Un poco de filosofía y música sobre mi madre

Este capítulo es un extracto del libro Filosofía explicada con canciones

Disponible en ebook y físico, en Amazon.

.

Como Topo Gigio, hoy «voy a hablar de alguien especial» que «cuando baila no tiene rival» y «todo lo hace con mucha alegría»: esa «es mi mamá». «No hay otra igual» (canción Es mi mamá, 2016). Para hacerlo he tomado un par de docenas de canciones dedicadas a la mamá y una selección de filósofos que hablan sobre ella.

I. Ante todo somos hijos

Topo Gigio no se equivocaba al cantar: «es mi mamá, no hay otra igual / es mi mamá, sensacional». Cualquiera puede decir: «¡Que alegría da decir mamá!» (Timbiriche, Mamá, 1982). Y esto porque todos somos, ante todo, de la forma más radical, hijos.

En verdad «el hombre no es sólo un ser esencialmente social, sino que de modo más radical aún puede definirse como un ser familiar»[1]. Esto está implícito en la clásica afirmación de que la familia es la célula de la sociedad: si esto es así, el ser humano debe ser antes familia, que sociedad. San Josemaría precisaba aún más lo dicho cuando señalaba que lo absolutamente más radical en nosotros es ser hijos de Dios[2] y que el 90% de nuestra vocación se la debíamos a nuestros padres.

Hemos sido creados para tener una madre. Juan Fernando Sellés observa que todos los gestos faciales humanos apelan a otra persona: el llanto el niño apela a su madre, el adulto puede apelar a Dios. Lo mismo sucede con los brazos, que pueden estar abiertos para varios usos (escalar, andar, construir, danzar, etc.), pero lo más expresivo de ellos es “el aceptar”: este es el sentido del abrazo paterno y del acunar materno. Somos constitutivamente hijos en cuerpo, alma y corazón. Hemos sido creados para amar a una madre.

Sin una madre la vida no se entiende, pierde sentido. Ni siquiera la vida física resulta factible. Aunque pudiéramos nacer de una máquina, toda persona necesita una madre con unos ciertos “superpoderes” que lo acoja. La expresión es de Alexis Chaires, que canta a su madre: «sí, te admiro y me sorprendes por tener súper poderes» (Madre mía, 2016).

II. Una madre tiene un algo sobrehumano

En toda madre hallamos algo literalmente “sobrehumano” o “sobrenatural”. Ciertamente, es «la mujer más divina / Dios la hizo con toda su nobleza» (Jhonny Rivera,Es mi madre, 2017). Y esto puede decirse en muchos sentidos. En primer lugar hemos de decir que metafísicamente la relación filiación-maternidad está por sobre la naturaleza humana, e incide en el ser más profundo de la persona[3]. Por ello, “ser madre” o “ser hijo” vale más que tener inteligencia o voluntad humanas, potencias que son propias de la naturaleza.

En segundo lugar, toda madre posee un “corazón” o un “darse” muy singular[4]. El amor de una madre es paradigmático, punto de referencia de cualquier otro amor en esta tierra. «Madrecita querida es tu amor tan inmenso / como el amor de Dios / por eso madrecita este día de tu santo / las estrellas del cielo / brillaran en tu honor» (Pedrito Fernández,Canto a la madre, 2013). Un amor «como el tuyo jamás madre mía (…) habré de encontrar» (José José, Madrecita del alma querida, 1997). Dios parece haberse excedido al crear la mujer, quizá pensando en la creatura más perfecta que saldría de sus manos: su madre. Los poetas son testigos de lo dicho: «no se hallará una mujer/ a la que esto no le cuadre/; yo alabo al Eterno Padre/ no porque las hizo bellas /, sino porque a todas ellas/ les dio corazón de madre»[5].

Polo y sus seguidores afirman que la buena mujer es más madre (hasta corporalmente), que el padre padre; es más esposa, que el esposo esposo; es más hermana, que el hermano hermano; más novia que el novio novio, etc. Y la mala mujer, lo contrario. Ella está más pegada a su esencia, a “su corazón”, y por eso genera más virtudes o defectos, en ella se afincan más los afectos y desafectos.

