Filosofía del amor: (III) Los efectos próximos del amor


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Extracto del artículo El amor y sus efectos en la música pop y en la filosofía clásica

Colloquia Revista de Pensamiento y cultura, v. 7 (2020), pp. 209-245

Revisamos aquí qué efectos —según las canciones de amor y la filosofía— produce el amor a lo largo del tiempo en los amantes. Como los efectos no son características esenciales, es perfectamente posible que en algún momento falten uno o varios de estos efectos. Aún así, los efectos prueban la calidad del amor, a tal punto que cabría dudar de aquel amor que no presentase ninguno de estos efectos. Según Tomás de Aquino, son cuatro los efectos próximos del amor: 1) licuefacción o derretimiento, 2) la fruición (o delectación), 3) el desfallecimiento, y 4) el fervor.


En el capítulo anterior hemos analizado las características del amor, de todo amor. Vendrían a ser, por ello, características de su esencia, que no pueden faltar en un verdadero amor personal. Ahora averiguaremos qué efectos el amor produce a lo largo del tiempo en los amantes. Como los efectos no son características esenciales, es perfectamente posible que en algún momento falten —uno o varios— en quienes se aman. Así, por ejemplo, la pasión y el éxtasis son efectos que solo se producen de manera impetuosa en contadas ocasiones, al menos en esta vida terrenal. Aún así, los efectos prueban la calidad del amor, a tal punto que cabría dudar de aquel amor que no presentase ninguno de estos efectos.

Aquí he de mencionar un par de maravillosas e inesperadas coincidencias. La primera es que cuando revisé la lista de palabras repetidas en las canciones de amor, observé que las más repetidas tenían relación con las características esenciales del amor. En cambio, las palabras relacionadas con los efectos del amor se repiten con muchísima menos frecuencia. De alguna manera esto corrobora que mientras los efectos pueden faltar en un amor verdadero, las características esenciales siempre deben estar presentes.

La segunda, y no menos interesante coincidencia, es que después de recoger centenares de fichas con los efectos del amor, observé que ellos cuadraban a la perfección dentro de la clasificación tomista de los efectos próximos y mediatos del amor. ¡Es impresionante ver cómo se complementa la visión de los artistas con el espíritu objetivo, sistemático y clasificador de los filósofos! Sin embargo, para ser honestos, he de decir que la música añadía muchísimos otros efectos del amor no mencionados por el tomismo clásico, sino por la teología trinitaria.

En este capítulo hablaremos de los primeros efectos que el amor produce en la persona que ama. Luego, en los dos próximo capítulos hablaremos de los efectos posteriores que el amor suscita.

Tomás de Aquino observa que cuando se ama, algunas cosas suceden inmediatamente en las potencias humanas (los efectos próximos), mientras otras aparecen más tarde en el ser humano (los efectos mediatos). Los primeros efectos tienen mucho que ver con aquello que sentimos, mientras los segundos aluden más a actos o movimientos posteriores de la persona. Según el doctor angélico, son cuatro los efectos próximos del amor: la licuefacción (o derretimiento), la fruición, el desfallecimiento y el fervor.

1. Licuefacción o derretimiento

El primer efecto próximo que se produce en quien ama es la “licuefacción” o derretimiento, cosa que se opone a la congelación. Tomás de Aquino explica que «lo que está congelado, en efecto, es en sí mismo compacto, de manera que no puede ser fácilmente penetrado por otra cosa. Ahora bien, pertenece al amor que el apetito se haga adecuado para recibir el bien que se ama, en cuanto lo amado está en el amante, según se ha dicho» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5). Así, este efecto se produce para recibir lo mejor posible al amado. Se puede producir tanto en el cuerpo, como en el alma.

Los enamorados suelen decirse “te comería”, frase que también las madres usan con sus niños pequeños, que son “como para comérselos”. En toda civilización las personas expresan su amor a través de la boca: tanto cenando juntos, como “comiéndose” a besos. Esta idea está tan clavada en la mente que, aunque sea una aberración, en algunas tribus se practica la antropofagia de la persona amada. «Quiero beber los besos de tu boca / como si fueran gotas de rocío», cantan Thalía & Pedro Capó en Estoy enamorado (2009). El beso nos permite comernos a la persona, apropiarnos de ella. La misma idea se vislumbra en Ed Sheeran: «Darling, just kiss me slow, your heart is all I own» (Perfect, 2017).

