Filosofía de la vida: (I) Noción de vida


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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Todos nos habremos preguntado alguna vez acerca de los temas existenciales. ¿Qué es la vida? ¿Para qué se vive? ¿Será posible vivir para siempre? ¿Cómo hay que vivir? Son cuestiones difíciles que no se resuelven en una sentada. También los filósofos y los cantantes se las han planteado. Recojo aquí algunas de sus respuestas, porque creo que arrojan un poco de luz en nuestro camino.

¿Qué es vivir?

Desde luego las canciones no dan ninguna noción técnica de vida, ni siquiera la más básica de “automovimiento”. Según Aristóteles, un ser vivo es aquel que tiene dentro de sí el principio interno de su propio movimiento[1]. Tal automovimiento aparece en el guepardo que corre detrás de la presa y en el águila que vuela al nido. Muchas cosas pueden influir y mover a las plantas y a los animales (el ambiente, el río, un terremoto, etc.), pero quien está vivo posee un movimiento específico propio no debido a causas externas, sino a su forma de ser, a su DNA o configuración interna. Ese movimiento se realiza cíclica y armónicamente dejando sus efectos dentro del sujeto: por eso, la vida termina desarrollando el organismo del individuo y dando vida a otros nuevos seres[2]. La vida tiene bastante de “potencia”, de capacidad de ser: denle tiempo a una semilla y será un bosque.

Las letras de las canciones no contienen ningún tratado sobre la vida, ni sobre sus características esenciales. Sin embargo, sí que describen de forma muy humana sus rasgos más profundos: por ejemplo, la unidad (sin ella no sería posible el “auto”-movimiento), el dinamismo, el principio interno de movimiento propio, la capacidad de producir más vida, entre otras. A continuación las examinaremos.

Comencemos hablando de cómo aparece la vida en esta tierra: la individualidad y la vida se reciben. ¿Desde cuándo se puede hablar que existe un ser humano distinto a los demás? Justamente desde que existe un individuo concebido vivo, desde que todo el principio vital se encuentra activo en la primera célula. Allí ya hay unidad y vida propia, con una serie de movimientos actuales distintos a los de la madre, y con muchos otros movimientos en potencia que luego se verificarán en el tiempo. Quien ve esa primera célula ya sabe que ese ser no ladrará, ni correrá en cuatro patas para cazar la presa. Repárese que esa configuración inicial y esa la puesta en movimiento se reciben. Nadie se da la vida a sí mismo. «Vive ya, no se puede vivir sin un pasado», cantan Andrea Bocelli y Laura Pausini (Vive ya, 2013). Es importante volver a los orígenes para entender qué somos y cómo hemos de comportarnos. «La vida gira, gira cual remolino / y aunque hay paradas antes de mi destino / mi rumbo es claro y el viento es firme / y no me olvido de mis raíces» (Pablo Alborán, Vivir, 2017). Nadie de nosotros elaboró la más mínima secuencia de su código genético antes de nacer; simplemente lo recibimos en el primer momento de la concepción. Luego recibimos alimento de nuestra madre, y luego alimento del trabajo de nuestro padre, y la familia nos siguió formando, y la sociedad también. Ellos son nuestro pasado. «No se puede vivir sin un pasado».

Recibimos la vida y nos pusimos a andar. Varias canciones que llegaron lejos en la Billboard Magazine enfatizan que la vida es para vivirla. Recuérdese a Livin’ la vida loca (2004) de Ricky Martin o a Vivir mi vida (2013) de Marc Anthony: «si así es la vida, hay que vivirla la la le». Parecería una redundancia, pero no lo es. Vivir es lo propio de la vida: acción, dinamismo, movimiento. «Voy a reír, voy a bailar / vivir mi vida la la la la» (Vivir mi vida, 2013). «Viviré mientras el alma me suene» (Juanito Makandé, Viviré, 2014). Lo quieto carece de vida, está muerto. «Life’s for the living so live it / or you’re better off dead» (Passenger, Life’s for the living, 2012)[3].

Este dinamismo vital del que venimos hablando no es un movimiento loco, descontrolado, explosivo e instantáneo, como el de un taco de dinamita que estalla en la mina. La vida guarda dentro de sí su propio código o DNA que determina cómo actuar, crecer y reproducirse. A esto se llama “principio vital” del automovimiento. Uno ha recibido de sus padres la hoja de ruta. «God sent an angel to help you out. / He gave you direction, / showed you how to read a map / with a long journey ahead (…) Life is worth living, so live another day», canta Justin Bieber (Life is worth living, 2015)[4].

Las formas más básicas de vida tienen cuatro etapas: nacen, crecen, se reproducen y mueren. La vida produce vida. No sé qué fue primero, si el huevo o la gallina, pero sea lo que fuere, si alguno de ellos está vivo, está destinado a producir más vida. Aunque los cementerios registren miles de muertos, la vida subsiste si los seres comparten su principio vital. «Don’t you cry for the lost: / smile for the living / get what you need and give what you’re given» (Passenger, Life’s for the living, 2012)[5]. Lo más vivo, más vida puede compartir. ¿Qué es lo más vivo? Veámoslo ahora.