Justamente por lo dicho, en tercer lugar, las madres generan virtudes muy fuertes: paciencia, constancia, amabilidad, perdón, alegría, acogida… A una madre le roban todo y lo da todo. Soporta escuchar de sus hijos: «me pienso robar tus años / ser tierno ladrón de ti» (Timbiriche, Mamá, 1982). Muchas canciones hablan de las canas[6]. «Hoy le canto a la mujer de pelo blanco», comienza Canto a la madre (2013) de Pedrito Fernández. ¿Por qué se canta sobre algo que poco agrada (el pelo blanco)? Por lo que simboliza: la mirada vigilante y amable que se posa sobre el hijo durante largos y numerosos años, los desvelos y cansancios que una madre está dispuesta a dar. Otros cantantes incluso son más explícitos: «pasa el tiempo y te envejeces / tus arrugas son corajes que te causa este nuese [sic]» (Alexis Chaires, rap Madre mía, 2016); «yo me pregunto si hay dinero que alcance / para pagar a una madre sus desvelos, / sus lágrimas, sus canas su desgaste que ha sufrido por sus hijos y sus nietos» (Jhonny Rivera, Es mi madre, 2017).

El tema del perdón materno es tremendamente recurrente en la música. «A veces soy muy malito y para a ti nunca lo soy / para a ti soy la ternura / y esa bendición de dios que te mando para que te proteja» (Alexis Chaires, rap Madre mía, 2016). El hijo bien puede decir: «tú a mí me quieres, / malo pobre y perdido» (Vicente Fernández, Madrecita querida, 1969). La madre es fuente de perdón, amor ciego, puro acoger.

La acogida materna también es mítica[7]. Ante su madre uno se encuentra siempre “en casa”: «mi casa serán tus brazos» (Timbiriche, Mamá, 1982). Siempre el hijo podrá decir: «yo sin ti ¿qué haría? / porque en la mesa / nunca falta un plato de comida» (Alexis Chaires, rap Madre mía, 2016). Esa acogida se torna más palpable en los reveses existenciales. «En mi vida tú has sido y serás / el refugio de todas mis penas / y la cuna de amor y verdad» (José José, Madrecita del alma querida, 1997). «Solo tú me comprendes, / solo tú me has amado» dice el hijo al que le ha ido mal el amor, que acude a su madre «a curar si es posible, / mi alma ya hecha pedazos» (Vicente Fernández, Madrecita querida, 1969).

Pero el “superpoder” principal que ella tiene, aquel que supera a todos los anteriores porque va más allá de la naturaleza humana y supera la condición de toda creatura, aquel que causa mayor admiración y sorpresa en la familia, es la oración omnipotente de una madre[8]. Se dice que las mujeres son “el sexo piadoso”, y si algo de razón puede tener la frase[9], hemos de extremar lo dicho cuando se trata de las plegarias de una madre, donde todo su ser y sentimientos se vuelcan. Y en esto son especialmente machaconas las canciones. No podemos incluir aquí todas las estrofas que hablan del tema, habría que adjuntar un libro de grueso lomo. Al menos mencionemos la letra de Tercer Cielo (Orar contigo otra vez, 2004): «Una vez más te encontré de rodillas / hace rato que regrese y otra vez escuché mi nombre repetías»; «recuerdo cuando niño fui, verte orar como lo haces ahora (…) lograba hacerte creer que estaba dormido, cuando orabas por mí, / tocabas con tu mano mi frente y le hablabas a Dios de mi». Quienes cantan esto saben con plena certeza que las oraciones de sus madres han sido eficaces, que los han salvado, que los han rescatado de un gran mal. La letra finaliza:

Y si Dios me guardo, es porque nunca cesaste de orar

Esa forma de amarme, te hace madre especial

Y si hoy regresé y desperté de mi error del ayer

Perdóname y dame el placer, de orar contigo otra vez.

Cada palabra por mí y lágrimas nunca fueron en vano

Dios escucho tu oración y si hoy aquí estoy es un milagro

Nunca perdiste la fuerza en tus rodillas y la fe que hay en ti,

Dios premia tu alma humilde y hoy puedes sonreír.

Una buena síntesis de lo dicho la recoge Jhonny Rivera: «Ella nunca traiciona / ella nunca me miente / ella no me abandona / ella es la que sufre si yo sufro / ella es la que llora cuando lloro / ella me protege y es mi escudo / y si me equivoco ella es mi apoyo» (Es mi madre, 2017). Se entiende, pues, que «perder el amor de madre es perder lo mejor»[10].

