Filosofía de la naturaleza: (III) Deberes ecológicos


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

Muchas canciones se han compuesto en las últimas décadas para protestar contra los desastres ambientales. En ellas hay una cosmovisión y una filosofía moral de fondo que vale la pena analizar despacio, según lo hacemos en este capítulo..

Deberes relacionados con la naturaleza

En la música pop se detecta una especial sensibilidad por los deberes religiosos, éticos y jurídicos que los seres humanos tenemos frente a la naturaleza. Intentaré describirlos a continuación.

Al menos en la música, la naturaleza se recibe como algo superior e inmerecido. Ya hemos hablado de la superioridad de la naturaleza. Es un don demasiado grande como para ser merecido. Calle 13 lo deja muy claro: «tú no puedes comprar al viento, / tú no puedes comprar al sol, / tú no puedes comprar la lluvia, / tú no puedes comprar el calor, / tú no puedes comprar las nubes, / tú no puedes comprar los colores» (Calle 13, Latinoamérica, 2010). ¡Si estamos aquí es por gracia divina! Cada uno puede decir, junto a Jorge Drexler, que simplemente «me han dado alojamiento / en el más antiguo de los viveros» (Tres mil millones de latidos, 2010). La pregunta aquí es ¿quién nos ha dado alojamiento? Tres respuestas pueden darse: la madre naturaleza, su Creador o ambos. En todo caso, la respuesta reclama el infinito y la divinidad. O la naturaleza es infinita —y, por tanto, tiene rasgos divinos— según creen ciertas tribus y científicos, o el Creador de la naturaleza es infinito y divino[1]. En uno y otro caso, quien recibe un regalo contrae un deber de gratitud para con el donante. Este deber de gratitud incluye muchas cosas: primero la responsabilidad de cuidar lo regalado, luego un cierto deber de reciprocidad, y, sobre todo un deber de aprecio al donante o un deber de “amor”. Tales deberes están presentes en la canción que dice: «la tierra tiene fiebre necesita medicina / y poquito de amor que le cure la penita que tiene. / Aah-aah» (Bebe, Ska de la Tierra, 2004). El peor pecado aquí es destrozar el regalo frente a quien nos lo dio: «Death of Mother Earth, / never a rebirth. / Evolution’s end, / never will it mend, / never» (Metálica, Blackened, 1988)[2]. Además vale considerar que mayor deber de gratitud tiene quien ha merecido recibido regalos más valiosos. Si lo recibido es superior a lo humano (superior al menos en términos corpóreos), a Dios y a la naturaleza se le debe todo (al menos en lo que se refiere al cuerpo). Así, pues, los deberes ecológicos son primera y fundamentalmente de orden religioso, aunque después presenten una dimensión ética y jurídica.

Hablemos ahora de los deberes éticos. Concebimos aquí la ética en términos aristotélicos, como la ciencia de la vida feliz. Desde esta perspectiva las normas éticas no son una imposición social, ni divina; cada postulado ético solo encuentra su razón de ser si procura una mayor felicidad o una “vida realizada”. Los deberes ecológicos han de fundamentarse en esta búsqueda de la felicidad. Y es aquí Michael Jackson quien da en el clavo cuando pide: «heal the world, / make it a better place / for you and for me, and the entire human race. / There are people dying. / If you care enough for the living… / Make a better place for you and for me» (Heal the world, 1991)[3]. Hay que hacer de este planeta un mejor lugar «para ti y para mí, y para la entera raza humana». Creo yo que esta es la frase que mejor compendia la ética ambientalista. Michael Jackson es simplemente extraordinario. Quizá solo quepa matizar que los deberes éticos vienen después de los deberes religiosos, por los que primero hay que honrar al Ser superior y respetar lo que nos ha regalado.

Demos otra vuelta más a la tuerca. La ética necesita unos sujetos que sean inteligentes y libres. Quien actúa por fuerzas ciegas, por “presión irresistible” en términos leguleyos, o con desconocimiento total de las consecuencias, no es responsable éticamente. Lo mismo aplica al derecho. Pues bien, el sujeto de la ética ecológica no es —no puede ser— la naturaleza. 50.000 personas mueren al año por picadura de serpiente, 25.000 por la mordida de perros rabiosos, 10.000 por el mal de chagas, 1000 en las mandíbulas de los cocodrilos y 500 son descuartizados por las muelas de los hipopótamos. Nadie en su sano juicio podría condenar a estos animales por las muertes que han ocasionado de una forma bastante cruel. Nadie censura al león por matar con premeditación y alevosía a la gacela, o al búfalo que vio el asesinato y no hizo nada. En la selva las bestias matan cuando les viene en gana y todos sobreviven a costa del más débil; nadie busca el bien de los demás. Ello no es reprochable en el mundo animal, ni en quienes carecen de inteligencia y libertad. ¿Quién puede tachar de injusto al volcán que sumerge inmisericordiosamente a sus pobladores en un mar de lava? ¡Nadie! Ellos no son sujetos éticos, ellos no tienen una “aproximación personal” hacia lo que les rodea.

En cambio, el ser humano sí que tiene una “aproximación personal” al mundo en el que habita: es capaz de amar, de cuidar a otros por algo más que interés o instinto, y de tener responsabilidades éticas. La responsabilidad ambiental está de nuestro lado, no del lado de la naturaleza. Nosotros sí que podemos —y debemos— reconocer cuánto hemos recibido de la naturaleza, que vivimos en ella y que debemos cuidarla. Por eso Macaco bien puede cantar: «si la miras como a tu mamá / quizás nos cambie la mirada / y actuemos como el que defiende a los tuyos» (Mama Tierra, 2006). Los deberes éticos son fundamentalmente con nosotros mismos que buscamos una vida feliz, y con quienes convivimos. Con nosotros mismos porque, como decía Queen, «oh, oh, people of the Earth / listen to the warning, —the prophet he said—: / for soon the cold of night will fall / summoned by your own hand”» (Queen, The prophets song, 1975)[4]. Y con los demás: en el fondo estamos ante un deber de amor al prójimo. «Then it feels that always / love’s enough for us growing. / Make a better world» (Michael Jackson, Heal the World, 1991)[5].

