», canta Amaral (Sin ti no soy nada, 2002). Pero lo más clásico es acudir a los recuerdos. ¿Cuántas canciones no hablan de recuerdos? «Que de recuerdos solo me alimente / y que despierte del sueño profundo / solo para verte» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009).

Quien ama fácilmente recuerda, Remember yesterday (Skid Row, 1989). «I remember the smell of your skin. / I remember everything. / I remember all your moves. / I remember you yeah. / I remember the nights, you know I still do» (Bryan Adams, Please Forgive Me, 1993). En realidad, los recuerdos persiguen a quien ama. «You should know / everywhere I go / always on my mind, / in my heart, / in my soul / Baby» (Chicago, You’re the Inspiration, 1984). Nos persiguen despiertos y dormidos, y nos da una inaudita sensación de cercanía. «Every night in my dreams / I see you, I feel you (…) Far across the distance / and spaces between us / you have come to show you go on. / Near, far, wherever you are / I believe that the heart does go on» (Céline Dion, My Heart Will Go On, 1997). Los recuerdos llegan a ser tan vívidos que hasta se pueden sentir sobre la piel. «Tus besos se han quedado en mi cara mujer / son como sellitos de amor en mi piel» (Juan Luis Guerra, Tus besos, 2014).

A la vez, habría que decir que quien ama y “ha dejado de sentir” otros efectos del amor, necesita recordar, necesita revivir lo que fue glorioso para que vuelva a avivarse el amor. «Porque fuiste algo importante / te amaré, te amaré. (…) En señal de lo que fue / seguirás cerca y muy dentro (…) A golpe de recuerdos / te amaré» (Miguel Bosé, Te amaré, 1978). Quizá sea heroico amar por haberse comprometido —lo que no es, sino cumplir la palabra dada—, pero, sin duda, quien así ama, ha demostrado que tiene un amor superior al meramente concupiscible.

c) El éxtasis

Uno padece éxtasis cuando sale de sí. Según Tomás de Aquino, el éxtasis se da tanto en las potencias aprehensivas (que reciben algo de fuera, como la inteligencia que recibe el conocimiento) como en las potencias apetitivas (que se dirigen hacia algo que está fuera de uno). Veámoslas por separado.

Sobre el primer éxtasis, el Aquinate señala que el amor «hace meditar sobre el amado (…), y la meditación intensa de una cosa aparta la mente de las otras» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 3). Ya hemos visto que el amor es contemplativo, y cómo se encuentran varias evidencias de esto en la música. Quizá aquí podemos añadir que a este “salir de sí” ayuda mucho la delectación en la meditación, cosa que suele resaltarse en las canciones. «Y hablábamos de todo un poco / y todo nos causaba risa / como dos tontos» (Franco de Vita, Te amo, 1982). Como uno está fuera de sí, el amor “atonta”, nos hace sentir estúpidos. «I’ll be a fool for you, I’m sure // You know I don’t mind» (Diana Ross and Lionel Richie, Endless Love, 1981).

Otra profunda observación hecha en la Suma Teológica es que la inteligencia sale de sí «cuando se sitúa fuera del conocimiento que le es propio, bien porque se eleva a un conocimiento superior, como se dice que un hombre está en éxtasis cuando se eleva a comprender algunas cosas que sobrepasan (…); o bien porque se rebaja a cosas inferiores; por ejemplo, cuando uno cae en frenesí o en demencia se dice que padece éxtasis» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 3). No es lo mismo amar las drogas, la comida o el dinero, que amar a una persona. La persona siempre es excelente, digna de amor—más aún la Persona divina. A ese éxtasis producido por lo superior se refieren las canciones de amor. «Me elevas al espacio sideral / tal como lo hace Superman» (Jesse & Joy, Espacio sideral, 2006). «A thousand angels dance around you / I am complete now that I’ve found you» (Savage Garden, I Knew I Loved You, 1999). Aunque, a veces, las letras se quedan en lo circunstancial. «I tried to be chill but you’re so hot that I melted / I fell right through the cracks» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008).