III. Uno se hace, se encuentra y se reencuentra en su madre

Uno se hace en su madre

Los antiguos pensaban que los hijos se “tejían” en el seno materno[11], con el material proporcionado por la madre. Hoy sabemos que el hijo crece interactuando con los estímulos que recibe de su madre, subordinando todos los elementos corpóreos maternos que le circundan su propio cuerpo. El hijo tiene su autonomía, pero no es despreciable lo que recibe. ¿Quiénes somos? Fundamentalmente lo que hemos recibido, tanto en el orden biológico, espiritual y sobrenatural. ¿Qué somos genéticamente? Lo que hemos recibido de nuestros padres. ¿Qué cultura, lengua y forma de actuar tenemos? La que hemos recibido de nuestros padres y de la sociedad. ¿Qué vida espiritual aspiramos? La de hijos adoptivos de Dios. Merche cantaba una gran verdad cuando le decía a su madre: «eres mi universo, lo más grande que tengo» (Sin más, 2012).

¿Qué pensamos? ¿Qué nos gusta? ¿Cuáles son nuestras preferencias y fortalezas? Sobre todo lo que oímos en casa, lo que nos dieron de comer nuestros padres, lo que prefería mamá, lo que ella nos exigió. Está comprobado que si la embarazada descansaba escuchando música de Chopin, el niño recién nacido duerme bien cuando se le deleita con esa música. Un rapero decía: «lo sabes lo sabemos eres la mejor / por cierto lo que cocinas también es lo mejor»; «me enseñas a luchar / y dices que nunca me deje / me enseñaste a valorar / lo que tengo y no me queje» (Alexis Chaires, rap Madre mía, 2016). También Camilo Sesto alude a aquellas preferencias: «Me acostumbré tanto a ti / que cuando estoy con alguien / quiero que sea como tú / y como tú no hay nadie» (Madre, 1974).

Uno construye su vida sobre las virtudes de su madre. «Su cariño me alimenta y me da fe», «su consejo es mi tesoro en esta vida» (Gabriel Arriaga, Aunque no sea mayo, 2004). ¡Cuán cierto el dicho de tal palo, tal astilla!

Uno se encuentra en su madre

Cuando nacemos cada uno recibe su primer abrazo de la madre. Afirman los psicólogos que sin el tú no hay el yo: el recién nacido se descubre a sí mismo distinguiéndose de su madre. Aunque desde que se corta el cordón umbilical el hijo se va separando durante años cada vez más de su madre, la madre cada vez abraza más toda la existencia del hijo. Y el hijo siempre podrá cantar: «aunque estemos lejos yo sé que te tengo» (Merche, Sin más, 2012).

Mucho se ha hablado de la educación personalizada. «A la hija muda su madre la entiende»[12]; por ello puede educarla y ayudarle a descubrir su intimidad personal. Quien no nos entiende, no nos ayuda a crecer. No en vano se canta «tu palabra es el ejemplo, / es el remanso del amor, / ella borra mi tristeza, mi dolor» (Palito Ortega, La sonrisa de mamá, 1972).

Luego de la “crisis del nacimiento”[13], pasa la infancia y crecen los afectos (bien o mal educados), y pasa luego la adolescencia, y crece la autoafirmación (bien o mal llevada). «Cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión»[14]. Y luego, con los años los hijos —al menos, los que no sean soberbios— se percatarán, poco a poco, cuánto recibieron en el hogar. «En mi pecho yo llevo una flor / no te importe el color que ella tenga / porque al fin tu eres madre una flor» (José José, Madrecita del alma querida, 1997).

Es difícil destruir lo que una madre ha sembrado. Aunque se destruya, subsistirá siempre en el alma el anhelo de recuperar ese estado de inocencia. A nadie extraña que se cante con alegría el no haber perdido el don recibido: «yo sigo siendo un niño para ti / mamá yo te quiero decir que este que / hoy ves aquí, yo te lo debo a ti» (Bryndis, cumbia Para ti mamá, 2007).

Uno se reencuentra en su madre

Es una triste verdad que, en los vericuetos de esta vida, se puede perder parte de lo recibido en casa —nunca todo. Un hijo incluso puede olvidar que es hijo —nunca lo dejará de ser—, y puede perder no solo sus dones, sino perderse él mismo. Entonces sucede lo peor. Sin una madre la persona se arroja a una espiral de soledad, cada vez más profunda, que termina en el infierno. Es el orgullo del que quiere vivir solo. Lo destaca espléndidamente Laura Pausini: «mi pensamiento está tan lleno del presente / que mi orgullo no me deja perdonarme»; «me mirarías con tu gesto tan severo / y yo me sentiría cada vez más sola» (Lo siento, 1996).