Dos tipos de vida

La vida corporal es lo más evidente a los ojos humanos. El perro se mueve como perro y el topo como topo. Al gato no se le ocurre ladrar, ni al elefante cavar y vivir bajo la tierra. Cada uno posee su naturaleza y su principio vital: el burro no vuela, ni la ballena trepa montañas. Podemos violar la ley de tránsito, pero no la ley de la gravedad, ni las demás leyes de la naturaleza. Según los griegos, el ser humano es un animal racional. Por tanto, en lo que se refiere a la parte animal también estamos sometidos forzosamente a esas leyes del universo. Desde este punto de vista, cabe decir con Pablo Alborán que «solo hay que vivir» y que «la vida sigue sin mi permiso» (Vivir, 2017). Julio Iglesias también lo canta: «unos que nacen otros morirán, / unos que ríen otros llorarán; / aguas sin cauces ríos sin mar, / penas y glorias guerras y paz (…) Al final (…) La vida sigue igual» (La vida sigue igual, 1969).

La vida del cuerpo es sumamente limitada. «Este bicho es un abismo. / Se me cansa el cuerpo, / se me parte el alma y a llorar» (Rozalén con Estopa, Vivir, 2018). El cuerpo se gasta, es efímero. Los elefantes y los tiburones tienen contados sus días en sus propias mandíbulas. El día que pierdan la última fila de molares no tendrán como nutrirse y morirán. Las energías musculares son limitadas y los órganos internos también cumplen su ciclo. Yahir bien puede cantar «viviré hasta agotar el instinto, / viviré hasta quedarme vacío» (Viviré, 2009).

A diferencia de los animales, la persona no está absolutamente arrastrada por sus instintos. Nuestra vida es más rica. «Soy timonel de mi propio barco, solo hay que vivir» (Pablo Alborán, Vivir, 2017). Nosotros podemos disponer de nuestra existencia, de lo que hacemos y de nuestro tiempo. «Mi corazón nunca estará en el calendario» (Pablo Alborán, Vivir, 2017). Hay algo en nosotros que no está sometido a la normativa cósmica.

La vida del espíritu es mucho más profunda, rica y duradera. Homero murió en el siglo VIII a.C. pero sus poemas épicos (la Ilíada y la Odisea) subsisten hasta nuestros días. Esta vida es libre y creadora, innovación constante que supera con mucho la cadente repetitividad del ciclo cósmico. La persona no se satisface con moldes prefabricados para ella. Por eso resulta legítima la queja: «déjame vivir libre como las palomas (…). Déjame vivir / libre pero a mi manera / y volver a respirar / de ese aire que me vuelve a la vida» (Jarabe De Palo, Déjame vivir, 2008). Esta vida no se deja arrasar por las pasiones, sino que es capaz de soñar y de ir tras el amor por una decisión libre y consciente. «Waking up knowing there’s a reason / all my dreams come alive. / Life is for living with You. / I’ve made my decision» (Hillsong Young & Free, This is living, 2015)[6].

Entre las palabras que más repetidas en las canciones sobre la vida aparecen tres entre los primeros puestos: “love”, “querer” y “amor”. Y esto es algo muy característico de la vida humana. La vida espiritual sobre todo consiste en amar. Aquí el cantante más explícito sobre esta relación de igualdad entre vida y amor es Ed Sheeran: «I hope that I see the world as you did ‘cause I know / a life with love is a life that’s been lived» (Ed Sheeran, Supermarket flowers, 2017)[7]. ¡Siempre se puede crecer en el amor! El espíritu siempre puede dar más, es una cantera inagotable. De hecho, quien da más, crece más. Ese es el truco del crecimiento espiritual: darse. «I’m living, I’m living / I’m giving, whoa whoa oh whoa oh ay ay (…) I’m living, for the sick and the poor, / the hungry and the shelterless, sleeping on the floor. / I’m giving, all I’ve got and more» (Sizzla, I’m living, 2015)[8]. Al final del camino vida, donación y crecimiento convergen en la persona[9].

En el arte, la literatura y la música aparece claro que se puede estar vivo de cuerpo y muerto de alma. Por eso a veces es necesario «recalcar que estoy vivo / en medio de tantos muertos» (Mercedes Sosa–Víctor Heredia escritor, Razón de vivir, 1985). Pero, ¿cómo se muere espiritualmente? ¿Cómo podría darse eso si el alma subsiste después de fallecido el cuerpo? En rigor, el alma no puede morir: es subsistente. Nuestras manos solo pueden destrozar cosas materiales, no las inmateriales[10]. El alma no puede morir, pero sí puede perder el dinamismo propio de su vida. Ella queda herida de muerte cuando deja de realizar sus operaciones: cuando deja de entender, de contemplar o de querer. «Sin amor no soy feliz», canta Yahir en su canción sobre la vida (Viviré, 2009). Muchísimas otras canciones repiten la frase «baby, I love you, can’t live without you» (v.gr., Dierks Bentley, Living, 2018)[11]. No se puede vivir sin amor. Y como esta vida enriquecida es lo que realmente importa, los cantantes bien pueden afirmar que al perder el amor, se pierde todo. «Cuando te fuiste de aquí / todo perdí», dice Carlos Rivera para luego suplicar: «vuelve ya por mí / que no sé vivir / sin ti» (No sé vivir, 2013).

