Filosofía de la vida: (II) Aprender a vivir


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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Una interesante cuestión que hemos de abordar en la vida, es si se vive “sin más” o si se aprender a vivir. Si basta el «carpe diem», vivir el momento, vivir la vida loca como nos nazca del alma, o si conviene salir del momento y hurgar qué hay más allá. Aquí explicamos cómo aprendiendo a vivir la vida aprendemos a vivir el momento.

Aprender a vivir

Otra interesante cuestión por abordar es si se vive “sin más” o si se aprender a vivir. Desde luego, la vida de los músculos lisos no requiere aprendizaje consciente; nadie estudia antes de nacer cómo hacer que su corazón lata, o que el páncreas libere hormonas, o que circule la sangre. La dinámica corporal la hemos recibido y, en general, funciona de manera inconsciente. «Sé bien que es vivir», canta Rozalén con Estopa (Vivir, 2018). Sin embargo, la misma canción habla de un aprendizaje: «pero sabes, he aprendido tanto, tanto; / esta vida me ofreció una nueva oportunidad. / Y ahora sabes el bien que es vivir. / No hay tiempo para odiar a nadie / ahora sé reír» (Vivir, 2018). Como se ve, aquí no se está hablando de la vida corporal, sino de la vida del alma. Reír es manifestación de vida espiritual: solo quien entiende algo, puede contemplar la belleza de lo armónico y mofarse de lo disparatado. Saber vivir es saber reír. A la vez, quien odia mata y se mata. Se le seca la sonrisa. Amar es vivir, odiar morir.

Decíamos que en lo referente al espíritu, vida, dar y crecer se identifican. Si es así, quien enseña a amar, enseña a vivir y a crecer. La idea resuena en el repertorio de Juan Gabriel: «poco a poco, lentamente, me enseñaste a querer; / poco a poco, lentamente, yo de ti me enamoré; / poco a poco, lentamente, me enseñaste a vivir» (Juan Gabriel, Ya no vivo por vivir, 2015).

Según un axioma de la filosofía poliana, entre dos cosas reales distintas siempre hay jerarquía y en ella lo superior es razón de ser de lo inferior (o, dicho al revés, lo inferior existe en función de lo superior). Si existen dos tipos de vida, la corporal y la espiritual, entonces debe darse algún género de jerarquía entre ellas. Sellés escribió que la vida no es «“democrática” sino netamente jerárquica. La vida es real, y lo real se distingue entre sí en que una realidad vital es superior a otra. Negar la jerarquía en este ámbito es, como advertía Shakespeare, síntoma de decadencia»[1]. La tesis es igual de clara para los artistas: la vida corporal existe en función de la vida espiritual. El amor es la “razón de vivir”. Así lo cantan Mercedes Sosa y Víctor Heredia: «para decidir si sigo poniendo / esta sangre en tierra, / este corazón que bate su parche / Sol y tinieblas… / Para continuar caminando al Sol / por estos desiertos (…) solo me hace falta que estés aquí / con tus ojos claros. / Ay, fogata de amor y guía / Razón de vivir mi vida» (Razón de vivir, 1985). Con distintas palabras Juan Gabriel lo repite: «yo de ti me enamoré (…). Ya puedo decir que por fin, / ya no vivo por vivir, ya no vivo» (Juan Gabriel, Ya no vivo por vivir, 2015). Aunque se puede estar sentado en este mundo viviendo “por vivir”, el amor (vida del alma) da sentido a todo género de vida. El amor es, sin duda, razón suficiente y sobreabundante para vivir.

A la vez, también es cierto que la vida corporal condiciona la vida espiritual. Como decíamos, ambas vidas son interdependientes. Sin concepción corporal no hay alma, ni individuo de la especie humana. Es necesario que haya una base material con una identidad específica, capaz de automoverse (de crecer, madurar, desarrollarse) para que exista un ser humano. Basta un mínimo de vida corporal para que el alma pueda desplegarse. «It sounds simple, that’s what you’re thinkin’ / but love can walk through fire without blinkin’ / It doesn’t take much when you get enough. / Livin’ on love» (Alan Jackson, Livin’ on love, 1994)[2].

Vivir el momento

Un famoso poeta romano solía repetir la frase “carpe diem”, que significa “aprovecha el día”. Con estas palabras Horacio urgía a centrarse en el presente, a vivir el momento, a darse cuenta de que solo hay una vida. Veintiocho siglos han pasado desde entonces y el dicho sigue repitiéndose de diversas formas y con múltiples significados. Solo se vive una vez (1993) es el nombre de una canción de Azúcar Moreno. Allí, lo efímero de la vida viene a ser argumento suficiente para tomarse ciertas licencias: «si no quieres aguantar / y te quieres liberar, / una frase te diré: / sólo se vive una vez. (…) Si te importa “el qué dirán” / y te quieren enrollar, / recuérdalo bien: / sólo se vive una vez». Del pasado no hay que preocuparse —lo pasado, pasado está—; y del futuro, ¿quién sabe qué nos llegará? Lo importante es el presente, disfrutar hoy, Livin’ la vida loca (Ricky Martin, 2004), vivir intensamente y al límite, Livin’ on the edge (Aerosmith, 1993).

