Cantos a la Luna

Jilgu

Sumario

  1. A ti, Luna (dedicatoria)
  2. Comienza la vida
  3. La viña
  4. El abandono de la viña
  5. Las penumbras
  6. ¿Qué será de los demás jilgueros?
  7. La Luna y su eterna paz
  8. Recortada entre las nubes
  9. La noche del jilguero
  10. A paso lento por la noche
  11. Animarse a dejar el fango, a volar a lo alto, a cantar un canto
  12. Contemplarte en lo alto
  13. Superando las más altas nubes
  14. La novia de la noche y su Majestad
  15. ¡Raya el alba!
  16. Fin del canto

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1. A ti, Luna (dedicatoria)

Cantos a la Luna,
cantos a la amada;
pía el jilguero de la noche
en la viña, revoloteando.

—A Ti, Luna llena,
que brillas en lo alto,
mis más devotas notas,
jolgorios de un corazón
encendido y estrujado.

A Ti, Luna pascual,
que en tus rojizas luces
mezclas alegría y dolor:
a Ti enigma y promesa
del mundo antiguo,
a Ti anticipo de luz,
del futuro prometido.

A Ti, belleza plateada,
porque un día fuiste pisada
por la Doncella inmaculada,
el día en que la elevaron
gloriosos seres alados.

Desde entonces, Luna,
brillas con singular cariz;
tientas el amor con tu belleza
y atraes desde lo alto la mirada,
mientras quedan a tus pies
nuestra vida, nuestra nada—.

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 2. Comienza la vida

—Cae el día, simplemente se va.
Es de noche cuando la vida brota,
cuando comienza a germinar,
y entonces nos echamos a andar.

Has observado desde lo profundo
el claro que escapa por el poniente;
has visto entrar en densas tinieblas
a las criaturas de esta pasajera tierra.

A todas miras, bella Luna,
sobre todas en absoluto brillas.
Es la noche, comienza la vida
bajo tu bella luz que nos cobija.

En el imperio de las tinieblas
tú eres nuestra seguridad:
fuego, vida, esperanza
en nuestra obscuridad;
Compañía, consuelo, descanso
en nuestra soledad—.

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3. La viña

Es de noche,
la Luna lo dice,
y también las estrellas,
que son tan diminutas
por ser tan grandes.

—Por estos lares, Luna,
se echa de menos al Sol—.
La viña lo extraña,
y el jilguero a ratos
le sirve de voz.

Un pajarillo de nada
que no sabe nada,
que no puede nada;
que apenas agrada
cuando al amo canta.

¿Qué le puede dar
el pequeño briboncillo
a la portentosa Luna?
¿Qué sino un canto,
unas coplas de amor?

Y a su cargo está la viña,
picar las flores, tomar los frutos,
llevar el polen de un lado a otro.
¡Qué hermosa es la consigna
de servir al amo y de cantar!

Descansa, se posa en sus ramas,
se mece y escruta la viña…
espera paciente los rayos del Sol,
aquellos que traerán el calor,
los que harán brotar la flor.

El viento silba una vez,
estremece el follaje y se apaga.
Deja escuchar entonces
Los suaves murmullos del agua.
La orquesta repite el acorde,
y esta viña pide una voz,
que sepa cantar la canción.

Repite y repite la melodía,
pero el pequeño no capta,
y han de repetirle las notas
hasta que al rato se instruya
en la música de esta viña.

Abre las alas al son del viento,
se acompasa con las ramas,
y al paso lo arrullan las aguas.
Comienza a bailar el jilguero,
a disfrutar de la hermosura,
de una noche de Luna entera.

Así, entre la vid y los sarmientos,
entre las nubes y los vientos,
alegre el pajarillo aguarda
a que raye pronto el alba.

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4. El abandono de la viña

Mas he aquí que el bendito jilguero
dejó su querida viña y se fue a volar.

Oyó el arrullo de la ría,
y a aquella ría fue a dar;
oyó una marejadilla,
y a la orilla fue parar.

La libertad sabía a gloria
y el paisaje a maravilla,
pues sobre el agua cristalina
destellan las estrellas
y la Luna vibra.

―Oh Luna alta
que bajas hasta
las mansas aguas,
y ahí reposas,
y ahí quedas,
y ahí te das.

Oh Luna anonadada
que desde el cielo te abajas
y te partes en el agua,
y te derramas en quien te ama―.