Pero también otros sentidos pueden sufrir ese derretimiento. Con o sin quererlo, Lonestar menciona todos y cada uno de los cinco sentidos del cuerpo (vista, olfato, gusto, oído y tacto): «Every time our eyes meet / this feeling inside me (…) The smell of your skin / the taste of your kiss / The way you whisper in the dark / your hair all around me» (Amazed, 1999). Además está el instinto sexual que mueve hacia un alto grado de liquefacción físico y espiritual. Hoy en día muchas canciones apelan directamente a la estimulación sexual —no las citaré—; la sexualidad no es mala de por sí, pero se banaliza cuando la música solo busca estimular instintos, mostrando a los seres humanos más como objeto de placer, que como personas a quien amar en la totalidad de su ser y de su existencia.

Más importante que la licuefacción corporal, es el derretimiento espiritual. Manzanero manifestaba que con la persona amada se aprende «que puede un beso ser más grande / y más profundo» (Contigo aprendí, 1993). Un beso en la boca es solo el comienzo de un largo camino, es solo la primera etapa de una travesía infinita hacia el interior de la persona amada. «Kiss me under the light of a thousand stars / place your head on my beating heart» (Ed Sheeran, Thinking Out Loud, 2014). Mayor licuefacción hay en el corazón del hombre, que en sus labios. Y mientras el amor progresa, el corazón se “derrite” cada vez más, se espiritualiza cada vez más, hasta que llega a suceder algo semejante a lo que sucedía con las creaturas angélicas de John Milton, que tenían cuerpos de luz y podían conseguir una interpenetración mayor a la de nuestros abrazos.

2. La fruición (o delectación)

«Si lo amado está presente y se lo posee, se produce la delectación o fruición» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5). Aunque caben muchos ejemplos, vale seguir con el ya mencionado de los besos. ¿Cómo se reciben los besos de la persona amada? Lo responde Juan Luis Guerra, quizá de forma un poco cursi: «besos de ternura, besitos de miel; / tus besos que me arrullan, me dan la ilusión, / bálsamo y perfume para mi corazón» (Tus besos, 2014).

Una palabra extremadamente repetida en las canciones de amor es “eres”, a lo que se sigue algún elemento amable o delicioso. «Eres / lo que más quiero en este mundo, eso eres / (…) Lo único precioso que en mi mente habita hoy» (Café Tacvba, Eres, 2003). «Eres mi timón, mi vela, mi barca, mi mar, mi remo. / Eres agua fresca donde se calma la sed que siento. / Eres el abrazo donde se acuna mi sentimiento (…) Eres mi ternura, mi paz, mi tiempo, mi amor, mi dueño. / Eres lo que tanto quise tener y que en ti yo encuentro. / Eso y más» (Massiel, Eres, 1985; Napoleón, Eres, 1980). La lista de canciones que usan este recurso es muy extensa, imposible de trascribirla aquí. Baste citar a algunas de ellas: Eres de Christian Nodal (2017), Eresde Soy Luna (2016), Eres Tú de Mocedades (1973), y Eres para Mí de Julieta Venegas (2008). En todas se asocia a la persona amada con aquello que produce bienestar, placer, belleza… en suma, con la delectación.

El fruto del amor supera con mucho la apetecible fruta del árbol del paraíso, que causó tantos estragos. Con los frutos y alimentos tradicionales sucede que cuando se come poco, se necesita más, mientras que cuando se come mucho, se termina con pesadez estomacal. Una necesidad y pesadez similar sucede cuando se da rienda a otras pasiones. Por el contrario, el amor verdadero sacia sin saciar. Bien se lo compara con el fuego, que puede —y debe— crecer cada día más, devorando toda nuestra existencia. No en vano al Amor divino, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, se lo representa como fuego abundante e infinito.

3. El desfallecimiento

Este tercer efecto próximo del amor está espléndidamente descrito por Juan Luis Guerra, quien canta: «oye, me dio una fiebre el otro día, / por causa de tu amor, cristiana, / que fui a parar a enfermería / sin yo tener seguro ‘e cama. / Y me inyectaron suero de colores, ey, / y me sacaron la radiografía / y me diagnosticaron mal de amores, uh / al ver mi corazón como latía» (La bilirrubina, 1990c).

