Filosofía del amor: (V) 19 efectos últimos del amor


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Extracto del artículo El amor y sus efectos en la música pop y en la filosofía clásica

Colloquia Revista de Pensamiento y cultura, v. 7 (2020), pp. 209-245

Terminamos la filosofía del amor comentando 19 «efectos últimos» que produce amar, 19 efectos de los que habla la música pop y la Pneumatología: sabiduría, entendimiento y ciencia; consejo, fortaleza, piedad y temor; amor y fe, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad y mansedumbre, modestia, continencia y castidad. Los filósofos en este punto se han quedado un poco a la zaga de lo que los artistas han hallado. En este escrito quedarán en berlina.


En el estudio que hice de las cien canciones de amor observé que en ellas se mencionaban muchos efectos del amor que no podían encuadrarse en los efectos próximos y mediatos mencionados por el Aquinate. A decir verdad, esto en un primer momento me dejó un poco perplejo, porque parecía un tremendo descuido de la filosofía clásica. La perplejidad me duró varios días, sin encontrar respuesta válida. Después de darle muchas vueltas al asunto, y de intentar juntar cientos de fichas en varios grupos según sus coincidencias, he llegado a la conclusión que los efectos que a continuación mencionaré son “efectos de los efectos”. Así, por ejemplo, solo quien ha contemplado y ha padecido por amor, obtiene ciencia, fortaleza, paz, fe y alegría, entre otras cosas.

La tesis afirmada, por lo demás, no deja de tener profundas raíces clásicas. Desde antiguo se sostiene, tanto en la filosofía, como en la teología y en la literatura, que las virtudes de la voluntad están encadenadas unas a otras. Esto es así porque, según Juan Fernando Sellés, «la voluntad sólo tiene un único fin último, y en la medida en que se acerca a él se activa más la voluntad. Unas virtudes serán superiores a otras en la medida en que adapten más la voluntad al fin». Así, el crecimiento de la virtud del amor generará muchas otras virtudes en el alma. «Our name is our virtue», canta Jason Mraz (I’m Yours, 2008).

Tomás de Aquino extrae de ello una consecuencia sobrenatural que resulta muy atinente a este trabajo: «así como las virtudes morales conectan entre sí en la prudencia, así los dones del Espíritu Santo conectan entre sí en la caridad» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 68, artículo 5). Recuérdese que en la teología trinitaria el Espíritu Santo es el Amor: su venida al alma ocasiona lo que ocasiona el amor. Con lo cual, vivir bien la caridad deja al menos siete dones (sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios), y probablemente dejará también los doce frutos del Espíritu Santo (más amor, alegría, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad). Como veremos, las letras de las cien canciones revisadas hablan de todos y cada uno de estos dones y frutos.

a) Don de sabiduría, entendimiento y ciencia

Como se sabe, estos dones que vienen de lo Alto se relacionan con lo Alto: con el amor, con Dios y con las personas. Su objeto principal son las personas. El “don de ciencia” dado por del Espíritu de Amor es distinto de la ciencia de las matemáticas o de la física. Más tiene que ver con esa otra ciencia de la que habla Coldplay en una canción titulada The Scientist (2002), que dice: «I had to find you, / tell you I need you, / tell you I set you apart; / tell me your secrets / and ask me your questions (…) I was just guessing at numbers and figures, / pulling your puzzles apart. / Questions of science, science and progress / do not speak as loud as my heart». Mientras el don de la sabiduría se enfoca más en los secretos de la persona, el don de ciencia y entendimiento se posan más sobre esos rompecabezas que se tejen en las relaciones interpersonales. La canción habla de todos estos tópicos.

La ciencia se diferencia del entendimiento, en que ella es creativa, es capaz de construir conocimiento. Y esto también aparece en las canciones de amor. «Mojare tus labios de agua apasionada / para que tejamos sueños de la nada» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009).

b) Don de consejo

Ya hemos visto que una característica del amor es su luminosidad. Quien ama tiene una nueva fuente de conocimiento y de inspiración: You’re the Inspiration (Chicago, 1984). Pues bien, como es del todo necesario que quien enseñe o aconseje, primero sepa —un ciego no puede guiar a otro ciego—, luego quien ha de aconsejar y guiar, primero debe haber amado, contemplado y aprendido.

