Filosofía del amor: (I) Noción de amor en la música pop


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Extracto del artículo El amor y sus efectos en la música pop y en la filosofía clásica

Colloquia Revista de Pensamiento y cultura, v. 7 (2020), pp. 209-245

Comenzamos ahora una serie de estudios relacionados sobre la noción de “amor” en la filosofía y en la música actual. Pasaremos revista a la letra de más de cien canciones de amor, para extraer de ellas la noción de amor, sus características esenciales y sus diversos efectos. En la primera parte del trabajo trataremos sobre la noción de amor, luego hablaremos de sus características principales. En los siguientes capítulos estudiaremos cuáles son los efectos próximos, mediatos y posteriores ocasionados en la persona que ama. Explicado el esquema de los próximos capítulos, ya podemos iniciar con el primer tema: la noción de amor.


I Want To Know What Love Is titula una vieja canción de Foreigner (1984). Se ha dicho que la frase se redactó en un lenguaje más poético y metafórico, que literal, pues, ¿quién no sabe lo que es el amor? Después de haber leído varias obras de filosofía y teología sobre el tema, yo me atrevería a preguntar justamente todo lo contrario: ¿quién realmente sabe lo que es el amor? ¿Hay alguien que lo sepa? Quizá hayamos experimentado lo que es amar y ser amados, pero saber con precisión qué es el amor, yo diría que es muy complejo. Algún cantante me apoya abiertamente cuando dice: «yo te quiero tanto que no sé cómo explicar / lo que siento» (Juanes, Para tu amor, 2004).

En realidad estamos ante un misterio, un misterio existencial. La vida es un largo camino en busca del amor, y a la vez tenemos un relámpago de instante para aferrarlo. La canción de Foreigner nos lo recuerda: «I’ve traveled so far, to change this lonely life». Resulta interesante la manera en que el cantante intenta resolver este misterio: a través de la contemplación de la persona amada. «I want to know what love is, I want you to show me / I want to feel what love is, I know you can show me» (I Want To Know What Love Is, 1984). Quizás este sea el mejor camino para entender qué es el amor. De hecho, quienes mejor han hablado del amor son los que más han amado: aquellos que han sacrificado su vida por su amor, los santos que murieron por amor a Dios, los filósofos, literatos y teólogos más heroicos, los héroes del amor. Pero como el amor también lo han experimentado los artistas y ellos son dados a narrar lo evidente, no haremos mal en escucharles. En este ensayo hilaremos las letras de unas cien canciones de amor, bajo la luz de algunas consideraciones formuladas por gente preclara en la materia.

Marcel afirmaba que el amor es una de las realidades humanas con más peso ontológico. Si la afirmación se pusiera en términos sencillos, la gran mayoría de ciudadanos la aceptaría largamente. ¿Cuántos no consideran que el amor es lo más importante en sus vidas? ¿Cuántos no coinciden que los problemas familiares o de amistad suelen ser más duros que los inconvenientes económicos o que los defectos físicos? Hollywood no deja de repetirlo en sus películas, al igual que innumerables letras de la música pop: «Sin ti no soy nada (…) mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada» (Amaral, Sin ti no soy nada, 2002). «Aunque pueda tenerlo todo todo, / nunca hay nada si me faltas tú» (Sie7e, Tengo tu love, 2011). «Todo es negro para mi mirada / si tú no estás junto a mí aquí» (Andrea Bocelli, Por ti volare, 1995).

Sin embargo, lo dicho no siempre estuvo presente en la mentalidad popular y hasta resultaba raro en el ágora griega. Para los antiguos el amor no pasó de ser una tendencia de la voluntad, un mero apetito o pasión: tan pasión como el odio, la ira, u otra cualquiera. Sobre todo, quien dotó de gloria al amor fue el cristianismo. Es verdad que varios siglos atrás ya se había escrito en piedra que el primer mandamiento de todos era “amar”, pero con la venida del Salvador el amor adquirió unos horizontes insospechados: toda la Ley y los profetas se resumían en el mandamiento del amor; debía amarse a Dios y al prójimo, al amigo y al enemigo. Resultó entonces claro que «hay mayor alegría en dar que en recibir» (como dicen los Hechos de los Apóstoles). Aquello de amar al samaritano y al enemigo, de sufrir y dar hasta la propia vida por el Reino de los cielos, superaba ya con mucho el mundo de las pasiones. «La Redención no es exclusivamente librar del pecado, sino abrir al amor a la gran tarea», según dice Leonardo Polo). El amor se transformó así en lo decisivo, en la virtud central, en lo único verdaderamente importante en nuestra existencia, aquello por lo que deberemos rendir cuentas. San Juan de la Cruz lo sintetizará de una manera espléndida: “en el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”.

