Filosofía de la muerte: (III) La muerte de los demás


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

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La muerte de los demás no debería dejar indiferente a nadie. No es lo mismo que se muera un insecto, que un ser humano. Aunque nos acostumbremos a leer en los periódicos las noticias de homicidios, de bajas en las guerras y epidemias, o a oír que cada año mueren alrededor de 60 millones de personas en el planeta, ello no nos debería dejar indiferentes. Mucho más nos debería afectar la pérdida de un ser querido. A continuación veremos cuánto nos debería afectar y qué ha de hacerse en tales situaciones.

El duelo

El duelo no es una enfermedad, sino algo muy humano. Después de la muerte de un ser querido no se puede continuar como si nada hubiera pasado. Es muy triste tener que decir: «if I’m not back again this time tomorrow / carry on, carry on as if nothing really matters» (Queen, Bohemian Rhapsody, 1975)[1].

La palabra “duelo” viene del latín “dolus”, que alude al dolor, lástima o aflicción suscitada por la muerte de los seres queridos. Su pérdida deja cicatrices en el alma y marcas en el rostro, según se oye en la canción: «tú eres la tristeza de mis ojos / que lloran en silencio por tu amor. / Me miro en el espejo y veo en mi rostro / el tiempo que he sufrido por tu adiós» (Juan Gabriel, Amor eterno, 1990). La persona sufre un proceso transformador: primero irrumpen en ella un tropel de sentimientos de tristeza, desconsuelo, llanto y retraimiento, hasta que lentamente las aguas se van calmando y se llega a una serena aceptación. Estos sentimientos se describen espléndidamente en la música, según veremos. Se dan de forma natural, aunque a veces afloren matices patológicos.

Hay un cúmulo de pensamientos, deseos, proyectos e intereses que las personas cercanas generan en nosotros a lo largo de su existencia. Las hemos visto envejecer y nos preocupa su salud, nos han contado secretos e intimidades que procuramos guardar, nos agrada que nos sorprendan con un email o una llamada inesperada, estamos atentos a las noticias de su trabajo, nuevos hijos, celebraciones… Aunque se presenten pocos momentos de diálogo activo, en nuestro interior crece todo lo que pensamos decirles: rumiamos lo que les acontece, nos imaginamos qué puede ayudarles, al caminar meditamos qué consejo conviene darles… Con la muerte, todo eso que creció dentro de nosotros súbitamente pierde sentido. Se produce el desconcierto. ¿Qué aconsejar si ya no necesita consejo? ¿Cómo ayudarle en su enfermedad, vicio o urgencia económica si ya no hay nada qué hacer? «Y no tiene sentido, ahora que no estás / ahora, ¿dónde estás? (…) ¿Por qué se rompen en mis dientes (se rompen en mis dientes) / las cosas importantes? (las cosas importantes) / esas palabras que nunca escucharás», canta Laura Pausini (En cambio no, 2008). Uno se queda, como dice otra canción, agitando el pañuelo. «Ese barco velero cargado de sueños / cruzo la bahía / me dejó aquella tarde agitando el pañuelo / sentada en la orilla» (José Luis Perales & Isabel Pantoja, Marinero de luces, 1985).

En todo esto la memoria juega un papel protagónico. De forma involuntaria ella revive intensamente, una y otra vez, la muerte de la persona o algunos hechos vividos con ella. Pueden venir en forma de recuerdos agobiantes y sentimientos perturbadores, o bajo el velo de la nostalgia. Un ruido inesperado, una imagen evocativa, una conversación medio relacionada con lo vivido, son estímulos suficientes para activar la memoria y revivir los hechos como si acabaran de suceder. «Seems like yesterday we used to rock the show / I laced the track, you locked the flow (…) Words can’t express what you mean to me. / Even though you’re gone, we still a team»[2], dice una canción dedicada a la memoria del rapero Notorius B.I.G., muerto inesperadamente durante un atentado a mano armada (Puff Daddy, Faith Evans y 112, I’ll be missing you, 1997)[3]. Los recuerdos dolorosos se van apoderando de todo: de la casa donde vivió el difunto, de su ropa, de sus fotos, de la cama, de la cocina… La mente se encasquilla en esos recuerdos, sin poderles dar una salida aceptable: «a ghosteen dances in my hand, / slowly twirling, twirling all around, / glowing circle in my hand, / dancing, dancing, dancing all around (in my hand)» (Nick Cave and The bad seeds, ghosteen, 2019)[4].

