Filosofía del espacio: (I) Nociones fundamentales


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

No pocos enigmas se esconden en la profunda obscuridad centellante del espacio sideral. Desde que apareció el hombre sobre la faz de la tierra, cada noche un ingente número de personas alza su mirada al cielo para quedarse un buen rato atónitas contemplando las estrellas. Allá en lo alto todo parece tan sencillo y, a la vez, nadie lo puede explicar. Hoy ya se han lanzado cientos de misiones espaciales, tenemos unos cinco mil satélites girando alrededor del planeta, y la mente de muchos científicos, filósofos y cantantes ha llegado al otro lado del universo. Recogemos aquí algunos de sus pensamientos.

Dedico este escrito a mis sobrinos, que en el colegio o en la universidad están atravesando esa etapa de la vida donde se descubre el universo por primera vez. De alguna manera todos somos exploradores de un universo desconocido. Somos «un cowboy del espacio azul eléctrico» y «no termina nunca esta misión» (M-Clan, Llamando a la Tierra, 1999). Los más ilustres pensadores dicen que para filosofar es necesario primero asombrarse. El asombro nos lleva a investigar más, a precisar las conclusiones y a abrir nuevos horizontes. Si se dan las cosas por descontado, los hallazgos científicos resultarían imposibles. «If you believe there’s nothing up his sleeve, then nothing is cool», canta R.E.M. (Man on the Moon, 1992)[1]. Para evitarlo, durante este escrito exploraremos y viajaremos al espacio sideral para maravillarnos con los astros, los hoyos negros y los eventos cósmicos, al hilo de una y otra canción.

Las características físicas del espacio

Del espacio se ha dicho cuanto uno se pueda imaginar: que existe, que no existe; que es simétrico y exacto, o que no lo es; que es finito o infinito… Comencemos con el problema más sencillo. En Grecia, Zenón de Elea era de los que pensaba que ni el movimiento, ni el tiempo, ni el espacio eran reales. Como buen discípulo de Parménides, intentó demostrar la inexistencia del movimiento a través de la famosa paradoja de Aquiles y la tortuga. El héroe nunca alcanzaría a la tortuga porque ambos siempre estarían en movimiento[1]. De alguna manera los convencionalistas han resucitado parcialmente esta tesis presocrática, pues para ellos también resulta imposible una relación verdadera entre la materia y la geometría espacio-temporal; todo en este asunto sería puro convencionalismo. Quizá los cantantes no sepan medir las dimensiones del universo, ni hayan oído de la existencia de estos filósofos griegos, pero me parece que muchas veces son más sensatos en este asunto que ellos: parten de que el espacio existe, y ello muchas veces los hace sufrir. «Viento, campos y caminos… distancia, / qué cantidad de recuerdos. (…) Entre las calles amigas… distancia / del viejo y querido pueblo» (Alberto Cortez, Distancia, 1970). El espacio y la distancia se aceptan sin más.

¿Es el espacio estático o flexible? Para Parménides todo era estático. Está sumergido en un profundo conflicto del que no puede salir: lo que “es” “es” y lo que “no es” “no es”. Si el universo existe, “es” y no puede dejar de ser. Con lo cual, todo cambio es aparente. Heráclito dirá justamente lo contrario: nos consta el movimiento, por lo que “el ser” es aparente. ¡Vaya conclusión! El universo es constante cambio, puro devenir… luego, lo estable es mera apariencia. Platón intentó conciliarlos dividiendo el universo en dos: fuera de la caverna estaba el hiperuranio donde las ideas —principio de todo lo que existe— no podían cambiar, mientras dentro de la caverna se encontraba este mundo pasajero de sombras danzantes. La suya no pasó de ser una solución mítica. Quien de verdad resolvió la aporía fue Aristóteles cuando introdujo el concepto de “potencia” en la filosofía: las cosas son, pero están en potencia de ser algo distinto si alguien las mueve. En los cambios menores, la sustancia permanece y lo accidental varía. Sin lenguaje metafísico los artistas dan por descontado que hay algo permanente —nosotros, el universo— que admite un cierto cambio. Por eso se canta: «nos concentramos en la belleza de los contrarios / cambio de rumbo y salgo / de la órbita oscura y espanto» (Izal, La increíble historia del hombre que podía volar pero no sabía cómo, 2018). En el cosmos se vive una vida rica, donde el cambio y los sueños tienen cabida. «El Cosmos es también tu hogar. / Vivirás tus sueños porque el hombre vencerá. / Ya sabes no estás solo, / ven vamos a volar» (Miguel Ríos, Sueño especial, 1980).

