La Virgen de la Mano Santa

La historia de la Virgen perdida


Se recoge aquí la historia de un cuadro de la “Virgen de la Mano Santa”, del cual el pueblo guayaquileño fue muy devoto por cuatro siglos, hasta que el gran incendio de Guayaquil de 1902 lo redujo a cenizas. Alrededor de la imagen se generaron historias, leyendas, devociones, etc. que la ciudad perdió en el mencionado fuego. Pese a ello, actualmente se está intentando rescatar la historia de la imagen, como se comenta en este artículo de corte más histórico, que hace uso de fuentes españolas y americanas.

I. Introducción

La Virgen de la Mano Santa ha sido la imagen más venerada en la historia de Guayaquil. Esta devoción llegó a la Ciudad desde su misma fundación, vino desde la otra orilla del Atlántico, con la fama de Reina y de obradora de grandes milagros, para acompañarnos por más de tres siglos. Lamentablemente, las llamas del temido incendio de 1902 hicieron ceniza y humo el cuadro que se veneraba y hasta la iglesia donde colgaba.

El presente estudio de matriz histórica y cronológica, analiza la historia de esta imagen perdida desde su creación en el siglo XVI hasta su desaparición en 1902, y los esfuerzos hechos en el siglo XX por rescatarla. La investigación ha durado más de diez años y se basa en documentos ecuatorianos y españoles, estudios, fotos y testimonios que fueron recogidos por el autor en Guayaquil, Quito e Iruz (Cantabria, España).

II. La devoción a la Virgen morena al otro lado del mar

La historia de la Virgen guayaquileña comienza en el montañoso y húmedo valle de Toranzo, en la Cantabria, al norte de la península Ibérica. No se sabe bien desde cuándo se plantó en medio de este valle un hospital, que sería el que después albergaría la devota imagen de Iruz. Las primeras noticias que tenemos de este edificio son confusas y remotas. Hoy cuelga en el lugar una lápida que dice: «Ovechus port in honorem S. Crucis a rei in coelo conspectae dum / cum mauris praeliretur / Pro Ildefonsi Rege / Hospicum hocce condere decrevit / A era D.CCLXXII», cuya traducción viene a ser: «Oveco, para honor de la Santa Cruz mandó se edificara un hospital, ya que estando luchando con otros soldados contra los moros vio aparecerse esta santa Señal en el cielo. Peleaba a las órdenes del Rey Alfonso en la era de 772» (año de 734). La mencionada placa ha sido puesta en duda por los estudiosos, porque en tal fecha no reinó ningún Alfonso. De todas formas, se acepta que el texto pudo haber sido mal interpretado o leído. Otro dato a tener en cuenta es que lápida no ha llegado a nosotros; la que ahora cuelga en el Santuario de Iruz se la colocó en recuerdo de la anterior (González Echegaray, 1992, pág. 96).

De fiarnos del año transcrito, el hospital se habría fundado cuando el Ducado de Cantabria comenzaba a defenderse del invasor moro. Allá por el año 714 la tropa musulmana arremetió en el lado sur del Ducado. Conforme avanzaba, los cántabros habrían tenido que replegarse al norte, sufriendo grandes bajas. Es natural que entonces desearan levantar un edificio para hospedar y atender a los refugiados, resultando espléndido asentarse en medio del valle de Toranzo. La mención del rey Alfonso habría sido producto de una inadecuada asociación hecha por quien redactó la placa muchos años más tarde. Faltaría por explicar por qué el nombre de Alfonso sonaba tanto, para poder crear una confusión de esta naturaleza.

Otros datos a tomar en cuenta son las numerosas escrituras protocolarias que dan fe de que en el siglo XVI existía un hospital en Iruz y los adornos de veneras o conchas pegados a la antiquísima torre octogonal, que recuerdan el paso de la ruta jacobea por este santuario y por su hospital de peregrinos. Como se sabe, Santiago de Compostela surge con el hallazgo de las reliquias del Apóstol, hecho producido en el año 812. El Rey de Asturias, Alfonso II apodado “el Casto” (c. 760–842), viajará con su corte al sepulcro convirtiéndose en el primer peregrino oficial, y será él quien construya una pequeña iglesia para el Santo. A partir de ahí las peregrinaciones se multiplicarán, incentivadas por la orden de Cluny y por los reyes cristianos, que harán generosas donaciones a sus monasterios. De esta manera la enigmática lápida pudo ser elaborada en el siglo IX, y el rey Alfonso sería el Rey de Asturias. Explicado el tema del nombre, resultaría aún necesario reconocer un defecto en el punto de la fecha, que no sería “D.CCLXXII” (772), sino “DCCCLXXII” (872), año que cuadra mejor con lo explicado.

