Filosofía del espacio: (III) Las estrellas


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Una vez más volvemos a mirar a lo alto, a buscar en el cielo el sentido de lo de aquí abajo. En la quietud de una noche los pensamientos se destilan, las notas asoman y el espíritu se lanza a volar entre las estrellas. Vale la pena recostarnos en el prado a verlas, mientras escuchamos a los hombres de ciencia, a los filósofos y a los cantantes qué han dicho sobre ellas.

Mirar a lo alto

Una bella canción de Ed Sheeran me recordó a mis hermanas. «It’s just another night / and I’m staring at the moon. / I saw a shooting star / and thought of you» (All Of The Stars, 2014). Tengo tres hermanas que se llaman María: María Paula, Adriana María y María Teresa. Cada que miro al cielo busco inconscientemente tres estrellas, las “Tres María”. Por muchos años fue la única constelación de la que conocía el nombre. Cuando destellan en mis ojos esas tres estrellas bien alineadas y equidistantes entonces recuerdo a mis hermanas, que hoy viven tan lejos, y las encomiendo a lo Alto.

Lo curioso es que la mayor y la menor nacieron el mismo día, un 6 de octubre, ¡fiesta de fiestas! A ellas dedico hoy, en su cumpleaños, este escrito sobre los astros.

El firmamento es firmamento por las estrellas

La mejor descripción sobre el tema que he encontrado en la música es la que consta en canción Stars (1985), espléndidamente puesta en escena en el musical de Les Misérables. La letra la canta el general Javart (interpretado por Philip Quast o por Russell Crowe), y dice así:

Stars

In your multitudes

Scarce to be counted

Filling the darkness

With order and light

You are the sentinels

Silent and sure

Keeping watch in the night

Keeping watch in the night

You know your place in the sky

You hold your course and your aim

And each in your season

Returns and returns

And is always the same

And if you fall as Lucifer fell

You fall in flame!

Hoy la luz eléctrica ha inundado de luz la noche de prácticamente todo poblado. Sin embargo, no siempre fue así. Los antiguos a duras penas prendían alguna antorcha frente a sus casas en las primeras horas de la noche, y luego las apagaban, porque el petróleo o el aceite tenía su costo. Entonces, en la oscuridad, en el silencio de la noche, las estrellas lo llenaban todo de orden y luz («Filling the darkness / with order and light»). Cuando el hombre antiguo se recostaba y miraba a lo alto, tenía sobre sí el espectáculo de la Vía Láctea: miles de estrellas brillando con fuerza sobre su lecho. Mirar a lo alto lo dejaba mudo.

En el día todo era radiante, todo era bulla, trabajo y cambio, nada estaba quieto… en la noche, aparecían las estrellas enquistadas firmemente en la bóveda negra: cada una en su puesto, sin moverse ni cambiar. Bien se les podía cantar: «You know your place in the sky / You hold your course and your aim (…) And is always the same». Por eso el firmamento es lo que es: porque arriba nada cambia, todo está firme, estático, perfecto. En este mundo terrenal todo es agitación, cambio frenético, actividad sin término. En lo Alto aparece la paz, lo firme. «Las estrellas no se apagarán, / los planetas no se detendrán» (Carlos Berlanga, Estrellas Y Planetas, 2001). El firmamento es nuestra esperanza.

A la vez, al admirar tantas estrellas los antiguos se sentían nada. Aún hoy algunas canciones recogen este sentimiento. «Una estrellita de nada en la periferia / de una galaxia menor / una, entre tantos millones / y un grano de polvo girando a su alrededor. / No dejaremos huella / sólo polvo de estrellas», dice casi con depresión Jorge Drexler en Polvo de estrellas (2004). Y Adam Levine se pregunta con cierta inquietud: «(…) are we all lost stars, trying to light up the dark? / Who are we? Just a speck of dust within the galaxy?» (Lost Stars, 2014).

