Filosofía del tiempo: (II) El presente


Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

“Carpe diem”, dice un antiguo dicho latino, que hoy resuena en muchas canciones. Y es verdad, el hoy es lo único que tenemos: el pasado es indisponible, ya escapó de nuestras manos, y el futuro es un fantasma que nadie sabe si llegará. ¿Pero qué sentido tiene el presente, si lo tiene…? Intentaremos aquí descifrar qué es el presente, cuál es su valor y su razón de ser, acudiendo a decenas de canciones populares y las mentes más brillantes de la filosofía. Temas que parecen fáciles, pero que en absoluto lo son.

No rara vez aparece en la música la obsesión por la brevedad del tiempo. Manzanero suplicaba: «reloj no marques las horas / porque voy a enloquecer» (El reloj, 1956). También en el musical de Los miserables aparece la queja amarga: «At the end of the day you’re another day older (…)One more day standing about, what is it for? / One day less to be living»; «At the end of the day you’re another day colder»; «At the end of the day you get nothing for nothing / sitting flat on your bum doesn’t buy any bread» (At the end of the day, 2013). Los segundos son centavos y los años billetes de una devaluada moneda con la que poco se puede comprar. Tempus breve est. Hay poco tiempo para amar.

Por otro lado, el tiempo aclara las cosas. Un grupo poco conocido por estas tierras decía que «night is the stealer and time is the test» (Men at work, No sign of yesterday, 1983). Y esto es muy agudo. «Time is the test». ¡Cuántas melancólicas canciones evidencian cuán poco se ha amado! «Silencios en donde había palabras, / dos sombras que no se mezclan nunca. (…) Me hablo de libertad robada, / costumbres que se van desgastando, siluetas que el tiempo va borrando» (Daniela Romo, Ayer Pensé, 1986). El tiempo prueba si en verdad se ha amado.

En realidad, el tiempo no es un valor. Más que un valor, el tiempo es un multiplicador del valor de las cosas: no es lo mismo tener un caballo por un año, que durante cinco o diez, ni merecer un año de cárcel que cinco o diez. La huella que deja un beso en la mejilla desaparece rápidamente. No es lo mismo haber amado una noche, que haber sacrificado una vida. Bien aparece esta idea en el musical El violinista en el tejado (1971), donde el viejo cascarrabias Tevye, después de ver el fogoso amor de sus hijas, le pregunta a su anciana esposa Golde si aún quedaba algo de amor entre ambos. Y ella, después de darle largas a la respuesta, ante la insistencia de Tevye, responde: «Durante veinticinco años te he lavado la ropa, te he preparado la comida y he limpiado nuestra casa… Cada noche te he esperado junto al fogón, con la mesa preparada… Durante veinticinco años he aguantado tus berrinches y tus borracheras, y también he saboreado tus abrazos… Durante veinticinco años he vivido contigo, he luchado contigo… Te he dado cinco hijas, y he compartido tu mesa, tu lecho y tu casa. Si eso no es amor, entonces ¿qué es amor?».

Pero el hoy no se entiende sin el ayer. No somos marcianos que caen en una tierra desconocida, que de repente se insertan en una historia que no guardaba relación con ellos. Las circunstancias en las que hoy vivimos son resultado del pasado: de muchos hoyes antes vividos. Y no sólo las circunstancias, sino la cultura, las ideas, los problemas, la riqueza, las costumbres, nuestra forma de ser… Polo destaca que es propio del ser humano “acumular”. Los animales propiamente no aprenden de sus errores, ni de su pasado; a lo sumo repiten conductas que les fueron propicias. En cambio, las personas sí pueden acumular bienes y conocimiento a lo largo de los siglos. Lo que hace uno deja huella en otro. Como dice la canción: «Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar» (Joan Manuel Serrat, Cantares, 1969). Muchas veces las huellas no son tan evidentes. «Caminante no hay camino / sino estelas en la mar…». Pero las estelas llegan más lejos que las huellas, cada vida influye en la sociedad.