El segundo éxtasis es el que sale de sí y va en busca de lo amado. Es máximo cuando lo produce el amor de amistad, porque quien ama ya no se reserva nada para sí y sólo busca el bien del amado. Recordamos una vez más las palabras de Bon Jovi: «If you told me to cry for you, I could. / If you told me to die for you, I would. / Take a look at my face, / there’s no price I won’t pay / to say these words to you» (Always, 1994). Este es el éxtasis de la potencia apetitiva.

d) El celo

«El celo, de cualquier modo que se tome, proviene de la intensidad del amor. Porque es evidente que cuanto más intensamente tiende una potencia hacia algo, más fuertemente rechaza también lo que le es contrario e incompatible» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 4). El Aquinate pone sus ejemplos: los varones guardan celos de sus esposas, porque las quieren sólo para sí y no toleran que tal exclusividad sea vea impedida por la compañía de otros; también se habla del celo por Dios o por el amigo cuando se procura rechazar toda palabra u obra contraria a su bien.

De todas estas cosas hablan las canciones. Una de las que más desarrolla el tema es Como abeja al panal (1990b) de Juan Luis Guerra, que dice: «Tengo un amor de pasión / por eso es que a otro yo / no le puedo dar el sí. (…) Júrame, (júrame) labio a labio, bajo el cielo / (Bésame) amarnos toda la vida». Allí se ve cómo el celo es doble: el amor se autoimpone amar con totalidad a una persona —no se puede ofrecer a otro lo ya dado— y exige la misma fidelidad al amado, incluso bajo juramento. ¿Qué es este amor exclusivo jurado sino el matrimonio? Otras canciones hacen menciones más sintéticas de uno u otro aspecto del celo. «I want to have you hear me saying / “No one needs you more than I need you”» (Chicago, You’re the Inspiration, 1984). «I want to share / all my love with you. / No one else will do…» (Diana Ross and Lionel Richie, Endless Love, 1981).

No siempre sucederá, pero alguna canción nos ha demostrado que se puede tener un gran celo incluso después de la decepción amorosa, después de que la persona amada se ha ido. Con gemidos muy lastimeros escuchamos a The Calling cantar: «so lately, been wondering / who will be there to take my place (…) If I could, then I would / I’ll go wherever you will go (…) And maybe, I’ll find out / a way to make it back someday» (Wherever You Will Go, 2011).

e) La pasión

Que el amor produzca pasión, parece algo ordinariamente aceptado en el mundo actual, aunque no siempre se sopese el alcance de lo que significa. A la pasión suele entendérsela como un sentimiento irresistible, que urge y nos conmociona. Por eso los enamorados ven «passion in our eyes, / there’s no way we could disguise it secretly. / So we take each others hand / ‘cause we seem to understand the urgency» (Bill Medley, Jennifer Warnes, Time of my life, 1987). Para algunos el amor no es más que una pasión psico-física —lo cual es un error— y hacen durar sus matrimonios tanto cuanto dura su volátil pasión erótica. Pero la pasión es algo más. En primer lugar, pasión viene de padecer. En la película La pasión de Mel Gibson se puede apreciar cuánto nos ha amado el Redentor. De alguna manera, todo quien ama puede decir «keep bleeding, keep, keep bleeding love. / You cut me open» (Leona Lewis, Bleeding Love, 2007).

El doctor angélico fija bien el alcance de la pasión del amor, tanto en su aspecto más espiritual, como en el más material. Veamos lo que dice en este artículo de oro:

«(…) El amor significa una cierta coadaptación de la potencia apetitiva a un bien. Mas nada que se adapta a una cosa que le es conveniente, sufre lesión por ello, sino más bien, si es posible, sale ganancioso y mejorado. En cambio, lo que se adapta a una cosa que no le es conveniente sufre por ello daño y deterioro. Luego el amor del bien conveniente perfecciona y mejora al amante, y el amor del bien que no conviene al amante le daña y deteriora. De ahí que el hombre se perfeccione y mejore principalmente por el amor de Dios, y sufra daño y deterioro por el amor del pecado, según aquello de Os 9,10: Se hicieron abominables como las cosas que amaron.

(…) Pero en cuanto a lo que es material en la pasión del amor, que es una inmutación corporal, sucede que el amor es lesivo por exceso de inmutación, como pasa en el sentido y en todo acto de una potencia del alma que se ejerce mediante una inmutación del órgano corporal» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5).

Quien ama “padece” el amor. En lo material la vista padece los colores y el oído la música, que son bienes que se coadaptan a su potencia. La psiquis y el cuerpo “sienten” el amor (esos son los sentimientos). «Con unas ansias locas quiero verte hoy», canta Selena Amor prohibido (1994). «Con un grito en carne viva te amaré», canta Miguel Bosé (Te amaré, 1978). «Voy a encender el fuego, de tu piel callada; / mojare tus labios de agua apasionada / para que tejamos sueños de la nada» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009). En lo espiritual, cuando la inteligencia ve la verdad (cuando “la padece”), la inteligencia se vuelve más profunda, crece; cuando la voluntad ama al infinito, la voluntad se despliega en toda su potencialidad. Toda persona merece contemplación y amor, pero mucho más la Persona divina, que permite una mayor “pasión” y crecimiento.

