Filosofía del tiempo: (III) El futuro


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

¿Cómo se ha de mirar al futuro? ¿Qué hacer con él? Muchos lo miran con cierto pesimismo, como un ser real que inexorablemente llegará. ¿Pero acaso el futuro existe? ¿No será pura imaginación, pura proyección ideal de algo que quizá nunca llegue? El futuro es un fantasma lleno de incógnitas, a las que intentaremos hacer frente en estas líneas en las que reflexionamos junto a preclaros pensadores acudiendo, como siempre, a la sabiduría contenida en la música pop.

Un futuro incierto, un cúmulo de sensaciones

¡El futuro! ¡Qué difícil es el futuro! ¿Cómo figurárselo, proyectarlo, esperarlo? Muchas canciones hablan sobre el futuro que se espera, pero casi ninguna sobre qué es específicamente el futuro. En general las canciones no hacen sino proyectar los sentimientos presentes sobre el futuro. Se ponen en juego la imaginación y la cogitativa. Según Leonardo Polo, la imaginación capta el tiempo como una sucesión de instantes (no precisamente como el flujo del presente); contrapone uno y otro instante, quizá dando una sensación de continuidad, aunque se perciba todo al mismo tiempo, de forma instantánea. A la vez, la cogitativa proyecta la acción imaginada en el tiempo. En palabras sencillas: si imaginamos los buenos momentos buscamos cómo mantenerlos en el futuro, si son malos vemos la manera de evitarlos.

Ejemplo de un buen futuro lo da Abba en su canción Hasta mañana (1974): «Hasta mañana ‘til we meet again. / Don’t know where, don’t know when. / Darling, our love was much too strong to die». Entonces las potencias internas de la imaginación y la cogitativa recrean un mundo maravilloso que miramos embelesados. Con un lenguaje más poético y menos filosófico Humberto Tozzi lo dice: «Gloria, por quién espera el día, / y mientras todos duermen, / con la memoria inventa, / aroma entre los árboles, / en una tierra mágica. / ¿Por quién respira niebla?, / ¿Por quién respira rabia?» (Gloria, 1978).

¡Hemos de procurar mantener lo bueno que aparece en nuestra vida! Si no se ve claro cómo seguir adelante, al menos debemos mantenerlo en el ánimo. Franco de Vita lo expresa con estas palabras: «con las manos llenas de dudas / cual si fuera la primera vez (…). / Y será, será, como es, será. / Sé que sobraran las palabras» (Franco de Vita, Será, 1990). Si desafortunadamente se llegó a perder lo bueno, hay que recuperarlo. Por eso se canta que «cuando la luz del sol se esté apagando / y te sientas cansada de vagar / piensa que yo por ti estaré esperando / hasta que tú decidas regresar» (Luis Miguel, La barca).

En cambio, si las cosas van mal, en el futuro se ensombrece. «Well today is grey skies / tomorrow is tears. / You’ll have to wait til yesterday is here» (Tom Waits, Yesterday Is Here, 1987). Con todo, si de veras se ama, aún en los pesares se busca salvar lo amado aunque se caiga el mundo y uno se pierda. «Y allá en el otro mundo / en vez de infierno / encuentres gloria, / y que una nube de tu memoria / me borre a mí», canta Guaraná (Échame a mí la culpa, 2001).

Como vemos, las canciones simplemente proyectan un cúmulo de sensaciones en el futuro, un conjunto de luces y sombras en el más allá. Pero, ¿tiene esto algún sustento? ¿No será ingenuo creerse todo lo que imaginamos como si fuera un cuento de hadas? Esa es justamente la actitud de Abba: «I have a dream, a song to sing / to help me cope with anything. / If you see the wonder of a fairy tale / you can take the future even if you fail. / I believe in angels / something good in everything I see» (Abba, I have a dream, 1979). Se canta, porque se necesita cantar. La canción y la poesía están intrínsecamente relacionadas. Bien aplica a la música lo que Michael Radford decía de la poesía: «la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita».

Pero volvamos sobre la pregunta formulada: ¿es lícito creernos que «hay que tentar al futuro con el corazón» (Diego Torres, Color de esperanza, 2001)? ¿No sería más honesto cantar llanamente con Rosana: «no sé mañana, sé de hoy…» (No sé mañana, 1996)?

¿Acaso el futuro existe?

Aquí, la pregunta más de fondo es si existe realmente el futuro. Si la respuesta es afirmativa, ¿qué consistencia tiene? ¿No sería acaso pura imaginación, como lo sugiere John Lennon? Al final de su famosa canción Imagine él mismo se percata de que su curiosa idea del porvenir resulta poco verosímil, a lo que da una salida poética: «You may say I’m a dreamer, / but I’m not the only one; / I hope someday you’ll join us / and the world will be as one». La mayor acusación sobre la falsedad del futuro que un cantante ha alzado es la de Ministri, quien afirma que «il futuro l’avete inventato voi. / Il futuro è una trappola» (Ministri, Il futuro è una trappola, 2008).