Un mundo de luz que se abre sobre la oscuridad

Cada estrella encierra en un diminuto punto de luz un misterio gigante. «¿Estrellita dónde estás? / me preguntó, ¿quién serás? / En él cielo o en él mar, / un diamante de verdad» (MyVoxSongs, Estrellita dónde estás, 2015). Cuando no existía el telescopio se hicieron todo tipo de conjeturas sobre los astros. El universo aristotélico se encontraba dividido en dos mundos: el sublunar y el supralunar. Mientras más uno se alejaba de la Tierra, todo era más frío. Si la Luna era fría, las estrellas eran heladas. Esto era así porque el mundo supralunar estaba formado por una materia especial, incorruptible, el éter o quintaesencia, que solamente se encontraba sometido a un tipo de cambio, al desplazamiento rotatorio que hacen las estrellas cada noche, claramente opuesto al movimiento vertiginoso de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego).

En la antigüedad se sabía poco, muy poco, de las estrellas. Al menos se conocía que iluminaban, y este era un dato fáctico en aquellas noches sin luz eléctrica. Eran luz en el camino nocturno. También sugerían luz a la inteligencia. La metáfora salía fácil: cada estrella es una pequeña luz en la vida. Así aún se las evoca en la música moderna: «cuando él sol se ha ido ya, / cuando nada brilla más / tú nos muestras tu brillar / ¡brilla, brilla sin parar!» (MyVoxSongs, Estrellita dónde estás, 2015). Otra canción resalta la misma idea: «yo no entiendo nada / me vuelvo a la calle y busco en el cielo / señales que anuncien la luz del mañana» (Ariel Rot, La estrella del norte, 2000). A la vez, es interesante reparar que las estrellas lucen justamente en la silenciosa oscuridad. «Cuando está oscuro todo, empieza / a verse más claro en mi constelación (…) / Y me perdí en la inmensa quietud. / Una crema de estrellas / parece cubrirlo todo en mi constelación» (Soda Estéreo, Crema de estrellas, 1995). ¡Cómo es verdad que siempre en los negros pasajes de nuestra vida resaltan con especial intensidad unas pocas luces que guían nuestro caminar!

Las estrellas son guía porque nos ven desde lo alto. «Debajo de las estrellas, / escondidos en la oscuridad, / estuve a solas con ella / y no pude decirle la verdad: / que desde que nos conocimos / no la he podido olvidar / que desde el momento en que la vi / no he pensado en nadie más» (Los Planetas, Una Corona De Estrellas, 2010). Y porque nos ven desde allá, y porque son luz, fácilmente terminan en confidentes. Al cielo le contamos lo que llevamos dentro, porque de él esperamos respuesta. «Voy preguntándole a las estrellas / ¿cómo serás de verdad? / Dicen que cierre los ojos para soñar» (Vicentico, Las Estrellas, 2014).

En aquellas luces altas que encierran no pocos misterios descansa la esperanza del género humano. Las cosas no pueden acabar en este duro mundo: «en el Cielo las estrellas / y en la tierra la verdad» (Guasones, Estrellas, 2003). De alguna manera se intuye que por allá en lo alto reina la paz, la alegría, un vastísimo espacio para la libertad. Por eso, no es raro que la gente se lance hacia el más allá. Muchas canciones lo dicen. «Buscaré otro mundo lejos del Sol, en las estrellas. / Un lugar donde siempre brille la luz, en las tinieblas. / Viviré donde el tiempo no pasará, en las estrellas» (Los Pekenikes, Cerca de las estrellas, 1969). «Sonrío, aún me queda un largo camino / barriendo estrellas bajo el frío. / Soy el dueño de mi destino» (Huecco – Barriendo estrellas, 2011). «Voy a volar a las estrellas / Y a vivir una tormenta en el mar, / Voy a andar sobre la arena… Y a sentirme en libertad, / Voy a volar a las estrellas / Para nunca regresar» (David Summers, Volar a las estrellas, 2001). 