Por último, recordemos que «la pasión del amor no surge súbitamente, sino después de la consideración asidua de la cosa amada» (Suma Teológica secunde secunde, cuestión 27, artículo 2). Una mayor contemplación, un pasar más rato con la persona amada, en circunstancias normales incrementa el amor e incrementa la pasión del amor. «El mundo se detendrá a mirar / un amor de verdad (…). El cielo nublado / y el viento helado / se fueron con tu calor» (Reik, Un Amor de Verdad, 2016).

f) Dotación de sentido

«El amor mueve al mundo» es una frase muy trillada en las redes sociales. Probablemente la mayoría de gente no sabría explicarlo, pero la aceptaría de buen grado por intuir que hay algo de cierto en ella. Tomás de Aquino ajustó su sentido: «todo agente obra por algún fin (…). Ahora bien, el fin es para cada uno el bien deseado y amado. Luego es evidente que todo agente, cualquiera que sea, ejecuta todas sus acciones por amor» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 6).

La afirmación más simple de este efecto es: “Vivo por ella” (cantada por Marta Sánchez & Andrea Bocelli, 1997). Quien ama comienza a realizar todo con miras a la persona amada y se vuelve su esclavo. «Mi corazón ahora ya tiene dueña / no eres la opción, eres mi prioridad» (La Adictiva, El amor de mi vida, 2019). Se es esclavo de los besos (Manuel Turizo, Ozuna, Esclavo de tus besos, 2019), de los labios (Javier Solís, Esclavo y amo, 1967) y de la piel (Ricardo Castillon, Esclavo de tu piel, 2016). C. S. Lewis decía que el amor «entra en él como un invasor, tomando posesión y reorganizando, una a una, todas las instituciones de un país conquistado; puede haberse adueñado de muchas otras antes de llegar al sexo, que también reorganizará». En todo caso, se trata de una esclavitud libremente aceptada y gozosa. «Quiero volver a caminar / por los caminos de la fe, / voy a volver a ser esclavo de tu amor» (Vicentico, Esclavo de Tu Amor, 2014).

Se vive por la persona amada y, a la vez, ella dota de un nuevo y magnífico sentido a la vida. «Yo estaba desahuciado, / yo estaba abandonado, / vivía sin sentido… / Pero llegaste tú. / Ay amor, / tú eres mi religión» (Maná, Eres mi religión, 2002). «And in your eyes / I see the missing pieces I’m searching for / I think I’ve found my way home» (Savage Garden, I Knew I Loved You, 1999). En el amor se encuentra la razón para cambiar de vida: cambiar para bien si se ama lo superior, cambiar para mal si se ama lo inferior. «I’ve found a reason for me / to change who I used to be, / a reason to start over new, / and the reason is you» (Hoobastank, The Reason, 2003). Más claro no se puede decir. Ciertamente la razón no puede desentenderse del corazón: razón y co-razón deben ir unidos.

Esta nueva dotación de sentido es omniabarcante, porque el amor implica totalidad. Abarca desde el sentido de la vida –que acabamos de ver— hasta las más minúsculas menudencias. En primer lugar esto sucede con el nombre de la amada. «I’ve just met a girl named Maria / And suddenly that name / will never be the same / to me» (West Side Story, Maria, 1961). Cualquier acto pequeño adquiere un valor inusitado cuando se hace por amor. «I came along / I wrote a song for you (…) I drew a line for you / Oh what a thing to do / ‘Cause you were all yellow» (Coldplay, Yellow, 2000). De ahí se pasa a los sentimientos, a las ilusiones, a los planes y a la jornada diaria. Manzanero enlista una serie de cosas que adquirieron un nuevo sentido con el amor: «Contigo aprendí / que existen nuevas y mejores emociones (…). A conocer un mundo lleno de ilusiones (…) / A hacer mayores mis contadas alegrías, / y a ser dichoso yo contigo lo aprendí. / Contigo aprendí / A ver la luz del otro lado de la Luna (…) aprendí / Que puede un beso ser más grande / Y más profundo» (Contigo aprendí, 1993).