El “hoy” es lo único que tenemos

Carpe diem, dijo Horacio 23 años antes de Cristo. ¡Aprovecha este día! ¡Aprovecha este instante!El día de hoy es lo único que tenemos. El pasado es inmanejable, indisponible. Ya ha escapado de nuestras manos. «You can’t go on living in the past. / The one thing constant is that there is always change / There is a way / Yesterday is gone / It’s a new day» (Lenny Kravitz, Yesterday is Gone, 2001). El pasado bueno o malo, ya está petrificado, no se puede cambiar, no hay nada que hacer con él. A lo sumo podemos recordarlo, tratar de entenderlo, amarlo hoy o despreciarlo.

Tampoco tenemos el futuro, que aún no existe (nadie puede aferrar lo que no existe). Ninguno conoce en detalle cómo le vendrá el futuro. «Maybe yesterday’s rhyme / was for yesterday’s time / and the future’s not ours to see» (Neil Diamond, Yesterdays Song, 1981). En el hoy se pelean todas las batallas. En el hoy nos jugamos la vida. Solo en la hora que marca el reloj se resuelve todo o se fracasa. No se pueden pelear las luchas del futuro mientras el futuro no llegue. Tampoco podemos resolver las cuestiones filosóficas que habrá en 50 años, porque aún no sabemos qué inquietará a las generaciones futuras. Tom Waits ha sido preclaro en este asunto: «Well today is grey skies / Tomorrow is tears / You’ll have to wait til yesterday is here» (Tom Waits, Yesterday Is Here, 1987). Sin duda pensar en el futuro es importante: peleamos por un futuro mejor para nosotros y para los nuestros, nos preparamos para lo que venga. El futuro es el fin por el que luchamos, pero nadie pelea en el futuro. Solo hoy uno se las juega todas, no mañana. Hoy, no mañana. En realidad, “hoy” es lo único que tenemos.

Santos y teólogos confirman lo dicho, e incluso van más allá. Santa Teresita del Niño Jesús, por ejemplo, le decía a Dios: «para amarte sólo tengo hoy», y ello es muy cierto. «Hoy» es el tiempo más propicio para decirle a Dios que le amamos. Hoy, no mañana, que no sabemos si llegará. Hoy, no ayer, que ya pasó. Para amarle sólo tenemos hoy, porque quien no ama hoy, en definitiva no ama. El pasado y el futuro se pueden ofrecer a Dios, pero se ofrecen «hoy». Uno no se condena por los pecados pasados, sino por no arrepentirse «hoy». En el «hoy» uno se gana el cielo o el infierno. Y todavía cabe decir más, si nos elevamos al tercer cielo. Cristo murió en la Cruz «hoy», no mañana. Tampoco este sacrificio quedó recluido en el ayer. Ratzinger explicaba que el Sacrificio del Calvario se produjo en el eterno hoy del Dios inmutable y por eso podemos asistir a él cuando vamos a Misa. Esto último es ciertamente un misterio que sólo aplica a Cristo, a Cristo y a quienes se unen a su sacrificio sempiterno.

En el fondo, lo único importante es el “hoy”. Todo lo importante está en el hoy. Y lo más importante es el amor. Las canciones que se cantan a las personas queridas no expresan el amor en términos de pasado, ni de futuro, ni de un efímero presente, sino en términos de constante actualidad, es decir, de eternidad. Un amor que no pretenda ser eterno, poco de amor tiene. «Maybe yesterday’s rhyme / was for yesterday’s time / and the future’s not ours to see, / but there’s some things that always will be / like sayin’ “I love you”», canta Neil Diamond (Yesterdays Song, 1981). Cuando se ama se pierde la noción del tiempo. «Code of silence of a dying heart. / Don’t know where the end begins and the truth starts» (Black Country Communion, Song of Yesterday, 2010). Y «el tiempo parece distinto / cuando no estás junto a mi» recuerda Luis Miguel (Contigo en la distancia, 1991). Cada instante tiene su actualidad y su novedad. «I don’t remember what day it was / I didn’t notice what time it was / All I know is that I fell in love with you»; «Every day’s a new day in love with you / With each day comes a new way of loving you» (Spiral Staircase, I Love You More Today Than Yesterday, 1969). También los cantantes latinos lo han descubierto: «Ella borra las horas de cada reloj / y me enseña a pintar transparente el dolor / con su sonrisa» (Francis Cabrel, Je l’aime à morir, 1979).