María y el mar,
el mar y la Luna.
Las mareas vienen y van,
al capricho de la ternura.
Les dice vengan y vienen,
les dice fuera y se van.
Es la Reina del universo,
sus deseos se han de ejecutar.

―Reina del mar y de la noche,
Reina de luz y de paz,
Reina del firmamento
y también de los sueños,
Reina del dulce nombre
reina siempre sobre mi faz―.

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5. Las penumbras

En tan intensos rezos
de repente se percató
que por volar mucho solo,
solo fue a quedar.

Lo meditó, revoloteó, silbó,
pero el pequeño estaba aturdido.
Se alzó, planeó, buscó…
pero el viñedo seguía escondido.
Una vez más lo intentó, voló,
pero sólo a un bosque arribó.

Y le llegó la noche,
y le llegó el frío,
y le llegó la soledad.
Y supo lo que era la noche,
y supo lo que era el frío,
y supo lo que era la soledad.

Entonces en el bosque espeso,
enmarañado de hojas y de ramas,
escuchó el repentino vuelo
de quienes le querían mal:
los que no soportaban la luz,
los que huían siempre del Sol.

Volaron, merodearon,
dieron vueltas de cerca
y contra él se lanzaron.
Mostraron sus garras,
se llevaron sus plumas…

Pero el jilguero saltó a lo alto,
huyó a la Luna, huyó confiado,
y en un segundo se disiparon
cegados por la gloria celestial.
¡Huérfanos de la noche! ¡Pobres!…
¿Bajo qué sombra se esconderán?

Los riesgos pasaron,
el temor quedó atrás,
y al ver su Luna querida
tan diáfana y espléndida,
un himno de gracias
empezó presto a cantar.

Tenía el poder de una Reina:
todo enemigo se le rendían,
y hasta las sombras huían
ante su mirada fulminar.

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6. ¿Qué será de los demás jilgueros?

Buscó reposo por allá lejos
sobre la copa de una haya seca.
El dolor llegó a sus alas lento
y una duda le volvió a calar:
un recuerdo que era nostalgia,
una nostalgia que lo iba a ablandar.

—¿Por dónde volarán los pajarillos?
¿Sentirán la noche? ¿Sentirán el frío?
¿Volarán solos? ¿Acaso vivirán?—.

Y entonces comienza a piar,
pero nadie le responderá…
Y entonces comienza a cantar,
pero nadie se consolará…
Y entonces comienza a llorar,
pero nadie lo llega a escuchar.

No es que antes haya tenido mejor voz
sino que ahora la siente débil:
sin fuerzas para llamar a los suyos,
para cantar, para consolar… ¡Frágil!
Se siente nada, se siente pajarillo.

Mas llega un momento,
en medio de la obscuridad,
en que el sombrío párvulo
sobre sus lágrimas vuelve,
y al ver en su lágrimas plata,
mira al cielo y rompe a cantar.

Ve a la Luna campeando en lo alto
uniendo en la altura a los lejanos:
hacia allá van quienes están dispersos,
para revivir los momentos pasados
todo aquello que quedó atrás.

Se podrían decir tantas cosas,
pero no se dice ninguna;
sobran las palabras,
basta ahora contemplar.

—Luna que brillas en lo alto,
luz apacible, tranquila y serena:
luce sobre los nuestros de la tierra.
No los descuides,
no los desprecies,
no te olvides de ser luz,
no te olvides de ser paz.

¡Oh cantera de inspiración!
¡Oh fuente de consolación
que brillas sobre malos y buenos!
Tus destellos llegan lejos, muy lejos,
donde nosotros no podemos estar,
donde sólo llega nuestro corazón.

Eres manantial de consuelo
para este pequeño jilguero
de poca monta, de pocos recuerdos,
que goza queriendo mucho a muchos,
que solloza recordando poco a pocos.

Oh Alta, que brillas sobre todos ellos:
curas mi indigencia con tu grandeza,
mi escaso valor con tu excelsa ofrenda.

¿Y si tonto me olvido
de piar por alguien?…
¿Y si mi cabeza se daña
y no recuerdo a nadie?…
¿Y si tantas cosas pasan,
y tantas cosas me acaecen?…
Y si fuera lo que fuera…
no importaría nada,
porque existe la Luna,
porque existe el Amor.

Y si pasara lo que pasara,
y si muriera quien muriera;
Y si se dañara lo que se dañara,
y se pudriera lo que se pudriera…
No pasaría nada de nada,
Porque existe la Luna,
porque existe el Amor—.

