Filosofía de la muerte: (II) Características de la muerte


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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El buen arte suele mostrar plásticamente los rasgos más profundos de la realidad. No aparecen ahí definiciones técnicas y precisas, pero sí descripciones profundamente humanas y existenciales. Y, como la muerte es un hecho humano, vale la pena sintonizar la radio para enterarnos qué la caracteriza.

El buen arte muestra plásticamente los rasgos más profundos de la realidad. No aparecen ahí definiciones técnicas y precisas, pero sí descripciones profundamente humanas. Y, como la muerte es un hecho humano, vale la pena sintonizar la radio para enterarnos qué la caracteriza. Recogemos aquí siete características suyas.

a) Inexorable, irresistible y universal

Nadie quiere morir. Este es precisamente el tema de la pieza musical más lograda de Queen, un verdadero clásico en la historia del rock. «Mama, ooh (Any way the wind blows) / I don’t want to die. / I sometimes wish I’d never been born at all» (Bohemian rhapsody, 1975)[1]. Uno puede gemir, gritar, intentar huirle a la muerte, gastar tiempo y fortuna en médicos… y ya sabemos lo que sucederá. «Easy come, easy go, will you let me go? / Bismillah! No, we will not let you go (Let him go!) / Bismillah! We will not let you go (Let him go!) / Bismillah! We will not let you go (Let me go!) / Will not let you go (Let me go!)» (Bohemian rhapsody, 1975)[2].

Polo presenta un dato curioso. El filósofo español observa que según las estadísticas históricas que registramos en nuestra vida, la muerte es lo más improbable que existe: nunca nos hemos muerto. A la vez, es lo más seguro. Por más lúcidas que sean las conclusiones intelectuales que elaboren los filósofos, ellas no sirven para sobrevivir. «Guarda tus mentiras, no sirven en mí / soy la Doña Muerte y vengo a cobrar / lo que con dinero no puedes pagar. / Y a pesar de todo, tratas de escapar; / por más que lo intentes te voy a encontrar» (Aleks Syntek, La doña muerte, 2007). Todos hemos de beber ese trago amargo.

La muerte ha de llegar a todas las creaturas de este universo pasajero. Le llegará al grande y al pequeño, al amigo y al enemigo. «Quise abrigarla y más pudo la muerte. / ¡Cómo me duele y se ahonda mi herida!» (Carlos Gardel, Sus ojos se cerraron, 1935). Un día nos llegará también a nosotros. «Dejaré mi tierra por fin, / dejaré mis campos y me iré / lejos de aquí. / Cruzaré llorando el jardín / y con tus recuerdos partiré lejos de aquí» (Nino Bravo, Un beso y una flor, 1972). Toda esta vida es crónica de una muerte anunciada.

b) Irreversibilidad

La muerte pone punto final al funcionamiento íntegro y orgánico del cuerpo. Al principio cada órgano intenta batírselas por sí solo, pero no se va muy lejos con tan imposible tarea. El hígado no se entiende sin el corazón, ni el cerebro sin los pulmones. La desintegración es irreversible, no hay vuelta atrás. «Sus ojos se cerraron / y el mundo sigue andando. Su boca que era mía / ya no me besa más», canta un viejo tango de Carlos Gardel (Sus ojos se cerraron, 1935). No vale la pena albergar tantas esperanzas en este mundo pasajero. «Lo que nos es querido / siempre queda atrás» (Nino Bravo, Un beso y una flor, 1972).