Esto también aparece en la literatura: «La aflicción puede marchitar las mejillas, pero no abatir el amor» (Schakespeare, en Cuento de invierno, 1611). Y es que, como dice Marcel, amar reclama la inmortalidad.

La intensidad del hoy

El presente es lo más intenso que tenemos. No en vano la mayoría de canciones de heavy metal se cantan en presente. También el firmamento y las cosas bellas se contemplan en presente. Recordamos la canción Nessun dorma (1990) de la obra Turandot, espléndidamente ejecutada por Luciano Pavarotti, donde canta: «guardi le stelle / che tremano d’amore e di speranza». Ningún recuerdo es tan inmenso como una noche estrellada, ninguna memoria hace justicia a la lontananza del mar, ningún relato es capaz de transmitir la mitad de lo que es una caída del sol en la playa. La contemplación más alta solo se produce en el hoy.

Resulta extremadamente curiosa la definición que Tomás de Aquino da de cielo y de infierno. Para el Santo el infierno es «tiempo indefinido» y el cielo «eternidad». Sin una buena comprensión del tiempo, resulta difícil entenderlo. Para Aristóteles sólo hay tiempo donde hay cambio; de hecho, «el tiempo es el número [la medida] del movimiento según el antes y el después». Mientras halla cambio, habrá tiempo. El Estagirita estudió bien cómo opera el movimiento: algo que está en potencia de ser otra cosa, pasa a ser esa otra cosa (pasa al acto) por alguna causa (agente) con un fin determinado (causa final). Mientras halla cambio habrá tiempo (que es la medida del cambio) y habrá un fin por conseguir. Por eso, en el cielo no puede haber cambio, ni tiempo, sino fin alcanzado, vida lograda, meta conseguida. El cielo tomista siempre está en presente. El cielo no es un conjunto de «días sin término», sino «eternidad»: es un «hoy constante», un presente sin cambio, ni tiempo. El Apocalipsis lo expresa en su lengua: en el cielo los nombres quedan escritos para siempre, de forma imborrable, en el libro de la vida.

Repárese en que un amor que pretende ser eterno exige la existencia de un cielo eterno. El amor nos lanza a lo Alto. «Ooh yes, you will always be / my endless love»; «two hearts, two hearts that beat as one, / our lives have just begun forever» (Diana Ross & Lionel Richi, Endless love, 1981). Dios es siempre nuevo. El amor no admite fin en esta tierra, ni estancamiento. Si es verdadero amor, tiene que crecer. «I love you more today than yesterday, / but, darling, not as much as tomorrow (…) Cupid, we don’t need you now, be on your way / I thank the lord for love like ours that grows ever stronger» (Spiral Staircase, I Love You More Today Than Yesterday, 1969). En definitiva, si el amor existe, debe de haber cielo donde se realice. Solo en el cielo el amor encuentra su hogar.

Por el contrario, el infierno es «tiempo indefinido» pues ahí siempre hay cambio, siempre hay dolor (por tanto, siempre hay tiempo). Se trata de una existencia precaria, que languidece en el cambio constante del padecer. Quien «no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego» (como dice el Apocalipsis). En el infierno se desmorona todo lo que apreciamos en vida.