¿Qué tiene de bueno un jilguero en la noche,
sino la Luna? ¿A dónde miraría este bribón?
Sin ella perecerá en el frío, en la obscuridad;
Con ella esperará la llegada del día, del Sol,
y quizá lo asalte una audacia,
mire arriba y se aventure a volar.

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7. La Luna y su eterna paz

—Luna que te ciernes entre las nubes,
entre las ramas bamboleantes,
entre las hojas temblorosas;
luz que llegas desmenuzada
a este rincón de mi vida.
¿Qué haces aquí, bella?
¿Por qué me visitas?

Me sorprendes en la noche
caminando calladamente,
tranquila por la eternidad,
derrochando mares de paz
por donde quiera que vas.

Sabes, impasible Astro,
que en este oscuro mundo
no se encuentra a menudo
nada de tu descanso,
nada de tu serenidad—.

Y es que la viña es la misma,
pero con la Luna es distinta:
las hojas se vuelven blancas,
el rocío gotas de plata,
y el río manso un bello cristal,
donde flota sereno el amor.

Las ramas crecen, se estiran al cielo,
con botones que se abren en cada punta;
son flores que brotan mirando a la Luna
esperando ansiosas que despunte el Sol.

También el pajarillo mira al cielo
aquel lugar donde halla el consuelo,
mira y mira, pese a sentirse indigno
de adentrarse en ese gran misterio.

Se sabe nada y menos que nada:
jilguero herido y mal encarado,
sepultado y olvidado, postrado y sin voz.
No, no se siente digno de lo alto.

Pero he aquí que la Luna lo mira
y con inmensa ternura
lo invita a volar. —¡Oh Luna!,
¿Acaso no ves que soy nada,
que soy indigno de tu Amor?—

La Luna sigue ahí,
lo sigue mirando,
y lo invita a subir:
Quiere que vaya
hasta su corazón.

Para el pajarillo la Luna es su todo,
y se alegra porque en el mundo
exista algo tan bello y luminoso,
que embellezca su miseria un poco.

—¡Basta que existas —le dice—
para que mi vida valga!—
Y es que en su nada
la Luna le basta:
su luz le colma,
su luz le calma.

—Sabes, Luna, en el fondo
poco importa que yo,
que soy nada y nada valgo,
sea tonto, pobre, sin corazón;
lo que importa es que tú,
que eres todo en todos,
seas luz, seas gloria, seas amor.

Basta verte excelsa, hermosa,
para que ya no me importe
ser tonto, feo y necesitado.
Eres la joya que engalana mi vida,
la suprema razón de mi orgullo,
el gran motivo de mi canto.

¡Luna, se mi pasión, se mi bien!
Se la hermosura que me falta,
se la riqueza que carezco,
se la que llene el hueco de mi pecho.
Se mi todo. No me dejes de querer—.

Y la Luna sigue ahí mirándolo,
con infinita ternura lo invita a volar.
Y este animalillo que se resistía
ya no resiste tan apacible mirar.
Y entonces abre sus alas heridas,
mira al cielo e intenta el vuelo.

Cae una vez el pequeño,
pero otra remonta su vuelo:
aún tiene bríos, aún guarda calor…
su sueño lo ha llenado de valor.
Mira al cielo, busca la Luna,
abre una vez más las alas…
¡y salta a la caza del Amor!

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8. Recortada entre las nubes

Tras el salto planea,
vuela bajo,
canta un rato…

—Canto a la Luna
escondida entre las nubes,
excelsa entre las estrellas.

A espasmos te veo,
nubarrones te tapan;
te recortan mis miserias,
una tormenta amenaza.

En el vuelo cierro mis ojos
y te prolongas en la mirada;
nací para amarte
y Tú para iluminarme
en las noches de mi vida,
en mi obscura soledad―.

Las nubes crecían, a ratos la tapaban,
y aún así él siempre la encontraba.
Descubría el camino al lucero oculto
viendo las nubes de cualquier lado:
sabía que la más nimia sombra aleja,
que el menor de los brillos acerca.

Del cielo cae una gota,
y detrás una lluvia,
y detrás un tormenta.
La gota tumbó su ánimo,
la lluvia tumbó su vuelo,
y la tormenta su corazón.

Por huirle al cielo,
en lastimero trayecto
tan afligida avecilla
dará contra el suelo.

