Filosofía de la naturaleza: (I) Fuente de inspiración


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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Es un hecho que toda la poesía se escribe mirando la naturaleza. Se menciona la Luna y el Sol, el mar y las estrellas, los animales del campo y los atardeceres… ¿Cómo se inspira el hombre en ella? Una simple pregunta a la que nos dedicamos en este capítulo, atendiendo a lo que dice la música y la filosofía.

Es un hecho que toda la poesía se escribe mirando a la naturaleza. Basta acudir, como muestra de botón, a la letra de La Luna y el toro de Joselito (1970) para percatarse de esta verdad: «la luna se está peinando, en los espejos del río / y un toro la está mirando, entre la jara escondido. (…) Y ese toro enamorado de la Luna / que abandona por las noches la manaaa (…). Los romeros de los montes le besan la frente, / las estrellas y luceros, lo bañan de plata». El mar y los ríos, la Luna, el Sol y las estrellas, la noche y el día, las nubes y el viento, la flora y la fauna son los normales motivos de los poemas. Su sola mención ya nos alegra la vida. «El Sol va saliendo, la Luna durmiendo, / los pájaros cantan, y la gente, se levanta, / recibo al astro sol, feliz de estar con vida» (Aterciopelados, Agua, 2010). La naturaleza es ciertamente fuente de luz y regocijo.

Hemos de preguntarnos, sin embargo, ¿por qué es musa inspiradora? ¿por qué es cantera de belleza? La solución puede asemejarse al agua de las cascadas que cae dando tumbos entre las rocas. Así como un abismo conduce a otro abismo, mucho más lo bello debe conducir hacia lo más bello, y lo alto hacia lo más alto. Que la naturaleza es bella, es evidente. «Ay Pachamamita, eres la cosa más bonita» cantan Aterciopelados (Agua, 2010). Es bello ver cómo el águila vuela y cómo las ballenas bucean lentas en el azul marino. «They swim, it’s really free. / It’s a beautiful thing to see, / they sing» (Pearl Jam, Whale Song, 2003)[1]. La poesía confronta y compara estos elementos bellos unos con otros. Véase, por ejemplo, cómo se asocian los elementos en esta estrofa: «cuando los ángeles lloran / es por cada árbol que muere, / cada estrella que se apaga» (Fher OIvera, Cuando los ángeles lloran, 1995).

Solo después de captar la belleza, de confrontarla y compararla, ella puede expresarse artísticamente: mirando paisajes se puede pintar el espacio natural, y viendo cómo se mueven los cuerpos celestes se pueden describir los movimientos del alma enamorada. Así Aterciopelados puede pasar fácilmente de la limpieza corporal a la limpieza anímica en su canción: «agüita dulce, agua sala’, / límpiame las penas, lava la maldad, / agua si te bebo, me limpias por dentro, / agua si me baño en ti, brillo como un rubí» (Agua, 2010). Y de la misma manera, de la libertad con que vuelan las aves se pasa a la libertad de espíritu. Estamos, entonces, ante la metáfora inglesa del «free as a bird» que aparece en un buen número de canciones. «I’m as free as a bird now» (Lynyrd Skynyrd, Free Bird, 1973)[2]. «Like a bird on the wire, / like a drunk in some old midnight choir / I have tried in my way to be free» (Leonard Cohen, Bird on the Wire, 1979)[3]. Sobre todo recuérdese aquella melancólica letra de Los Beatles que nos habla de libertad: «Blackbird singing in the dead of night / take these broken wings and learn to fly (…). All your life / you were only waiting for this moment to be free. / Blackbird fly, blackbird fly / into the light of a dark black night» (Paul McCartney–The Beatles, Blackbird, 1968)[4]. En conclusión, captando, contemplando, confrontando, comparando y expresando lo bello, la belleza crea más belleza.