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Mayo 2021

Filosofía del amor: (III) Los efectos próximos del amor


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Extracto del artículo El amor y sus efectos en la música pop y en la filosofía clásica

Colloquia Revista de Pensamiento y cultura, v. 7 (2020), pp. 209-245

Revisamos aquí qué efectos —según las canciones de amor y la filosofía— produce el amor a lo largo del tiempo en los amantes. Como los efectos no son características esenciales, es perfectamente posible que en algún momento falten uno o varios de estos efectos. Aún así, los efectos prueban la calidad del amor, a tal punto que cabría dudar de aquel amor que no presentase ninguno de estos efectos. Según Tomás de Aquino, son cuatro los efectos próximos del amor: 1) licuefacción o derretimiento, 2) la fruición (o delectación), 3) el desfallecimiento, y 4) el fervor.


En el capítulo anterior hemos analizado las características del amor, de todo amor. Vendrían a ser, por ello, características de su esencia, que no pueden faltar en un verdadero amor personal. Ahora averiguaremos qué efectos el amor produce a lo largo del tiempo en los amantes. Como los efectos no son características esenciales, es perfectamente posible que en algún momento falten —uno o varios— en quienes se aman. Así, por ejemplo, la pasión y el éxtasis son efectos que solo se producen de manera impetuosa en contadas ocasiones, al menos en esta vida terrenal. Aún así, los efectos prueban la calidad del amor, a tal punto que cabría dudar de aquel amor que no presentase ninguno de estos efectos.

Aquí he de mencionar un par de maravillosas e inesperadas coincidencias. La primera es que cuando revisé la lista de palabras repetidas en las canciones de amor, observé que las más repetidas tenían relación con las características esenciales del amor. En cambio, las palabras relacionadas con los efectos del amor se repiten con muchísima menos frecuencia. De alguna manera esto corrobora que mientras los efectos pueden faltar en un amor verdadero, las características esenciales siempre deben estar presentes.

La segunda, y no menos interesante coincidencia, es que después de recoger centenares de fichas con los efectos del amor, observé que ellos cuadraban a la perfección dentro de la clasificación tomista de los efectos próximos y mediatos del amor. ¡Es impresionante ver cómo se complementa la visión de los artistas con el espíritu objetivo, sistemático y clasificador de los filósofos! Sin embargo, para ser honestos, he de decir que la música añadía muchísimos otros efectos del amor no mencionados por el tomismo clásico, sino por la teología trinitaria.

En este capítulo hablaremos de los primeros efectos que el amor produce en la persona que ama. Luego, en los dos próximo capítulos hablaremos de los efectos posteriores que el amor suscita.

Tomás de Aquino observa que cuando se ama, algunas cosas suceden inmediatamente en las potencias humanas (los efectos próximos), mientras otras aparecen más tarde en el ser humano (los efectos mediatos). Los primeros efectos tienen mucho que ver con aquello que sentimos, mientras los segundos aluden más a actos o movimientos posteriores de la persona. Según el doctor angélico, son cuatro los efectos próximos del amor: la licuefacción (o derretimiento), la fruición, el desfallecimiento y el fervor.

1. Licuefacción o derretimiento

El primer efecto próximo que se produce en quien ama es la “licuefacción” o derretimiento, cosa que se opone a la congelación. Tomás de Aquino explica que «lo que está congelado, en efecto, es en sí mismo compacto, de manera que no puede ser fácilmente penetrado por otra cosa. Ahora bien, pertenece al amor que el apetito se haga adecuado para recibir el bien que se ama, en cuanto lo amado está en el amante, según se ha dicho» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5). Así, este efecto se produce para recibir lo mejor posible al amado. Se puede producir tanto en el cuerpo, como en el alma.

Los enamorados suelen decirse “te comería”, frase que también las madres usan con sus niños pequeños, que son “como para comérselos”. En toda civilización las personas expresan su amor a través de la boca: tanto cenando juntos, como “comiéndose” a besos. Esta idea está tan clavada en la mente que, aunque sea una aberración, en algunas tribus se practica la antropofagia de la persona amada. «Quiero beber los besos de tu boca / como si fueran gotas de rocío», cantan Thalía & Pedro Capó en Estoy enamorado (2009). El beso nos permite comernos a la persona, apropiarnos de ella. La misma idea se vislumbra en Ed Sheeran: «Darling, just kiss me slow, your heart is all I own» (Perfect, 2017).