Estamos ante dos vidas distintas, en cierta medida autónomas (cada una con su propio principio vital), pero no independientes. Ello por dos razones: porque la disposición del cuerpo hace que el alma funcione adecuadamente y porque el alma es el principio vital del cuerpo[12]. Si el cuerpo muere, el ser humano queda incompleto, “funcionando a medias”. Si muere el alma, la persona vive como un zombi, como una fiera en el cuerpo de quien tuvo inteligencia y que ahora solo desea satisfacer sus instintos. Si el principio vital del cuerpo está herido, el cuerpo camina medio muerto: «la vida debe continuar / pero sin ti / todo se quedó por la mitad, / a medio vivir / a medio sentir», se oye en una canción de tristes notas (Ricky Martin, A medio vivir, 1995).

¿Qué hacer cuando se apaga la vida del alma? Primero, intentar sobrevivir. I will survive (1978) grita Gloria Gaynor, llena de coraje y esperanza. Se puede aprender de los errores. «At first I was afraid, I was petrified, / kept thinking I could never live without you by my side. / But then I spent so many nights thinking how you did me wrong / and I grew strong, / and I learned how to get along» (I will survive, 1978)[13]. Pero los deseos no bastan, hay que hacer algo más. Quizás haya que mendigar un poco de amor, como lo hacen muchos. En realidad, lo que más conviene hacer es dar amor (recuérdese: vida, dar y crecer se identifican en la persona). La muerte del alma es falta de dinamismo, falta de autodonación (recuérdese también que esta vida es inagotable: el espíritu es un pozo del que siempre se puede sacar agua). Una vez más la preclara Gloria Gaynor nos muestra la salida: «Oh no, not I. I will survive! / Oh, as long as I know how to love, I know I’ll stay alive. / I’ve got all my life to live» (Gloria Gaynor, I will survive, 1978)[14]. Quien pone amor, cosecha amor. Solo el amor hace renacer y nos fortalece. Esto no aparece solo en los libros sagrados, sino hasta en Madonna: «first you love me and I let you in, / made me feel like I was born again / you empowered me, you made me strong» (Madonna, Living for love, 2015)[15].

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] Aristóteles, De anima, 413a 25.

[2] Sobre las características de la vida, cfr. Yepes & Aranguren 2001, p. 21.

[3] «La vida es para los vivos, así que vívela / o estás mejor muerto».

[4] «Dios envió un ángel para ayudarte. / Te dio la dirección, / te enseñó a leer un mapa / con un largo viaje por delante (…) Vale la pena vivir la vida, así que vive otro día».

[5] «No llores por los perdidos: / sonríe por los vivos / obtén lo que necesitas y da lo que te dan».

[6] «Despertar sabiendo que hay una razón / todos mis sueños se hacen realidad. / La vida es para vivirla contigo. / He tomado una decisión».

[7] «Espero ver el mundo como tú lo hiciste porque sé que / una vida con amor es una vida que se ha vivido».

[8] «Estoy viviendo, estoy viviendo / estoy dando, whoa whoa oh whoa oh ay ay ay. (…) Estoy viviendo, para los enfermos y los pobres, / los hambrientos y los desamparados, durmiendo en el suelo. / Estoy dando, todo lo que tengo y más».

[9] La frase desarrolla los radicales polianos (los “trascendentales” de la persona desarrollados por Leonardo Polo).

[10] Para que el alma muera debería darse un aniquilamiento de su existir, cosa que —según la filosofía clásica— solo puede hacerlo Dios, quien sustenta el existir de todo ser material e inmaterial.

[11] «Cariño, te amo, no puedo vivir sin ti».

[12] La fórmula aristotélica clásica dice que el alma es “la forma” del cuerpo, lo que lo informa y da vida. La muerte justamente es la pérdida de este principio vital.

[13] «Al principio tenía miedo, estaba petrificado, / seguía pensando que nunca podría vivir sin ti a mi lado. / Pero luego pasé tantas noches pensando en cómo me hiciste mal / y me hice fuerte, / y aprendí a llevarme bien».

[14] «Oh no, yo no. ¡Sobreviviré! / Oh, mientras sepa amar, sé que seguiré vivo. / Tengo toda mi vida para vivir».

[15] «Primero me amas y te dejé entrar, / me hiciste sentir como si hubiera nacido de nuevo / me empoderaste, me hiciste fuerte».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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