Pero, ¿a dónde conduce ese estilo de vida? ¿A dónde lleva este olvidarse del pasado y poner entre paréntesis el futuro, para dar rienda suelta a las pasiones hoy presentes? En realidad ello no puede llamarse vida personal. Si la vida es un principio interno de automovimiento que unifica la existencia del individuo (unificando presente, pasado y futuro, en un ciclo armónico de desarrollo), tal principio no se da en la versión superficial del carpe diem. Allí no hay unidad, no hay reclamo a la configuración inicial de la vida (el código secuencial), solo hay pasiones desperdigadas y desesperadas cada una por saciar su voraz apetito. “La vida loca” corre ciega en busca de la muerte: «que la vida me mate, no la muerte», pide explícitamente Leticia Herrero. Cualquier droga se puede consumir, aunque deje daños irreparables en el cerebro. El futuro poco importa, hay que “vivir el momento”. En “la vida loca” no hay unidad en la persona, ni proyecto personal, menos interpersonal. Freddie Mercury es muy agudo cuando explica lo que sucede con el Living on my own (1985): «dee do de de, dee do de de. / Sometimes I feel I’m gonna break down and cry (so lonely). / Nowhere to go, nothing to do with my time / I get lonely, so lonely, living on my own»[3]. Uno tiene tiempo de sobra, pero para nada. La nada es la gran compañera de la vida loca: todo avoca al hastío y a la soledad. Ricky Martin no es tan claro como Queen. Él solo intuye lo que puede suceder: «I feel a premonition / that girl’s gonna make me fall (…) She’s livin’ la vida loca / she’ll push and pull you down» (Ricky Martin, Livin’ La Vida Loca, 2004)[4]. Y la misma duda se cierne en la cancion Livin’ on the edge (1993) de Aerosmith: «there’s something wrong with the world today / I don’t know what it is»[5].

Desde luego, para quien no ha aprendido a amar —amar o vivir, que es lo mismo—, para quien no ha volado alto con el espíritu, todo es oscuro y caduco. «El amor tiende al fracaso, / el sol al ocaso / y los sueños a nada», canta desencantadamente Ricardo Arjona. Su ideal existencial es bastante modesto y triste: «vamos viviendo la vida (ah-ah-ah) / bailemos hasta morir (ah-ah-ah). / Dime por qué se te olvida (ah) / que es batalla perdida» (Morir por vivir, 2020). Si no se cree en el amor, todo pierde sentido. ¿Para qué ser bueno? ¿Para qué buscar metas nobles? ¡Basta de pensar en el futuro! ¡Hay que pasarlo bien! Yo me voy a emborrachar… Total, «la vida es solo una y me toca vivir (Uooh). (…) / Quiero beber y salir con mis amistades (Amistades) que la nota suba y no se acabe (Acabe). (…) / Hoy me toca vivir / al amor le cerré las puertas / toy’ puesto pa’ hacer maldades» (Jay Wheeler–DJ Nelson, Vivir, 2020). ¿Cuánto pueden durar los efectos del alcohol? La misma canción lo dice: «hasta que se vayan las estrellas / yo no me voy de aquí» (ibid.).

Esta versión desencantada del carpe diem carece de fe en el futuro y de esperanza en el más allá. Si no tenemos más que la vida animal del cuerpo, pues comamos y bebamos, que mañana moriremos[6]. «Aquí estoy para morir cuando me llegue» (Juanito Makandé, Viviré, 2014). ¡Vaya futuro, funesto como él solo! En tal escenario de rayos y tinieblas, alguno incluso ha llegado a adivinar lo que le espera: «for some reason I can’t explain / I know Saint Peter won’t call my name» (Coldplay, Viva la vida, 2008)[7].

Con todo, el carpe diem horaciano también ofrece una segunda lectura más positiva: hay que centrarse en el presente, para asegurar el futuro. Debemos aprovechar el tiempo. Es poco el tiempo que tenemos para amar. «Mira el mañana ahora, y no al ayer (…). Vive ya / atrévete a vivir a fondo», cantan a dúo Andrea Bocelli y Laura Pausini (Vive ya, 2013). Vivir a fondo no es regalarse a los placeres de la vida; es dedicar todo nuestro esfuerzo a darnos sin reservas a los demás: «buscando el amor verdadero / la vida es esta noche. (…) La vida es ahora» (Andrea Bocelli & Laura Pausini, Vive ya, 2013). Solo así se encuentra la eternidad, según lo atisbaron Los Auténticos Decadentes: «es evidente que el paso del tiempo es irreversible / y si vivís cada segundo a pleno, serás el dueño de la eternidad» (Viviré por siempre, 2003).