Quien ama puede decir «eres la respuesta que no encontraba entre mi silencio» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). Y quien tiene respuestas, puede darlas. Por ejemplo, quien ha amado puede aconsejar: «listen to your heart before you tell him goodbye» (Roxette, Listen To Your Heart, 1981) o «don’t let your life pass you by / weep not for the memories» (Sarah McLachlan, I will remember you, 1993).

c) Don de fortaleza

La idea está muy difundida y es tan antigua como Grecia. En el Simposium de Platón aparece el mito de Aristófanes, en el que se habla de aquel hombre andrógeneo (asexuado) que Zeus dividió en dos partes porque temía su gran poder. Al dividirlo en dos, dividió sus fuerzas, y así nació la necesidad de los sexos de unirse y reconstituirse en la naturaleza originaria. “La unión hace la fuerza”, dice un dicho actual. Y una canción de amor lo repite: «eres mi razón, mi mitad, mi fuerza, mi complemento» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). Obsérvese que en todos estos casos, para que nazca la “fuerza originaria” —la expresión es de Von Baltazar— es preciso primero haber amado y haberse unido. Por eso, la fortaleza es efecto de los efectos del amor.

La idea está muy diseminada en la música. «Me siento débil cuando estoy sin ti / y me hago fuerte cuando estás aquí» (Juanes, Nada valgo sin tu amor, 2004). «You were my strength when I was weak, / you were my voice when I couldn’t speak» (Céline Dion, Because You Loved Me, 1998). Cuando se ama profundamente, se adquieren fuerzas sobrehumanas. San Agustín decía que el amor hace fáciles y casi triviales todas las cosas más difíciles y duras. Con palabras semejantes se ha cantado: «vivo por ella que me da toda mi fuerza de verdad, / vivo por ella y no me pesa. (…) Vivo por ella que me da fuerza, / valor y realidad para sentirme un poco vivo…» (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997).

¿Qué hay que hacer si a uno le faltan las fuerzas, si a uno le dan esas fiebres existenciales? Un buen consejo nos lo da Juan Luis Guerra: amar y ser amado. «Oye, me dio una fiebre el otro día / por causa de tu amor, cristiana (…) inyéctame tu amor como insulina / y dame vitamina de cariño, eh, / que me ha subido la bilirrubina» (La bilirrubina, 1990c).

d) Don de piedad y temor

La piedad es la virtud que inspira «por el amor al prójimo, actos de amor y compasión» (según la definición que nos da la Real Academia Española). La escenificación mejor lograda de esta virtud consta a la entrada de la Basílica de San Pedro: es la Piedad de Miguel Ángel, una espectacular talla echa sobre mármol de carrara en la que aparece la doncella dolorata compadeciendo al Hijo inocente, a quien acaban de matar como a un villano. Tal com-pasión —padecer-con— de las penas y de las alegrías también se refleja en la música: «yo te quiero porque tu dolor es mi dolor» (Juanes, Para tu amor, 2004). «Tengo un amor, luz y calor dentro del alma. / Por esta alegría, tan mía, / querría por fin mi dolor» (Gabriel Ruiz, Tengo un amor, 1941).

San Josemaría precisaba bien lo que es el temor de Dios: más que temor a que el Gran Juez nos envíe al infierno, se trata del temor de dañar, ofender o perder a la persona amada. Y esto sí que lo encontramos en una célebre canción canadiense que se canta en muchas despedidas: «So afraid to love you / but more afraid to lose» (Sarah McLachlan, I will remember you, 1993).

e) Frutos de alegría y paz

Manzanero es muy insistente en este punto en Contigo aprendí (1993): «aprendí (…) a hacer mayores mis contadas alegrías / y a ser dichoso yo contigo lo aprendí. / Contigo aprendí / a ver la luz del otro lado de la Luna».