Lo de este mundo es caduco, no vale mucho la pena. «Baby I been, I been prayin’ hard / Said no more counting dollars, / we’ll be counting stars» (OneRepublic, Counting Stars, 2013). Esto implica llenarse de ilusión, armarse de coraje, dejar el seguro suelo, y lanzarse «hasta el infinito y más allá» (Toy Story). Esto es bello, pero también implica sortear obstáculos y lidiar con monstruos mitológicos. «La gente tiene estrellas, / que no son las mismas, / para unos son guías, / para otros, luces pequeñas, / pero para mí, son problemas, / todos son problemas», dice un blues andino (Iero, Estrellas, 1999). Pareciera incluso que las constelaciones ya han marcado nuestro destino, que nada se puede hacer contra el infausto hado. Esta era la visión griega de la historia, hoy ya superada y arrasada absolutamente. El hombre contemporáneo es menos supersticioso y sabe que las estrellas no son tan determinantes en nuestra vida. Incluso se las puede desafiar. «So why don’t we rewrite the stars? / Maybe the world could be ours»; «Say that it’s possible / How do we rewrite the stars?» (Zendaya, Rewrite The Stars, 2017).

¿Cómo desafiar al cielo? Con mucha decisión, con mucha determinación. Y es el amor verdadero el único capaz de producir esta muy determinada determinación. «Voy a contaros la historia más dulce del cielo: / Prometió decir solamente verdades / como solo ella sabe, el amor es así. / Él buscó un lugar entre Venus y Marte / por si acepta marcharse y llevarla a vivir. Cuentan que nunca volvieron a verlos / (…) Hay dos estrellas nuevas en Orión. / Él juró brillar mucho menos que ella. / Solamente una estrella, se hace fuerte al dolor» (Andrés Suárez, Estrellas, 2017)

Una luz que brilla en lo alto

Las estrellas tienen la virtualidad de evocar lo más alto. No en vano los poetas suelen identificarlas con las más amadas personas. «En el cielo está faltando una estrella / ¿Será que tú eres una de ellas?» (Lindo Viaje, Tercer Cielo, 2011). «Cause you’re a sky, cause you’re a sky full of stars / I’m gonna give you my heart» (Coldplay, A Sky Full Of Stars, 2014).

También las estrellas son la solución a la pobreza. Quien ama debe dar. Si carecemos de dinero, de mansiones y de bienes, al menos nos queda el universo. «Quisiera darte el mundo entero / La luna, el cielo, el Sol y el mar. / Regalarte las estrellas / en una caja de cristal. / Llevarte al espacio sideral»; «Quisiera ser un super héroe / y protegerte contra el mal. / Regalarte la vía láctea / en un plato de cereal» (Jesse & Joy, Espacio Sideral, 2006). Las estrellas son el dinero del pobre que ama.

Y como sucede siempre en el amor, siempre el que ama se siente pequeño, tonto, estúpido. También esto se refleja al compararse uno con las luces de la noche. «Soñábamos con ser los dos / estrellas en el cielo. / Y hoy me muero de dolor / porque no brillo. / Solo soy / un asteroide sin tu amor / perdido en el espacio, / sin un mundo, / sin un Sol» (ITowngameplay, Estrellas en el cielo).

En todo caso, grande o pequeño, tonto o listo, luminoso o apagado, lo importante es estar junto a la luz. «Quisiera estar junto a ti, / Quisiera ser un planeta / girando a tu alrededor. / Tú borrarías mis huellas / porque tú eres la estrella de mi corazón / Surcando el cielo de nuestro amor» (La Bien Querida, Dame estrellas o limones, 2003). Lo importante es estar junto a la luz, es buscarla, es encontrarla —al menos con la imaginación—, y entonces no dejarla nunca más. Nuevamente recordamos aquí a Vicentico: «Quiero que sepas que te estoy buscando / Desde mil vidas atrás / Ya te crucé tantas veces en la ciudad. / Voy preguntándole a las estrellas / ¿cómo serás de verdad? / Dicen que cierre los ojos para soñar» (Vicentico, Las Estrellas, 2014).

Finalmente, cuando se encuentra la luz, «se acabaron las batallas / porque yo nunca me rindo. / Y salieron las estrellas / en tus ojos amor mío» (Celtas Cortos, Salieron las estrellas, 2014). Esto es justamente lo que les sucedió a los Magos de oriente cuando encontraron “la Estrella”, “su Estrella”. «Rompe la noche una Gran Estrella, / hoy descendió del Cielo la Paz verdadera, / porque ha nacido el Niño en nuestra tierra», canta un villancico andino (Takillakkta, Humilde nacimiento).