En la antigua ciudad de Mileto se discutió mucho acerca del universo durante el siglo 6 a.C. Un tal “Tales” decía que el principio generador de todo era el agua. En cambio para su vecino Anaximandro, tal principio era el infinito: un infinito indefinido, indeterminado, donde todo se genera y todo se destruye. Para los griegos el devenir cósmico era circular. Los eventos debían repetirse una y otra vez. Por consiguiente, el espacio necesariamente debía ser limitado. Si hoy nos fijamos en la cantidad de masa que los científicos afirman que tiene el universo, alrededor de unos 1053 kg, y en su diámetro de al menos 93.000 millones de años luz, parecería que a los griegos no les faltaba razón. De todas maneras, aún quedan muchas preguntas por resolver sobre la antimateria y sobre la constante expansión del universo. Stephen W. Hawking y muchos científicos han visto factible la posibilidad de un universo sin bordes, incluso aunque el espacio fuera curvo.

Las letras de las canciones no nos hablan directamente de las dimensiones físicas del universo, aunque sí indirectamente. Música como la de la película Interstellar, interpretada magistralmente por Hans Zimmer (No time for caution, 2014) en el órgano de la capilla de Temple en Londres, sí que nos habla de agujeros negros y del infinito. Además, los cantantes nos han revelado que el universo puede desbordarse hacia el infinito a través de la persona. Y esto porque, aunque seamos polvo de estrellas, somos más que ellas. «No one can stop us now / ‘cause we are all made of stars» (Moby, We are all made of stars, 2002)[2]. Es cierto que nos podemos dejar dominar por las fuerzas del mundano causalismo, pero también lo es que podemos superarlo. Alejandro Sanz nos dice en medio de notas románticas: «a veces me elevo, doy mil volteretas, / a veces me encierro tras puertas abiertas (…). / Cuando nadie me ve no me limita la piel (…) / y es que a veces soy tuyo y a veces del viento. / Te escribo desde los centros de mi propia existencia / donde nacen las ansias, la infinita esencia» (Cuando nadie me ve, 2000). Vaya uno a saber cuáles son los bordes físicos de este cosmos. Aun así, los artistas tienen la convicción de que podemos desbordarlos, especialmente cuando amamos. Y esto me parece que no es filosofía barata.

Durante centenares de años la ciencia ha procurado encontrar medidas del tiempo y del espacio que sean perfectas e invariables. Testimonio de ello son los metros, pies, yardas, millas, libras, kilos, galones, pies cúbicos y grados centígrados que posan en varios salones del British Museum. Aún seguimos en la búsqueda. ¡Ni el reloj atómico es capaz de darnos un segundo invariable! Todo tiene su margen de error, aunque ciertamente lo hemos ido reduciendo. El problema empeoró con el advenimiento del mecanicismo newtoniano, donde la investigación quedó ceñida a la experiencia y al cálculo, dentro del marco del espacio isomorfo y del tiempo isocrónico. Muchas canciones, como veremos a continuación, muestran que toda medida es relativa y contextual. Por tanto, ni el espacio, ni el tiempo pueden ser absolutamente simétricos y estandarizados. Lo más probable es que el espacio sea curvo —como lo propuso Einstein— y que cada tiempo sea distinto. Por tanto, la estandarización sería más fenoménica, mental o psicológica, que óntica[3].