«¡Cuánto lo extraño!», «¡cuánto lo echo de menos!», son frases que suelen escucharse en estas circunstancias. Ellas describen con exactitud lo que sucede: nos resulta raro o extraño que la persona ya no esté, que ya no se pueda conversar con ella, hacer proyectos comunes el fin de semana, aguardar su aparición… La frase en inglés, «I will be missing you!», enfatiza el sentido de “falta”: nos falta quien debería estar ahí y no lo está. «Every step I take, every move I make / every single day, every time I pray / I’ll be missing you. / Thinkin’ of the day, when you went away / hat a life to take, what a bond to break, / I’ll be missing you» (Puff Daddy, Faith Evans y 112, I’ll be missing you, 1997)[5]. ¿Cómo asumir la falta del ser querido? No es nada fácil. Se hacen entonces cosas sin sentido, contrarias a toda lógica. «Detrás de las paredes / que ayer te han levantado / te ruego que respires todavía. / Apoyo mis espaldas / y espero que me abraces / atravesando el muro de mis días (…). Y si estoy cansado de gritarte / es que sólo quiero despertarte» (Sui Generis, Rasguña las piedras, 1973).

Conforme pasa el tiempo, ese constante sentir que la persona amada falta produce una sensación de soledad. «Oscura soledad estoy viviendo yo / la misma soledad de tu sepulcro, mamá / y es que tú eres, es que tú eres el amor de cual yo tengo / el más triste recuerdo de Acapulco» (Juan Gabriel, Amor eterno, 1990). El pasado revive el recuerdo, pero lo revive en soledad. «Soledad, eso es todo lo que tengo ahora y tus recuerdos» (ibid.).

A todo esto se suma la incertidumbre propia del misterio de la muerte, por lo que sucede en el más allá y por el estado del alma de la persona querida. «And I don’t’ know if you see me here, / but I can tell you your face is clear. / I will see you forever, forever» (Vertical Horizon, Forever, 2003)[6]. Nadie conoce el destino de los fallecidos. Ya nos enteraremos más adelante. Por de pronto, lo mejor es confiar en la infinita misericordia divina, sin descuidar su también infinita justicia. Justamente de esta incertidumbre y de este confiar sin descuidar trata la estrofa principal de Last kiss (2000), donde Pearl Jam canta: «Oh, where oh where can my baby be? / The Lord took her away from me. / She’s gone to heaven, so I got to be good, / so I can see my baby when I leave this world»[7].

Dolerse pero no desesperar

El peso del duelo es variable. Quien odia a alguien puede llegar a alegrarse con su muerte; la muerte de los desconocidos casi no pesa; en cambio, la despedida de quien ha vivido en nuestra casa por varios años es todo un acontecimiento. Con macabro humor Antón Chéjov decía: «confieso que enterrar a algunas gentes constituye un gran placer». Por el contrario, quien mucho ama, mucho ha de sufrir. En los matrimonios bien compenetrados la muerte del cónyuge representa la pérdida de media vida. A veces incluso sucede lo que les pasa a los dik-dik, uno de los ciervos más pequeños de África. Estos animalitos saltarines son monógamos y desde que se unen van donde sea juntos: el día en que uno llega a morir, el otro tiene sus días contados. Literalmente no pueden vivir el uno sin el otro.