El agua lo empapa,
un aguacero lo embarga;
hay lodo en sus alas
y tristeza en su alma.

Tirado en el piso,
un jilguero herido,
de sangre helada,
abre un ojo al cielo,
para ver la lluvia caer
y acaso al Astro asomar…

—Observa, Luna,
que yo no puedo
sino alzar la mirada,
buscar allá en lo alto
tu figura… ¡oh, amada!,
refugiarme en tus rayos,
que me llegan recortados…
saborear el recuerdo,
la dulzura y el consuelo
de un entrañable pasado.

¡Ay, Luna, que no me canse
ni un instante de mirar a lo alto:
que busque siempre tu virtud,
que encuentre siempre tu paz!

Luna, te quiero llena,
brillando entera
allá en lo alto…
alto, muy alto,
mirando al Sol,
derrochando gloria
por todo lado—.

Del cielo se suelta otra gota,
y una última detrás de ella.
El murmullo del agua cesa,
cruje la tierra, se despereza,
pero este pajarillo no canta.
Postrado en el fango anda.

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9. La noche del jilguero

Un canto es la vida del jilguero,
apenas una chispa de estrella
que pasa las noches titilando,
viendo al astro resplandecer
en las noches, en la soledad.

Un jilguero y la Luna
unidos en la soledad;
la gran Luna lo ilumina,
y el jilguero por instinto
de improviso echa a cantar.

—Luna centellante de la viña,
soledad del alma que me embarga:
brillas en la noche de mi vida,
irradias luz en mi obscuridad.

Mi único lucero,
mi único tesoro,
te veo para no morir;
mi esperanza y mi razón:
tu ida es mi estertor.

Este terruño vuelve a vivir
cuando tú lo miras;
y este pájaro vuelve a piar
cuando tú cerca estás.

Noches del alma,
tersura lunar,
reflejos pálidos
de un futuro mejor.

Fríos intensos
que calan con alegría,
bajo el manto de la Luna,
bajo los destellos del día.

Revivo, renazco una vez más;
bajo tu llama me animo
a volver a empezar,
a volver otra vez a amar—.

Dicen que la noche es para dormir,
pero el pequeño sólo tiene una noche.
Si duerme se le acaba la vida,
mas si canta pasará a la eternidad.

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10. A paso lento por la noche

Las estrellas son su séquito:
la siguen fieles a paso lento,
escalando con ella firmamento.
Caminan solemnes por lo alto,
vestidas de gloria celestial,
hasta en el horizonte encontrar
la omnipotencia del magno Sol.

Y el jilguero que la mira atento
en verdad no quiere sino seguirla,
volar al cielo y cortar el viento,
seguir el rumbo de la Reina
que va al encuentro de su Sol.

Sueños le parecen,
una empresa imposible…
¡Llegar a la Luna,
conquistar el amor!

—Luna pálida, Luna egregia,
que desde arriba atiendes
mi jolgorio y mi cantar.
Escúchame, Destello celeste,
no me dejes de alumbrar.

Una noche es mi vida
en la que no hay Sol;
yo sólo te veo, Luna,
reflejo vivo del Astro mayor.

Una noche es mi vida,
en una mala posada,
en donde sólo tengo
por brillo la Luna amada.

Medianera universal,
Luna que reflejas toda luz.
¡Oh princesa celestial
que atraviesas mi corazón!―.

Ahí continúa su mirar materno,
suave de formas y paciente de gestos.
Contempla sin cansancio a sus hijos;
no descuida, ni pasa por desapercibido
nada de sus vidas, nada de sus penas.

―Luna de quien he atrapado la mirada,
¡oh Tú que me miras sin fatiga
cubriendo mi enorme miseria
con un manto de perdón y bondad!
Me miras aunque no te mire,
te das aunque no lo merezca,
permaneces junto a mi
aunque yo huya de ti.
¿Acaso hay en el orbe
quien se ocupe más de mi?

A la criatura resulta imposible
soportar la justicia solar.
¿Quién podría resistir tanto fulgor?
Mas contigo hasta cabe enfrentar
el sosiego de tu mirar maternal
para exponer nuestra aflicción.

Por eso te quiero, por eso te amo,
por eso vivo muriendo por verte,
por eso muero sin verte amando.

Luna pura, Luna de plata,
no te oculto mi soledad,
ni mi frío, ni mi miseria,
ni que llevo dentro una pena:
la de no engarzar una flor
para entregarte al despertar—.