Quien ama lo superior puede decir: «eres mi ternura, mi paz, mi tiempo, mi amor, mi dueño» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). El amor ama en la paz. «Con la paz de las montañas te amaré / con locura y equilibrio te amaré (…) En silencio y en secreto te amaré» (Miguel Bosé, Te amaré, 1978). El amor trae la paz. «There’s a calm surrender (…) It’s enough for this restless warrior / just to be with you» (Elton John, Can You Feel the Love Tonight, 1994). El amor termina siendo paz.

f) Fruto del amor y de la fe

Que el amor superior genera más amor es evidente por muchos capítulos. Primero porque, como se dijo, «nada hay que provoque tanto el amor como saberse amado» (Tomás de Aquino, De rationibus fidei, cap. 5). Luego, porque el verdadero amor es total, creciente y eterno: si las personas crecen, cada vez tendrán más que entregar al amado. Pero sobre todo porque el Amor siempre puede dar más y la persona siempre necesita recibir más. «I’ll be giving it my best-est / and nothing’s going to stop me but divine intervention (…) Look into your heart and you’ll find love love love love» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008).

También hay una estrecha relación entre la fe y el amor. Ratzinguer ha observado que, en último término, creemos a quien nos ama. Quien quiere nuestro mal, no merece que le demos crédito. El pop italiano incluso lo ha puesto como obligación: «Non ci credere a niente che non sia amore» (Jovanotti, Chissà se stai dormendo, 1992).

Por ser luz el amor, puede iluminar, borrar sombras y dudas, disminuir los miedos de pisar mal en el camino. «En pleno desierto (en pleno desierto) / mojaste de fe mi corazón / ahogaste mis miedos» (Reyli Barba, Amor del bueno, 2004). «So I won’t hesitate no more, no more / It cannot wait I’m sure» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008). Y si se pierde el efecto de la fe, solo el amor la recupera. «I lost my faith, you gave it back to me; / you said no star was out of reach; / you stood by me and I stood tall» (Celine Dion, Because You Loved Me, 1998).

g) Fruto de paciencia

El amor tiene sus tiempos. Nunca se puede ir tan rápido como uno quiere. «Sometimes I get so tense but I can’t speed up the time». Para amar «all we need is just a little patience» (Guns N’Roses, Patience, 1989). Desde luego si la novia está lejos, habrá que decirle «woman take it slow, and it’ll work itself out fine» (ibid.). Pero la paciencia también ha de estar presente en todo gran amor, porque el amor está llamado a crecer sin término durante la eternidad.

La paciencia está estrechamente relacionada con la longanimidad, porque la longanimidad es «grandeza y constancia de ánimo en las adversidades», según la primera definición que nos da la Real Academia Española. Es decir, los “largos ánimos” de la longanimidad requieren una paciencia grande.

h) Fruto de longanimidad

La longanimidad también ha sido entendida por la Real Academia Española como «benignidad, clemencia, generosidad». La palabra viene del latín longus (largo) y animus (alma), y alude a la grandeza de espíritu, a la amplitud de ánimo, de ideas o de conducta, a la generosidad, y, en último término, a un espíritu libre, libre para conocer y para amar.

Con frecuencia se relaciona el amor con el cielo y con el vuelo. «You gave me wings and made me fly / You touched my hand, I could touch the sky» (Celine Dion, Because You Loved Me, 1998). El cielo representa el longus y el vuelo el animus (o el espíritu libre). El cielo es lo más extenso que la vista puede alcanzar, la lontananza del horizonte, y esto pertenece al espíritu grande. «Well open up your mind and see like me, / open up your plans and damn you’re free, / look into your heart and you’ll find the sky is yours» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008). Ahora hablemos del vuelo. Free as a bird (1977), titula una canción de la Antología (1995) de los Beatles, que luego se pregunta justamente por la libertad: «Can we really live without each other?». La persona libre vuela, vuela con amor, vuela por amor, vuela hasta el amor. «Vivo por ella que me da noches de amor y libertad» (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997). «Por ti volaré / por cielos y mares / hasta tu amor» (Andrea Bocelli, Por ti volare, 1995).