Pero también otros sentidos pueden sufrir ese derretimiento. Con o sin quererlo, Lonestar menciona todos y cada uno de los cinco sentidos del cuerpo (vista, olfato, gusto, oído y tacto): «Every time our eyes meet / this feeling inside me (…) The smell of your skin / the taste of your kiss / The way you whisper in the dark / your hair all around me» (Amazed, 1999). Además está el instinto sexual que mueve hacia un alto grado de liquefacción físico y espiritual. Hoy en día muchas canciones apelan directamente a la estimulación sexual —no las citaré—; la sexualidad no es mala de por sí, pero se banaliza cuando la música solo busca estimular instintos, mostrando a los seres humanos más como objeto de placer, que como personas a quien amar en la totalidad de su ser y de su existencia.

Más importante que la licuefacción corporal, es el derretimiento espiritual. Manzanero manifestaba que con la persona amada se aprende «que puede un beso ser más grande / y más profundo» (Contigo aprendí, 1993). Un beso en la boca es solo el comienzo de un largo camino, es solo la primera etapa de una travesía infinita hacia el interior de la persona amada. «Kiss me under the light of a thousand stars / place your head on my beating heart» (Ed Sheeran, Thinking Out Loud, 2014). Mayor licuefacción hay en el corazón del hombre, que en sus labios. Y mientras el amor progresa, el corazón se “derrite” cada vez más, se espiritualiza cada vez más, hasta que llega a suceder algo semejante a lo que sucedía con las creaturas angélicas de John Milton, que tenían cuerpos de luz y podían conseguir una interpenetración mayor a la de nuestros abrazos.

2. La fruición (o delectación)

«Si lo amado está presente y se lo posee, se produce la delectación o fruición» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5). Aunque caben muchos ejemplos, vale seguir con el ya mencionado de los besos. ¿Cómo se reciben los besos de la persona amada? Lo responde Juan Luis Guerra, quizá de forma un poco cursi: «besos de ternura, besitos de miel; / tus besos que me arrullan, me dan la ilusión, / bálsamo y perfume para mi corazón» (Tus besos, 2014).

Una palabra extremadamente repetida en las canciones de amor es “eres”, a lo que se sigue algún elemento amable o delicioso. «Eres / lo que más quiero en este mundo, eso eres / (…) Lo único precioso que en mi mente habita hoy» (Café Tacvba, Eres, 2003). «Eres mi timón, mi vela, mi barca, mi mar, mi remo. / Eres agua fresca donde se calma la sed que siento. / Eres el abrazo donde se acuna mi sentimiento (…) Eres mi ternura, mi paz, mi tiempo, mi amor, mi dueño. / Eres lo que tanto quise tener y que en ti yo encuentro. / Eso y más» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). La lista de canciones que usan este recurso es muy extensa, imposible de trascribirla aquí. Baste citar a algunas de ellas: Eres de Christian Nodal (2017), Eresde Soy Luna (2016), Eres Tú de Mocedades (1973), y Eres para Mí de Julieta Venegas (2008). En todas se asocia a la persona amada con aquello que produce bienestar, placer, belleza… en suma, con la delectación.

El fruto del amor supera con mucho la apetecible fruta del árbol del paraíso, que causó tantos estragos. Con los frutos y alimentos tradicionales sucede que cuando se come poco, se necesita más, mientras que cuando se come mucho, se termina con pesadez estomacal. Una necesidad y pesadez similar sucede cuando se da rienda a otras pasiones. Por el contrario, el amor verdadero sacia sin saciar. Bien se lo compara con el fuego, que puede —y debe— crecer cada día más, devorando toda nuestra existencia. No en vano al Amor divino, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, se lo representa como fuego abundante e infinito.

3. El desfallecimiento

Este tercer efecto próximo del amor está espléndidamente descrito por Juan Luis Guerra, quien canta: «oye, me dio una fiebre el otro día, / por causa de tu amor, cristiana, / que fui a parar a enfermería / sin yo tener seguro ‘e cama. / Y me inyectaron suero de colores, ey, / y me sacaron la radiografía / y me diagnosticaron mal de amores, uh / al ver mi corazón como latía» (La bilirrubina, 1990c).