En todo caso, lo cierto es que para el siglo XIII en ese lugar surgió la devoción a una nueva imagen que acababa de tallarse. Según los estudios, la talla de Nuestra Señora del Soto-Iruz data de este siglo. Se trata de una mujer coronada, sentada en un trono. Sobre su pierna izquierda se sienta el Niño, que también lleva corona y gobierna el universo, representado en un globo que sujeta en su mano izquierda[1]. Ambos personajes bendicen la humanidad con la mano derecha[2], cosa que el Niño hace con dos dedos alzados que significan su humanidad y su divinidad, mientras los otros tres dedos recogidos simbolizando las tres Personas de la Santísima Trinidad[3]. La escultura es mucho más expresiva y detallada que las tallas románicas de la Virgen del siglo XII, lo que la ubica en la transición entre el románico y el gótico: su mirada es más maternal, con cejas arqueadas, la postura algo más holgada, menos hierática que las tallas anteriores, lleva túnica estofada y velo que cae en zig-zag a ambos lados de la cara. Su color primitivo fue «muy moreno» (cfr. González Echegaray, 1992, pág. 98), aunque después recibió numerosos repintes. Este tipo de imágenes representan la Sedes Sapientiae, la Sede de la Sabiduría.

La imagen acompañó las benéficas obras que se realizaban en el hospital de peregrinos. A ella acudían con gran fervor los enfermos y desvalidos de esta vida, buscando aquella ayuda que ya en la tierra ninguno podía dar. Pronto comenzaron a caer las gracias del cielo, la imagen comenzó a prodigar milagros grandes y chicos. Su devoción terminó traspasando los límites del valle de Toranzo y se instituyó la fiesta a la Virgen del Soto el 5 de agosto de cada año.

Fue lógico entonces que los vecinos desearan construir una casa más grande para su Reina. Desde 1570 se pusieron manos a la obra, y tras recaudar los fondos necesarios mediante generosas donaciones, se construyó el edificio más bonito y grande del lugar. Habrán participado en la empresa las familias más pudientes, como los Ceballos, los Quevedo y los Bustamante, junto a otras más modestas como los Castro y los Grijuela. Hoy tenemos prueba de algunas de sus aportaciones. De ese templo sólo ha llegado hasta nosotros la hermosa torre octogonal ―construida hacia el año 1573[4] bajo los nuevos cánones artísticos―, que sigue coronando la fachada y que fue emblemática en la época barroca. Durante su primera época la iglesia y el hospital de peregrinos dependieron de dos curas beneficiados (González Echegaray, 1992, pág. 96).

Los frailes de San Francisco, que desde hacía varios siglos se habían ido estableciendo en las villas de la Costa (como sucedió en Castro Urdiales, Santander, Laredo y San Vicente de la Barquera) inician su incursión hacia el interior de La Montaña, fundando en 1518 un convento en Reinosa. Años más tarde llegaron al fértil lugar llamado El Soto, junto al río Pas y en 1608 tomaron posesión de templo de Iruz. Sobra decir que ellos no sólo acogieron la devoción que se tenía a la Santísima Virgen, sino que animados por las directrices del Concilio de Trento, la promovieron y aumentaron.

Como en otros santuarios, adornan las tapias de éste numerosísimos exvotos colgados para agradecer los extraordinarios favores dispensados por celestial Señora. Entre ellos, se certifica el ocurrido a Juan de la Llama, que se libró de la muerte en 22 de enero del 1609 en la barra de Suances[5], donde naufragó con dieciocho compañeros más. Encomendándose a la Virgen del Soto, asido a un remo, Juan permaneció por mucho tiempo flotando sobre las aguas sin saber nadar, hasta que le recogió una barca. Entre toda la tripulación fue el único que se salvó de ahogarse. Otro milagro que se recoge es el concedido a Gabriel López, vecino de Pámanes, quien estando en la villa de la Guardia enfermo de las piernas, y habiendo dispuesto los cirujanos cortarle una, después de pedírselo con fervor a Nuestra Señora del Soto, sanó enseguida de ambas. Para agradecerlo peregrinó caminando sin dolores ni novedades durante tres días al Santuario de Iruz, donde publicó el favor recibido. Constan muchos favores más concedidos por aquella época. Baste  ahora citar uno último, que ha sido muy celebrado. Se trata del sucedido a un pobre cautivo torancés que permanecía en encarcelado en Argel por los moros cargado de grillos y cadenas; por mediación de Nuestra Señora del Soto se vio milagrosamente liberado de ellos y transportado a su valle, trayendo consigo las cadenas, que en recuerdo y testimonio se colgaron en el camarín de la Virgen[6].