Y, pese a lo que queda escrito, en esta tierra el presente nos huye, se escapa el agua de las manos. Es «Luna que se quiebra sobre las tinieblas de mi soledad… / ¿Adónde vas?»; es una «noche de ronda» ante la que cabe la queja: «qué triste pasas, / qué triste cruzas / por mi balcón» (Agustín Lara & José Feliciano, Noche de ronda, 1967). O, como dice el musical, «At the end of the day there’s another day dawning» (Les miserables, At the end of the day, 2013). Ciertamente tempus fugit.

Buscar la razón del presente

Con los años se aprende cuánto vale el presente. «Yesterday, when I was young, / the taste of life was sweet as rain upon my tongue, / I teased at life as if it were a foolish game (…) And only now I see how the years ran away» (Shirley Bassey, Yesterday, when I was young, 1970). Quizá los años se hubieran podido aprovechar en mejores cosas: «so many lovely songs were waiting to be sung». El problema de fondo está claro: «I never stopped to think what life was all about». Por eso se llega a detestar el pasado y su música. «There are so many songs in me that won’t be sung» (ibid.).

A veces la vida se vida un poco a la loca. Living la vida loca (1999) es el título de una canción de Ricky Martin muy sonada de finales del siglo pasado, pero el tema es viejo. Ya constaba en el célebre himno universitario compuesto en Alemania a mediados del siglo XVIII: «Gaudeamus igitur, / iuvenes dum sumus. / Post iucundam iuventutem, / post molestam senectutem, / nos habebit humus» (Alegrémonos pues, / mientras seamos jóvenes. / Tras la divertida juventud, / tras la incómoda vejez, / nos recibirá la tierra). Una excelente reproducción de este clásico la hace Antré Rieu (Gaudeamus Igitur, 2020). Estas canciones no captan bien el sentido del presente, su proyección al futuro: el hoy solo sirve para conseguir el placer inmediato que se pueda, y después no queda más que la tumba.

Pero el presente en esta tierra no es nada si no se proyecta sobre el futuro. El hombre vive indagando el sentido de su existencia. Sin esa justificación, lo mismo vale tomar un vino que domar un potro, que casarse, que morir. ¿Cómo encontrarlo? Un buen consejo es nos lo da Cat Stevens: «It’s not time to make a change. / Just relax, take it easy. / You’re still young, that’s your fault / There’s so much you have to know» (Father and Son, 1970). Hay que tomarse tiempo para reflexionar, hay que aprender de los mayores. Tiene que haber una razón fuerte en la vida para no suicidarse. Y hay que encontrarla.

Si no se ha encontrado aún esa razón, conviene conectarse a Spotify y escuchar a Julio Iglesias que dice: «Siempre hay por quien vivir y a quien amar. / Siempre hay por qué vivir, por qué luchar. / Al final las obras quedan las gentes se van, / otros que vienen las continuaran la vida sigue igual» (Julio Iglesias, La vida sigue igual, 1969). Algo hay que dejar en esta vida. Algo hay que dejar a alguien.

Y en esto último sí que concuerdan muchas tonadas. El presente tiene sentido cuando se ama a alguien, cuando uno se da. «Y yo que hasta ayer solo fui un holgazán / Y hoy soy el guardián de sus sueños de amor», recita Francis Cabrel (Je l’aime à morir, 1979). También la canción más célebre de Hoobastank recoge este mismo pensamiento. «And so I have to say before I go / that I just want you to know / I’ve found a reason for me / to change who i used to be, / a reason to start over new / and the reason is you» (The Reason, 2003).

Cuando uno busca dejar algo en los demás, uno se complica la vida. Pueden las cosas no salir según lo planeado, como dice Coldplay: «Nobody said it was easy, / no one ever said it would be this hard. / Oh, take me back to the start» (The Scientist, 2002). En todo caso, salgan bien o salgan mal las cosas, uno se sabe útil. La vida tiene sentido.

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Nairobi, 8 de noviembre de 2020


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Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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