La muerte no tiene solución[3]. El destino es ley divina, lo efímero es ley de naturaleza. Conviene aceptar con resignación ambas normas y prepararse para el último adiós. «Adiós, muchachos, ya me voy y me resigno, / contra el destino nadie la calla. (…) Es Dios el juez supremo, no hay quien se le resista, / ya estoy acostumbrado, su ley a respetar», canta otro tango del mencionado autor (Carlos Gardel, Adiós muchachos, 1927). Como dice Arekusando wo, «lo que muerto está, muerto debe quedarse».

c) Sacralidad

Los testimonios arqueológicos más antiguos que conservamos relacionados con la religiosidad humana son los entierros. Piénsese, por ejemplo, en los hallazgos de la cueva Rising Star, a unos 50 kilómetros de Johannesburgo (Sudáfrica), datados hace trescientos mil años. En el fondo de esta cueva de 80 metros de profundidad se encontraron huesos acumulados de ancianos, adultos y niños (homo naledi), sin signos de haber sido devorados por algún animal. Aunque no hay evidencias de comportamiento simbólico, como pinturas o figuras talladas, parece lógico inferir que hay una preocupación por el destino de los muertos y por permanecer unidos. Otro yacimiento similar con 28 cuerpos lo tenemos en la Sima de los Huesos (Atapuerca, Burgos) que es incluso más antigua (data de hace 430.000 años). Y en tiempos más cercanos a nuestra era ya encontramos varios yacimientos funerarios con pinturas, tallas e instrumentos musicales que dan buena prueba de cómo desde antiguo se “celebraba” la partida de este mundo.

Tal culto relacionado con los muertos ha perdurado hasta nuestros días. Hoy se encuentran diseminadas en diversas culturas de los cinco continentes las “fiestas” celebradas en su nombre. Piénsese, por ejemplo, en la fiesta de los muertos mexicana, o en las celebraciones eucarísticas cristianas para pedir por los muertos durante el mes de noviembre. La muerte se mira como algo sagrado. Con aguda intuición un escritor francés, Alfred de Musset, observó que «nada se parece tanto a un altar como una tumba»[4]. Los muertos piden oraciones. «¿Quién rezará a mi memoria, / Dios lo tenga en su gloria, / y brindará a mi salud?», canta Juan Manuel Serrat en Si la muerte pisa mi huerto (1970). Las tumbas humanas suelen decorarse espléndidamente, más entre la gente más pudiente y poderosa; recuérdense los entierros de los faraones o de los reyes del mundo antiguo que eran enterrados con sus servidores para caminar con su séquito al más allá. Otro poeta francés, François de Malherbe, apostillaba: «un hombre en la tumba es un barco en el puerto».

e) Un evento doloroso

A nadie escapa el dolor que rodea a la muerte. La música suena con tonos tristes y la pintura la llena de sombras. También los literatos hunden la pluma sobre la tinta negra para describirla. Mientras la música canta «mi cuerpo temblaba, mi frente sudaba / como si me torturaran» (Sui Generis, Canción para mi muerte, 1972; Charly García, Canción para mi muerte, 1984), la pluma castellana de Quevedo escribe: «breve suspiro, y último, y amargo, / es la muerte, forzosa y heredada:/ mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?»[5].

Fallecer duele tanto al agonizante, como a sus acompañantes y a quienes se asoman por ahí. «Esta angustia, este dolor / no deja vivir ni seguir en paz. / Ay, ay, ay, todo tiene su final / y yo ya he sufrido de ansiedad», canta Aleks Syntek quien solo se asoma intelectualmente al tema de La doña muerte (2007). Conforme los años de esta vida cabalgan hacia su destino final, la angustia aumenta y hasta llega a obsesionar. «Siempre está en mi mente, / su nombre me volvió loco. / Su nombre es la muerte» (RIP, Enamorado de la muerte, 1987).

d) Malignidad

¿Es buena o mala la muerte? La pregunta ha merecido más de una respuesta. Probablemente sea las dos cosas a la vez. Es buena si no se piensa en la muerte y mala si se piensa en ella. Se cuenta que un buen día Honoré de Balzac tuvo que informar acerca de la defunción de su tío, el cual le había dejado en herencia todos sus bienes. Entonces tomó la palabra y dijo: «ayer al anochecer, mi tío y yo pasamos a mejor vida». La muerte es sumamente gratificante para quien espera recibir una herencia o busca eliminar a sus enemigos. Además se puede centrar la atención en otros elementos aledaños: en los pesares que la muerte ahorra, o en lo que ella aporta a la vida terrena (nos da seriedad, nos hace fuertes, confiere sentido a lo caduco, etc.) o a la vida futura. Entonces la muerte —propiamente, los efectos indirectos de la muerte— pueden ser buenos.