La extraordinaria devoción a esta Virgen fue creciendo cada vez más. Prueba de ello son los numerosos testamentos del siglo XVI, redactados en la región y en América, donde aparecen mandas y donaciones para esta Virgen. Una muy significativa es la de la plata que mandara Francisco de Cevallos desde Guayaquil para la Corona de la Virgen de Iruz, coronación que se realizó con toda solemnidad el 19 de abril de 1608[7]. Una copla popular muy antigua cantaba esta preciosa estrofa:

          La Virgen del Soto, madre,

          es pequeñita y morena;

          nunca tuvo el Rey de España

          mejor soldado en la guerra…

Toda esa época estuvo inmersa en el sueño de ultramar. En 1492 se había descubierto América, que enseguida se idealizó, asimilándola al reino de la bondad y donde cualquiera podía hacer fortuna. El entusiasmo creció aún más con la leyenda de “El Dorado”, aquel codiciado lugar donde las calles se pavimentaban de oro que fue buscado con gran empeño por los exploradores españoles e ingleses. Si bien es cierto que décadas más tarde el encanto comenzó a quebrarse, la idea de migrar hacia el continente de la esperanza sedujo los ánimos aventureros de los cántabros. Como es de suponer, los viajeros que se enrumbaban a las nuevas tierras llevaron en el pecho los sentimientos religiosos que habían echado raíces desde su niñez. Entre esos sin duda estaba la piadosa devoción a la Virgen de sus padres, de sus abuelos, a la Virgen del Soto. Por eso no es de extrañar que “los indianos” hayan enviado entonces desde América mandas de dinero o joyas, abundante platería en lámparas y vasos sagrados, para enriquecer el Santuario. Con esas aportaciones y con las dadas por los lugareños más acaudalados para adquirir el derecho a ser enterrado en las capillas del templo, durante el siglo XVII y XVIII se fueron construyendo las diversas dependencias de la iglesia y del convento, y se elaboraron los diferentes retablos y objetos litúrgicos.

Tras la desamortización de 1836 el edificio fue abandonado, hasta que en 1899 se hicieron cargo de él los monjes carmelitas. Como era de esperarse, la imagen fue escondida durante la guerra civil que desgarró a España de 1936 a 1939. Al parecer después de quemada, por lo que fue reparada posteriormente, ya que solamente quedó el rostro estropeado. Pero fue restaurada la talla y la devoción volvió a nacer, con más fuerza aún. Hoy sigue siendo una de las más antiguas y devotas vírgenes de Cantabria. El día 6 de septiembre de 1959 fue coronada canónicamente Nuestra Señora del Soto como “Patrona del Valle de Toranzo”, ante millares de romeros de toda Cantabria.

Las últimas restauraciones del convento recuperaron su brillante pasado y desde el año 2004 el convento inauguró su nueva función como Casa Diocesana de Espiritualidad para servir de lugar de reflexión, retiro y convivencia de grupos religiosos que deseen profundizar en la vida interior. La iglesia sigue abierta para recibir a los devotos de la Virgen del Soto que deseen acogerse a sus maternales cuidados.

Las últimas restauraciones del convento recuperaron su brillante pasado y desde el año 2004 el convento inauguró su nueva función como Casa Diocesana de Espiritualidad para servir de lugar de reflexión, retiro y convivencia de grupos religiosos que deseen profundizar en la vida interior. La iglesia sigue abierta para recibir a los devotos de la Virgen del Soto que deseen acogerse a sus maternales cuidados.

Virgen del Soto de Iruz (España) del siglo XIII o XVII

III. La Virgen de Iruz en la vida de los Castro

Sin lugar a dudas el inicio en Guayaquil de la devoción de la Virgen del Soto-Iruz, que se tuvo por varios siglos, comenzó con la llegada de los Castro al pacífico puerto. Surgió sobre todo a partir del milagro que la Señora le hiciera a don Toribio Castro y Grijuela, por el que le restituyó una mano. Por eso los vecinos guayaquileños lo llamaron “Mano Santa”.

La historia de los Castro en el valle de Toranzo se remonta a los abuelos de Mano Santa. Sus abuelos Juan Castro y María de la Calleja, nacieron en 1474 y 1481, respectivamente, ambos en Cudón (Miengo, provincia de Santander, en la Cantabria de España). En su juventud migraron a Iruz, donde se casaron el año 1500 y vivieron ahí el resto de sus días. Su primero y único hijo que conocemos fue Toribio Castro, que nació en 1503 en la misma comarca y casó con Toribia de Grijuela, de quien no poseemos muchos datos. Los Castro se caracterizaron por ser gente de principios, pues en la historia se verá que se les encomendaron puestos de responsabilidad y que gozaron de buena fama. Resulta fácil imaginar que habrán sido gente devota de la ya entonces afamada Virgen del Soto y que habrán peregrinado a su Ermita para pedir por las necesidades de la familia.

Toribio trabó amistad con Rodrigo de Vargas Guzmán, natural de Torrejón de Velasco (Reino de Castilla), capitán que conquistaría Nicaragua y Perú[8]. Con él y con Francisco de Olmos, Toribio partirá para América a probar fortuna. Luego de varios años de campaña bélica ellos se asentarán dentro del Virreinato de Nueva Castilla.