La relación espacio-tiempo

Para Einstein, tiempo y espacio están inmersos en el universo, y no el universo en ellos. Como se sabe, ellos se relativizan con la masa. La “relatividad del tiempo” es una idea trillada en la música, según ha quedado escrito líneas atrás. Por el mismo capítulo cabría hablar de una “relatividad del espacio”. La dimensión espacial depende de muchos factores: del punto de vista, del lugar, contexto y momento desde el que se pondera el espacio. En la primera canción cantada y grabada fuera de la Tierra, interpretada por el astronauta Chriss Hadfield en 1969, se oye: «Ground Control to Major Tom (…). And I’m floating in a most peculiar way / and the stars look very different today. / For here / am I sitting in a tin can / far above the world. / Planet Earth is blue» (David Bowie, Space oddity, 1969)[4]. Un simple cambio de lugar nos ofrece una nueva perspectiva del espacio. Además está la asunción personal del espacio, donde el espacio queda relativizado por diversas condicionantes como el amor, el odio, la ansiedad o la magnanimidad de la persona. La prueba empírica de la relativización personal del espacio es que cuando se quiere mucho a alguien una pequeña distancia —o distanciamiento— se percibe como si estuviéramos en otra galaxia: «it’s so very lonely, you’re six hundred light years from home», cantan The Rolling Stones (2000 Light years from home, 2016)[5]. Y, en general, «el mundo parece distinto / cuando no estás junto a mi» (Luis Miguel, Contigo en la distancia, 1991).

Si Einstein enlazó espacio, masa y tiempo, los cantantes conectaron el espacio con la voluntad y el tiempo con los latidos del corazón. Los artistas se oponen a una concepción rígida y mecanicista del espacio, absolutamente determinado por unas causas necesarias donde no quepa la libertad. Las dimensiones de una habitación o de nosotros mismos pueden ser muy distintas en diferentes estados de ánimo. Por eso los Enanitos Verdes pueden cantar: «porque este es mi primer día sin verte, / este es mi primer día sin ti / y la habitación se me hace gigante / me siento tan pequeño si no estás aquí» (Mi primer día sin ti, 1994). El estado de ánimo trastoca la ecuación que relaciona espacio, masa y tiempo, así como la gravedad, la velocidad de la luz y muchas otras cosas.

Suele decirse que entre quienes se aman no hay distancias, aunque estén muy lejos: «no existe un momento del día / en que pueda apartarme de ti (…) Más allá de tus labios, / del Sol y las estrellas, / contigo en la distancia / amada mía, estoy», canta Luis Miguel en un famoso bolero (Contigo en la distancia, 1991). Y es que la distancia física es relativa: dos personas que se odian están más distantes entre sí, aunque se sienten en la misma banca, que dos enamorados que viven en continentes distintos. «Dicen que la distancia es el olvido / pero yo no concibo esa razón, / porque yo seguiré siendo el cautivo / de los caprichos de tu corazón» (Luis Miguel, La barca, 1990). Con el corazón se puede viajar más rápido que la velocidad de la luz, atravesar cualquier distancia o cualquier masa. «But tell me, did you sail across the Sun? / Did you make it to the Milky Way /to see the lights all faded / and that heaven is overrated?» (Train, Drops of Jupiter, 2001)[6]. Pienso que aquí hay algo más que poesía y que de ello hay pruebas. ¿Quién no ha escuchado de madres que conocen en tiempo real —por telepatía, conocimiento connatural, o lo que sea— los sufrimientos de sus hijos que viven a kilómetros de distancia? El corazón nos lleva a donde queramos, relativizando los límites espacio-temporales. Por eso no es descabellado creer que el cuerpo de quienes han sabido amar en esta tierra, será extremadamente sutil y ágil cuando resuciten en la tierra prometida. Pero, ¿cómo puede haber tierra prometida en un universo que se desmorona? La cuestión es interesante. Detengámonos un instante en ella.