En esa caída abismal, es imperioso volver al origen. Uno se reencuentra a sí mismo en la figura de su madre y de su padre, incluso aunque ya no estén este mundo. Allí uno descubre y redescubre el sentido de la vida. Solo pensar en la madre es ya dar un primer paso de retorno a la inocencia. Timbiriche decía que «hoy descubrí que si soy feliz / es porque están mis sueños junto a ti» (Mamá, 1982). Pensar en ella hace nacer en el corazón petrificado un sano dolor que purifica. «Madre yo si en algo te he ofendido, / pienso que no supe valorar, / cuando era pequeño no sabía, / que una solo madre Dios nos da» (Wilson Palma, Madre amiga fiel,2007).

Es imposible olvidar a una madre. Los hijos «nunca en la vida podrán olvidarte» (Los Tigres del Norte, Mañanitas a mi madre, 1985). Hay hijos descuidados, hay hijos muy ocupados en sus cosas que no dedican tiempo a la familia; hay hijos malos, pero ninguno olvida a su madre. Es imposible. «Quiero pedirte estrellita / si la ves a mi madre / dile que la quiero / dile que también la extraño / y que toditos los días / invade mis recuerdos» cantan Los Sacheros (Estrellita dile a mi madre, 2013). Tal recuerdo no es pura nostalgia inútil, sino algo que hace reflexionar sobre la propia vida. «Ahora que yo quería tener mi madre viva / pregunto por mi vida / me contestó el dolor», dice Antonio Aguilar (Adiós madre querida, 1986). La misma idea la repiten Los Sacheros: «Nunca nada me falto / y ahora me faltas tú / yo te pido perdón / por los errores / cometidos en mi vida» (Estrellita dile a mi madre, 2013).

El recuerdo de una madre permanecerá siempre como un palo guía en nuestra memoria para no perder el sendero. Cuando todo se hace confuso en la vida, al menos a uno le queda lo que aprendió en casa: «mi madre me enseño / a resguardarme de la lluvia / con un paraguas de verdad» (Gabinete Caligari, Amor de madre, 1989)[15].

En realidad, la labor de una madre no finaliza nunca, ni con la muerte, porque, como canta el estribillo a la madre ida: «que triste me dejaste / tus últimas plegarias / que yo en estos momentos te pido de favor» (Antonio Aguilar, Adiós madre querida, 1986). Aún en el cielo ella mantiene su misión de orar y velar por sus hijos.

IV. ¡Gracias por ser mi madre!

Puede que uno no sea muy filósofo, ni muy artista, ni muy profundo de cabeza, pero todo lo escrito al menos se intuye. Y más que “intuir”, se palpa. El cariño de una madre se vive. Por eso las letras que se escriben a mamá siempre dicen, cada una a su modo, “gracias”. Algunas son frontales: «suénenle duro muchachos / pónganle el alma a este gallo / para cantarle a mi madre / yo no necesito que sea el mes de mayo» (Gabriel Arriaga, Aunque no sea mayo, 2004). Otros lo dicen de manera más tímida: «Pocas veces / te lo digo pero / te amo madre mía» (Alexis Chaires, rap Madre mía, 2016). Pero todas resaltan alguna virtud que merece gratitud: «en tu piel huellas de aquel ayer / que te hicieron mujer, por tus luchas / y tus penas quiero hoy dedicarte con cariño mi canción» (Grupo Bryndis, Para ti mamá, 2007).

“Agradecer” a los padres forma parte de ese “grato” precepto del decálogo, honrar a padre y madre. Jhonny Rivera es claro al respecto: «con gusto le canto mis canciones / pa’ agradecerle no me alcanzaría la vida» (Es mi madre, 2017). Otra parte de este “grato” deber es rezar por los padres: «En mis oraciones yo le rezo, / a mi Dios que cuide de tu vida» (Wilson Palma, Madre amiga fiel, 2007). «Que Dios te bendiga aquí en tu morada / que Dios te conceda mil años de vida» (Los Tigres del Norte, Mañanitas a mi madre, 1985).