No sabemos cuántos hijos tuvieron Toribio y Toribia, ni cuándo se casaron. A juzgar por la edad, se habrán casado tarde para la época, pues de ellos nació en 1545 ―cuando el padre había cumplido los 42 años― el único hijo que conocemos de este matrimonio: Toribio Castro y Grijuela. Pudo ser su único hijo, y si lo fue, en él habrán cifrado todas sus esperanzas. ¡Cuán grande habrá sido el pesar de los padres cuando, después del parto, descubrieron que había nacido únicamente con la mano izquierda, teniendo solo un muñón en la derecha! ¡Cuánta aflicción y desconsuelo! Y también, ¡cuánta fe cuando la madre se sobrepuso a sus lágrimas y decidió peregrinar al Santuario de Virgen de su juventud para pedirle que “le pusiera una mano”  a su niño! Semejante petición no se entiende sin la enorme fe de doña Toribia, ni tampoco sin la difundida fama de la milagrosa imagen. A la Virgen le agradó su plegaria de la madre, aunque, no obstante, quiso que la oración se afianzara con el tiempo.

Por esos años la situación política en el Virreinato se había puesto muy tensa, desde que Francisco Pizarro fue asesinado en 1541. Entonces su hermano Gonzalo, que tenía un poder casi absoluto en Perú, se rebeló contra la Corona. Los bandos se dividieron en Nueva Castilla en pizarristas y realistas. Los leales al Rey armaron su ejército, que fue dirigido por el capitán Francisco de Olmos y contaba con el apoyo de los capitanes Rodrigo Vargas de Guzmán y Toribio de Castro. Tras meses de intrigas, se desencadenó la batalla que vio su fin el 6 de abril de 1547. Pizarro perdió y fue ajusticiado con el Teniente Manuel de Estacio. Pero temiendo retaliaciones, los tres capitanes (Olmos, Vargas y Castro) construyeron grandes balsas y con 140 personas cruzaron el río Amay. El 25 de julio de 1547, día del apóstol Santiago, atracaron en lo que hoy es el barrio de “Las Peñas” y asentaron la ciudad de la unión cimera de los cerros Santa Ana y el Carmen.

Toribia seguía estos acontecimientos de su esposo a la distancia, en Iruz, junto a su pequeño hijo, que ya para la década de los 50 correteaba por la casa. Se dice que el niño destacaba por su generosidad. Un buen día alguien se acercó a la puerta: era un mendigo que pedía un pan. La madre estaba atareada en las cosas de la cocina y sólo se percató que su hijo entró a coger un pedazo de pan, que regresó a la puerta y se lo dio. Al volver su niño con asombro la madre observó que donde antes había un muñón, ahora había una bella mano. Ella exultó en agradecimientos y loas a la Virgen santísima que al fin había escuchado su perseverante oración. Enseguida se enteró el resto de la familia y toda la comarca, que se unió devota a su acción de gracias. Como recuerdo al niño sólo le quedó, a manera de pulsera, una línea roja en la muñeca de la mano.

IV. El arribo de la devoción a las costas ecuatorianas

El niño creció en edad, en fama y en las virtudes que le inculcó su devota familia. Al cabo del tiempo Toribia y Toribio se reunieron de nuevo en Guayaquil, donde ya se radicaron junto a su querido hijo. En el puerto el padre había trabado gran amistad con los principales de la ciudad, como lo eran Francisco Olmos y Rodrigo Vargas Guzmán, quien contaba con la fama de haber sido uno de los descubridores de Nicaragua y Perú. Desde entonces la historia de Mano Santa quedará ligada a la gran figura de este gran conquistador.

Mano Santa casó con la hija de don Rodrigo el año 1565, cuando él tenía veinte años y ella veintidós. Leonor Guzmán y Vargas era de Valdemoro, España, pero habrá llegado a Guayaquil para vivir con su padre por la misma época en que Mano Santa arribó a América. En estas tierras surgió el amor. La diferencia de edad no mermó la felicidad del matrimonio, que dio a luz a siete hijos: José, Toribio (†1640), Micaela (†1633), Magdalena, Leonor Castro (†1667), Catalina y María.

Como dijimos, don Rodrigo había sido uno de los vecinos fundadores de Guayaquil, ciudad en la que luego ejerció importantes cargos. Había sido Alcalde Ordinario del Cabildo en 1540 y Teniente de Gobernador en 1541, y también de 1547 a 1550. Habiendo hecho tantas amistades y habiéndole tomado el gusto a la vida porteña, decidió radicarse definitivamente en estas tierras, hasta su muerte, junto a su esposa doña Mariana de Robles. Aquí 1561 se desempeñó como Encomendero de Yagual, por merced otorgada por el Marqués Pizarro, con una renta de 1.150 pesos; dejó la encomienda, pero se la volvió a otorgar el Marqués de Cañete (Hampe, 1979, pág. 113). También fue Gobernador de la Isla Puná.

Mano Santa supo estar a la sombra de tan importante trayectoria de su suegro. Consta que el 24 de marzo de 1572, en esta ciudad, don Rodrigo otorgó e «hizo probanza de servicios y méritos por ser uno de los primeros descubridores y conquistadores de Nicaragua que después vino al Perú con Pedro de Alvarado» (AGI, Patronato 118, R 8). Y fue ese mismo año 1572, seguramente por sus recomendaciones, que don Toribio de Castro y Grijuela (Mano Santa) se posesionó como Corregidor y Teniente General de la Provincia.