Según los filósofos, el tiempo simétricamente igual no existe en la realidad. Un año no es igual a otro. Si el tiempo es la medida del cambio, y en la realidad todas las cosas que cambian son distintas en tamaño, peso, medida, etc. entonces todo tiempo es distinto. Por eso todos los relojes, incluso los atómicos, tienen su “margen de error”. Todo tiempo es distinto. Solo el ser humano, que solo ve una parte mínima de la realidad, se satisface con tiempos más o menos iguales, cambios y medidas estandarizadas: un año es una vuelta al sol, no importa a qué velocidad vaya la tierra; un mes era una vuelta de la Luna, pero hubo que cambiarlo para resolver el estándar solar. La especie humana es isocronizante: simetriza el tiempo desigual. El tiempo igual es una ficción. En cierta medida, nosotros damos el sentido al tiempo. ¿No sucede esto con el futuro?

Otra observación: solo el hombre puede proyectarse hacia el futuro, los animales no. Primero se es consciente de que uno existe, y luego de que uno existirá. Entonces aparecen los miedos sobre el futuro, las inseguridades de perder lo que tenemos y la esperanza de conseguir algo mejor. El presente sabe a poco, el pasado ya se fue. ¡Hay que lanzarse hacia el futuro! Esta es la actitud de muchos artistas. En su juventud, la pequeña Annie solo miraba hacia el mañana: «the sun will come out, tomorrow. / So you gotta hang on til tomorrow / come what may. / Tomorrow, tomorrow, I love ya, tomorrow / You’re always a day away» (Annie, Tomorrow, 1982).

Pero una cosa es prever que mañana saldrá el sol, y otra que el mañana exista. En rigor, aquello de que el futuro existe es una contradictio in terminis: el futuro no puede existir hoy, porque aún no ha llegado a existir. Sin embargo, es muy fuerte en el hombre la sensación de futuro, de algún futuro que inexorablemente llegará. Entonces, ¿el futuro es una simple sensación? Desde luego que no, porque las sensaciones engañan: uno puede esperar ser feliz y caer en un infierno. Esa es la triste experiencia recogida en el musical de Los Miserables: «when hope was high and life worth living / I dreamed, that love would never die, / I dreamed that God would be forgiving» (Les Miserables, I dreamed a dream, 2012). Y, sin embargo, con el pasar de los años vemos que esperanzas tan hondamente sentidas naufragan en la realidad. «I had a dream my life would be / so different from this hell I’m living, / so different now from what it seemed. / Now life has killed the dream / I dreamed».

¿Cuál podría ser entonces la entidad del futuro? Si el futuro no es, pero puede ser, entonces el futuro es “potencia”. Futuro y potencia coinciden en significados. Esto es muy profundo y tiene muchas consecuencias. La potencia es algo más que los sueños de una noche de verano. Es posibilidad real del hoy. Técnicamente, la potencia solo existe en aquello que está en acto, y depende del acto: a mayor acto, a mayor perfección, mayor potencia. El futuro de una piedra es limitado y predecible, porque una piedra es poca cosa. En cambio, el futuro de una persona tiene un mundo de posibilidades. A mayor acto, mayor potencia. ¿Y qué habrá que decir del Acto Puro, del Dios omnipotente? Pues qué Él es el futuro.

¿Qué futuro nos espera?

La inquietante pregunta sobre el futuro ha recibido muy diversas respuestas de los filósofos. Los griegos creían en un movimiento cíclico del universo, donde todo se repetirá algún día. También algunas religiones orientales panteístas lo sostienen: el año brahmánico se sucederá una y otra vez. Estas creencias chocan contra la evidencia. No conozco canción que considere que la gran historia de la humanidad se repetirá una y otra vez, aunque quizá la haya en oriente. Tampoco es evidente la visión hegeliana de una historia predeterminada, que acaba con el autoconocimiento del absoluto.

Los filósofos modernos pensaban que el progreso humano es irreversible, pero una y otra guerra mundial los puso en su lugar. Sin embargo, la idea ha seducido a muchos, que han llegado a albergar —sin ver siquiera la historia de sus vidas— un optimismo ciego sobre el futuro fundado en las solas fuerzas humanas. Estamos ante la quintaesencia del optimismo moderno. La canción que mejor plasma esta visión es la de Diego Torres, titulada precisamente Color de esperanza (2001):

(…) Sé que las ventanas se pueden abrir

Cambiar el aire depende de ti

Te ayudara vale la pena una vez más.

.

Saber que se puede querer que se pueda

Quitarse los miedos sacarlos afuera

Pintarse la cara color esperanza

Tentar al futuro con el corazón.