Los científicos no dan un buen pronóstico a este universo que nació hace unos 14.000 millones de años. Si la gravedad prima, en los siguientes millones de años vendrá un “Big Crunch”, un gran colapso o implosión de todo lo que nos asombra ver en una noche despejada. Sin embargo, según los últimos datos que nos han llegado del espacio, todo parece indicar que los cuerpos celestes cada vez se alejan más entre sí, e inclusive cada vez a mayor velocidad. Ello ha dejado perplejos a los astrónomos. Además se ha verificado el comienzo de la entropía de ciertas estrellas. Si la segunda ley de la termodinámica prima, aquella que afirma que en un sistema aislado la energía tiende a liberarse, la muerte térmica del universo —o “muerte entrópica”— es lo que nos espera: dentro de unos 17.000 millones de años acaecerá un “Big Rip”, un gran desgarramiento donde todos los cuerpos celestes se consumirán indefinidamente hasta que todos los sistemas de estrellas dejen de existir: entonces el tejido espacio-tiempo se “rasgará”. En uno y otro caso, pronto ya no habrá más luz sobre la faz de los planetas. ¡Un negro futuro! «Blackened is the end / winter it will send / throwing all you see / into obscurity» (Metallica, Blackend, 1988)[7]. No sabemos qué “Big” nos espera —si el Big Crunch o el Big Rip—, pero sí tenemos por seguro que nuestro Sol, creado hace 4.500 millones de años, no sobrevivirá más de 5.500 millones de años más. Con lo cual, es imposible que a la corta (cuando el Sol se consuma) o a la larga (cuando algún “Big” suceda), la especie humana subsista. Para que ella subsista eternamente hace falta que exista un luminoso y eterno Dios que ame locamente al ser humano y cree para él unos “nuevos cielos” y una “nueva tierra” donde pueda habitar. Ello se atisba en alguna canción de Ismael Serrano: «viajando en la eterna noche espacial / nuestra pequeña nave sideral / fue a dar con (…) aquellos que darán luz / a este oscuro universo» (Habitantes de Alfa-centauro encuentran la Sonda Voyager, 2007). En aquel hipotético escenario celestial, volverá a repetirse la relación física tiempo-espacio, pero de una manera nueva: será una relación “tiempo sin fin”-“espacio infinito y subsistente”, atravesado por la variable del amor. «Sólo el amor salvará al mundo», dice el dicho. En efecto, solo el Amor divino puede salvarlo.

Las características existenciales del espacio

La aproximación musical a la realidad no es técnica y exacta, pero sí muy humana. Quizá los cantantes no sepan mucho de números y fórmulas, pero sin duda demuestran tener a flor de piel mucho de humanidades. Su aproximación a la teoría espacio-temporal es más de índole personalista o antropológica. Están más cerca de Kant, Bergson, Heidegger y los existencialistas, que de los físicos cuánticos. Los cantautores se fijan más en cómo nos afecta el espacio, que en lo que el espacio sea en sí mismo.

Comencemos con Kant. El pensador de Königsberg no concibe ni al espacio, ni al tiempo como sustancias separadas, sino como elementos estructurales que utilizamos para organizar nuestra experiencia. Es cierto que el espacio nos afecta y nos organiza. Muchísimas canciones de amor lo dicen. «Hoy mi playa se viste de amargura, oh / porque tu barca tiene que partir» (Luis Miguel, La barca, 1990). «Cuántas veces yo pensé volver (…) Pero mi silencio fue mayor / y en la distancia muero día a día / sin saberlo tú» (Roberto Carlos, La distancia, 1972; Tamara, La distancia, 2004).