Además, las buenas relaciones que don Rodrigo mantuviera con los puneños le granjearon la amistad con Diego Tomalá, quien en la Isla producía y negociaba sal desde el tiempo de los incas[9]. Mano Santa vio la oportunidad de negociar con Tomalá, y el 15 de enero de 1577 le arrendó las salinas obteniendo un gran poder en el mercado guayaquileño de este producto. Los ingresos le permitieron adquirir terrenos en Punta Arenas, entrar en el negocio naval creando el Astillero Real de Guayaquil. Además luego consiguió hacerse cargo de la Encomienda de los Indios de Santa Elena. La familia fundada por Toribio Castro y Grijuela llegó a ser la más poderosa de la zona. Por alguna razón la Virgen quería o permitía que a su niño le fuera bien en los negocios.

Otro hecho significativo de la vida de Mano Santa se dio en 1587, durante la invasión que intentó perpetrar Thomas Cavendish en el Golfo[10]. El año anterior el inglés había obtenido una Real Patente de Corso de manos de Isabel de Inglaterra, con la que  inició en Plymounth un viaje alrededor del mundo ý donde obtuvo pingues ganancias en el pillaje en las costas. Con posibles intenciones de asaltar Guayaquil, Cavendish desembarcó en la isla Puná, para hacerle frente al Cacique Tumbalá. Entonces las defensas porteñas eran bastante exiguas, pues no se contaba con artillería para enfrentar al pirata. Aún así el 12 de junio de 1584, el Corregidor de Guayaquil, don Jerónimo de Reinoso, junto a los hijos de Mano Santa (los hermanos Toribio y José), con la ayuda del cacique Tomalá, asaltaron el campamento de Cavendish dando muerte a 25 corsarios. Los Castro y Grijuela defendieron así las propiedades y negocios que tenían en la Isla.

Una leyenda cuenta que en cierta invasión pirata salió Mano Santa a defender la ciudad, y que de sus manos brotaron rayos que neutralizaron al enemigo (Pino Roca, 1963). Parece más legendario el hecho de los rayos, pero aún así podemos rescatar un pequeño núcleo de verdad de las dos historias que quedan narradas. En el fondo ha sido siempre la Virgen de la Mano Santa la que ha defendido a la Muy Noble y Leal Ciudad de Santiago de Guayaquil.

Cada día que se levantaba Toribio veía una línea en su mano que atestiguaba el notorio cariño que la Virgen había tenido con él. Además se daba cuenta que a sus casi cuarenta años había realizado una carrera insigne, había hecho dinero, había logrado una familia feliz. Seguramente se habrá preguntado en varias ocasiones a lo largo de su vida por qué tantos favores recaían en su persona, por qué la Virgen se mostraba tan misericordiosa con él. Sea por respuesta a estas inquietudes, sea porque entonces se empezó a dudar del milagro que el cielo había obrado en sus miembros, lo cierto es que en 1584 se decidió a viajar a su ciudad de origen, para conseguir pruebas que certifiquen la veracidad de la restitución de su mano. El 10 de marzo de 1584 Toribio acudió con cuarenta testigos al Escribano Público del Valle de Toranzo, para certificar lo que ellos habían visto. Con ese certificado regresó a las costas pacíficas, para exhibirlo a cuanto incrédulo aparezca. Tal certificado aún se conserva en los archivos históricos del lugar.

Pero Mano Santa aún le daba vueltas a su razón de ser en la vida y siendo tan devoto a la Virgen de su mano, a la Virgen de sus padres, a la Virgen de sus abuelos, a la Virgen del pueblo que lo vio nacer, decidió traerla. Estaba muy lejos, en Iruz, y tenía que estar muy cerca de él, y con él permanecer para siempre. Por eso no dudó en hacer gestiones para que en 1583 los agustinos arribaran en Guayaquil, financiándoles con su familia él mismo el viaje y construyéndoles con su familia su Convento de Ermitaños. Pero sobre todo lo que le movía era construirles el templo que llevó por nombre “Capilla de Nuestra Señora del Soto” en 1594. En el altar mayor, que estaba tallado en madera por artífices del puerto, se puso un lienzo al óleo con la imagen milagrosa de la Virgen del Soto, circundada con una aureola y con el divino Niño en sus brazos; a los pies de la imagen y casi al extremo de la tela figuraba otro niño al que faltaba el brazo derecho. Desde entonces se veneró en Guayaquil a esta muy antigua, muy querida y siempre amada Virgen.