.

Es mejor perderse que nunca embarcar

Mejor tentarse a dejar de intentar

Aunque ya ves que no es tan fácil empezar (…)

Sé que lo imposible se puede lograr

Que la tristeza algún día se irá. (…)

Más la historia de la humanidad no depende exclusivamente de las previsiones humanas. Piénsese en el hoy llamado efecto mariposa, capaz de generar imprevisibles desastres al otro lado del globo terráqueo. Leonardo Polo da un ejemplo muy significativo: ¿qué hubiera sido del Imperio Romano y del Antiguo Egipto si Cleopatra hubiera nacido con un par de centímetros más de nariz? Si una variable tan pequeña puede hacer cambiar la historia de los pueblos, ¿qué no se podría decir de otras más grandes como los desastres naturales o las pandemias? Hay tantas variables en los pueblos y en el devenir cósmico, que materialmente es imposible que la historia humana tenga un rumbo cierto y un destino seguro. Solo podría tener sentido si existiera un Dios capaz de gobernar esa multitud inconmensurable de variables.

Para resolver qué futuro nos espera, conviene volver a las ideas antes expuestas. Si el futuro es potencia, y la potencia más pudiente se predica del acto más intenso, entonces quienes más han formalizado su esencia más futuro tendrán. En palabras sencillas: más posibilidades se abren a los virtuosos, a los que tienen más relaciones sociales y han trabajado más en esta vida, que al pusilánime que no ha hecho nada. Por eso los profesionales de trayectoria tienen más posibilidades de tener clientes que los que se acaban de graduar, y los escritores de edad suelen tener más fama y más posibilidades de vender sus novelas. En general, las personas con más recorrido tienen más futuro espiritual, aunque menos futuro tendrá su cuerpo, que por ley de vida va decayendo. ¡Qué vano resulta depositar todas las esperanzas en el cuerpo!

Más que en proyectos materiales o corporales (tener más bienes, estar fit), el futuro se forja sobre todo en proyectos interpersonales. En convivir con la gente querida, en amarla, acompañarla, comprenderla y ayudarla. Más futuro tendrá quien esté mejor relacionado con los demás. Y en esto sí que aciertan el 100% las canciones optimistas sobre el futuro: «si tengo tu amor, tengo esperanza / y gracias a ti voy a despertar» (Lali Espósito, Tengo esperanza, 2015). La voz más potente aquí la tiene Andrea Bocceli: «por ti volaré. / Espera que llegaré. / Mi fin de trayecto eres tú / para vivirlo los dos» (Por ti volaré, 1995).

¿Qué hacer con el futuro?

¿Qué hacer con el futuro conocido o desconocido? Varias actitudes se pueden adoptar. Muchas de ellas han quedado magistralmente plasmadas en la canción One day more (2012) del musical Les miserables, cantada antes de la guerra que los revolucionarios enfrentarán con el ejército del rey. Valjean, ya mayor ve a su familia en peligro y sufre: «One day more / another day, another Destiny; / this never-ending road to Calvary». Jean Valjean camina a la muerte y su actitud es la de soportar el futuro. Distinto es el caso de su hija adoptiva Cosette y de Marius, que la ama. La guerra representa el alejamiento de ambos, que los hace desesperar. «I did not live until today. / How can I live when we are parted? (…) Tomorrow you’ll be worlds away / and yet with you, my world has started».

También hay quien confía en sus propias fuerzas, como sucede con el general Javert. «One day more to revolution, / we will nip it in the bud. / We’ll be ready for these schoolboys, / they will wet themselves with blood», canta el general de las fuerzas reales. Pero Javert no es un moderno que confía en las fuerzas ciegas de un futuro bueno que llegará inexorablemente; él confía en su ejército, él ha cuantificado el número de efectivos que tiene cada bando y supone que vencerá. Esto es filosofía clásica: el futuro depende del hoy, y el hoy depende del pasado. Sin embargo, como vimos, no es admisible creer que el futuro está exclusivamente en las manos humanas. Sin Dios, el hombre no es más que un cuerpo para la tumba. Sin Dios la muerte es siniestra y esquelética. Aquí lo único que verdaderamente vale la pena hacer es esperar a que alguien superior nos salve de las inciertas fuerzas del futuro. Eso es lo que hacen millares de canciones cuando se plantean el tema de la muerte. «Heaven is one step away / and then there came the dawn» (Eric Clapton, Heaven is one step away, 1985). Esperar, esperar es lo más razonable en esta vida. Si algo debemos hacer aquí, es cantar esta canción: «I will always be hoping, hoping (…). When it will be right, I don’t know / What it will be like, I don’t know / We live in hope of deliverance from the darkness that surrounds us» (Paul McCartney, Hope of deliverance, 1993).

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, 13 de noviembre de 2020


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Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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