El amor disuelve lo pesado de la obligación, creando así la virtud de la longanimidad que permite darse uno mismo de manera gustosa. «Ama y haz lo que quieras», decía San Agustín (In Epistolam Ioannis ad Parthos, 7,8). Y mucho de esto se repite en la música. «Me enseñaste a ser pareja en libertad / me enseñaste que el amor no es una reja (…). Me enseñaste entre otras cosas a vivir» (Ricardo Arjona, Me enseñaste, 1996).

i) Frutos de bondad

El amor nos hace ser buenos (obviamente, me refiero aquí al amor por aquello que merece ser amado). Esto en la creatura humana es una dádiva que especialmente recae sobre nuestras torpezas, defectos y pecados. Aquellas cosas difícilmente pueden ser amadas por el amor concupiscible; en cambio, es propio de un amor más alto perdonar, compadecer, curar, reparar, transformar todo lo malo que hay en el amado. Así el amor re-crea el bien, nos devuelve la bondad originaria, para luego seguir creciendo en bondad.

Lo primero es curar, curar el cuerpo y el alma, las emociones, las oscuridades y vacíos, la mala vida y toda falta. «Ay amor, apareciste en mi vida / y me curaste las heridas. / Ay amor, eres mi luna, eres mi sol / eres mi pan de cada día», canta Maná (Eres mi religión, 2002). «You picked me up when I was down, said» (K-Ci & JoJo, All My Life). «Ella a mi lado siempre está / para apagar mi soledad» (Marta Sánchez & Andrea Bocelli, Vivo por ella, 1997). «Tus besos que me arrullan, me dan la ilusión / bálsamo y perfume para mi corazón» (Juan Luis Guerra, Tus besos, 2014).

Quien ama siente deseos de pedir perdón y de reparar. Literalmente hay miles de canciones que con desgarradoras notas piden perdón por las faltas. ¡Imposible citarlas aquí a todas! Una de las más sinceras letras, que se condice con la naturaleza caída del ser humano, dice: «I’m sorry that I hurt you / It’s something I must live with everyday. / And all the pain I put you through / I wish that I could take it all away / and be the one who catches all your tears» (Hoobastank, The Reason, 2003).

A muchos nos sonarán estas palabras: «el amor es sufrido, es benigno; (…) no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad», se lee en la primera carta a los Corintios. Por eso, «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», y perdona. Perdonar es olvidar el pasado. «Si estás a mi lado / no importa el pasado», canta Reik (Un Amor de Verdad, 2016). En el fondo, el amor nos devuelve la dignidad. Se repite entones la historia de la princesa y el sapo, de la bella y la bestia, de la Cenicienta, y tantas historias de la literatura donde todas las fealdades se curan con un beso. Entonces, solo entonces, «you’ll be the prince and I’ll be the princess. / It’s a love story baby just say “Yes”» (Taylor Swift, Love Story, 2008).

Finalmente, la espiral del amor nos hace ser cada vez más buenos. Ni el amor, ni la persona, ni la realidad son estáticas. Quien dice basta en el camino del amor, está perdido. Siempre, en la tierra y en el cielo, se podrá decir «que estoy enamorada / y tu amor me hace grande, / que estoy enamorada / y que bien, que bien me hace amarte» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009).

j) Frutos de benignidad y mansedumbre

La benignidad tiene dos aspectos: el ser y el hacer. Primero tiene que ver con lo bueno, con el ser afable, benévolo, sosegado, templado, sereno, moderado, suave o apacible. Todo esto se relaciona con la mansedumbre. Alguien “pesado” no es benigno. En segundo lugar, está relacionada con la capacidad de hacer el bien (o al menos de no dañar). Así, los médicos hablan de tumores malignos y benignos. El realismo filosófico observa además que es propio de lo más perfecto tener una mayor potencialidad, una mayor capacidad de hacer el bien. Ambos aspectos de la benignidad aparecen en las canciones.