A continuación se sucedieron algunos hechos amargos en la vida de Mano Santa. Ya varios hijos suyos habían muerto. Ahora era la salud de su esposa, doña Leonor de Guzmán, la que comenzó a resquebrajarse hasta que un día entregó el alma al Creador. Se dice que los hombres que han sido felices en el matrimonio, cuando enviudan, tienden a casarse de nuevo, y fue esto lo que sucedió con Toribio. Al cabo del tiempo encontró a María de Castañeda, con quien contrajo nupcias y quien le acompañó en Guayaquil hasta el final de sus días[11].

La historia del milagro de la restitución volvió a ponerse en tela de duda en estos lares, y fue preciso que don Toribio Castro y Grijuela haga nuevas gestiones para certificarlo. El 24 de mayo de 1608, el Escribano Real de Iruz, Francisco Gómez, nuevamente juntó decenas de testigos, diferentes a los primeros, que acreditaron la verdad de los hechos ocurridos.

En el ocaso de sus días, Mano Santa redactó un testamento en Guayaquil ante el escribano público, Miguel Jerónimo de Bastidas, el 22 de marzo de 1609. En él instituyó el vínculo y la obra pía de 4.200 pesos de a 9 reales, sobre de sus casas y demás bienes de Punta Arenas (casas y salinas con pozos y albarradas ubicadas en la isla Puná, frente a Santa Clara). Tales bienes se destinaban para remedio de las hembras para sus dotes de casamiento. Designó como patronos a vita a sus hijos legítimos José y Toribio, después a sus dos hijas legítimas mayores y luego a sus descendientes, señalándoles una renta del 10% por la administración de los bienes.

Poco después Mano Santa habrá partido de este mundo para ver a la Señora que tantos favores le hizo en vida. Sus hijos darán continuidad a esa devoción que empezó en su padre, que empezó en sus abuelos, que empezó en sus bisabuelos, que empezó allá por el siglo XIII. La Virgen llegó a Guayaquil para quedarse.

V. La devoción secular de la imagen

Como dijimos, la talla de la Virgen del Soto es una de las más antiguas y veneradas imágenes de Cantabria. El culto allá no ha cesado con el paso de los siglos, sino que se ha incrementado. Algo parecido ha sucedido por estos lares.

Desde que en 1594 se construyera la Capilla de Nuestra Señora del Soto con los donativos de la familia Castro y Grijuela. El mencionado templo estaba situada en los límites de la actual iglesia de Santo Domingo, cerca de un estero de río que había que atravesar por un puente de maderos y caña. Según Pérez Pimentel, «el templo era de naturaleza precaria, de una nave de ancho, techo de hojas de bijao entrelazadas con lianas, los puntales de guayacán y amarillo y las rústicas paredes de caña. No era bonito pero nuestros antepasados llegaron a apreciarlo mucho» (Pérez Pimentel, 2001a, voz “Ermitaños de San Agustín”). El lienzo que escenificaba a la Virgen del Soto y a Mano Santa sufrió los años, los inviernos, la invasión pirata de 1624 perpetrada por el pirata holandés Jacob L’Hermite, y aún así, tras numerosos remiendos y empastes perduró en Guayaquil en una de las paredes de la sacristía del templo.

El culto que se tributaba en San Agustín a Nuestra Señora del Soto siguió afianzándose en el pueblo guayaquileño durante los siglos XVII a XIX[12]. Se tiene noticia de varias donaciones que los devotos realizaron al “Real Convento de Nuestra Señora del Soto”[13].

Sin embargo, el incendio de 1902 que asoló 26 manzanas de la ciudad, con unas 700 casas, y que dejó en la intemperie a más de quince mil personas, también terminó devorando este querido y venerado cuadro de la Virgen. Como se dijo, el cuadro se encontraba en la antigua iglesia levantada en el cerro del Carmen, en medio de aquella “Ciudad Vieja” que había sobrevivido tres siglos. La Ciudad Vieja había sido muy mermada con el incendio de 1896, pero desapareció absolutamente con el fuego del año 1902.

El pueblo porteño pasó más de medio siglo con el vacío de no tener una Virgen propia a la que acudir, que intentó suplirse de alguna manera. El acto más significativo fue el de la presentación del cuadro “Santa María, Madre de Guayaquil” pintado por Arturo Guerrero, que se realizó en el centro de convenciones Simón Bolívar el 18 de mayo de 2011, en presencia de obispos y vicarios de la Arquidiócesis de Guayaquil. Desde luego esa oportunísima iniciativa no “compite”, ni va en desmedro de las múltiples devociones marianas que puede tener una ciudad. Piénsese, por ejemplo, en las diversas Vírgenes “de Quito”: la Virgen alada, la de la Merced, la del Buen Suceso…, cuya variedad es fiel muestra de la intensa piedad mariana de esta sociedad.