Lo primero que debemos agradecer es la existencia. «Quiero agradecerte mama / haberme dado la vida (…) lo mejor que me ha pasado / es haber nacido de ti (…) no tengo con qué pagarte haberme dado / la vida y darme tu bendición» (Briseyda, Gracias por ser mi mamá, 2009). Pero después, hay mil motivos que se suman y multiplican. Hay quien agradece por «velar mis sueños de niña (…) cuidarme cuando enfermaba» y aquel «guiar mi camino» siendo «esa mujer valiente que por amor a sus hijos / no se ha rendido jamás» (ibid.). En realidad resulta imposible agradecer puntualmente cada cosa que una madre hace por uno. ¡Son incontables gestos! Ante semejante imposibilidad, los cantantes recurren a frases genéricas pero sentidas como esta: «contigo y con el cielo estoy muy agradecido / tus brazos son mi escudo me siento protegido / no te cambiaría por nadie yo no quiero otro apellido» (Alexis Chaires, rap Madre mía, 2016).

Si los cantantes y poetas no pueden agradecer a sus madres como se merece, más que con frases como las transcritas, yo menos. Bastará por tanto repetir, al menos al final de este escrito, lo que las mejores voces y poetas han escrito: ¡Feliz día mamá!

Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Quito, 21 de abril de 2019

Cumpleaños de mi madre


Mira en YouTube el playlist de Filosofía explicada con canciones
Podcast “Filosofía explicada con canciones”
Encuéntralo también en SpotifyPocket CastBreakerGooglePodcast y Apple Podcast

[1] Chalmeta citado por H. Franceschi & J. Carreras, Antropología jurídica de la sexualidad, Caracas 2000, p. 23.

[2] «No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas» (San Josemaría, Amigos de Dios, n° 26).

[3] Tomás de Aquino, afirmó que «filiatio proprie convenit hypostasi vel personae, non autem naturae, unde in prima parte dictum est quod filiatio est proprietas personalis» (Summa Th. III, q. 23, a. 4, c). Cfr. De Veritate, q. 29, a. 1, ad 1. Leonardo Polo ha profundizado en la distinción entre el nivel de la esencia-naturaleza con sus límites, y el nivel personal que sobrepasa esos límites. La maternidad está a nivel personal.

[4] Los “superpoderes” que mencionamos a continuación (salvo el último) son desarrollo singular de la naturaleza humana materna.

[5] Hernández, J., Martín Fierro, Buenos Aires, Albatros, 1982, p. 87.

[6] V.gr. Wilson Palma, Madre amiga fiel, 2007 y las que a continuación se citan.

[7] Sellés se preguntaba: «¿cuál es, por ejemplo, la misión del padre? Enseñar a jugar al hijo. Y en el juego, a ganar y a perder serenamente. ¿Y la de la madre? La de acoger, ser el lugar seguro, el refugio próximo para el hijo. Ayuda, pues, a educar los sentimientos de seguridad, confianza, consuelo». Cfr. Polo, L., Ayudar a crecer. Cuestiones de filosofía de la educación, Pamplona, Eunsa, pp. 24 y ss.

[8] San Josemaría decía que «Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre» (Amigos de Dios, 288). Mutatis mutandis trasladamos la afirmación a toda madre. Si el santo afirmaba que «la oración es omnipotente» (Camino, n. 83; cfr. Forja, n. 188), mucho más cabe aplicarlo a las plegarias maternas por sus hijos.

[9] Recuérdese, el carácter femenino hace que la rezadora se más rezadora, que el rezador rezador.

[10] Juan F. Sellés, Antropología para inconformes. O, como dice el proverbio: “Amor de madre, que todo lo otro es aire” (Correas, G., Vocabulario de refranes y frases proverbiales, 1627, Madrid, Castalia, 2000, 80).

[11] Este es uno de los sentidos probables del Salmo 2, 6 que suele traducirse como «Yo mismo he ungido a mi Rey en Sión, mi monte santo». Claus Limburg propone otra traducción más hebraica: «Yo ya he tejido mi Rey sobre Sión». De igual manera cabe entender la frase de Proverbios 8,23 sobre la Sabiduría: «desde la eternidad he estado tejida; cuando no existían los abismo, yo había parido».

[12] Fernán Caballero, La familia de Alvareda, Barcelona, Caralt, 1976, p. 87.

[13] La expresión es de Romano Guardini en Las etapas de la vida, Madrid, Palabra, 1997.

[14] Gracián, B., El Criticón, Madrid, Cátedra, 1980, p. 100.

[15] Algo de esto aparece en la canción Lo siento (1996) de Laura Pausini, que habla de la triste ruptura de una hija con su madre. Termina diciendo: «no es verdad que yo me sienta / avergonzada, / son nuestras almas tan iguales, tan parecidas / esperaré pacientemente aquí sentada, / te quiero tanto mamá… escríbeme».

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

Un comentario en “Un poco de filosofía y música sobre mi madre

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar