Filosofía de la muerte: (I) La cara de la muerte


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

Quizá sepamos de memoria que la muerte es la separación del alma y del cuerpo. Con frecuencia el cine escenifica al instante de la muerte con el espíritu se levanta sobre el cadáver que yace sobre el pavimento. El espíritu se va a otro lado y el cuerpo a la tumba. Pero ¿cómo puede suceder esto, si el espíritu no tiene espacio? (no está dentro, ni fuera del espacio, simplemente es inmaterial). Para contestar esta y otras preguntas, vale la pena profundizar en qué es entitativamente la muerte y cuáles son sus características.

En esta Tierra tenemos los días contados. Con una bella expresión, Serrat se preguntaba «¿quién pondrá fin a mi diario / al caer / la última hoja en mi calendario?» (Si la muerte pisa mi huerto, 1970). Salimos del barro, vimos la luz del día, quizás hemos vivido como si esto no acabara, pero acabará. Polvo somos y al polvo volveremos. «De ti nací y a ti vuelvo / arcilla vaso de barro» se canta en los Andes (poetas ecuatorianos, Vasija de barro, 1950).

La muerte es el tema más dramático de nuestra historia[1], el que produce la crisis más seria y profunda, la mayor “transformación” del personaje principal (justamente esta es la primera ley del drama)[2]. Ante la muerte nadie queda indiferente. Ella guarda celosa su misterio: ¿todo acaba aquí? Si no fuera así, ¿qué nos espera más allá? ¿Vida eterna o muerte sin fin? Y, sin ir tan lejos, ¿cómo será nuestra muerte? ¿Debo prepararme? ¿Debo preparar la muerte de mis seres queridos? Los vivos han dedicado muchas canciones a los muertos. Ellas muestran en su crudeza el misterio que se nos avecina y descubren muchos aspectos atisbados por las mentes de los más preclaros mortales. En este capítulo abordaremos las interrogantes planteadas, escuchando lo que tienen para contarnos los artistas y los hombres de ciencia.

Noción de muerte

Los cantantes no dan una definición técnica y precisa de muerte, ni analizan en qué consiste. Ninguno de ellos, por ejemplo, confronta el antiguo criterio cardio-respiratorio con la moderna prueba neurológica[3]. La música simplemente describe lo que los sentidos palpan: el dolor, la sangre corriendo, la respiración, la mirada… «Te ruego que respires todavía», canta Sui Generis (Rasguña las piedras, 1973). «Como quisiera, ay / que tú vivieras / que tus ojitos jamás se hubieran / cerrado nunca y estar mirándolos», recita Juan Gabriel (Amor eterno, 1990). En todo caso, estas letras parten de la premisa filosófica de que la muerte es la privación de la vida[4]. Si la vida es el principio vital que unifica, coordina e integra los diferentes elementos y órganos humanos en un dinamismo funcional, la muerte es la pérdida irreversible de ese principio unificador que imprime dinamismo al cuerpo: por eso, apenas muere alguien sus órganos comienzan a desintegrarse. Ya no hay unidad funcional.

Es paradójico que la muerte sea tan simple y tan misteriosa a la vez. Todos conocen qué es morir: lo han visto y lo temen. «Es tan simple y no se puede explicar, / es tan común que la gente muera; / no hay mirada que, pueda penetrar / en el milagro de la existencia» (Gustavo Cordera, Acerca de la muerte, 2010). La muerte se asume como algo natural y necesario. ¡Ya nos llegará! «Sunrise doesn’t last all morning. (…) All things must pass, / all things must pass away» (George Harrison, All things must pass, 1970)[5]. Es claro y distinto que en la res extensa cartesiana este cuerpo de lodo y agua se vaya deshaciendo con las olas de los años.

Vida y muerte, muerte y vida. Dos misterios que van de la mano. Por un lado, la muerte es la misma negación de la vida, y, por otro, ella es la misma vida “en pasado”[6]. Estamos ante algo más que una relación de opuestos. Como René Molina observa, «mucho nos preguntamos a que venimos a esta vida, pero solo se sabrá hasta que hayamos muerto». ¿Qué hay tras el negro velo de la muerte? ¿Oscuridad o luz? ¿Más muerte o más vida? Quizás haya que indagarlo entre los muertos: «there’ll come a time when all your hopes are fading, / when things that seemed so very plain, / become an awful pain / searching for the truth among the lying / and answered when you’ve learned the art of dying» (George Harrison, The art of dying, 1970)[7].

Hemos distinguido ya dos tipos de vida (la del cuerpo y la del alma), cada una con su propio principio vital y con su propia muerte. Mientras en la muerte corporal se desintegran los órganos corporales, en la muerte espiritual se desintegra la persona: la inteligencia deja de conocer, la voluntad de amar, la contemplación se torna imposible, la sonrisa se borra de la cara y, en definitiva, se pierde el principio vital que da unidad y dinamismo al espíritu. También dijimos que ambas vidas están relacionadas y cómo el amor puede perpetuar a la persona. Solo así se entiende cómo “la muerte es vida”, y cómo un escritor sueco pudo escribir: «muerte, domadora de la vida, destructora de la vida, principio y fin»[8].

¿Memoria eterna, paz eterna, muerte eterna o vida eterna?

Se hace de todo para sobrevivir. Un famoso escritor anónimo, quizá un desconocido de nombre popular (“Juan”, podría ser su nombre, o “Pedro” también) cierta vez escribió en algún lugar: «todos los hombres humanos racionales le temen a la muerte. Si no, ¿cómo explican que sigan alimentándose cada día, sigan caminando por la vereda en vez de la carretera, sigan pisando tierra, en vez de lanzarse por un abismo?». Cada uno hace lo que puede por evitar la muerte. Los romanos, que veían en el león el símbolo de la muerte, podían matar hasta quinientos leones al día para vencerla. Los médicos inventan medicinas y vacunas, los legisladores redactan leyes para mejorar la seguridad vial, los ingenieros diseñan las casas de tal manera que no se caigan, los filósofos argumentan que el alma seguirá viviendo, en tanto que los poetas y los artistas perpetúan la existencia de la persona en el amor. Por eso Rubén Blades canta «no te alegres muerte, hoy con tu victoria, / pues mi madre vive toda en mi memoria». Aun así, Blades no puede evitar que el último verso de la canción diga: «deja un vacío, imposible de llenar / por toda la eternidad / huérfano es el amor mío» (Canto a la muerte, 1992).

La poesía habla de una “subsistencia” en la memoria. La idea no es nueva. Ya Cicerón decía en el siglo I a.C. que «la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos». Es cierto que las personas subsisten en el pensamiento y en el corazón de sus seres queridos. Ello es casi inevitable. Juan Gabriel también lo canta, justamente en Amor eterno (1990): «obligo a que te olvide el pensamiento / pues, siempre estoy pensando en el ayer. / Prefiero estar dormido que despierto / de tanto que me duele que no estés». Sin embargo, usualmente no es esa la vida que la gente aspira tener en la tumba. ¿Qué gana el muerto con que lo recuerden dos generaciones? ¿Qué gana con ver su nombre escrito en el registro de fallecidos durante cientos de años? No mucho.

Más comúnmente se habla de la paz eterna. Los cementerios están llenos de deseos pacíficos: RIP (requiescant in pace, «rest in peace») se lee en sus lápidas. En efecto, «la muerte es el remedio de todos los males; pero no debemos echar mano de éste hasta última hora», según decía Molière con cierta picardía. Quizá habría que precisar: más qué remedio de todos los males, es punto final de lo pasajero de este mundo. Varias canciones recogen la idea del descanso eterno. Una de ellas es la Canción de la muerte (2002) de Paco Ibáñez, en la que se oye: «en mi seno encuentra el hombre / un término a su pesar. / Yo, compasiva, le ofrezco / lejos del mundo un asilo / donde a mi sombra, tranquilo / para siempre duerma en paz». Pero sin vida eterna ese sueño es un sueño incoloro, insonoro e insípido. Si en este mundo las alegrías siempre vienen mezcladas con las penas, la muerte de la que habla Ibáñez liquida todo: «no doy placer ni alegría, / mas es eterno mi amor» (Canción de la muerte, 2002).

Es evidente que apenas muramos el cuerpo se desintegrará. La vida eterna de este efímero cuerpo es un sinsentido: ¿a quién le gustaría envejecer y acumular achaques por años sin fin? Tampoco tiene sentido hablar de una eterna muerte corporal, porque la muerte es un hecho que se da instantáneamente[9]. En realidad, solo se puede hablar de vida o de muerte eterna, si se acepta que el ser humano tiene una vida más rica que la meramente corporal. Antes hemos visto que las canciones distinguen la vida corporal de la vida personal, aquella vida del alma que es vida de amor. Solo quien tiene un corazón grande puede creer y esperar amar eternamente. En propiedad, solo quien ama puede cantar: «yo ya tengo novia / la encontré mi amor (…). Enamorado de la muerte / su belleza me atrapo» (RIP, Enamorado de la muerte, 1987). Varios santos desean pervivir en el amor y, por eso, añoran la muerte del cuerpo. Recuérdense, por ejemplo, los versos de Teresa de Jesús: «sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo el vivir me asegura mi esperanza; muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero»[10].