Según Bergson, el tiempo escapa al dominio de las matemáticas y de la física. Y es verdad, porque tiempo no solo hay en la res extensa (el cosmos), sino también en nuestros pensamientos. Bergson concentró sus esfuerzos en el estudio de la conciencia en continuo devenir, lo que él llamó la “duración real”. Un espacio en términos “ideales” o mentales. El tiempo espacial que existe fuera de nuestra mente (que como queda dicho es asincrónico y diverso), nosotros lo percibimos con una cierta sincronía, medida exacta y estabilidad. Así, por ejemplo, se puede decir que nunca se pierde aquella tierra donde nacimos: ella echa raíces en el alma que crecerán donde quiera que vayamos. «De mi tierra bella, de mi tierra santa / oigo ese grito de los tambores (…). La tierra te empuja de raíz y cal, / la tierra suspira si no te ve más. / La tierra donde naciste / no la puedes olvidar / porque tiene tus raíces / y lo que dejas atrás» (Gloria Estefan, Mi Tierra, 1993). Como se ve, el espacio externo puede estar distante y aún seguir afectando nuestra identidad por dentro. Lo estable de la persona de cierta forma estabiliza el universo.

El espacio deja huella en nosotros, pero también nosotros dejamos huella en el espacio. «Tendré que superar, / un día llegaré. / No importa la distancia, / el rumbo encontraré / y tendré valor. / Paso a paso iré / y persistiré. / A cualquier distancia yo el amor alcanzaré», canta David Bisbal (No importa la distancia, 2016). Si esto no fuera posible, la libertad humana sería nula y la persona —que por definición es libre— un imposible. Los metafísicos han redactado una larga lista de propiedades naturales del cosmos: es corporal, sensible, material, está sujeto al espacio y al tiempo, puede cuantificarse y se mueve con una cierta necesidad, dicen, por ejemplo. Pues bien, tal necesidad no puede ser tan absoluta que impida la libertad personal. Debe haber un cierto grado de indeterminación. De este principio cósmico de indeterminación el físico alemán Werner Heisenberg ha presentado pruebas muy contundentes. Nadie ha sido capaz de refutarlo. Es significativo que cuando se piensa en un futuro positivo, se habla del “horizonte”, de un espacio amplio donde tiene cabida la libertad y el infinito. «Y cuando pienso que todo está perdido / miro por la escotilla al infinito: / el universo hablándome al oído» (Izal, La increíble historia del hombre que podía volar pero no sabía cómo, 2018). Del mismo “espacio de libertad” también nos habla Shirley Collins cuando canta «my mama told me I should never venture into space, / but I did, I did, I did. / She said no Terran girl could trust the Martian race / but I did, I did, I did» (Imagined Village/Shirley Collins, Space girl, 2010)[8]. Y aún se puede decir más, ¡mucho más!, porque a las almas grandes el universo simplemente les queda chico: «I used to dream / I used to glance beyond the stars» (Michael Jakcson, Earth dong, 1982)[9].

El cosmos es el lugar donde habitamos, donde crecemos como personas. «Somos hijos del universo. / El cosmos es también tu hogar», canta Miguel Ríos (Sueño especial, 1980). Pero sobre todo es el punto de encuentro de las personas. «No estás solo en el firmamento hay más / hijos de la energía, / a bordo de un sueño espacial» (ibid.). El universo es ocasión de encuentro y recuerdo de las personas. Si moramos en una casa con alguien, esa casa comienza a “saber” a esa persona; también ciertos atardeceres nos recuerdan a aquellos con quienes vivimos atardeceres parecidos. El espacio “se personaliza”. «Y cada noche vendrá una estrella / a hacerme compañía, / que te cuente como estoy y sepas lo que ahí… / Dime amor, amor, amor / estoy aquí ¿no ves?» (Miguel Bosé, Si tu no vuelves, 1993).