El cuadro de Mano Santa y la devoción a esta Virgen tuvieron el mismo final que la Ciudad Vieja, pero con ella también tuvieron el mismo resurgir. En las últimas décadas del siglo XX brotará, cada vez con más fuerza, la aspiración de recuperar el Guayaquil perdido, la Ciudad Vieja, el pueblo olvidado… Primero serán los historiadores los que rastreen las pistas del pasado, luego los arqueólogos, luego los museos, seguidos por la gente dedicada a la cultura, al arte, a la literatura… Los arquitectos volverán a parar la Casa Rosada que ya estaba caída, así como otros derruidos edificios, y en el sur de la Ciudad volverá a nacer una tierna devoción a la muy antigua y nunca olvidada Virgen de Guayaquil.

Para alegría de muchos vecinos, en 1963 se levantó un templo dedicado exclusivamente a Nuestra Señora del Soto al sur de la ciudad[14], en los terrenos donados por don Pedro de Robles. El artista de la estatua, que tiene las dimensiones reales de un cuerpo humano, no tomó en cuenta —seguramente por desconocimiento— los rasgos de la Virgen de Iruz, pero sí recogió en una nueva expresión artística los conceptos esenciales de la Mano Santa. La tez de los personajes es blanca, muy blanca, de tiernos gestos. Tanto la madre como el Niño levantan su brazo derecho bendiciendo la humanidad, de forma cercana a la talla de Iruz, pero he aquí que al Niño le falta la mano izquierda. En el barrio se considera que este hecho refleja bien cómo el Hijo ha querido cargar con nuestros defectos, males y dolores, para redimirlos asociando a esta misión a su Madre Santísima.

El templo actual de Nuestra Señora del sur de Guayaquil es cada vez más concurrido, especialmente en Semana Santa, cuando traen el Cristo del Consuelo que viene desde la iglesia vecina (ubicada en Lizardo García y la A), seguido por miles de fieles. En tales ocasiones alguna gente pasa toda la noche en vigilia a los pies de la Virgen de la Mano Santa y de su Cristo[15].

Actualmente el artista londinense Dominic Maffia ha pintado un cuadro de 1,9 metros de altura por 1,2 metros de ancho, con el objetivo de rescatar la vieja devoción. Lo ha hecho utilizando técnicas de pintura e imágenes de la época. Además, ha añadido muchos elementos simbólicos al cuadro, de los que convendrá en otro artículo analizar con más detalle. Dejarán estampado en lacre en ese cuadro las familias guayaquileñas que le tengan devoción a esta imagen e irá colocado encima de la Iglesia del cerro Santa Ana.

VI. Conclusiones

Guayaquil ha tenido una devoción mariana propia desde su misma fundación. La Virgen del Soto ha acompañado la vida de los primeros moradores de Guayaquil y las generaciones sucesivas. Venía ya en el alma de Toribio Castro el 25 de julio de 1547 cuando atracaron con los primeros colonos del puerto por el barrio de las Peñas; en esos momentos él y su esposa Toribia rezaban constantemente a esta Virgen por la mano de su Niño. Años más tarde llegó en persona al puerto el milagro de la Mano Santa. Los Castro y Grijuela además financiaron la venida de los Agustinos y la construcción del templo a su Virgen amada, la misma que se veneró de forma ininterrumpida por tres siglos, hasta que en 1902 el fuego se llevó todo recuerdo. El pueblo porteño pasó más de medio siglo con el vacío de no tener una Virgen propia a la que acudir, que intentó suplirse de alguna manera. Pero la devoción que una vez nació hoy se niega a morir: hoy el antiguo cuadro se vuelve a rescatar.

Juan Carlos Riofrío

Artículo publicado con el título “La muy antigua, muy querida y jamás olvidada Virgen de la Mano Santa”, en la revista Eidos, (2015), pp. 37-46.

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Para más información, vistar el sitio web de la Virgen de la Mano Santa.

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Referencias bibliográficas

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Uría Maqua, J. (2005). Alonso de Bello (1552-1632): Un indiano perulero de los siglos XVI y XVII. Oviedo: Universidad de Oviedo.

Valencia Sala, G. (1994). Mayorazgo en la Audiencia de Quito. Quito: Abya-Yala.

Vargas, J.M. (1981). La Economía Política del Ecuador. Quito: Banco Central del Ecuador.


[1] En la época el globo no representaba el globo terráqueo, pues casi toda la gente pensaba que ésta era plana. El universo solía representarse como una esfera celeste, siguiendo el modelo que diseñó Eratóstenes, es decir, la Esfera Armilar.

[2] En cuanto a la mano del Niño, es indiscutible. Sin embargo, la mano derecha de la Virgen ha recibido varias interpretaciones. Por ejemplo, se ha dicho que «en la mano derecha llevaba algo que posteriormente le fue quitado variando su postura, que se cierra hacia dentro» (González Echegaray, 1992, pág. 98). Lo más común es que las vírgenes hieráticas de la época llevaran en la mano derecha un globo (como la Virgen de Monserrat, de Castejón y del Camino de Ena, del s. XII; o las de Ginestarre, de Rañín y de Valdefresno del s. XIII), pero también hay algunas con un cetro como la de la Merced o un frasco, o flor (como la Virgen del Castillo del s. XII). Más tarde será más común poner flores, lirios, cadenas, rosarios, banderas, escapularios, etc. en la mano de la Señora. A veces llevaban las dos manos abiertas sin nada, como en Nuestra Señora de los Ángeles de Villanúa del siglo XI, para presentar al Niño a las gentes, o en actitud orante o protectora. Si habríamos de poner algo a la Virgen, sería un cetro o una flor, pues el globo ya lo tiene el Niño.