Los psicólogos distinguen un dolor normal por la muerte, del duelo patológico que puede llegar a inutilizar a la persona. Algunos de sus peores efectos son la incapacidad de recuperar las constantes biológicas (sueño, apetito, etc.), el aislamiento social, la falta de fuerzas para afrontar las exigencias de la vida cotidiana, y el recurso a conductas inapropiadas (excesos en las comidas o bebidas, automedicación, etc.). Tres criterios suelen darse para discernir si conviene buscar ayuda profesional: primero, verificar si las reacciones interiores antes narradas persisten intensamente después de seis semanas; segundo, revisar si se han producido interferencias negativas en el funcionamiento cotidiano (familia, trabajo o escuela); y, tercero, averiguar si la persona se siente desbordada o incómoda con sus pensamientos, sentimientos o conductas. Una canción de Bon Jovi refleja esta situación: «seven days of Saturday / is all that I need. / Got no use for Sunday / ‘cause I don’t rest in peace. / Don’t need no Mondays / or the rest of the week: / I spend a lot of time in bed / but baby I don’t like to sleep no» (I´ll sleep when I´m dead, 1992)[8]. Quien se siente identificado con esta letra, quizá deba buscar ayuda espiritual o psicológica, y en algunos casos también farmacológica.

Como consecuencia del temor a revivir lo pasado y de convertirse en seres anormales, las víctimas de este dolor tienden a aislarse, a ocultar sus lágrimas y a no compartir sus pesares con otras personas. Sin saberlo ni quererlo, tornan así más pesada su carga. Vale mucho la pena acompañarlas y ofrecerles la oportunidad de desahogarse. Ojalá ellas pudieran cantar a la muerte: «no te enorgullezcas si me ves llorando, / yo no me avergüenzo / de estarla extrañando» (Rubén Blades, Canto a la muerte, 1992).

Con-dolerse

Lo propio del amigo es acompañar en las buenas y en las malas. Dar las “con-dolencias” es acompañar en el dolor, es evitar que caigan en la espiral de sentimientos negativos con lo pasado. No se trata de que olviden lo inolvidable. Ello es simplemente imposible. «As my memory rests / but never forgets what I lost, / wake me up when September ends (…). Like my father’s come to pass / twenty years has gone so fast, / wake me up when September ends» (Green Day, Wake me up when September ends, 2004)[9]. Se trata de ser soporte, de dar esperanza y fortaleza para ayudar a escapar de la jaula de los recuerdos. «I must be strong / and carry on / ‘cause I know I don’t belong / here in heaven» (Eric Clapton, Tears in heaven, 1992)[10].

La esperanza en el cielo es la mejor cuerda que se les puede tirar a los desesperados: un cielo estrellado donde viven los seres queridos, un cielo al que un día iremos para acompañarlos. Mirar a las estrellas nos levanta. «De día viviré pensando en tus sonrisas / de noche las estrellas me acompañarán / serás como una luz que alumbre mi camino. / Me voy pero te juro que mañana volveré» (Nino Bravo, Un beso y una flor, 1972).

Conviene tener en cuenta que ayudando a sobrellevar la muerte de otros, al mismo tiempo preparamos nuestra propia muerte. La mejor anécdota que la historia recoge es la de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y su decimonovena Misa, la última que escribió. A mediados de 1791 se presentó ante Mozart un desconocido vestido de negro para encargarle la composición de una Misa de Requiem. La persona rehusó identificarse. Le adelantó una parte del pago y le dijo que regresaría en un mes. No obstante, Mozart fue llamado desde Praga para escribir La clemencia de Tito, una ópera destinada a festejar la coronación del rey Leopoldo II. Cuando subía con su esposa al carruaje que los llevaría a esa ciudad, se presentó otra vez el sombrío personaje recordándole su encargo. Ello sobrecogió al compositor y al respecto se generaron muchas leyendas[11]. Más tarde se supo quién era: un enviado del conde Franz von Walsegg, músico aficionado cuya esposa acababa de fallecer. El viudo deseaba la obra para los funerales de su mujer, pero quería hacer creer a los demás que la obra era suya, y por eso permanecía en el anonimato.