Apuntar al infinito

¿Se vive para siempre o todo termina aquí? Mucho se ha discutido en la materia. Más allá de las razones que los filósofos hayan dado a favor del más allá o en su contra, lo cierto es que en la música hay como una especie de convicción de que el amor nos hará eternos. «Mientras me queden besos en los labios / yo viviré», canta Yahir (Viviré, 2009). Incluso, aunque no se esté convencido de la subsistencia del alma, ni de que existan cielos e infiernos, el pensamiento de que el amor nos eterniza sigue presente. Los Auténticos Decadentes, por ejemplo, afirman entre notas no muy esperanzadas que «es imposible saber lo que pasa después de la vida. / Si se supiera igual sería muy difícil de explicar» (Viviré por siempre, 2003). No saben qué hacer con ese deseo de eternidad que todos llevamos enclavado en lo profundo del pecho. Quieren subsistir y no saben cómo. La solución que terminan dando es la de acudir a la metáfora. «Empezó la cuenta regresiva, no se puede detener / no se puede detener. / Cuando me llegue la muerte viviré por siempre en tu corazón. / Cuando me busques en tus pensamientos me darás tu aliento y así volveré» (Viviré por siempre, 2003).

Tal solución puede ser bella y poética, pero no real. Algún día también la mujer que recuerda al difunto morirá y, en todo caso, revivir el recuerdo nunca es lo mismo que revivir el cuerpo. El recuerdo no se puede tocar con nuestras manos, ni nos puede prestar ayuda para lavar los platos, tender la cama o empujar el carro varado. La solución de Los Auténticos Decadentes no es auténtica. Para que la afirmación «viviré por siempre en tu corazón» sea verdadera en todos sus extremos, haría falta que el amante sea Dios. Solo el corazón de un Dios capaz de dar la vida puede volver a darla a los muertos, y solo un Amor infinito puede conferir infinitud a la vida amante. Aquí es Phil Wickham quien da en el clavo cuando canta: «in desperation, I turned to heaven (…) Hallelujah, death has lost its grip on me, / you have broken every chain / there’s salvation in your name / Jesus Christ, my living hope» (Living hope, 2018)[8]. Hablando serio y sin metáforas hemos de concluir que quien no muere en el amor divino, quien no alcanza el cielo (el cielo es el corazón de Dios), no alcanza ninguna vida eterna; a lo mucho se hará acreedor de una muerte sin término.

Hoy es muy difícil asistir al entierro de un rey. Antes era más común. En esos dramáticos momentos las multitudes solían repetir una curiosa frase que aparece en la canción más exitosa de Coldplay según la Billboard Magazine: «listen as the crowd would sing: “Now the old king is dead! Long live the king!”» (Viva la vida, 2008)[9]. “¡Larga vida al rey!” se proclama en su funeral. ¿Cómo puede ser esto? ¿No es acaso una contradicción? Lo que suceda después de la muerte sigue siendo un misterio en el que muchos naufragan. ¿Cómo dilucidarlo? Rozalén con Estopa lo sugiere: «si miro a todo como un niño / los colores son intensos / yo saldré de aquí, si lo creo así. (…) Ahora soy feliz / porque sé bien que es vivir» (Vivir, 2018). Mirar como niño es mirar con confianza a quien nos quiere, a quien siempre tiene más para darnos. Y una vez más aquí Mercedes Sosa y Víctor Heredia tienen algo que decir: «para descartar esta sensación / de perderlo todo, / para analizar por donde seguir / y elegir el modo (…) solo me hace falta que estés aquí / con tus ojos claros (…) ¡ay, fogata de amor y guía!» (Mercedes Sosa [Víctor Heredia escritor], Razón de vivir, 1985). El misterio de la vida y de la muerte se esclarece en el misterio del amor.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] Sellés, 2011.

[2] «Suena simple, eso es lo que estás pensando / pero el amor puede caminar a través del fuego sin parpadear. / No se necesita mucho cuando tienes suficiente. / Vivir enamorado».

[3] «Dee do de de, dee do de de. / A veces siento que me voy a romper y llorar (estoy tan solo). / NO hay lugar adonde ir, nada que ver con mi tiempo. / Me siento solo, tan solo, viviendo solo».

[4] «Siento una premonición / esa chica me va a hacer caer. (…) Ella está viviendo la vida loca / te empujará y tirará hacia abajo».

[5] «Algo anda mal en el mundo de hoy / no sé qué es».

[6] La alusión consta en Isaías 22, 13. San Pablo la completa: «Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos» (1 Cor 15, 32).

[7] «Por alguna razón no puedo explicarlo / sé que San Pedro no me llamará por mi nombre».

[8] «Desesperado, me volví al cielo (…) Aleluya, la muerte me ha perdido, / has roto todas las cadenas / hay salvación en tu nombre / Jesucristo, mi esperanza viva».

[9] «Escuchen como la multitud cantaba: “¡Ahora el viejo rey ha muerto! ¡Larga vida al rey!”».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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