A la vez, y en línea con lo anterior, la contemplación de algo bello permite alcanzar lo más bello. Las cosas más bellas sugieren la belleza infinita. La naturaleza nos invita a alzar la mirada. «Sabana…, sabana… / con tu brisa de mastranto, / tus espejos de laguna… / Centinela de palmeras / que se asoman con la luna…», canta Simón Díaz (Sabana, 1974). El bello follaje natural refleja el recóndito mundo del espíritu. Mirando a la naturaleza se pueden ver «colores en el viento descubrir», como lo dice un conocido musical de Pocahontas (Alan Menken, Colores en el viento, 1995). ¿Qué colores son estos, sino los colores del Espíritu Creador? Las mejores obras de arte delatan ellas mismas cuánto amor, tiempo y dedicación puso el autor en producirlas. Lo mismo hemos de aplicar a esta bella naturaleza creada, que expresa maravillosamente el amor del Creador por la criatura. Los teólogos afirman que Dios escribió dos libros para que le conociéramos: el libro sagrado, escrito con la tinta negra del hagiógrafo, y, el libro de la naturaleza, escrito con la tinta luminosa de la vida. Pero a la Biblia solo se puede acceder si se tiene fe; en cambio, no hace falta creer para descubrir el amor eterno reflejado en la naturaleza. «Sembla mentida / que en el seu ventre / es fes la vida», canta Joan Manuel Serrat (Plany al mar (Llanto al mar), 2004)[5].

Con lo dicho, ya se puede intuir cómo la naturaleza puede ser fuente de poesía. La respuesta ahora es sencilla: susurrando al oído, asombrando. «Hay un susurro en el viento / y una estrella me muestra el lugar», se oye en la canción de Nunatak (Susurro en el viento, 2018). La naturaleza despierta nuestros sentidos para asombrarnos con su belleza. Con su susurro nos detiene y exige que la contemplemos: «yo estoy aquí, perplejo, / no soy más que todo oídos», expresa Jorge Drexler (Tres mil millones de latidos, 2010). Insignes filósofos como Aristóteles, Heidegger y Polo han señalado que el primer paso para conocer algo en profundidad es la admiración, el asombro. Una manzana en la cabeza de Newton permitió conocer la aceleración gravitacional. Los científicos que se admiraron con los puntos negros del Sol pudieron descubrir la discontinua liberación de energía del astro y la variación térmica que periódicamente se verifica en el sistema solar. También impresiona conocer cómo millares de especies, entre las que se cuentan los búhos, los cuervos, los cisnes, las águilas calvas, los pingüinos, los lobos, el gibón y los castores, son monógamas. Casi diez mil especies son monógamas. Ello normalmente suscita admiración. Y quien se admira de la monogamia animal puede cantar con Roberto Carlos, «yo quisiera ser civilizado como los animales» (El progreso, 1977). A nadie asombra que la naturaleza cause asombro. «Sombra que sempre me asombras» escribía Rosalía de Castro en su famoso poema Negra sombra (escrito entre 1890 y 1892, interpretado por Luz Casal y Carlos Núñez en 1996). Ciertamente el susurro de la naturaleza nos permite descubrirla, el descubrimiento nos causa asombro, el asombro exige la contemplación, la contemplación madura paulatinamente, y en algún momento se cifra en poesía y se expresa en el arte. Es por este proceso intelectual que la naturaleza puede ser fuente de poesía.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «Nadan, sin obstáculos. / Es algo hermoso de ver / que cantan».

[2] «Soy tan libre como un pájaro ahora».

[3] «Como un pájaro en el alambre, / como un borracho en un viejo coro de medianoche / he intentado a mi manera ser libre».

[4] «Un mirlo cantando en la oscuridad de la noche / coge esas alas rotas y aprende a volar (…). Toda tu vida / solo estabas esperando este momento para ser libre. / Mirlo vuela, mirlo vuela / a la luz de una noche oscura y negra».

[5] «Está más allá de creer / que en el fondo [del mar] / se creó la vida».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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