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11. Animarse a dejar el fango, a volar a lo alto, a cantar un canto

—Una vez alcé la vista,
y en lo alto te descubrí;
te vi y me enamoré,
me enamoré y me inquieté.

Preciosa, divina,
engalanada de fiesta,
inauditamente bella,
inauditamente lejana.

Te miraba y te quería,
Reina imposible parecías,
para contemplar y admirar,
pero no para tener y amar.

El viento zarandeó mi rama
apremiando con su embestida
a desplegar pronto mis alas,
a ser audaz, a volar hacia ti,
a dar un salto a la eternidad…—

La Luna insistía atenta
con su amable mirada:
¡Hoy, hoy, hoy… que no mañana!
¡Mira que el viento pasa,
que la modorra mata
toda ilusión, todo afán!

—Y dejé la tierra, el polvo,
el fango que me ata al suelo;
dejé todo ser y todo consuelo,
por enrumbarme al cielo…

¡Y volé, volé… volé!
Sentí verdadero vértigo
y también unos grandes deseos
de seguir subiendo y subiendo
al verte a ti, oh Astro del universo,
irradiando en mi firmamento.

Ando, camino, corro, vuelo…
tras tu estela de oro me elevo;
ya no te filtra ningún nublado,
pues voy a alcanzarte y vuelo alto.
¡Ahí estás… me esperas, amor!

Vuelo hacia Ti, apacible de plata,
a tu alrededor mi vida se gasta,
dando vueltas, subiendo a lo alto…
Mira, Luna, a ti llegaré un día
y tu tersa silueta será mi delicia.

Allá, a lo alto, subo a buscar
la descanso que no tengo,
la serenidad de tus ojos,
la tranquilidad de tu andar―.

Y en su vuelo la comarca otea:
abajo permanece más quieta
la viña tendida en la sabana,
y los enormes árboles, y la ría,
y un pueblo vacío de almas…
Son pequeñeces, son nada,
desde el día en que abrió sus alas.

―Desde que me despojé del barro,
y al fin con el viento vuelo,
las cosas grandes se ven chicas,
y, oh Luna, te ves más bella…
¡Mira, Luna, hacia ti me elevo!―.
Y el pajarillo se va al cielo,
pues el corazón lo lleva;
así es el amor verdadero
esbelto como el fuego,
que hacia lo alto trepa.

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12. Contemplarte en lo alto

La luz arrebata
al ave que vuela,
y el viento la eleva
a saborear su candor.

―Ya no te esconden las nubes,
te ves radiante en mi soledad,
y hasta escuchas mejor el piar
que rompe mi pecho al cantar.

Luna incorrupta,
íntegra y bella:
de inusitada pureza
en esta mi opacidad.

Tu mirada es profecía,
consoladora contemplación,
paz infinita para un jilguero
que embelesado sólo te mira
oh pulcra Luna de salvación.

Me llamas a volar,
a volar tan alto
que hasta a ti llegue,
y hasta al Sol contemple.

Y así pasan las horas,
y así pasa la vida,
y así paso pensando
porqué mucho me miras
desde tu sede peregrina―.

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13. Superando las más altas nubes

Y he aquí que cuando se sube
con frecuencia se topa una nube.

En las nubes todo le es raro:
las alas pesan, falta la vista,
desaparecen las estrellas,
y hasta del Amor buscado
sólo queda un reflejo pálido.

Siente la tentación
fuerte como ninguna,
de abandonar el vuelo,
de planear un poco,
de reposar un rato.

Al cuerpo le faltan las fuerzas,
A la cabeza asaltan mil dudas,
mas no dejan de batir las alas,
pues su enorme corazón le tira.
La Luna llama, no hay que parar.

Pronto ese diminuto esfuerzo,
el que un pajarillo puede dar,
tuvo la recompensa del viento.
Y con este nuevo empujón
sobre las nubes se encaramó.

Tan alto vuelo apabulló al jilguero:
la viña que empeñó su vida resultaba chica,
las nubes pasaron a ser una blanca alfombra
sobre las que se alzaban majestuosas cimas,
nevados impregnados del claro estelar.

Pero sobre todo la luz apabullaba:
las viejas estrellas que conocía
de repente se tornaron fogosas,
y millones de estrellas nuevas
habían salido de la oscuridad…
y la Luna ―¡qué Luna!―
como nunca radiaba.
Mostrábase blanca, blanquísima,
Cercana, grande, grandísima.