El amor nos hace mansos porque pule las aristas que todos llevamos dentro. Como el amor es «cierta coadaptación de la potencia apetitiva a un bien» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5), por el celo quien ama procura remover todo lo que enrarezca la relación con lo amado: por ejemplo, todas las asperezas de carácter o defectos en el trato. Por eso es común que los enamorados se pregunten con frecuencia si son gratos o agradables, para solucionar inmediatamente cualquier defecto. «And then she asks me, Do I look all right? And I say, “Yes, you look wonderful tonight» (Eric Clapton, Wonderful Tonight, 1977). «I know when I compliment her she won’t believe me (…) But every time she asks me “Do I look okay?”» (Bruno Mars, Just The Way You Are, 2010). Algún estudio sobre la conyugalidad ha demostrado cómo los hombres se vuelven más civilizados dentro del matrimonio.

El fruto que se obtiene es la naturalidad en el trato: entre los enamorados se crea un idioma y todo se recibe con una normalidad asombrosa, con la normalidad con que la lengua recibe el agua y la vista un rayo de luz, con la normalidad con que se reciben las cosas bellas —cosas perfectamente adaptadas a nuestras potencias. «Che bella cosa na jurnata ‘e sole / n’aria serena doppo na tempesta / pe’ ll’aria fresca pare gia’ na festa (…) ‘O sole, ‘o sole mio / sta ‘nfronte a te / sta ‘nfronte a te» (Giovanni Capurro, O sole mio, 1898).

Polo precisa que mientras el bien es difusivo —tiende a expandirse todo lo que puede—, el amor personal es efusivo, porque no se gasta, ni entra en pérdida. El amor produce frutos benignos: conocimientos profundos, acciones buenas, cosas. Nos hace dar lo mejor de nosotros mismos. «I’ll be giving it my best-est (…) to win some or learn some» (Jason Mraz, I’m Yours, 2008). Damos lo mejor de nosotros para tener algo que ofrecer al amor. «And I’ll be makin’ history like I do. / You know it’s all because of you / we can do whatever we want to. / Hey there, Delilah, here’s to you / this one’s for you» (Plain White T’s, Hey There Delilah, 2004).

k) Fruto de modestia

Modesto es aquel que es «humilde o carente de vanidad», dice la Real Academia Española. «El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece» (1 Co 13, 4). Los grandes amores no caben en el estrecho corazón del soberbio, porque —en palabras de San Agustín— «la morada de la caridad es la humildad». Lo primero en el amor humano es reconocer «I’m not a perfect person / there’s many things I wish I didn’t do / but I continue learning» (Hoobastank, The Reason, 2003). Sin ese reconocimiento que hace al alma capaz de recibir luz y sufrir licuefacción, el amor no cuaja. A la vez, mientras más crece este convencimiento, más capacidad se adquiere de amar.

En este mundo pasajero que pronto se ha de acabar, quien ama a otro ser humano siempre se siente inferior, porque todos pueden mostrar algún aspecto superior o del que podemos aprender. Muchas canciones lo ponen de manifiesto. Suele hablarse de la desigualdad económica, pero también se abordan otros temas: «No tengo un Jet Privado / que compré con una Black Card, / pero tengo una gua-gua vieja / con la que siempre vamos a pasear. / No tengo ropa de Versace, / ni musculatura dura para enseñar, / pero tengo un par de brazos desnudos / que muy fuerte te van abrazar» (Sie7e, Tengo tu love, 2011).

Las letras que resaltan este género de comparaciones con frecuencia son muy graciosas. «Yo era de un barrio pobre / del centro de la ciudad / Ella de clase alta / pa’ decir verdad / montada en un mercedes / automático, dos puertas; / yo rodando en onatrate / con un pie adentro, otro afuera (…) Ella summa cum laude / yo “suma dificultad” (…) Esta historia se escribe / sin principio ni final: / ella estando en sus buenas / y yo siempre estando mal» (Juan Luis Guerra, Me enamoro de ella, 1987). Realmente la modestia resulta muy divertida: divierte al amante —que se vierte o centra su atención en las pocas bondades del defectuoso amado— y divierte al público de ver semejante pareja. «No estoy entre los más bellos / de People en español, / pero tu mirada me dice / que soy el Brad Pitt de tu corazón, ha!» (Sie7e, Tengo tu love, 2011).