Lamentablemente, el espacio también se puede despersonalizar. Sin las personas, o sin una buena relación con ellas, uno no se encuentra bien en ningún rincón del universo. Muchísimas letras recogen esta triste realidad, con variedad de tonos. Una canción dedicada a la primera astronauta que subió al espacio, una perra llamada Laika, recoge la idea mencionada: «Laika miraba por la ventana / ¿qué será esa bola de color? / ¿y qué hago yo girando alrededor?» (Mecano, Laika, 1986). Otra dice: «He’s feelin’ like an alien / feelin’ like he don’t belong. / Have mercy, cried the alien. / Help him find his way back home» (Atlanta Rhythm Section ARS, Alien, 1981)[10]. Muchas canciones mencionan a Júpiter o a algún planeta como el extremo del universo —extremo del universo personal, se entiende— al que se ha de huir para encontrarse. «Back home in Jupiter, things are getting harder / wishing everyone ease» (Benjamin Clementine, Jupiter, 2017)[11]. Esta es precisamente la trama de la canción Llamando a la Tierra (1999) de M-Clan:

He visto una luz

Hace tiempo Venus se apago

He visto morir

Una estrella en el cielo de Orión

No hay señal

No hay señal de vida humana y yo

Perdido en el tiempo

Perdido en otra dimensión

Oh, oh oh, oh ah

Soy el capitán

De la nave tengo el control

Llamando a la Tierra

Esperando contestación.

(…)

A dos mil millones de años luz

De mi casa estoy

Oh, oh oh, oh ah

Quisiera volver

Pero quizá la canción más memorable que toca el tema de la despersonalización del espacio, es cantada por José Feliciano: «Pueblo mío que estas en la colina / tendido como un viejo que se muere / la pena el abandono / son tu triste compañía / pueblo mío te dejo sin alegría (…). Ya mis amigos se fueron casi todos / y los otros partirán después que yo. / Lo siento porque amaba su agradable compañía. / Mas es mi vida tengo que marchar» (José Feliciano & Ricchi e Poveri, Che sarà, 1971).

Muchas veces con José Feliciano yo he recordado a los que se fueron de mi pueblo y a los que se quedaron en él. Y con él he repetido a un par de hermanas mías que confidencialmente cumplen el 6 de octubre, aquellas frases que dicen: «en las noches mi guitarra / dulcemente soñará y una niña / de mi pueblo llorará». Como se ve, aquello de que el espacio nos afecta, lo he vivido en mi propia piel.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, 12 de abril de 2021


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[1] «Si tú crees que no hay nada debajo de su manga, / entonces nada es interesante».

[1] Ella afirma que sería imposible que Aquiles alcanzará a la tortuga en una carrera, siempre que le haya dado cierta ventaja de partida, porque cuando Aquiles empiece a correr, la tortuga estará ya a cierta distancia, en el punto A. Cuando Aquiles llegue al punto A, la tortuga habrá avanzado hasta el punto B. Cuando Aquiles llegue a B, la tortuga estará ya en C. Y así sucesivamente, hasta el infinito.

[2] «Nadie puede detenernos ahora / porque todos estamos hechos de estrellas».

[3] La idea es desarrollada por Leonardo Polo. Una sencilla explicación se puede encontrar en Sellés, 2011.

[4] «Control-Tierra llamando al Major Tom (…). Y estoy flotando de una manera muy peculiar / y las estrellas se ven muy diferentes hoy. / Porque aquí / estoy sentado en una lata / muy por encima del mundo. / El planeta Tierra es azul».

[5] «Es muy solitario, estás a seiscientos años luz de casa».

[6] «Pero dime, ¿navegaste a través del Sol? / ¿Llegaste a la Vía Láctea / para ver las luces apagarse / y que el cielo está sobrevalorado?».

[7] «Negro es el final, / nos enviará al invierno, / arrojará todo lo que se ve / al olvido».

[8] «Mi mamá me dijo que nunca debería aventurarme en el espacio, / pero lo hice, lo hice, lo hice. / Dijo que ninguna chica terrestre podía confiar en la raza marciana, / pero yo lo hice, lo hice, lo hice».

[9] «Solía soñar / solía mirar más allá de las estrellas».

[10] «Se siente como un extraterrestre, / siente que no pertenece [a este mundo]. / Ten piedad, gritó el alienígena. / Ayúdalo a encontrar el camino de regreso a casa».

[11] «De vuelta a casa en Júpiter, las cosas se están poniendo más difíciles / deseando que todo el mundo se relaje».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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