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14. La novia de la noche y su Majestad

En el vertiginoso ascenso
esta avecilla de nada
mientras volaba descubrió,
que entre más alto, más luz,
que entre más Luna, más Sol.

Si la Luna es gloriosa
es porque está hecha
de pura quintaesencia,
del germen de la vida,
de la excelsa luz del Sol.

La Luna existía para el Sol
y el Sol en ella se miraba.
La contemplaba llena…
¡A saber cuánto la amaba!

Ella era la novia de la noche,
vestida de blanco, ataviada de luces,
seguida de su séquito estrellado,
para ofrecerse en holocausto
apenas despunte la eternidad.

Desde tiempos inmemoriales,
e incluso desde mucho antes,
el Sol la había escogido
para darle por cometido
el de iluminar la humanidad
en estas horas de oscuridad.

Había nacido para ser Reina
que caminara con su pueblo
guiando, animando, iluminando,
mostrando la vía correcta,
anticipando la salida del Sol.

—¿Qué es la Luna —pensaba—
sino una joya donde reluce el Sol,
una radiante novia en la noche,
una mensajera en la cerrazón?—

Y viéndola le vino un consuelo:
a quien no puede ver al Sol,
por su inmensa indignidad,
le queda ver a la Luna,
astro espejo, de fulgor hecho,
de su Majestad el mejor reflejo.

—Luces espléndida, Luna,
pero pocos te miran:
así es tu hermosura,
y así nuestra locura.

¿Qué hacer con ellos, Luna?
¿Qué hacer para que vean
que tu luz no es otra
sino la del bello Sol?

Yo sé del Sol por la Luna,
conozco del Él por ella.
Desde entonces lo busco
y tengo sed de Él y de ella—.

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15. ¡Raya el alba!

La Luna lo mira y se enternece:
sabe que el alba raya antes
a quien por volar tan alto
mucha gloria merece.
Y como lo ama tanto
juiciosa le advierte:

—Mira pajarillo mio de nada,
mira briboncillo que por ahí vagas:
si las estrellas se apagan del cielo,
si mi hermosura llega a palidecer,
tu que fácil te afliges, no te aflijas,
tu que fácil te quiebras, no te quiebres.
Yo sigo aquí, las estrellas siguen acá,
Yo te espero, ellas te esperarán;
es sólo que el día va a amanecer—.

La hermosa Luna insiste,
continua en su llamado:
—¡Ven, pequeño, sube a mí!
¡No te pares! ¡Sigue aleteando!
¡Qué más quisiera yo
sino que estés a mi lado!—

—Luna que sales y luces entera,
presagias el día, la luz del Sol;
la noche acaba, el alba roza,
cuando en tus besos eternos
perdidamente me hundo yo.

Amanecerá, lo sé, llegará el día
en que se disipen las tinieblas,
en que huyan del Sol las sombras.
¡Raya el alba, alza tu mirada…
pon atención, que la obscuridad acaba!

¿Entonces, Luna, qué después de ti?
¿Qué después de esta aciaga noche
en la que fuiste mi fiel compañera?
¿Qué cuando aclare al fin el alba?
¿Perderé tu luz por siempre amada?

Entonces el jilguero que aguarda
cantará gozoso cuando vea al Sol,
volará al abrigo de templados rayos,
piando sin fin las locuras de tu amor…

Volaré, Excelsa, volaré bajo el Sol,
sobre estos campos cuajados en flor,
volaré sobre los frutos llenos de color,
bajo la luz radiante, bajo la luz del día
de quien ahora robas toda su alegría.

Espero, esperas,
la luz del Sol,
el fin de la obscuridad;
llegará, Luna, llegará,
el día sin sombras,
la luz sin recortes,
el fin de la espera,
el fin de la noche,
la alegría de la viña,
cuando raye el alba,
cuando al fin se cante
la última canción:
la canción, Luna bella,
la que te vine a cantar—.

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16. Fin del canto

Y así termina la historia
de un pequeño jilguero,
que un día saltó al cielo,
y en la Luna descubrió
que desde allá se veía el Sol.

 

Publicado por Juan Carlos Riofrío

Jurista, filósofo, escritor, descendiente lejano del primer novelista ecuatoriano, Miguel Riofrío. Abogado, autor de trece libros, y profesor de derecho en varios países del mundo.

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