Hace muchos siglos se suscitó la pregunta de si era posible el amor entre desiguales. ¿Cómo los dioses pueden amar lo que es inferior? La cuestión era difícil, y de hecho los antiguos se mostraron renuentes con la idea de una verdadera amistad entre hombres y dioses, porque según ellos la amistad precisaba de una cierta igualdad. La mejor solución del asunto la he encontrado en el doctor angélico: «la igualdad hace que el amor mutuo sea igual. Sin embargo, entre desiguales puede haber mayor amor que entre iguales, aunque no sea igual por ambas partes. Ejemplo: El padre ama naturalmente más al hijo que los hermanos entre sí, aunque el hijo no le corresponda con idéntico amor» (Suma Teológica I, cuestión 96, artículo 3). En este sentido, podríamos decir que la modestia y la humildad son propias de los inferiores, que conocen su inferioridad y pueden cantar: «todas mis fuerzas se me van si estás aquí / y mis poderes no son nada. / Me siento tan normal, / tan frágil tan real, / me elevas al espacio sideral» (Jesse & Joy, Espacio sideral, 2006). ¿Pero acaso también se exigen ambas virtudes a los superiores?

La respuesta a la última pregunta nuevamente la encontramos en la Suma Teológica: «los mejores, por serlo, son más dignos de amor. Mas porque en ellos es más perfecta la caridad, aman también más, si bien en proporción al objeto amado. En verdad, el que es mejor no ama a su inferior por debajo de lo que es digno de ser amado, mientras que el menos bueno no llega a amar al mejor cuanto merece» (Suma Teológica secunde secunde, cuestión 27, artículo 1). Por eso, cuando la modestia mira hacia afuera, ella descubre y ama lo que es bueno en el amado. «You were my eyes when I couldn’t see / you saw the best there was in me» (Celine Dion, Because You Loved Me, 1998). Y cuando la modestia mira hacia adentro de uno mismo, observa que no hay motivo para merecer el amor: «now I know I have met an angel in person / and she looks perfect / no, I don’t deserve this. / You look perfect tonight» (Ed Sheeran, Perfect, 2017).

l) Frutos de continencia y castidad

En honor a la verdad, no hemos encontrado muchas referencias a la continencia y a la castidad en la música pop. ¡Los cantantes también son hijos de su tiempo! Con todo, alguna referencia tangencial sí que ha aparecido: «No niegues en darme el sí / que yo te he ofrecido a ti / un matrimonio sagrado», canta Juan Luis Guerra (Como abeja al panal, 1990b).

Conclusiones

A lo largo de este escrito hemos intentado contestar a la inquietud de Foreigner: I Want To Know What Love Is (1984). La respuesta ha sido que el amor tiene seis características esenciales, sin las cuales no hay amor de ninguna clase: pluralidad, luz, recibir y dar, totalidad y eternidad. Además, tiene tres géneros de efectos (próximos, mediatos y remotos), que evidencian cuán desarrollado y qué tan ardiente es el amor.

Las letras de las canciones nos muestran que aunque cada uno se exprese en un lenguaje distinto, los buenos artistas conocen a través de la experiencia cosas semejantes a las que los más altos filósofos han llegado a través de la investigación. Los primeros van por el camino de la evidencia vivencial y hablan un lenguaje más plástico, mientras los segundos por el camino de la razón y hablan un lenguaje más técnico.

Dos cosas me han suscitado admiración al realizar este estudio. La primera, fue observar cómo las palabras más repetidas en las canciones románticas aludían justamente a las seis características esenciales del amor. En cambio, las palabras relacionadas con los diversos efectos del amor se repetían con muchísima menos frecuencia. Quizás esto sea una confirmación de cuáles cosas son realmente esenciales al amor.

La segunda fue observar que aquellos efectos del amor que en un primer momento me resultaron “inclasificables” (aquellos efectos que los cantantes aseguraban que el amor tenía, pero no podían ser clasificados dentro de los efectos próximos o mediatos enumerados en la Suma Teológica), todos ellos calzaban a la perfección en los llamados “dones” y “frutos” del Espíritu Santo. Hoy tiendo a creer que tales dones y frutos son realidades naturales del amor, que pueden ser elevados sobrenaturalmente por la gracia de aquel Espíritu que es Amor para que podamos alcanzar a Dios.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Mayo 2021

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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