Mucho se escribió sobre el amor en el medioevo y en muchos sentidos. Un sumario de los mejores textos, mezclado con la genialidad napolitana, se encuentra en la Suma Teológica. Tomás de Aquino es capaz de dar un concepto lo suficientemente amplio de amor, de tal manera que abarque lo concupiscible y los desenfrenos del eros, junto a la amistad y a la virtud teologal de la caridad. «El amor significa una cierta coadaptación de la potencia apetitiva a un bien» (Suma Teológica, prima-secunde, question 28, artículo 5). El rey de las distinciones luego diferenciará varias clases de amor y desarrollará muchos temas, pero lo excelente de

la tesis tomista es que logra conjugar la pasión del amor, los actos de la voluntad y de la inteligencia, los efectos que el amor produce y, a la vez es capaz de distinguir el amor del “mero dar”, de la benevolencia. Así apuntará que en el ser humano «la pasión del amor no surge súbitamente, sino después de consideración asidua de la cosa amada», añadiendo enseguida que «el amor de dilección, considerado como acto de caridad, implica, en verdad, benevolencia, pero añadiendo, en cuanto amor, una unión afectiva» (Suma Teológica, secunda secunde, cuestión 27, artículo 2). El amor tomista no es intelectualista, ni voluntarista, ni meramente corporal o psíquico, sino que envuelve a todos los aspectos de la persona.

Los filósofos modernos le darán mayor importancia a la inteligencia, y quizá por eso terminan siendo un poco fríos con el amor, virtud —si cupiera llamarla así— que no termina de cuadrar bien dentro de sus esquemas mentales. Polo decía de ellos que cuando «la caridad se enfría, se suele incurrir en rigidez, y pierde su jugo vital o se reduce al sentimiento de filantropía». Y es lo que sucedió, por ejemplo, con el “imperativo categórico” kantiando, que vanidosamente ponía como objetivo de nuestra existencia no amar, sino estar orgulloso de uno mismo. ¿Qué saca el hombre con ello? Nada. Pronto surgió la reacción contra la modernidad: apareció el romanticismo, luego el voluntarismo y luego el nihilismo. La visión sentimentalista de la vida ya se detecta en Rousseau y en algunos artistas del siglo XVIII. Recuerdo bien un óleo de Watteau (1717) que plasma “las fases del amor”, las mismas que aparecen dibujadas dentro de un paisaje primaveral: un hombre se acerca a una doncella sentada en el prado, con el diálogo la conquista, luego se levantan y salen a perderse. El amor queda reducido a sentimiento, seducción y pasión. Yo diría que ese romanticismo vitalista aún subsiste en grandes sectores de la cultura, especialmente en la música.

Nuestras canciones de amor están impregnadas de sentimiento hasta los tuétanos. En muchas de ellas el amor queda reducido a lo sentimental y pasional. Frases como «[que] sepas lo que siento, que estoy enamorada» (Thalía & Pedro Capó, Estoy enamorado, 2009); «ya no me alcanzan las palabras no / para explicarte lo que siento yo» (Axel, Te voy a amar, 2011); «créame que mucho lo siento» (Juan Luis Guerra, Como abeja al panal, 1990b); «y defino lo que siento / con estas palabras / te amo» (Franco de Vita, Te amo, 1982), se repiten innumerablemente en la música pop.

En la encrucijada del siglo XX, donde la noción de amor se tambalea entre ser mero sentimiento, emoción, pasión o algún extraño fenómeno psíquico freudiano, aparece el personalismo y su batalla por rescatar una importante dimensión olvidada del amor. «En rigor, un amor que no sea el amor de un amante y que se refiera a otro amante, no es un amor personal», dirá Polo. C. S. Lewis añadirá que los amores naturales solo cobran sentido si son salvados por la gracia divina. Este es el escenario que me he encontrado cuando me he sentado a escribir sobre el tema.

Sin perjuicio de lo dicho, también he de reconocer que muchas letras de las canciones me han impresionado por la profundidad en que describen ciertos rasgos del amor. La sensibilidad vivencial de los grandes artistas nos trasmite poéticamente lo que es el amor, y lo que describen coincide de una manera asombrosa con las más profundas nociones filosóficas sobre el tema. Hemos organizado todas sus observaciones dotadas de música en dos grandes secciones: primero hablaremos de las características que todo amor debe tener, y luego de los efectos que éste produce a lo largo del tiempo. Además, hemos utilizado el método de conteo de palabras más repetidas en las cien canciones de amor analizadas, lo que nos ha arrojado muy interesantes resultados, sobre todo para describir qué es lo esencial en el amor.

Aún recuerdo mis años en el colegio Nuevo Mundo de Guayaquil, cuando veía a mis compañeras de clase llenar largos “test de amor verdadero”, destinados a demostrar si estaban enamoradas de alguien o no. Tales test estaban llenos de preguntas cursis: “¿en quién sueles pensar durante el día?”, “¿cuántas veces viene a tu memoria?”, “¿te pusiste roja al verlo?”. Otras veces era el azar de un refrán o de un juego el que mostraba, como pitonisa, cuál era el amor de su vida. Hoy los test se han modernizado y están al alcance de un simple click en internet. Más que bucear en aquellos sitios, yo aconsejaría examinar si nuestro “amor” presenta las características y los efectos que los filósofos y los cantantes dicen que debe tener el amor.

Después de analizar la letra de más de 100 canciones de amor, y de ver la lista de palabras más repetidas, he llegado a la conclusión que en la música popular el amor presenta las siguientes características: el amor es plural, es luz que inspira, implica un recibir y todo lo que esto conlleva (aceptar, confiar, venerar, por ejemplo) y un dar (se necesita expresar el amor de alguna manera). Además el amor implica una cierta totalidad existencial que clama a lo eterno, a una eternidad siempre joven. De estas características hablaremos en el siguiente capítulo.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, Mayo 2021

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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