Si lo amado está ausente, lo primero que se produce es tristeza por su ausencia. A esto filósofos como Cicerón y Tomás de Aquino llaman “desfallecimiento”. Desfallecer es un verbo intransitivo, que significa «desmayarse, decaer perdiendo el aliento y las fuerzas» (según la definición de la Real Academia Española) y que entronca su etimología con la palabra “fallecer”. Dudo mucho que la mayoría de los cantantes sepan de filología, pero seguro saben de la “muerte” que causa la pérdida del amor. «Si tú te vas / mi corazón se morirá (…) Eres la cobija, mi aliento, / y si tú te vas / ya no me queda nada» (Juan Luis Guerra, Si tú te vas, 1985). «Me muero si no te vuelvo a ver» (Franco de Vita, Te amo, 1982). Tal privación incluso es peor que la muerte, que el silencio eterno, porque entraña una pérdida de sentido de la vida. «Sin ti no soy nada, (…) Mi mundo es pequeño y mi corazón pedacitos de hielo (…). Mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada» (Amaral, Sin ti no soy nada, 2002). También Juanes repite: Nada valgo sin tu amor (2004).

Con el desfallecimiento, como sucede con todo dolor, el tiempo pasa lento: se cuentan los días, minutos y segundos, porque cada segundo es una eternidad. «It’s been seven hours and fifteen days / since you took your love away» (Sinéad O’Connor, Nothing Compares 2U, 1990).

C. S. Lewis observaba que «amar, de cualquier manera, es ser vulnerable». Quien ama mucho, ha de padecer mucho en esta vida. Esto sucede sobre todo cuando el amor no es correspondido, porque «aunque pueda tenerlo todo todo, / nunca hay nada si me faltas tú» (Sie7e, Tengo tu love, 2011). Entonces la persona se quedará recordando, una y otra vez, de manera obsesiva, en el amor.

La pérdida irremediable del amor nos hace perder todas las fuerzas, nos quita el aliento, deja en el alma profundas heridas y la mente se sumerge en un torbellino de pensamientos que amenazan con hundirnos hasta lo más profundo del infierno. La que mejor lo ha expresado es Adele, justamente en Rolling in the Deep (2010): «The scars of your love they leave me breathless, I can’t help feeling. / We could have had it all (you’re gonna wish you never had met me) / Rolling in the deep (tears are gonna fall, rolling in the deep)».

4. El fervor

Otra actitud posible ante la ausencia de lo amado es el fervor. El fervor es «el deseo intenso de alcanzar lo amado» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5). Vale precisar que aquí se habla del efecto más próximo e inmediato en el amado, de lo que acontece en las potencias humanas cuando aman: se suscita un deseo, un entusiasmo, un ardor de tener lo amado. Un efecto posterior —del que luego hablaremos— será el celo, aquel movimiento que busca el amor y rechaza lo que se le oponga.

Al tiempo lento propio del desfallecimiento, el fervor le imprime una carga de urgencia y de inquietud: urgencia que busca encontrar o reencontrar al amor, inquietud que teme perder al amor mientras está lejos. Todas estas cosas que sucita el fervor amoroso están descritas con absoluta precision en la cancion Unchained Melody de Righteous Brothers (1965): «Time goes by so slowly, / and time can do so much. / Are you still mine? / I need your love / I need your love (…) Wait for me, wait for me / I’ll be coming home, wait for me / Oh, my love, my darling». El mismo apuro y urgencia puede existir incluso aunque solo falten tres segundos para estar juntos, o incluso cuando el amor está presente pero podría estarlo más. Franco de Vita cantaba «y yo que no veía la hora / de tenerte en mis brazos / y poderte decir / te amo» (Te amo, 1982).

De alguna manera, el fervor es la tierra fértil para que crezcan los efectos mediatos del amor, de los que a continuación hablaremos. Quien desea fervientemente encontrarse con su amor, fácilmente generará la mutua inhesión, el éxtasis, el celo, la pasión o tendrá una razón para todo lo que hace. Así, el fervor facilita centralizar los pensamientos en la persona amada (mutua inhesión), sin importar nada más. Una canción de Leona Lewis, justamente titulada Bleeding Love (2007), lo expresa de esta manera: «I don’t care what they say / I’m in love with you». Otro ejemplo de fervor se refleja en Hey There Delilah de Plain White T’s (2004), aquella canción que un chico que se va a la ciudad para su carrera le escribe a su chica que deja en el pueblo. Después de repetir varias veces aquella conocida queja «Oh, it’s what you do to me / Oh, it’s what you do to me», allí se oye: «Hey there, Delilah / you be good, and don’t you miss me / two more years and you’ll be done with school, / and I’ll be makin’ history like I do. / You know it’s all because of you».

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Mayo 2021