Finalmente Mozart enfermó de muerte sin poder terminar la obra. En su agonía dio numerosas indicaciones a un discípulo suyo, Franz Xaver Süssmayr, para que la acabase[12]. Mozart murió el 5 de diciembre de 1891. Cinco días después sonaban en su propio entierro varios extractos de su más famoso Requiem[13]. Preparando la muerte de otros, Mozart preparó la suya propia. También nosotros durante la vida escribimos nuestra propia Misa de Requiem, pues el trabajo que hagamos en estos pocos años es lo único que al final del camino podremos ofrecer al gran Dios.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Diciembre 2021


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[1] «Si no vuelvo mañana a esta hora / continúa, continúa como si nada realmente importara».

[2] «Parece que fuera ayer cuando solíamos hacer rock en el show: / yo ataba la pista, tú bloqueaste el flujo (…) Las palabras no pueden expresar lo que significas para mí. / Aunque te hayas ido, seguimos siendo un equipo».

[3] A media noche del 9 de marzo de 1997 terminó la ceremonia de premiación de los Soul Train Music Awards, y el rapero Notorius B.I.G. salió de ahí para regresar a su casa. Conducía una Suburban negra cuando, en un semáforo, un Chevorlet Impala se le emparejó para abrir fuego en su contra. Las balas truncaron una prometedora carrera cuando tenía tan solo 24 años.

[4] «Un fantasma baila en mi mano, / girando lentamente, girando alrededor, / círculo brillante en mi mano, / bailando, bailando, bailando alrededor (en mi mano)». Nicholas Cave compuso esta canción para su adolescente hijo Arthur, quien murió al caer por un desfiladero en Inglaterra. Entonces el cantante trabajaba en el álbum Skeleton Tree. Sumergido en su dolor, el australiano siguió escribiendo música y creó Ghosteen, un disco de 68 minutos en el que explora lo que significa la pérdida de un ser querido.

[5] «Cada paso que doy, cada movimiento que hago / todos los días, cada vez que rezo / te echaré de menos. / Pensando en el día, cuando te fuiste / qué vida tomar, qué vínculo romper, / te extrañaré».

[6] «Y no sé si me ves aquí, / pero puedo decirte que tu cara está clara. / Te veré por siempre, por siempre».

[7] «Oh, ¿dónde oh dónde puede estar mi bebé? / El Señor me la quitó. / Ella se fue al cielo, así que tengo que ser bueno, / para poder ver a mi bebé cuando deje este mundo».

[8] «Siete días del sábado / es todo lo que necesito. / No me sirve el domingo / porque no descanso en paz. / No necesito los lunes / o el resto de la semana: / paso mucho tiempo en la cama / pero bebé no me gusta dormir no».

[9] «Mientras mi memoria descansa / pero nunca olvida lo que perdí, / despiértame cuando termine septiembre (…). Como mi padre murió / veinte años han pasado tan rápido, / despiértame cuando termine septiembre».

[10] «Debo ser fuerte / y seguir adelante / porque sé que no pertenezco, / aquí en el cielo».

[11] Según la leyenda, Mozart estaba obsesionado con la idea de la muerte desde la de su padre, debilitado y enfermo. En esas circunstancias, y por una supuesta vinculación con la francmasonería que habría mantenido en esa época de su vida, quedó fuertemente impresionado por el aspecto del desconocido. Ello lo convención de que él era un mensajero divino y le hizo pensar que el réquiem que iba a componer sería para su propio funeral.

[12] Mozart completó íntegramente solo el Introito y el Kyrie. La Sequentia fue en gran parte compuesta por Mozart, aunque la finalizó Süssmayr. El Ofertorio comenzado por Mozart terminó siendo completado por su seguidor. Los dos siguientes movimientos (Sanctus y Agnus Dei) ya fueron compuestos en su totalidad por Süssmayr. Finalmente, el último movimiento (Communio: Lux Aeterna) no es más que una repetición de extractos del Introito y el Kyrie.

[13] Al parecer se interpretaron solo unos extractos del Réquiem en una Misa en memoria del compositor. El estreno de la obra completa se dio en Viena el 2 de enero de 1793, en un concierto en beneficio de la viuda del músico austríaco, Constanze Weber.

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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