Las Tres María

Estas tres famosas estrellas forman lo que se llama “El cinturón de Orión” (del cazador Orión, que aparece en el cielo con su arco y su flecha). La constelación de Orión es seguramente la más reconocida en el cielo por los habitantes de nuestro planeta. En Ecuador es muy fácil divisarla durante la mayor parte de la noche. En cambio, cuando me fui a vivir a Italia, a la vieja Roma, las perdí. Ellas no aparecieron más en el negro firmamento. Ello era un poco como perder a mis tres hermanas, por la fuerte asociación que mi cabeza había hecho con ellas. Casi podía pedir con Sahiro: «Estrellita no me dejes / cada día que amanece» (canción Estrellita solitaria). Felizmente alguna vez que me tocó madrugar para asistir a un evento a las cinco de la mañana. En mi caminar, aún medio dormido, descubrí que las tres recordadas estrellas también se veían desde el otro lado del mundo, aunque a horas distintas. Era como redescubrir el cielo.

Según la leyenda, Orión era un prepotente cazador y se ufanaba de que podía matar a cualquier animal de la Tierra. La Tierra entonces se enfadó con él y envió a un gran escorpión para atacarlo. Aunque Orión intentó huir, finalmente fue picado por el escorpión y murió con su veneno. Ahora ambos seres están fijados en la bóveda celeste. Cada noche Orión le huye al escorpión: cuando él desaparece, en el horizonte emerge la constelación de Scorpio.

¡Pero Orión queda tan lejos! Para llegar a esta preciosa constelación, formada por nebulosas de emisión, nebulosas de reflexión, nebulosas oscuras y regiones HII, desde la Tierra tendríamos que hacer un viaje a la velocidad de la luz que duraría nada menos que 1.500 años. Al pensar en esto pienso también en mi familia, en la que cada miembro ha ido a parar a un remoto rincón del globo terráqueo. Es duro, aunque para los artistas el tema de las distancias sea relativo. «Lo que la vida nos dio / ni la distancia ni el tiempo nos lo quitó, / pues de los dos nació / la Historia de la Tierra y de Orión. (…)  Al mundo he de contar / hasta perder la voz / que un ángel vino desde Orión» (Antonio Vega, Angel de Orión, 2005).

Lo curioso es que las Tres Marías están posicionadas exactamente como las tres grandes pirámides de Giza en Egipto. Los egipcios creían que tras su muerte, las puertas del cielo se abrían en el lugar que ocupa el cinturón de Orión. Todas las estrellas, pero especialmente las Tres Marías, nos recuerdan que en esta Tierra estamos de paso, que tenemos una misión verdaderamente celestial. «He visto una luz, / hace tiempo Venus se apagó» (…).  «Soy un cow boy / del espacio azul eléctrico. / A dos mil millones de años luz / De mi casa estoy / Oh, oh oh, oh ah. / Quisiera volver, / no termina nunca esta misión. / Me acuerdo de ti / como un cuento de ciencia ficción» (M-Clan, Llamando a la Tierra, 1999).

Sí, sin duda estamos en una misión que termina en el cielo. Los antiguos creían que el alma de los muertos —de los que murieron bien— pasaba a ocupar un lugar en la gran bóveda. «En un arrullo de estrellas, ah ah ah (…) Nos volvemos a encontrar / al final del infinito, / entre ríos púrpura / a la fuente regresar, ah ah ah» (Zoe, Arrullo de estrellas, 2013).

Quería hacer filosofía sobre el cielo estrellado, aunque más me ha salido un brochazo de ilusión, con alguna que otra mancha de nostalgia, pintado sobre el lienzo azul del firmamento y sobre la tenue luz de las estrellas. A ellas les pregunté muchas cosas y ellas «dicen que cierre los ojos, para soñar» (una vez más, Vicentico, Las Estrellas, 2014).

Hoy parece que «hay dos estrellas nuevas en Orión» (Andrés Suárez, Estrellas, 2017). ¡Feliz día a mis hermanas en su cumpleaños!

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Londres, 6 de octubre de 2020

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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