Si lo amado está ausente, lo primero que se produce es tristeza por su ausencia. A esto filósofos como Cicerón y Tomás de Aquino llaman “desfallecimiento”. Desfallecer es un verbo intransitivo, que significa «desmayarse, decaer perdiendo el aliento y las fuerzas» (según la definición de la Real Academia Española) y que entronca su etimología con la palabra “fallecer”. Dudo mucho que la mayoría de los cantantes sepan de filología, pero seguro saben de la “muerte” que causa la pérdida del amor. «Si tú te vas / mi corazón se morirá (…) Eres la cobija, mi aliento, / y si tú te vas / ya no me queda nada» (Juan Luis Guerra, Si tú te vas, 1985). «Me muero si no te vuelvo a ver» (Franco de Vita, Te amo, 1982). Tal privación incluso es peor que la muerte, que el silencio eterno, porque entraña una pérdida de sentido de la vida. «Sin ti no soy nada, (…) Mi mundo es pequeño y mi corazón pedacitos de hielo (…). Mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada» (Amaral, Sin ti no soy nada, 2002). También Juanes repite: Nada valgo sin tu amor (2004).

Con el desfallecimiento, como sucede con todo dolor, el tiempo pasa lento: se cuentan los días, minutos y segundos, porque cada segundo es una eternidad. «It’s been seven hours and fifteen days / since you took your love away» (Sinéad O’Connor, Nothing Compares 2U, 1990).

C. S. Lewis observaba que «amar, de cualquier manera, es ser vulnerable». Quien ama mucho, ha de padecer mucho en esta vida. Esto sucede sobre todo cuando el amor no es correspondido, porque «aunque pueda tenerlo todo todo, / nunca hay nada si me faltas tú» (Sie7e, Tengo tu love, 2011). Entonces la persona se quedará recordando, una y otra vez, de manera obsesiva, en el amor.

La pérdida irremediable del amor nos hace perder todas las fuerzas, nos quita el aliento, deja en el alma profundas heridas y la mente se sumerge en un torbellino de pensamientos que amenazan con hundirnos hasta lo más profundo del infierno. La que mejor lo ha expresado es Adele, justamente en Rolling in the Deep (2010): «The scars of your love they leave me breathless, I can’t help feeling. / We could have had it all (you’re gonna wish you never had met me) / Rolling in the deep (tears are gonna fall, rolling in the deep)».

4. El fervor

Otra actitud posible ante la ausencia de lo amado es el fervor. El fervor es «el deseo intenso de alcanzar lo amado» (Suma Teológica prima secunde, cuestión 28, artículo 5). Vale precisar que aquí se habla del efecto más próximo e inmediato en el amado, de lo que acontece en las potencias humanas cuando aman: se suscita un deseo, un entusiasmo, un ardor de tener lo amado. Un efecto posterior —del que luego hablaremos— será el celo, aquel movimiento que busca el amor y rechaza lo que se le oponga.

Al tiempo lento propio del desfallecimiento, el fervor le imprime una carga de urgencia y de inquietud: urgencia que busca encontrar o reencontrar al amor, inquietud que teme perder al amor mientras está lejos. Todas estas cosas que sucita el fervor amoroso están descritas con absoluta precision en la cancion Unchained Melody de Righteous Brothers (1965): «Time goes by so slowly, / and time can do so much. / Are you still mine? / I need your love / I need your love (…) Wait for me, wait for me / I’ll be coming home, wait for me / Oh, my love, my darling». El mismo apuro y urgencia puede existir incluso aunque solo falten tres segundos para estar juntos, o incluso cuando el amor está presente pero podría estarlo más. Franco de Vita cantaba «y yo que no veía la hora / de tenerte en mis brazos / y poderte decir / te amo» (Te amo, 1982).

De alguna manera, el fervor es la tierra fértil para que crezcan los efectos mediatos del amor, de los que a continuación hablaremos. Quien desea fervientemente encontrarse con su amor, fácilmente generará la mutua inhesión, el éxtasis, el celo, la pasión o tendrá una razón para todo lo que hace. Así, el fervor facilita centralizar los pensamientos en la persona amada (mutua inhesión), sin importar nada más. Una canción de Leona Lewis, justamente titulada Bleeding Love (2007), lo expresa de esta manera: «I don’t care what they say / I’m in love with you». Otro ejemplo de fervor se refleja en Hey There Delilah de Plain White T’s (2004), aquella canción que un chico que se va a la ciudad para su carrera le escribe a su chica que deja en el pueblo. Después de repetir varias veces aquella conocida queja «Oh, it’s what you do to me / Oh, it’s what you do to me», allí se oye: «Hey there, Delilah / you be good, and don’t you miss me / two more years and you’ll be done with school, / and I’ll be makin’ history like I do. / You know it’s all because of you».

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Mayo 2021

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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