Al último están los deberes jurídicos, aquellos que se pueden exigir a otro ser libre en sociedad. Aquí encontramos una prohibición y un deber de colaboración. Respecto a la prohibición, en la música pop aparece claro que nadie puede reclamar la naturaleza con exclusividad. «El agua es de todos, no del mejor postor» (Aterciopelados, Agua, 2010). «Sólo quiero que tú comprendas que no somos dueños de la mar ni del planeta» (Carmen Doora, Eco, 2016). «No puedes comprar el sol, / no puedes comprar la lluvia (…). No puedes comprar mi vida (vamos caminando). / La tierra no se vende» (Calle 13, Latinoamérica, 2010). Por eso no se ahorran críticas a quienes buscan apoderarse del medio ambiente o lo usan con exclusividad para sus propios intereses, sin importarles los demás. «Te crees señor de todo territorio / la tierra solo quieres poseer», critica Pocahontas al invasor (Alan Menken, Colores en el viento, 1995). También se reprocha a los «hunters of land, hunters of sea / exploit anything for money» (Pearl Jam, Whale Song, 2003)[6]. Los artistas ven muy mal a quien daña la naturaleza por acumular unas cuantas monedas. Joaquín Sabina, por ejemplo canta: «y, en el coro de Babel / desafina un español; / no hay más ley que la ley del tesoro / en las minas del rey Salomón (…) ¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?» (Peces de ciudad, 2002).

En materia ecológica hoy existen toneladas de leyes que regulan con minucia lo que cada uno debe hacer en los más variados temas ambientales. Todos tenemos un deber de colaborar en mantener saludable la naturaleza porque todos compartimos el mismo espacio vital. «Cabalgo con mis hermanos, / nos guía el valor, / en una manada infinita / juntos al universo aullar, / al universo aullar» (Nunatak, Susurro en el viento, 2018). Dañar este espacio vital es dañar la unidad ecológica y humana, lo que al final del camino representa un atentado contra todo género de vida, incluida la humana. «Hermanos son el río y la lluvia, / amigos somos todos como ves; / vivimos muy felices tan unidos / en un ciclo fraternal que eterno es» (Alan Menken, “Pocahontas”, Colores en el viento, 1995).

Estamos de paso

Es evidente que aquí estamos de paso. «Estoy aquí de paso, / yo soy un pasajero, / no quiero llevarme nada, / ni usar el mundo de cenicero», dice Jorge Drexler (Tres mil millones de latidos, 2010). Tenemos ojos para ver a nuestros hijos y tenemos inteligencia para saber que después vendrán muchos más. Hay que mirar hacia adelante. «Think about um, the generations / and ah, say we want to make it a better place for our children» (Michael Jackson, Heal the world, 1991)[7]. Debemos dejar una buena herencia, un hogar saludable a los que vengan. Otra cosa nos avergonzaría. «Con alma y vida yo defiendo tú jardín… / Te agradezco, / aunque me voy / avergonzado por ser parte de la especie» (Bersuit, Madre hay una sola, 2005).

Una vez más quiero volver a la canción de Jorge Drexler, una de mis favoritas en este tema. En un momento dado en ella se escucha que «estoy aquí sin nombre / y sin saber mi paradero» (Tres mil millones de latidos, 2010). Ello es muy profundo y tiene ecos apocalípticos. En efecto, nos esperan en otro hogar que no conocemos, en unos “nuevos cielos” y una “nueva tierra” donde recibiremos nuestro verdadero nombre en una piedrecita blanca, según lo ofrece el autor del libro de las revelaciones[8]. Pero eso será… ¡al final de los tiempos! Tiempo y espacio se entrelazan, naturaleza y vida también. Esta bella Tierra pasará. «Si quisiera regresar / ya no sabría hacia dónde. / Pregunto al jardinero y el jardinero / no me responde» (ibid.). Hay que mirar hacia adelante, pues «yo estoy aquí de paso» (ibid.).

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] La respuesta de un origen alienígena es solo patear la pregunta más atrás: ¿quién creó a los seres alienígenas?

[2] «Muerte de la Madre Tierra, / nunca habrá renacimiento. / El fin de la evolución, / nunca se arreglará, / nunca».

[3] «Sana el mundo, / hazlo un lugar mejor / para ti y para mí, y para toda la raza humana. / Hay gente muriendo. / Si te preocupas lo suficiente por los vivos… / Haz un lugar mejor para ti y para mí».

[4] «Oh, oh, gente de la tierra / escuchen la advertencia, —dijo el profeta—: / porque pronto caerá el frío de la noche / convocado por tu propia mano».

[5] «Entonces siente que siempre / el amor es suficiente para que crezcamos. / Hacer un mundo mejor».

[6] «Cazadores de tierra, cazadores de mar / explotan cualquier cosa por dinero».

[7] «Piensa en ellos, en las generaciones / y ah, digamos que queremos que sea un lugar mejor para nuestros hijos».

[8] “A los que salgan vencedores les daré a comer del maná que está escondido; y les daré también una piedra blanca, en la que está escrito un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe” (Ap II, 17).

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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