Sin embargo, si pensamos en la muerte misma, en lo que en sí significa, hemos de concluir que ella es mala, que es causada por el mal, y que directamente solo causa desastres. En primer lugar, la muerte es en sí misma mala por definición: ella es la aniquilación de la vida. Billones de años de evolución se acaban con la muerte de la especie. El suspiro divino se apaga.

En segundo lugar, sus causas son malignas. ¿Qué causa la muerte? De forma directa, la naturaleza débil, una enfermedad, un accidente o un crimen. De forma indirecta, los teólogos sostienen que la muerte entró en el mundo por el pecado. «No fuimos creados para morir, sino que morimos por nuestro pecado. Nos perdió nuestro libre albedrío; y hemos quedado esclavizados, los que éramos libres; por el pecado hemos sido vendidos» (Taciano). Y en ello tuvieron que ver seres cien por ciento malos. «Estaba el diablo mal parado / en la esquina de mi barrio, / ahí donde dobla el viento y se cruzan los atajos. / Al lado de él estaba la muerte / con una botella en la mano (…). Y entre las risas del aquelarre / el diablo y la muerte se me fueron amigando», canta La Renga (Balada del diablo y la muerte, 1996). Tampoco los juristas hablan de “premio de muerte”, sino solo de “pena de muerte”. La muerte es un castigo que se impone a los peores criminales.

La muerte se asocia con el pecado de Caín, con las guerras, con los asesinos a sangre fría, con lo peor de este mundo. Si el primer derecho que se ha de proteger es la vida (sin la cual no se posee ningún derecho), luego el primer crimen que ha de ser castigado es el de asesinato. Hoy se da muerte a muchos por no considerar que son persona, o por considerar que no tienen una “vida suficientemente digna”. ¡Mala cosa! Así entran fácilmente en la psicología del serial killer. La muerte lo tiñe todo de sangre y sombra. «I see a red door / and I want it painted black, / no colors anymore / I want them to turn black» (The Rolling Stones, Paint it black, 1966)[6].

En tercer lugar, la muerte causa desastres. «Se terminaron para mí todas las farras. / Mi cuerpo enfermo no resiste más», canta un tango argentino (Carlos Gardel, Adiós muchachos, 1927). Incluso la cercanía a la muerte es perjudicial. «Hubo un tiempo que fui hermoso / y fui libre de verdad; / guardaba todos mis sueños / en castillos de cristal. / Poco a poco fui creciendo / y mis fábulas de amor / se fueron desvaneciendo / como pompas de jabón», señala otra canción (Sui Generis, Canción para mi muerte, 1972; Charly García, Canción para mi muerte, 1984)

Aunque se haya puesto mucha poesía y filosofía a la muerte, resulta claro que en sí misma ella es algo malo. Bien dice la primera pluma española que «la figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa» (Miguel de Cervantes).

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «Mamá, ooh (de cualquier forma que sople el viento), / no quiero morir. / A veces desearía no haber nacido nunca».

[2] «Fácil viene, fácil se va, ¿me dejarás ir? / ¡Bismillah! No, no te dejaremos ir (¡Déjalo ir!) / ¡Bismillah! No te dejaremos ir (¡Déjalo ir!) / ¡Bismillah! No te dejaremos ir (¡Déjame ir!) / No te dejaremos ir (¡Déjame ir!)».

[3] «Todo en la vida es solucionable, salvo la muerte y la pérdida de la inocencia» (Alfonso Guerra).

[4] Musset, escritor francés, El sauce (1894, II, v. 22).

[5] F. de Quevedo, 1989,p. 51, 60, 72.

[6] «Veo una puerta roja / y la quiero pintada de negro, / ya no hay colores / quiero que se pongan negras».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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