Hay quienes no creen en nada de nada. Una canción de Los Auténticos Decadentes, curiosamente titulada Viviré por siempre (2003), habla de la vida futura como si fuera pura fantasía. Otros solo plantean la duda. «Será un nuevo carnaval / o un lugar sin dirección, / simplemente una extinción / o un silencio de corazón» (Gustavo Cordera, Acerca de la muerte, 2010). Estadísticamente son pocos los que piensan de forma tan triste. Casi todos los pueblos y religiones creen que la vida se prolonga después de fallecer[11]. En las catacumbas italianas, por ejemplo, se constata que los paganos no incluían la fecha de su muerte en la tumba, ni siquiera en la de los grandes ciudadanos como Valerino. Pensaban que la vida seguía, que este solo era el comienzo. Los romanos cuidaban mucho a los difuntos (limpiaban sus tumbas, les dejaban comida, los visitaban) para evitar que se revelaran contra los vivos. La expresión de Séneca es muy elocuente al respecto: «aquel que tú crees que ha muerto, no ha hecho más que adelantarse en el camino». Esta forma de entender la muerte ha dejado una honda huella en el lenguaje. En francés, por ejemplo, se llama trespass a los muertos (es decir, que han pasado a la otra vida), lo que revela una creencia muy fuerte en la vida del más allá[12]. «Beyond the door / there’s peace, I’m sure / and I know there’ll be no more / tears in heaven» (Eric Clapton, Tears in heaven, 1992)[13].

Para quien cree en el más allá, la muerte pierde buena parte de su aguijón. Cesáreo Gabaráin habla de esos momentos «cuando la pena nos alcanza / por un hermano perdido / cuando el adiós dolorido / busca en la fe su esperanza», en su canción La muerte no es el final (1991). Para el alma no es el fin, sino el comienzo. ¿Comienzo de qué? De una vida eterna si el alma está viva, o de una muerte sin fin si está muerta. Ya hemos visto que el principio vital que dinamiza el alma puede apagarse. El rock satánico gime por ir al infierno. Otras canciones esperan algo más. «Más allá del mar habrá un lugar / donde el Sol cada mañana brille más» (Nino Bravo, Un beso y una flor, 1972). ¿Qué nos espera? Es un misterio. En estas líneas hemos intentado asomarnos a él, y aunque quizá alguna luz se haya filtrado, el misterio permanece.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «La conciencia de la propia muerte convierte la propia vida en un drama real y no fingido» (J. Vicente, 2006, p. 20).

[2] Aristóteles escribió en La Poética, que la primera regla de un buen drama es que haya una profunda transformación del personaje.

[3] El electrocardiograma plano que muestra la muerte encefálica se considera hoy el estándar más apropiado para señalar cuál es el momento de la muerte.

[4] Mors est privatio vitae (Tomás de Aquino, De anima, 1. 1, art. 10). Líneas atrás nos hemos referido al concepto de vida, a sus características y géneros; a ellos nos remitimos.

[5] «El amanecer no dura toda la mañana. (…) Todo debe pasar, / todo debe pasar».

[6] Parafraseamos aquí a Jorge Luis Borges, para quien «la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene».

[7] «Llegará un momento en que todas tus esperanzas se desvanecerán, / cuando cosas que parecían tan sencillas, / se transforman en un dolor espantoso / buscando la verdad entre los yacentes [o los mentirosos] / y contestadas cuando has aprendido el arte de morir».

[8] Munthe, 2011, final del cap. VIII.

[9] El principio vital que integra los órganos del cuerpo simplemente deja de integrarlos. Técnicamente, se trata de un cambio sustancial que, como todo cambio sustancial, es instantáneo.

[10] Teresa de Jesús, Aspiraciones de vida eterna, s. XVI.

[11] «El hombre es un ser finito que tiende al ser infinito.» «El hombre tiene un alma inmortal, la cual supera el abismo que separa al mundo material del espiritual, y, separándose del cuerpo, vuela para posarse en las orillas de la eternidad, ante la mirada y el juicio de Dios» (Pío XII, 1953, Con singolare, 25-26).

[12] Además, tanto en francés como en español existe la palabra «ante-pasados».

[13] «Más allá de la puerta / hay paz, estoy seguro / y sé que no habrá más / lágrimas en el cielo».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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