[3] Este es el significado cristiano del símbolo, muy anterior al símbolo de victoria que procede de las guerras entre franceses e ingleses del siglo XV. Tampoco es el significado que el mundo pagano daba a la expresión, donde los dos dedos significaban ―según algunos estudiosos― el auxilio y la fuerza, que eran asociados particularmente con Osiris y Horus: el primero representa la justicia divina y el segundo, el Espíritu, el Mediador. Cfr. Cooper, 1988.

[4] La torre marca un hito importante entre la tradición gótica y la estética barroca, que predominará a partir de este momento en la región. En su remate se encuentra una fecha: 1573.

[5] La barra de Suances, ubicada en la desembocadura al mar, tiene el problema de entrada y salida en la ría de San Martín, que aún hoy sigue ocasionando numerosos accidentes. Entre otros problemas tiene el de la escasez de calado, donde cualquier golpe de mar amenaza con llevar a los barcos contra los espigones. Ello ha supuesto incluso el cierre del Puerto de Requejada, por su alta peligrosidad.

[6] Sainz de los Terreros, quien recoge todos estos favores, anota de éste último que «no constan particularidades del caso, conservado por tradición, ni se dice más que lo referido; pero es muy elocuente el hecho de existir aún dichas cadenas en el mencionado camarín» (1906, págs. 126-127).

[7] Los detalles del la manda, del testamento y de los escribanos que intervinieron en ello constan espléndidamente narrados en Uría, 2005, págs. 142-147.

[8] Don Rodrigo de Vargas Guzmán fue capitán, conquistador, Gobernador de la Isla Puná, Alcalde Ordinario de Guayaquil en 1540, Teniente de Gobernador de Guayaquil en 1541, y en 1547 a 1550, Encomendero de Yagual; fundador de su linaje en el Ecuador. Casó en segundas nupcias con Mariana de Robles, que nació por 1520, sobrina del Dr. Francisco Pérez de Robles, Presidente de la Audiencia de Panamá. Cfr. Borrero, 1981, pág. 61.

[9] Según Valencia Salas, «Tomalá gozaba desde el tiempo de los incas del monopolio de la sal y su comercio. Después de la conquista española, el Virrey don Andrés Hurtado de Mendoza reconoció este mediante provisión del 27 de mayo de 1560. Dieciséis años más tarde el Virrey Francisco de Toledo ratificó la concesión, el 6 de diciembre de 1676, declarando que el Cacique de la Puná aprovechaba desde tiempo inmemorial de las salinas de la isla» (Valencia, 1994, pág. 59). Cfr. Vargas, 1981, págs. 101-103; Salazar de Villasante, 1992, págs. 59-60.

[10] Cavendish nació en Trimley St. Martín, Suffolk, Inglaterra, el año 1560. Realizó estudios en Cambridge, pero habiendo perdido todo su patrimonio se entregó por completo al pillaje por mar. En 1586, luego de obtener una Real Patente de Corso de manos de Isabel de Inglaterra, inició en Plymounth un viaje alrededor del mundo. Fue el primer corsario que se aventuró a llegar a nuestras costas.

[11] Este segundo matrimonio consta en el testamento que Toribio Castro y Grijuela hizo en Guayaquil ante el Escribano Miguel Jerónimo de Bastidas el 22 de marzo de 1609, donde expresa que viudo de Leonor de Guzmán, se volvió a casar con María de Castañeda. No suele recogerse en otros documentos históricos.

[12] Algún dato de ella lo recoge Pilar Ponce Leiva (1992, t. II, pág. 23) quien observa que en la Ciudad de aquel tiempo habían 4 templos: «el parroquial, que se llama Iglesia mayor, y su advocación es Santiago, y 3 en los 3 conventos de frailes, el de San Pablo en Santo Domingo, de Nuestra Señora del Soto en San Agustín, de San Francisco en su convento».

[13] Por ejemplo, Pérez Pimentel comenta de Jacinto de Bejarano y Lavayen (c. 1752-1820), que «era su costumbre socorrer a los pobres y entregar limosnas para el culto divino, daba 8 pesos mensuales al “Real Convento de Nuestra Señora del Soto” y era miembro de la Cofradía de las Animas de la Iglesia de San Agustín» (2001b).

[14] La Capilla está ubicada en la D, entre Nicolás Segovia y Guerrero Martínez. El barrio ha tomado el nombre de “Ciudadela Virgen del Soto”.

[15] Cfr. los testimonios de los fieles recogidos en el diario El Universo, el 8 de abril de 2007 y el 24 de abril de 2011.

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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